¡Hola! Acabo de terminar de ver el Internado y sinceramente se me rompió el corazón con el final... y como no encontré mucho fanfics, pues decidí hacer uno para darle un final distinto y hacer mi pripio headcanon porque 1) pobre María, ya sufrió suficiente! 2) aunque fue una muerte gloriosa y lo que digan... no era necesario matar a Fermín, él también merecía su vida relativamente normal (porque en algún momento seguro que terminaría metiéndose en otro lío, al final, es el mejor :P) y feliz al lado de su amada! 3) porque María nos dijo que Fermín siempre volvía...
Originalmente iba a ser solo un pequeño escrito para cerrar la historia, pero la verdad es que me piqué y se me ocurrieron algunas ideas, así que es muy muy probable que haya más capítulos. Sé que el Internado terminó hace años, pero quizá a alguien le pase como a mí y pueda consolarse un poco con esta historia. Espero haber logrado captar a los personajes hasta ahora... y disculpen, mi español es de México, así que no logré escribir muy bien al estilo español jeje...
Fermín reunió las últimas fuerzas que le quedaban para tratar de hablar mientras su amada María le rogaba que no la dejase. Deseaba con todo su ser que María no estuviera tan triste, haberle ahorrado tanto dolor y saborear su sonrisa al verlo volver una vez más, pero esta vez no podría ser así, ya no. Desde que habían descubierto al traidor supo que su misión era casi un suicidio, pero una pequeña parte de él había confiado en su buena suerte, al final, todo dependería de cuánto tiempo podría hacer antes de que Garrido notara que le habían tendido una trampa. Lamentablemente, se había salvado de muchas ya, eventualmente la suerte tendría que acabarse. Se acordó de Nora y de Saúl, ya no había más que hacer y apenas podía mantenerse consciente. No quedaba más. Estaba cansado y había cumplido su misión. Había salvado al mundo y María estaría a salvo con Iván. El fin del cocinillas había llegado.
-Sabes cuánto te he querido, ¿verdad?– susurró con todo su esfuerzo antes de dar el último suspiro y entregarse a la muerte.
María tardó un momento en darse cuenta, pero al no escucharle más y sentir su cuerpo exánime sobre su regazo lo comprendió. Trató de despertarle, pero esos expresivos ojos aceitunados que brillaban cada vez que la veían no volvieron a abrirse más. No era justo, no tan cerca del fin. Fermín había hecho tanto por todos ellos, y se había salvado por un pelo en tantas ocasiones, si tan solo hubiera llegado antes, si lo hubiera acompañado… Era un súper héroe, pero al final era humano y también necesitaba de alguien que le cuidase la espalda. Su llanto se volvió desgarrador, María era fuerte y finalmente había recuperado a su hijo, pero todo lo que le había dicho a Fermín era cierto. Jamás amaría a otro hombre como a él y su corazón se estaba haciendo pedazos. Lo necesitaba. Y ella también quería hacerlo feliz, finalmente ver sus ojos despejados del sufrimiento y del peso del mundo en sus hombros. No, esto no era justo.
Rebeca estaba feliz de verlos a todos sanos y salvos, finalmente se había acabado el infierno. Miró a su alrededor en busca de su compañero, era hora de intercambiar una sonrisa cómplice, lo habían logrado. Sin embargo, Fermín no estaba ahí, ni María. Sintió un vuelco en la tripa y tuvo que contener los deseos de expulsar el poco contenido que quedaba en su estómago. Conocía a Fermín, estaba segura de que habría tomado la parte más arriesgada de la misión para no exponer a nadie más.
-¿¡Dónde están Fermín y María!?- preguntó a Martín con un hilo de voz.
-Deben estar por donde explotaron las minas, Fermín salió con Garrido pero…- murmuró Martín bajando la mirada y acarició su brazo. Su tono de voz reflejaba la misma sospecha que ella tenía.
La mujer espía cerró los ojos y aspiró tratando de mantener la calma. «Quizá aún no es tarde» pensó y se echó a correr en dirección de las explosiones.
A pesar de estar tan herido, Fermín y María habían logrado acercarse bastante a donde saldrían todos, por lo que en cuestión de minutos Rebeca dio con ellos. Se detuvo unos pasos atrás, sintió cómo se le cerraba la garganta y sus ojos se llenaban de lágrimas, su amigo estaba cubierto en sangre y más pálido que nunca, y el aspecto inconsolable de María era indescriptible. Caminó lentamente intercambiando miradas con Iván y Julia, ambos contenían lágrimas silenciosas, después de todo, era difícil no cogerle cariño al cocinero del internado y menos evitar compadecerse del dolor de María. Sus ojos reflejaban lo peor. Se derrumbó del otro lado de Fermín y tomó su mano. Estaba helada. Fermín se había convertido en un hermano para ella, siempre dándole ánimos con una sonrisa. Sabía que su deber era consolar a María, pero antes debía despedirse. Acercó el dorso de la mano de su compañero a su frente y trató de controlar las ganas que sentía de reclamar al destino tan cruel jugada.
Fermín abrió los ojos, ya no sentía dolor ni escuchaba nada. El olor a humo, tierra y sangre había sido sustituido por otro más extraño y agradable… ¿el olor del sol, de la luz? No podría explicarlo, pero esa era la sensación que le daba. Miró a su alrededor, no había nada, solamente un cálido resplandor que iluminaba todo. «Y yo que me esperaba un jardín lleno de árboles frutales como menos»
-Carlos- escuchó una voz familiar detrás de él.
Sonrió anticipando el reencuentro con el viejo, pero para su sorpresa, al voltearse no se encontró solamente con Saúl. Formando un medio círculo, a un lado de Saúl se encontraban su padre y Elsa, y al otro lado estaban Nora, Lucía y Amelia. Sus cuerpos parecían emanar luz. Sintió curiosidad y miró a su propia mano. Él no estaba rodeado de luz, de hecho, su cuerpo se sentía casi etéreo. Frunció el ceño algo extrañado y luego volvió los ojos hacia los presentes. Sintió el impulso de bromear, pero un descubrimiento más importante ocupó sus pensamientos.
«Rebeca no está, ¡debe seguir viva!» suspiró aliviado. Al menos ella sí podría tener una vida normal ahora. No gracias a él. Él le había fallado. Pero pocas personas merecían más que ella poder hacer una vida normal al lado de la persona que amaba. Se sonrió «Bien por ti, Rebeca. ¡Esta vez no lo dejes ir!»
-Lo lograste. Finalmente se reunieron Marcos y Paula con su madre y su hermano- dijo Nora con una sonrisa. Durante el poco tiempo que habían compartido habían sido adversarios, pero al final Fermín no le consideraba una mala persona y habían llegado a un entendimiento antes de que ella muriera.
Fermín sonrió asintiendo. -Bueno, tú te llevaste la parte más difícil- bromeó –No, vale, que si no hubiera sido porque encontraste a Irene Espí quizá nunca se habrían reunido.
-Lamento no haberles podido advertir lo de Garrido- murmuró Amelia a un lado de Nora.
-Yo siento no haber podido ayudarte más, Amelia. Te prometí que te protegeríamos y al final no pude hacer nada- respondió el espía apenado.
-Carlos- lo volvió a llamar Saúl.
Fermín intercambió una pequeña sonrisa con Amelia y volvió la mirada hacia Saúl. -¿Qué pasa, Viejo, estás juntando al equipo para hacer una misión secreta aquí también? Venga, dame un momento para pensármelo, si ni siquiera me he instalado aún-
Saúl sonrió al eterno sentido del humor de su más confiable espía y luego retomó una expresión de seriedad. –No, Carlos, estamos aquí para hablar contigo. Para ayudarte a tomar una decisión-
El súper héroe del internado frunció el ceño y colocó las manos sobre la cadera. De pronto sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal y un dolor punzante en el vientre. – ¿Ah sí? -
Entonces su padre colocó una mano sobre su hombro.
-Carlos, por mi culpa, la única meta que seguiste a lo largo de tu vida fue encontrar a mi asesino y después cazar a los nazis restantes. Pero tú lograste que no te consumieran el dolor y la ira de toda la verdad, de mis pecados y de la crueldad del mundo, al final luchaste por algo más grande y ayudaste a todos los que se cruzaron en tu camino. Hiciste muy bien hijo, estoy orgulloso de ti-
Fermín bajó la cabeza y pasó el dorso de la mano disimuladamente para limpiar unas lágrimas que por poco se escapaban, era extraño pensar que aún muerto podía llorar. Deseaba que su padre tampoco hubiera cedido a su sed de justicia ciega, pero ahora era capaz de entender todo el sufrimiento por el que él y Saúl habían pasado y simplemente se sentía feliz de verle en paz.
-Para, hombre, que me haces sonar como un verdadero mártir. Si tampoco he sido un santo ni mucho menos, eh?- rió con expresión sagaz tratando de relajar el ambiente.
-Quizá no, pero tampoco seguiste el último consejo que te di, ¿verdad?- le riñó Saúl con una sonrisa torcida.
«Es increíble pensar que este es el mismo hombre que me inyectó procaterol 14 alguna vez» -Anda, ¿pero es que la señal no es muy buena aquí? Parece que te perdiste lo mejor de la historia. María y yo nos reencontramos y hasta pudimos casarnos. Tío, fue difícil y tuvimos pocos momentos de paz, pero ha valido la pena-
-¿Y te has quedado conforme con eso? ¿Cumpliste todas tus promesas?- habló Elsa cruzando los brazos.
-Bueno, hombre…- sus ojos se pasearon rápidamente por los presentes antes de fijarse en sus pies. De pronto sintió un nudo en la garganta. Se sentía en paz porque creía haber dado todo lo que le quedaba. Sabía que todo había terminado y que los que se quedaban estarían a salvo y felices, que María tenía muchos amigos y sobre todo que podría estar con su hijo, pero al final las preguntas eran válidas. Ahora María podría cuidar de Iván, pero también le había pedido tener una vida normal con él, le había rogado que dejara de arriesgarse y que no la dejara, y él, él se había resignado con una sonrisa a su destino, los "súper héroes" al final terminan muriendo casi siempre, ¿no? Sabía que María sería capaz de seguir adelante, era fuerte, y si ella lo deseaba, no pasaría mucho antes de que un hombre mejor que él se enamorara de ella, pero… -No podía dejar que alguien más se arriesgara. Además, era más importante que los demás protegieran a los niños...- Se pasó la mano por la cabeza, -Dios, claro que hubiera querido envejecer al lado de María, hacerla feliz cada día, tener una vida normal, pero… no había otra opción. Solo desearía no haberle hecho tanto daño. Al final Rebeca tenía razón conmigo, yo era incapaz de tener una vida normal, quizá hubiera sido mejor nunca acercarme a ella…-
-Vamos, ¿pero qué dices?- negó Elsa incrédula, -Seguro que fue difícil para María cuando no lo sabía todo... y saber que arriesgabas la vida a diario, pero vosotros se complementaban a la perfección y eran la pareja más doméstica que jamás haya visto. Cubriéndose la espalda, echándose miradas sutiles mientras trabajaban, robando abrazos y mimos al tiempo, bromeando por los pasillos del Internado, preparando tortitas de nata…-
El cocinero sintió una tremenda nostalgia, era cierto, nadie se acercaba a María y al amor que sentía por ella. Siempre había sabido disfrutar las cosas pequeñas de la vida, pero desde que había conocido a María, era como si su mera existencia le hubiera dado toda una nueva gama de colores que ni siquiera había imaginado que podían existir a su vida. Y sin embargo, al final no había podido cumplir su promesa de estar ahí para protegerla y hacerla feliz el resto de sus días.
-Vale, vale, pues sí que la pasamos bien pero…- Fermín cerró los ojos con fuerza, -ya no hay nada que hacer, ¿no?… Maldición, Saúl, ¿a qué viene esto ahora?- exclamó dejándose sentir la gran tristeza que le inundaba por dejar a María. Al mismo tiempo, estuvo casi seguro de que escuchaba la voz de María quebrarse llamándolo una y otra vez.
-A que aún podrías volver- declaró su viejo jefe.
Fermín se quedó estupefacto por un momento, no podría ser una broma pesada, ¿verdad? Sus ojos se iluminaron y pasando las manos por el pelo sonrió como si se encontrara en un sueño.
-Pero, ¿cómo? Esto no es una chorrada, ¿verdad? - sintió la temperatura de su rostro elevándose solamente de pensar en la ínfima posibilidad de volver a ver a María. Aunque fuera por unos minutos más.
-No, claro que no. Tu espíritu estuvo listo para salir del cuerpo cuando aceptaste tu muerte, pero aún te quedaba un poco de fuerza- dijo Lucía.
-Creímos que después de todo lo que has hecho merecías un pequeño regalo del más allá- agregó Amelia sonriendo.
-Si decides quedarte, ya no habrá más sufrimiento y finalmente estarás en paz, pero si quisieras volver con María- comenzó Saúl antes de ser interrumpido.
-¿Pero qué hay que decidir?, hombre, si puedo volver…- exclamó Fermín con una sonrisa incontenida.
-Espera, Carlos. Debes escucharlo todo- lo detuvo el viejo espía.
Fermín rebalanceó su peso moviendo las piernas con impaciencia. –De acuerdo-
-Si vuelves, lograrán detener la hemorragia a tiempo para salvarte, pero la recuperación será larga, dolorosa y difícil. Has perdido mucha sangre y la cuchilla perforó tu intestino, así tendrán que mantenerte por mucho tiempo en terapia intensiva para salvarte de la septicemia y la pérdida de sangre. Necesitarás varias operaciones y tendrán que remover parte de tu intestino, lo que dejará varias secuelas…- explicó la doctora antes de dar un suspiro profundo, -Me temo que es muy probable que vivas con dolor crónico por el daño en los nervios que recibiste también-
Fermín no se pensó dos veces el costo que tendría para él volver, solamente había algo que le preocupaba -Pero… ¿al final es seguro que sobreviviré? María ya tuvo suficiente sufrimiento desde que entró al internado y luego el virus, la mina y esto- señaló hacia donde había estado la herida, -...no quiero darle esperanzas y hacerla llorar mi muerte una vez más- murmuró deseando con todo su ser que la respuesta fuera afirmativa. –Y si es así, ¿aún seré capaz de vivir la vida que quiere?
-Bueno, no sabemos todos los detalles, ni podemos contarte todo lo que sabemos, pero después de pasar lo peor, aunque difícilmente podrás volver a ser el súper héroe que conoció María, podrás estar ahí para ella y para Iván- asintió Amelia.
-Mientras pueda hacer feliz a María, nada más importa- respondió el cocinero extasiado. Estaba seguro de que pocas personas serían tan afortunadas como él de haber encontrado al amor de su vida, si tenía una oportunidad más, si podía volver para hacer feliz a su amada por el resto de su vida, cualquier dificultad valdría la pena.
Saúl sonrió complacido, -Bueno, pero más te vale escucharme esta vez y pensar un poco en ti de vez en cuando, no creas que tendrás tanta suerte la próxima vez-
Fermín asintió sintiéndose incapaz de encontrar palabras suficientes para agradecerles -Gracias a todos-
-Tenía una deuda que saldar contigo, ¿no?- sonrió Lucía, -Y... si es posible, por favor asegúrate de que mi hijo esté bien-
-Disfruta a todos los que te quieren, Fermín, y no cargues más tus problemas solo, eh?- le sonrió Elsa por última vez.
-Cuida a los chicos por mí- dijo Amelia mientras a su lado aparecía su hermano y colocaba el brazo alrededor de sus hombros.
-Estamos orgullosos de ti, hijo- alcanzó a escuchar a su padre mientras a su lado igualmente aparecía su madre que sonreía con una mirada clara como cuando aún tenía todas sus facultades.
-Gracias, les prometo que esta vez no habrá nada más importante que cuidar de María. Y me aseguraré de que todos estén bien- asintió hacia Lucía y Amelia. -Además, ¡esto de estar al borde de la muerte dos veces por mes ya me estaba cansando! - rió antes de que un dolor punzante en el vientre lo hiciera cerrar los ojos y perder nuevamente la conciencia de su alrededor lentamente.
Rebeca sostenía la muñeca de Fermín para acercar la mano a su frente cuando sintió un suave y frágil golpeteo contra su dedo pulgar. Se quedó congelada por unos segundos. ¿Lo habría imaginado? Rápida pero sutilmente reacomodó los dedos y buscó pulsaciones. Pasó unos segundos conteniendo la respiración «Por favor, por favor, que no haya sido imaginación mía…»
Necesitó unos cuantos segundos más antes de que lo notara de nuevo, pero ahora estaba segura. Ahí estaba, un débil golpeteo contra sus dedos. Apenas era perceptible y era bastante errático, después de todo había perdido mucha sangre, pero quizá si lograban llevarlo al camión médico militar que había visto en el campamento…
-¡María!- exclamó.
María estaba aún conmocionada, incapaz de calmar el llanto, pero respondió suavemente. -¿Qué-qué pasa, Rebeca? -
-Fermín… mira- tomó la mano de María y colocó sus dedos sobre la muñeca del cocinero.
La mujer abrió los ojos como platos comprendiendo lo que Rebeca quería decir. Contuvo la respiración mirándola sin parpadear. Un segundo, dos segundos... tan lentos a diferencia de su corazón que parecía querer salirse de su pecho y de pronto, ahí estaba, el débil palpitar del corazón de su amado Fermín.
-¡Aún está vivo!- susurró Rebeca con lágrimas en los ojos.
