Pues aquí estoy con una traducción, primer fic que subo a esta página =D Las notas las dejo al final, ¡disfrutad! ^^
Autora original: Sakisha (/u/1706407/Sakisha)
Fanfic original (en francés): /s/6281327/1/Soleil-rois-et-chat
Era un magnífico día de verano en Francia. El brillante sol inundaba los lugares más frecuentados de París y las flores se abrían en miles de colores. En los barrios de las afueras los grandes y frondosos jardines parecían pequeñas esquinas soleadas del paraíso. En Inglaterra no habían tenido oportunidad de disfrutar del mismo tiempo, así que Arthur había decidido ir a aprovecharse del calor de su país vecino, en todos los sentidos posibles, y se había subido ya al tren que le llevaría hasta él. Hacía mucho tiempo que no se veían y el inglés optó por hacerle una pequeña visita sorpresa ya que no tenía nada mejor que hacer, aunque a decir verdad tenía una semana de papeleo atrasado en su oficina, pero se convenció a sí mismo de que el trabajo acumulado era culpa de la falta de Francis en su vida, así que por su bien y el de su trabajo tenía que ir a verle.
Cuando llegó a su casa llamó a la puerta con los primeros botones de la camisa desabrochados. La diferencia de temperatura entre sus países en esa época del año era muy evidente, y una voz en su interior le dijo que eso le ayudaría. Una sonrisa perversa apareció en su rostro. Ah ¡cómo había echado de menos a su pequeño francés! Bueno, eh… en realidad no tan pequeño.
Nadie le recibió. Llamó otra vez y, como una vez más no obtuvo respuesta, se decidió por entrar e ir directamente al jardín. Con ese tiempo lo más seguro es que Francis estuviese cuidando esas rosas que tanto le gustaban y que eran su ojito derecho, casi tanto como él. Después de pasar por un grupo de grosellas y unos junquillos observó la silueta familiar de su amante sentado en un banco, con sus bellos cabellos rubios brillando al sol. Frunció el ceño mientras se acercaba, pues le pareció ver que el francés estaba inclinado hacia delante, y le invadió una sensación de molesta al considerar que quizá Francis no estaba solo. Con un brazo alrededor de sus hombros en señal de comodidad y echado hacia delante estaba Antonio. El británico rechinó los dientes: ¡solo le quería a él! Debía tratarse de una maldición. Sí, ese español debía haber sabido que venía y trataba de impedirlo, siempre donde no le llamaban.
Arthur no tenía nada en particular contra Antonio, pero a veces envidiaba bastante su cercana relación con Francis, al igual que sus fronteras, y eso a veces le molestaba un poco. Pero aún así, cuanto más se acercaba, más se inquietaba. El francés no parecía estar bien.
Antonio levantó la cabeza en cuanto llegó.
—¡Buenos días Arthur! ¡Qué raro verte por aquí!
El inglés respondió con un gruñido. Todo lo que quería era que el moreno se largase para que él pudiese disfrutar la tarde con Francis, pero este parecía abatido cuando saludó.
—Buenas, Arthur…
Espera un momento. Esa respuesta… ¡no parecía feliz de verle!
—¿Qué te pasa, rana? —preguntó un poco precipitadamente para su gusto.
—Es que ha perdido a Napoleón —respondió España.
Arthur rechinó los dientes. «No te estaba preguntando a ti»
—Pero eso no es ninguna novedad, ¿no? Después de doscientos años es un poco tarde para lamentarse.
—¡Ese Napoleón no! —rió Antonio—. ¡Se refiere a su gato!
—¿Qué gato? ¿Desde cuándo tienes gatos? —preguntó Arthur volviéndose hacia Francia, que parecía deprimido.
—He tenido algunos —respondió—. Pero todos han acabado marchándose o muertos.
—¡Sí! —confirmó Antonio—. Y cada vez que mueren se deprime y no adopta otro durante un siglo. Este se quedó aquí durante más de seis meses, pero no ha vuelto en una semana.
—Oh…
—¡No lo entiendo! —se lamentó Francis—. ¡Me ocupo bien de ellos! Les doy de comer, les abrazo, les doy mimitos y luego…
—Se mueren.
—… se van. ¡Antonio, podrías acompañarme en el sentimiento!
—Perdón.
Francis se dispuso a enumerar con sus dedos:
—A Luis le pisoteó un caballo, y el otro Luis enfermó y tuve que sacrificarlo. François se murió por la infección de una herida. Henri se peleó con otro gato, que le arañó en un ojo y murió. Charles nos dejó por culpa una fiebre fulminante ¡y ahora le ha tocado a Napoleón!
Terminó su lista con un grito desgarrador.
—Puede que esté en Santa Helena —murmuró Arthur, sorprendido de que Francia no se hubiese dado cuenta del peligroso parecido entre sus gatos y los reyes de mismo nombre.
Antonio lo miró apesadumbrado; él también se había dado cuenta.
—¡No te preocupes! ¡Solo tienes que adoptar otro!
—¡También se irá, lo sé!
—¿No crees que se trata de una maldición? —susurró Arthur a Antonio.
—Podría ser. En cualquier caso, es una suerte que no haya llamado a ningún gato «Jeanne».
Arthur dio un respingo y dirigió una mirada de reproche al español. Solo faltaba que Francis se pusiese a pensar en Jeanne en ese momento, como si no estuviese lo bastante deprimido ya. El inglés suspiró con fastidio. Daba la impresión de que su placentero rencuentro con Francis estaba en la picota, y mucho. Y todo por culpa de un gato. No es que no le gustasen los gatos, pero se sentía relegado a un segundo plano. ¿Acaso valía él menos que un gato? Pues que Francis se fuese con Antonio y se consolase con él.
Negó con la cabeza. A Francia de verdad parecía que el asunto le dolía, pero no estaba de humor para consolarle. Parecía que su querido vecino ya se ocupaba bien de él. Dio la media vuelta y comenzó a irse.
—Arthur, ¿adónde vas? —preguntó el rubio.
Pero no recibió respuesta.
Ese mismo día, más tarde, llamaron a la puerta de Francis y, cuando abrió, se encontró con Inglaterra, que le tendía una cestita de mimbre. Sin decir nada, y mirándolo con incertidumbre, la cogió y levantó la tela que la cubría. Dentro se encontró un gatito de ojos verdes.
—Pero, ¿qué…?
—Para remplazar a Napoleón.
Francis miró con sorpresa al sonrojado inglés, que parecía contrariado.
—Arthur, tú…
—No digas nada y quédatelo. Ponle el nombre de alguien que tuviese una vida normal y repasa tus libros de Historia —dijo Arthur antes de darse la vuelta—. Ah, y otra cosa —volvió a mirar al francés, aún más rojo—, la próxima vez que te venga a ver asegúrate de estar libre para mí, ¿entendido? ¡No quiero que me remplacen por nadie? ¿Por quién me has tomado?
Tras decir aquello Arthur se alejó en la noche murmurando insultos en inglés. Francis se quedó inmóvil en la puerta y luego se fijó en la inquieta bola de pelos de la cesta que le miraba con sus ojos grandes. El francés sonrió y cerró la puerta.
Esa noche, en su gran cama con dosel, Francis miraba al pequeño gatito jugar con sus dedos, divirtiéndose atrapándolos y mordiéndolos con sus dientecitos. Ese pequeño monstruo parecía tener carácter, pero al menos sabía apreciar su cocina, dado que había comido él solo como cuatro.
—Tengo que encontrarte un nombre, ¿sabes? ¿Cuál podría gustarte?
El gato le miraba sin comprender y se dedicó a jugar con los hilos de los pañuelos mientras el francés reflexionaba.
—Veamos, Arthur ha dicho que fuera de un hombre con una vida normal, ¡pero tú tienes que tener el nombre de alguien que hiciese cosas grandes y bellas! Quieres un nombre bonito, ¿no es así?
Pero el gato solo daba vueltas por la cama.
—Lo tomaré como un sí —sonrió Francis—. De acuerdo, tienes sentido de la belleza, nos vamos a entender tú y yo. Bueno, veamos… ¿Carlomagno?
El gato le miró con extrañeza.
—¿No quieres? Lástima… aunque la verdad es que es un nombre un poco raro y menos bonito, estéticamente hablando, que Napoleón. ¿Felipe? Oh no, no me gustaron por mucha vida normal que tuvieran. Todos los Felipes fueron un dolor de muelas, siempre con sus reproches…
La bola de pelos había dejado de jugar con su dedo y ahora le miraba con atención.
—Tiene que ser el nombre de alguien grande… a ver… ¿Carlos II? No, ya tuve un Carlos. ¿Luis, como Luis XIV? Bueno, se fundió el tesoro real en construir Versalles, pero no me disgusta del todo, al fin y al cabo tuvo su éxito, pero me arriesgaría a que te quejases de nimiedades si te pusiese ese nombre. Veamos… un rey, como el rey Artu…
El rostro del francés se iluminó.
—¡Arthur! ¡Sí, es perfecto!
Miró al gato directamente a los ojos.
—Y además os dais un aire. Tienes los mismos ojos, te gusta mi cocina y me muerdes donde puedes —vio como el animal comenzó a mordisquear de nuevo sus dedos—. ¿Te quieres llamar Arthur?
El gato le respondió con un maullido, lo que el francés interpretó como un «Sí» de lo más entusiasta.
—¡Perfecto! A partir de ahora responderás al nombre de Arthur.
Después de unos minutos de juego, el gato se hizo una bola y se durmió a su lado, provocando la sonrisa del rubio.
—Mañana iré a ver a Arthur para agradecérselo. Y también tendré que consolarle, parecía molesto. Hm… Si le acaricio seguramente se pondrá a ronronear…
Francis sonrió con cara de pervertido y apagó la luz. Mañana iba a ser un día de lo más agradable.
Notas originales de la autora para comprender la muerte de los gatos:
Luis V murió al caerse de su caballo.
Luis IX murió de malaria.
Francisco (François) I murió por una enfermedad infecciosa de la sangre.
Enrique II murió por lesiones tras un torneo.
Carlos IX murió por una pleuresía (enfermedad pulmonar).
Notas de la traductora:
Si alguien ha encontrado algo que esté mal traducido que por favor me avise, ya que hay cosas de las que no estoy del todo segura xDD También hay que tener en cuenta que hay cosas que he traducido de forma algo más libre para que quedasen mejor en español y para evitar la repetición excesiva de palabras. En el fic original hay palabras en inglés, pero he preferido hacer la traducción completa ya que me ponía. Aparte, tengo la mitad del segundo capítulo ya traducida, así que no creo que tarde en subirlo.
Se agradecen mucho los reviews =D
