Los personajes, hechizos y escenarios manipulados son propiedad de J. K. Rowling. N/a:
James estaba histérico y Sirius ya no sabía qué hacer. La señorita Evans lo había rechazado de nuevo y pronto comenzó a inquietarse por ello. Porque a él, a James, le gustaba muchísimo la pelirroja, y comenzaba a desquiciarle la idea de que nunca le aceptaría, que nunca estarían juntos.
Por otro lado, Sirius estaba a punto de colapsar. Y no solo porque el día siguiente tendrían un examen dificilísimo de Transformaciones, sino porque estaba en plena batalla mental. Hacía unos tres años que él tenía un secreto más que prohibido. A Sirius le gustaba alguien, y lo más complejo no era que este era hombre, sino que él era su mejor amigo...
Sí, le gustaba James. No. La palabra gustar quedaba corta ante tan intensos sentimientos. Y le mataba, porque no quería cagarla, no quería destrozar la amistad, porque al fin y al cabo, él había sido su mejor amigo desde su primer día allí, en Hogwarts.
Por eso estaba tan exasperado el joven Black. Y le rompía el alma que su amigo sufriera tanto por una pelirroja soberbia que siquiera lo miraba antes de expresarle cuánto le aborrecía. Ella no se lo merecía y James tampoco merecía sufrir así.
Pronto unos gritos guturales lo sobresaltaron y volvió a la realidad. El joven Potter gritaba, ya desesperado. Porque Lily no lo quería, Lily lo ignoraba. Lily era tan linda... Pero lo trataba horrible. Lily esto, Lily lo otro, Lily, Lily, Lily.
-Eh, eh, eh... Calmate, ya pasó. La mina es una estúpida. -Dijo Sirius apacible, intentando calmarlo. Pero no lo logró. Y entonces James se cubrió el rostro y un habla áspera y temblorosa surgió de él con el dolor casi palpable.
-Es que la amo, Canuto. ¡Y-yo la amo! Y ella... -Se sentó sobre su cama y comenzó a gimotear. Y Sirius quiso que la tierra lo tragase, pero decidió mantenerse neutral.
La amaba... Él había dicho que la amaba. El joven de pié contuvo la respiración sin notarlo y prosiguió ignorando tal declaración que tarde o temprano se vería obligado a aceptar.
-James... -Caminó lentamente en dirección a su amigo, no soportaba verlo así.
-¡Soy un estúpido! -Exclamó Potter, golpeándose la cabeza, que yacía escondida entre sus piernas. -¡Un estúpido! Soy un... soy... ¡Doy asco, Canuto! Yo... -James temblaba sobre la cama y no se percató en lo absoluto de la presencia del joven Black frente a él, arrodillado.
Este último acunó su rostro enrojecido del llanto y, con ambas manos, acunó su rostro entre manos. Dejando a este sin habla y besándolo luego sin más.
Le dio tres delicados y sonoros besos cortos, hasta que James por fin habló algo aturdido:
-Sirius, yo... -Y le cortó para continuar con el beso rebosante con el mismo amor que antes, intentando relajarlo.
A todo esto, el joven Potter estaba medio adormilado por la dulzura contenida en sus besos. Lo miraba con los ojos entrecerrados y poco a poco comenzó a acalorarse. Poco a poco fue respondiéndole, llenando a Black de una felicidad inmensa.
El beso era rítmico, pero repleto de una ternura tan pura que ni palabras alcanzaban para describir tal acto. Y húmedo, por lo que James comenzó a sentirse un tanto extraño al oír y percibir los labios de ambos plegarse, y sus lenguas jugar en la boca del otro.
