CAPÍTULO 1
DE VALOR Y FUERZA
Notas de la autoria.
Pareja; Ronald Speirs/Carwood Lipton
Autor; Nanuk Dain
Traducción; Skymoon1977
Enlace a la historia original; http: / camp-toccoa. livejournal. com/676440. html
Resumen; El convento de Rachamps es un lugar lleno de epifanías. O de cómo Speirs puede sentirse abrumado por su sargento primero.
Lipton supo con absoluta certeza que finalmente la Easy volvía a tener un buen líder cuando vio al teniente Speir correr a través de las líneas alemanas y regresar al lugar tras el que se encontraban refugiados él y Luz como si nada. Se sintió incapaz de apartar la mirada, incapaz de evitar la sonrisa que asomó a su cara ni la emoción que atravesó todo su cuerpo.
Había tenido un atisbo antes, cuando el nuevo oficial al mando había relevado a Dike y, tras haber escuchado la descripción que Lipton había hecho sobre la situación, dio las órdenes necesarias con rapidez, precisión y asumiendo el mando sin el menor atisbo de duda. Ahora el teniente Speirs estaba acuclillado a su lado, empuñando un arma que no había dejado de tener preparada ni aún durante su loca galopada. En eso momento Lipton supo que su sospecha había acabado siendo cierta.
Se dio cuenta de que se había sentido mejor desde hacía meses.
Luz vio la mano sobre el hombro de Lip e intentó ocultar su sonrisa.
La mano del teniente Speirs, para ser exactos. En el hombro de Lip. Otras veces era sobre su hombro. O su codo. Una vez, unos cuatro días atrás en Foy, justo después de que hubiera corrido como un loco delante de un pelotón de alemanes, George la había visto sobre su muslo. Para ser el bastardo hijo de puta que se rumoreaba, el teniente se tomaba demasiadas confianzas con su sargento primero.
Era tan obvio. Algunas veces Luz no podía evitar preguntarse como Lip se las arreglaba para parecer tan inocente, casi ingenuo, en medio de esta horrible guerra. Porque de alguna manera era evidente que seguía siéndolo, al menos en algunas situaciones, lo cual hacía que el asunto de Speirs resultase más fascinante. Porque Luz se preguntaba cuándo se daría finalmente cuenta de que el teniente le trataba de manera diferente. Y cómo reaccionaría ante ello. Lip no era la clase de persona a la que le agradasen los tratos de favor, incluso aunque eso significase que Speirs le aceptaba en vez de ignorarlo como a todo el mundo. Era por ello que a los hombres les gustaba tener a Lip como colchón entre ellos y Speirs.
Un colchón que funcionaba de maravilla, por otro lado.
Speirs le dijo algo a Lip mientras sacaba su paquete de Lucky Strikes y se ponía un cigarrillo entre los labios. Entonces extendió la cajetilla hacia el otro ofreciéndosela, Luz vio fascinado como Lip aceptaba un pitillo sin el más ligero titubeo. Su superior volvió a guardar el paquete en el bolsillo superior de su chaqueta y sacó un mechero con el que encender su propio cigarro. Lip le cogió la muñeca, protegiendo del viento la llama con su otra mano y se inclinó para encender su propio Lucky Strike.
Si se hubiera tratado de cualquier otro hombre Luz no se habría sentido tan asombrado. Pero con Speirs y todos los rumores que había a su alrededor, el que hubiera entregado uno de sus cigarros era casi sinónimo de que alguien de la compañía iba a morir. El técnico en comunicaciones no recordaba que nadie los hubiera aceptado cuando el teniente los ofrecía. Aunque no es que lo hiciera a menudo. Este gesto solo parecía estar reservado a Lip y Nixon.
Una vez que estuvieron encendidos, volvieron a hablar, y después de un momento, Speirs se giró para irse. Su mano regresó al hombro de Lip en un pequeño gesto que parecía ser una despedida abandonándolo tan rápido como lo había puesto, Luz estaba seguro que Lipton ni tan siquiera había sido consciente de ello. Tal vez había llegado el momento de cambiar eso, pensó mientras veía como el sargento primero se dirigía hacía la parte trasera del camión en la que él mismo estaba sentado. La mayoría de los hombres se encontraban ya en el interior de las casas en las que iban a pasar la noche antes de seguir hacia Rachamps pero Luz había preferido pasar un momento a solas y se había situado en la parte trasera del vehículo que estaba aparcado delante de la casa.
- ¡Ey, Lip! Has aceptado su cigarro y aún sigues vivo. - le saludó con una sonrisa. - Quizá, después de todo, los milagros si existen. - Lip se apoyó contra el camión y miró a George que estaba sentado con las piernas colgando sobre el borde.
- No es un milagro, Luz. Solo es un cigarro.
- Otros que los han aceptado han muerto. - No pudo dejar de hacérselo notar. Levantó la ceja al mismo tiempo que seguía hablando. - Sabes que eso significa que le gustas, ¿verdad?
- Que me haya ofrecido un cigarro no significa nada. - afirmó Lip mientras le tendía él mismo un pitillo a Luz quien lo miró por un momento con suspicacia antes de aceptarlo. Joder, un cigarro era un cigarro. Y no era como si se lo estuviera ofreciendo el propio Speirs, aunque fuera uno de sus cigarrillos. - Realmente no deberías creerte todos los chimorreos que oyes, George.
- No estoy hablando únicamente de fumar, Lip. - Replicó Luz entre dos caladas.
- ¿Entonces de que estás hablando? - La postura del sargento se relajó mientras aceptaba también él el cigarro que el otro le tendía.
- Quiero decir que le gustas. - Aclaró poniendo énfasis en las palabras. Tenía que avanzar porque realmente la situación comenzaba a ser ridícula. - Quiero decir que si en algún momento le das tu opinión cuando creas que está equivocado me parece que se pensará muy seriamente si sería adecuado pegarte un tiro -cosa que si hiciera cualquier otro no le provocaría duda alguna. - Lip le miró con una expresión escéptica.
- Estás exagerando bastante. No le dispararía a nadie por eso.
- No te dispararía a ti, eso seguro. - Luz sonrió y aceptando de nuevo otro cigarro. - ¿Porqué crees que nos gusta usarte para que hables con él en lugar de hacerlo nosotros mismos? - Lip resopló con una risita.
- Cobardes.
- Bueno tienes que admitir que te escucha. Te pide consejo. Ni en sueños los demás podríamos creer que eso nos vaya a suceder a nosotros. - Y añadió casi como si se le hubiera ocurrido repentinamente. - A excepción, claro está, de Winters y quizá Nixon.
- No es tan malo como pueden hacer parecer los rumores, Luz. - Lip cogió el Lucky Strike e inhaló. - dale una oportunidad.
- Oh, no hay duda de que es un oficial excepcional. - Agregó Luz sin titubeo. Desde luego, él prefería seguir a Speirs antes que a Sobel o a Norman Trincheras. Al menos Speirs sabía lo que hacía, y no se refugiaba en la retaguardia mientras sus hombres hacían el trabajo sucio. Nadie dudaba de sus cualidades como líder. Era más bien su personalidad lo que les intrigaba. Cosas como el ofrecer fumar a veinte prisioneros alemanes antes de matarlos o disparar a uno de sus hombres por estar borracho y negarse a seguir las órdenes.
- Entonces, ¿porqué sois tan cautelosos con él? - Inquirió Lip echando otra bocanada. El pitillo casi se había consumido. Luz se encogió de hombros, realmente no tenía respuesta para eso. Era solo una impresión.
- Me pregunto cómo haces tu para no sentir esa misma cautela.
- Eso es porque no presto atención a los rumores, Luz. - enfatizó Lip dirigiéndole una mirada cargada de reproche a su acompañante. - Prefiero formarme mis propias opiniones. - George resopló e inhaló de nuevo de su cigarro.
- Para ti es fácil decirlo, dado que pareces gustarle.
- ¡Qué manía con eso de que le gusto! - Exclamó Lipton mirándole con el ceño fruncido. - No me trata de manera diferente al resto de los hombres
- Si lo hace. - Respondió Luz y exponiendo su teoría añadió. - Te toca. Constantemente, si me permites la observación. No lo hace con nadie más. A menos que esté intentando matarlos.
- Ahora si que estás exagerando, Luz. No me toca todo el rato. - respondió Lip moviendo la cabeza, su voz tenía un tinte entre la exasperación y la jocosidad mientras pisaba contra el pavimento el consumido cigarro. - De verdad que no sé de dónde sacas esas ideas, George.
- ¿Crees que es solo imaginación mía? - Luz se encogió de hombros, completamente convencido de que tenía razón. - Bueno, solo tienes que prestar atención. Te darás cuenta tu mismo.
Y prestó atención. No es lo que quería pero una vez Luz había dicho esas palabras, Lipton se vio incapaz de no hacerlo. Quizá solo fuera curiosidad. Quizá solo el deseo de confirmar su impresión de que estaba exagerando.
Pero no sucedió. A Lipton tan solo le llevó un día darse cuenta de que cada palabra era cierta. Que realmente Speirs le escuchaba, que realmente le tocaba. Lo cual era enervante, porque una vez empezó a prestar más atención al teniente y a su comportamiento, Lipton notó que todo lo que le había dicho Luz era cierto. Speirs le tratabade forma diferente. Y los hombres, efectivamente le usaban de transmisor ante el teniente cuando sospechaban que alguno de sus asuntos podía no ser tomado de buena manera.
Estaban preparando el ataque a Rachamps. Winters, Nixon y Speirs se encontraban estudiando los mapas y, siguiendo las órdenes de este último, Lipton se unió a ellos. Había sido incluido en los preparativos y no pudo dejar de notar como Speirs le pedía consejo sobre las mejores posiciones en las que colocar a los hombres. De nuevo Luz estaba en lo cierto.
Antes del ataque, cuando los hombres estaban en sus posiciones Speirs se acuclilló a su lado sobre el helado suelo, Lipton sintió la mano sobre su hombro, sintió que se lo apretaba.
A por ellos, sargento. - Oyó la voz calmada de Speirs, justo antes de que el teniente gritara la orden de atacar. En medio del caos de la batalla era fácil atribuir el aleteo en su estómago a la adrenalina que le recorría el cuerpo.
Lo que finalmente le asombró fue la honesta y cálida sonrisa en el rostro de Speirs, una sonrisa que también brillaba en sus ojos cuando en el convento de Rachamps le anunció que iba a ser ascendido. Eso le pilló totalmente fuera de juego. No había esperado que el rostro de Speirs cambiara tanto, nunca se habría imaginado que los ojos le brillaran de esa manera, lo asombrosamente joven que le hacia parecer.
Era hermoso.
Ni tan siquiera había previsto su propia reacción. El estómago revuelto, el repentino deseo de ver esa sonrisa de nuevo. Se sintió como si estuviera paralizado, sin poder reaccionar apropiadamente, dividido entre la alegría de su ascenso y la conmoción que le produjo darse cuenta de que su oficial superior era tan atractivo. Sabía que el hormigueo que sentía en la punta de sus dedos era producto de querer saber que se sentiría al abrazarle ahora que el velo que cubría su rostro había caído.
Y nunca habría esperado ver su deseo reflejado en los oscuros ojos verdes de su teniente. Aunque solo fue por un instante había sido suficiente. Cuando Speirs se excusó y se fue, Lipton permaneció en el mismo lugar, frente al banco en que había estado sentado, viéndole alejarse. Hubo una breve mirada antes de que Speirs saliera por fin, en ese momento sus ojos se encontraron, fue ese momento en el que Lipton se convenció de que no se estaba imaginando nada.
Speirs no era la clase de hombre que miraba hacia atrás. Y lo había hecho.
Más tarde, cuando Lipton se dirigió a la celda que se le había signado para esa noche, la celda que se suponía debía compartir con el teniente, sus pensamientos eran un caos. No sabía que había ocurrido exactamente en la iglesia, pero algo había cambiado. Sabía que había visto una parte de Speirs que no mucha gente había presenciado y también sabía que su superior nunca actuaría en consecuencia. No sabía que hacer, cómo comportarse cuando volviera a verle.
Pero la decisión dejó de tener sentido cuando entró en la celda y le vio apoyado contra la pared, de espaldas a él, con una mano apoyada en el rugoso muro, agachada la cabeza, un cigarro bailando entre sus dedos. Ante el sonido de sus pasos, Speirs levantó la cabeza y enderezó su postura inmediatamente, pero Lipton ya le había visto la cara antes de que tuviera tiempo de enmascarar sus emociones.
El cansancio. El dolor. La desesperación. El agotamiento. Las mismas cosas que sentían todos, las que brillaban en los ojos de los hombres casi a cada momento. Cosas que Speirs nunca mostraba.
No dudó ni un momento, no pensó ni en lo que estaba haciendo, se movió por instinto como lo hacía en el campo de batalla. Se movió hasta ocupar el espacio personal del teniente, sus manos se posaron en los costados del teniente, tirando poco a poco de él para abrazarle firmemente. Fue cuando sintió que el cuerpo que estaba entre sus brazos se relajaba, se recostaba contra el suyo, y entonces se dio cuenta de que él jamás le había tenido miedo al teniente Ronald Speirs.
Ni siquiera ahora.
Había estado vencido desde el momento en que se perdió en esos oscuros ojos, allí, en la parte trasera del pajar en Foy, con las balas volando a su alrededor y con los gritos de los hombres a ambos lados de la línea. Cuando tocó por primera vez al hombre, cuando su mano sintió el firme hombro que se escondía bajo las capas de ropa, lo supo. Siempre había sido un hombre que mantenía las distancias, físicas y emocionales, pero con Carwood Lipton se vio incapaz de mantener las manos quietas. Era como una compulsión, algo que estaba fuera de control. Sin embargo dado el escenario en el que se encontraban no tenía tiempo de pensar en ello. Cuando escuchó el coherente y conciso informe sobre la situación, cuando vio al sargento primero en combate y, después, cuando Lipton cruzó el pueblo a la carrera para atraer la atención del francotirador y dar a sus hombres la oportunidad de dispararle, Speirs había sabido subconscientemente que había elegido adecuadamente. Y que no había nada que pudiera hacer en contra de esa decisión.
Los días siguientes habían sido iguales a los anteriores, con la única excepción de que ahora dirigía a la Easy. Pero seguía siendo la misma guerra. Las cosas eran las mismas.
Bueno... excepto que no lo eran. Tan solo necesitó unas pocas horas para darse cuenta de que el sargento primero Lipton era el verdadero corazón de la Easy, que era la razón por la que habían llegado tan lejos. Speirs escuchó las conversaciones de los hombres, revisó los informes, habló con Winters y Nixon. Observó, prestó atención y mantuvo las distancias. Se formó su propia opinión acerca del hombre que sabía que le podía hacer más daño que cualquier bala.
Cuando tomaron Noville ya tenía el conocimiento suficiente como para confiarle a Lipton el liderazgo de su propio batallón. Si era honesto consigo mismo ya había comenzado a confiar en él en Foy. Pero en el momento en que tuvo que tomar la decisión no dudó ni un instante y le asignó el pelotón que encabezaría la toma. La operación se desarrolló sin contratiempos, y a la noche cuando le ofreció un primer cigarro – sobretodo para ponerle a prueba- se sintió secretamente satisfecho de que el hombre no dudara al aceptarlo. Después de eso, convirtió en un hábito ofrecerle tabaco.
Fue en el convento de Rachamps, donde la música celestial junto con el sosiego del lugar hizo que los hombres bajaran la guardia hasta casi olvidar la guerra, cuando él mismo bajó la guardia casi sin darse cuenta. Sabía que no debía relajarse mucho estando tan cerca de Lipton, que el hombre había visto algo en sus ojos antes de que se fuera hacia el cuartel general, que no debería haber echado una última mirada hacia atrás. Pero había ocurrido porque fue casi como si su propio cuerpo no le obedeciera. Y el sargento primero se había percatado.
Speirs se alegró de que la celda que compartía con él estuviera vacía cuando regresó. No quería encararse con el hombre ahora... no cuando sentía que el cansancio de las últimas semanas le había golpeado repentinamente con fuerza y necesitaba tiempo para recuperarse, para volver a recomponer la máscara. Sin apenas darse cuenta, Lipton había empezado a derribar las barreras que Speirs siempre había mantenido firmemente alzadas entre él y el resto del mundo. Había sido más fácil sostenerlas cuando estaba solo, cuando la única cosa de lo que tenía que preocuparse era de ganar la guerra.
Apretó los dientes, sacó un cigarro y se lo encendió, dio una profunda calada que le llegó hasta los pulmones, esperando que la habitual sensación de alivio le llegara. Pero esta vez no lo hizo, solo sintió el humo quemándole la lengua. Se sintió increíblemente vulnerable en ese momento, ni siquiera su habitual desahogo funcionaba, apoyó uno de sus brazos contra la pared, dejando que todo el peso de su cuerpo recayera sobre él. Su otra mano cayó sin fuerza hacia el costado y dejó que su cabeza se inclinara, cerró los ojos. Solo por un momento, solo durante el tiempo que necesitara para volver a su viejo yo. Para recuperar las fuerzas, para no mostrar emociones, para asustar a los hombres ofreciéndoles cigarros, para defender de la mejor manera posible su reputación. Siempre había sido muy bueno haciéndolo.
De repente escuchó unos silenciosos pasos detrás de él, en la puerta, no pudo evitar ponerse firme adoptando la posición militar que su entrenamiento le había enseñado. Encontró a Lipton en la entrada de la celda, sus ojos llenos de honesta preocupación, un gesto de inquietud en su cara. Lo había visto todo, lo había entendido todo. Le había visto con los escudos bajados, y Speirs lo sabía.
Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, le vio atravesar la distancia que les separaba, sintió sus manos en sus costados. Los ojos de Lipton no abandonaron los suyos hasta que estuvieron demasiado cerca como para ser capaces de mirarse el uno al otro. En ese momento se dio cuenta de que el sargento primero le había rodeado con sus brazos y le atraía hacia él. Por un momento, se sintió aturdido por la sorpresa, quizá incluso asustado. No podía recordar cuando había sido la última vez que le abrazaron con tanta fuerza y preocupación, sin otra intención más que sostenerle, reconfortarle y protegerle. No creía que nadie lo hubiera hecho desde que había abandonado la niñez. Desde que había comenzado a valerse por sí mismo.
Y era exactamente lo que necesitaba, aunque no lo supiera. Una celda en un convento no era, probablemente, el lugar más adecuado para esto, pero estaban en guerra y Speirs había dejado de preocuparse hacía mucho de lo que era "apropiado". Así que por un momento, dejó que sus ojos se cerraran y su frente descansó sobre el hombro de Lipton, su cabeza ligeramente virada tocaba con la nariz la piel de la garganta del sargento. La sintió áspera por la barba, y lentamente fue acariciándola con la nariz, sintiendo los cortos pelos en su piel, en sus labios. Olía a sudor, a pólvora, el humo de los cigarros había impregnado la ropa, aspiró profundamente. Bajo todos aquellos olores había otra esencia, algo que catalogó como simplemente Lipton. Era perfecta.
Ante cualquier acto de su vida, Speirs se había siempre movido entre el todo y la nada. Así que en este preciso segundo decidió que le daría todo lo que era a Carwood Lipton.
Aunque no tenía intención de decírselo.
