Mi decisión fue crear un personaje con carácter real, con verdaderas marcas en su vida. Por ello, he recurrido a crear una personalidad basada en trastornos de personalidad límite, en síntomas de depresión, en TOC...

Podría contener cierto contenido ofensivo por ello, por lo que preferiría que estas advertencias se tomasen en serio cuando digo que puede ser de alguna manera ofensivo o algo inexacto.

Llevo sin escribir mucho, espero que no se note demasiado que he perdido práctica en esto.


Aeri se agazapó en una esquina del sofá, observando cómo el viento sacudía fuertemente el cristal en la ventana, junto con las furiosas gotas de lluvia. Era entretenido observar el cielo nublado y olvidar por un instante que era Aeri Jensine, alguien con una vida de mierda; o la subordinada de un hombre cruel que la forzaba a matar innecesariamente. Suspiró y cerró los ojos, intentando alejar sus pensamientos de la realidad. Quería deshacerse por un momento de todo aquello que la había llevado a la horrible situación en la que se encontraba en el momento. Sin embargo, el fuerte olor a sangre en su ropa, ya sellada en ella tras aquel largo viaje a Dressrosa, apenas dejaba que se desviase un momento de la situación.

Jensine era un apellido solo conocido por sus afiliaciones con el mercado negro y la piratería. Los padres de Aeri y su hermana, Malene, eran conocidos por sus hazañas bajo el mando de Doflamingo, quien había garantizado a las hijas un hogar donde vivir mientras sus padres, jóvenes y necios, se embarcaban en absurdas aventuras que los mataron cuando apenas habían llegado a los 30. Y poco tiempo después, Malene siguió aquel trágico destino, enloquecida por la obsesión de alcanzar las metas de sus padres. Y allí se encontraba Aeri, sola y, con el entrenamiento que había logrado, entre las filas de Doflamingo. Su poca edad no había hecho a los miembros controlarse con ella, ni aplazar aquel terrible entrenamiento que le había sido asignado. Aeri había estado sometida a la presión de alcanzar el nivel que sus padres habían tenido. Constante sufrimiento y misiones llenas de sangre y dolor se habían vuelto una rutina. Y no lograba entender de dónde había surgido aquella necesidad de poner listones tan altos. Ni siquiera conocía el tope. Nunca había visto a sus padres ni había oído historias de ellos. No podía comprender aquello de lo que nunca había oído hablar. Y en aquel momento, la situación no parecía haber mejorado. Había pasado de salir de un triste vertedero a vivir bajo el mismo techo que había protegido en su momento a un rey caído, destronado cruelmente y arrojado al abismo de la tristeza y el deshonor.

Sus dedos acariciarion las sábanas blancas que cubrían su nueva cama. En esa misma cama había dormido otra vida que su jefe había destruido de la noche a la mañana. ¿Quién habría estado allí antes que ella? ¿Habría apreciado aquella vida o habría infravalorado todo lo que tenía? Sonrió ante aquella idea. Si era el segundo caso, ella también había cometido el mismo error. Infravalorado el valor de una familia, de una vida tranquila. Y allí estaba, con las manos manchadas de grandes errores que no quería volver a realizar. Se dejó caer en el lecho mientras cerraba los ojos. Independientemente de lo que le pasase entonces, ella sabía qué error era el más grande que había cometido: infravalorar la importancia de un amigo o de conocerlo antes de confiar en él.


El ambiente de la zona era animado, alegre y fiestero. Se notaba el aire de isla de verano, tan intenso que la ponía enferma. La felicidad no era una emoción que le quedase bien, ni procrastinar durante una misión era una costumbre en ella.

Aeri recogió un mechón rebelde que bloqueaba las letras del periódico que leía, mientras un joven extraño entablaba una cálida conversación con ella.

Cómo deseaba que se acabase aquella tortura. Pero una misión era una misión y no podía dejar a medias el trabajo.

— Y dime, ¿de dónde eres?

— ¿Yo? Soy de North Blue. Vengo de una aldea llamada Misslyckande— hablaba con una voz monótona, aburrida y claramente apática.

Aquel chico, que se había presentado como Grissur, hablaba de su larga vida en el mar, bajo las órdenes de un infame pirata nórdico. Hablaba de su gran astucia para las batallas navales y, sin embargo, no parecía captar las señales. Era un chico de facciones nórdicas, aunque tenía unas inusuales marcas de bronceado que, aunque típicas de todo marinero, tenían una curiosa línea en el cuello del muchacho y en sus muñecas. ¿Llevaría un mono de trabajo o algún tipo de protección?

— Ah, curioso... Soy de esa zona. No he nacido allí, pero he vivido allí hasta que encontré a mi capitán y me reclutó como ingeniero.

— ¿Y quién es ese capitán tan especial del que hablas?— Aeri se empezaba a preguntar por qué se molestaba en esforzarse a utilizar sarcasmo. No lo captaba.

— Ah, pues... No creo poder decírtelo, pero como eres bastante interesante te lo diré. Es uno de los piratas novatos, ¿sabes? Acabamos de entrar en Grand Line y ya tiene una recompensa bastante alta. Mi capitán es Traf-

El traqueteo de las bisagras de la puerta principal, junto con el de metal colisionando, llamaron la atención de la clientela. El silencio reinó por un instante en el local mientras aquel nuevo cliente se adentraba en el lugar. Era un hombre de tez pálida y cabello color ébano. Su mirada, gris e intensa, era intimidante y aterradora, y el arma en su mano causaba cierta inquietud. El impacto había sido fuerte y la tensión del momento podía cortarse con un cuchillo. Grissur corrió a levantarse y a acercarse al hombre, mucho más rígido y serio que antes. Empezó a sacudir las manos ansiosamente, como si intentase dar explicaciones sin fundamento.

Las miradas se cruzaron y Aeri se puso en pie con nerviosismo. Perdió el equilibrio un instante y se mantuvo en sus brazos para no caer de nuevo. Sin embargo, no los necesitó por mucho tiempo. La mano libre del hombre la agarró del cuello de la camiseta, tirándola hacia él con rabia.

— ¡Capitán, ¿q-qué hace?!— Grissur se acercó con nerviosismo a su superior.

— Dejadme en paz, ya no tengo nada que ver con vosotros— el hombre masculló con desagrado—. Vete de mi vista.

— ¿Como lo hiciste tú?— Aeri logró deshacerse del amarre y dio un paso hacia atrás—. ¿O prefieres de la manera que hizo Corazón?

— Gissur-ya. Vuelve al barco— el hombre ordenó con cierto despecho y su subordinado huyó. Miró a su alrededor. No parecía que la gente tuviese la intención de aceptar una pelea, así decidió llevar la situación a la calle—. No tengo ningún interés en tu vida, no te he tenido ningún rencor hasta ahora. ¿Quieres que lo haga?

Lanzó a la muchacha a la calle con fuerza, notando como se levantaba en polvo en el suelo. Aeri se puso en pie. La adrenalina circulaba a gran velocidad por sus venas y estaba preparada para lanzarse de nuevo.

— Adelante.


— Es una desgracia lo de Corazón— escuchó a uno de los adultos susurrar—, pero se lo merece por traicionarnos.

Aeri levantó la mirada a Doflamingo, quien se mantenía impasible ante los comentarios. Ninguna emoción era la reacción más aterradora. Aunque hubiese sido adulta, nunca podría haber mantenido tal estabilidad de haber sido sobre Malene. Doflamingo dirigió su mirada a la muchacha. Aeri intentó mantener la compostura, a pesar de que la mirada la alteraba, y se apresuró por mirar al suelo de nuevo. Notó que algo apretaba sus dedos. Los ojos de Baby 5 se encendían con una mezcla inusual de ira y amargura.

¿Cómo podía culparla por sentirse como se sentía? Law se había dedicado a entablar una extraña amistad con los miembros de aquella banda. Le había enseñado medicina, le había ayudado con sus estudios. Había compartido secretos con él... Y de repente desaparecía de sus vidas. De la misma manera lo había hecho Corazón. Siempre presente en la banda, como la mano derecha del jefe, como un hombre de confianza. ¿Quién hubiese sabido que era un traidor y que aquello ocurriría?

— Qué se le va a hacer, ¿no?— murmuró Doflamingo—. Ha hecho algo insultante, a pesar de que le he tratado toda su vida con todo mi cariño. Revelar nuestros secretos a la Marina y casi llevarnos a la ruina ha sido lo peor que podría hacer, pero necesito saber el porqué y necesito encontrar a Law para saberlo.

Las niñas compartieron una mirada de desesperación por un instante. Sabían que significaba una caza sangrienta, sacrificios innecesarios; que Law iba a perder la vida y que ellas no podrían evitarlo. Eran pequeñas, tontas y sin experiencia en el juego de la guerra. No tenían voz ni voto, y no tenían razón para ofrecerlo: ellas también habían sido tontamente engañadas por aquel traidor.


El choque de armas resonaba en las calles vacías, junto con el traqueteo que los objetos que el pirata había estado lanzado a diestro y siniestro para intentar ganar ventaja, inútilmente. Aeri se encontraba agotada. Era una pelea donde lo único que hacía era esquivar, no tenía posibilidad de ganar. ¿Pero por qué se esforzaba tanto? Podía dejarse matar y terminar esa tortura.

Ah, sí. Lo había intentado. Law había decidido que era más cruel dejarla con vida y con su débil y cobarde espíritu. Bien.

Aeri bajó su flissa. No se sentía con ganas de pelear. Llevaban minutos con ello, su cuerpo estaba cubierto de magulladuras y hematomas, y no era la primera vez que se encontraban en esa situación. ¿Para qué servía seguir si continuarían la próxima vez?

— Law...— murmuró, haciéndole bajar la guardia por un instante—, todavía quiero mis respuestas.

— Lo siento, pero no puedo. Se lo prometí a Cora-san.