Cocina conmigo by Gale el Remolino
Salió decidido de su cuarto y se dirigió al salón, donde se encontraba su familia. Se puso delante de la televisión, recibiendo algunas quejas. No importaba. Debía dar su mensaje. Alzó la voz y dijo, bien alto y claro:
—Familia, me voy de casa.
—Muy bien hijo —dijo la madre mientras giraba la cabeza para ver la televisión.
—Cuídate, hermano —La hermana menor del chico hizo lo mismo que su madre.
Taichi se quedó callado y reflexionó. De nuevo, recibió más quejas de que estaba bloqueando el campo de visión familiar, esto es, la tele. Se hartó de permanecer callado.
—¿No me vais a preguntar a dónde voy? ¿Si viviré cerca o lejos?
—¿Dónde vas? —preguntó la madre.
—¿Vives cerca o lejos? —siguió la hermana.
—Grandes preguntas —Taichi afirmó orgulloso y apagó la televisión, sentándose en el sofá junto a las dos mujeres. Ellas suspiraron. Al final tendrían que escuchar a Taichi si querían que este los dejara en paz —. Me voy a uno de los apartamentos compartidos que tiene la universidad durante un tiempo. Mientras ahorro dinero con trabajos de medio tiempo, iré observando los posibles y baratos dúplex que haya por ahí.
Taichi y su obsesión por los dúplex. Volvieron a suspirar.
—Me parece muy bien, hijo. Entonces, ¿tendrás suficiente dinero como para comer fuera todos los días? —interrogó la madre.
—¿Cómo dices? —El joven tragó saliva.
—Hermano, siempre se te ha dado mal la cocina. Me da a mí que morirás del hambre en menos de una semana si te vas.
Las chicas se echaron a reír, lo que provocó el enfurruño de Taichi. Salió por la puerta, ofuscado, y caminó durante un buen tiempo por las calles y callejuelas mientras planeaba su futuro. Les demostraría a esas dos que era capaz de convivir solo y sin la ayuda de nadie.
Un folleto en blanco y amarillo, que era arrastrado por el viento, acabó golpeando la cara del chico. Lo cogió y le echó un vistazo: "Clases de cocina para principiantes. Clases extracurriculares de cocina". Sonrió, ya sabía cómo hacerlo.
.,.
—Bien alumnos —Un chico alto y rubio, de ojos azules, paseaba con un delantal rosa atado a la cintura —, soy el profesor Yamato, Yamato Ishida. Os advierto que mis clases no son moco de pavo, no son para nada fáciles. Os voy a hacer sudar la gota gorda a todos y a todas —Taichi levantó una mano pero Yamato la ignoró —. Vais a tener que esforzaros si queréis salir de esta clase como personas de provecho y como...
—Disculpe, profesor Yamato —interrumpió Taichi.
Yamato negó con la cabeza y soltó un leve suspiro.
—¿Alguna pregunta, alumno?
—Sí. Mi primera pregunta es: ¿Por qué habla en plural si solo yo he asistido a su clase?
Esa era la cruel realidad. Yamato solo tenía un alumno en la clase. Un alumno al que, por alguna misteriosa razón, estaba comenzando a odiar desde los primeros segundos. Se aclaró la garganta para contestar.
—Los alumnos de las clases de cocina estamos todos de exámenes, es normal que apenas haya venido gente.
—Si solo he venido yo.
—¡A callar! —ordenó Yamato. Taichi volvió a levantar la mano —¿Segunda duda, alumno?
—¿Por qué llevas un mantel rosa atado a la cintura?
Yamato silenció el ambiente con su indiferencia.
—Como se nota que nunca has puesto un pie en la cocina —dijo al fin —. En fin, comencemos con un plato típico de la gastronomía francesa —y cogió una cuchara de madera que residía entre sus utensilios de cocina, perfectamente ordenados —. ¡Ratatouille!
—¡Ratatouille! —imitó Taichi mientras levantaba con fuerza otra cuchara de madera de un caldero. La cuchara, cargada de una densa pasta blanca, acabó por hacer de catapulta e impulsar aquella sustancia hacia la cara de Yamato, justo en el blanco —Ups.
—Deja la cuchara donde está —ordenó un aún más enfurecido rubio.
—Sí —obedeció el castaño dócilmente.
—Bien, para comenzar a cocinar "Ratatouille" necesitaremos:
—Necesitaremos —repitió Taichi.
—Una bandeja para hornear, una tabla de madera para cortar, una sartén, una cuchara de madera, un cuchillo y un pelador.
—Ajá —Taichi ordenó los utensilios apropiados para el plato.
Yamato se acercó con una bandeja llena de ingredientes.
—Lo primero que vamos a hacer va a ser lavar y secar los pimientos.
—Ajá —Taichi fue a hacer lo pedido, pero algo lo detuvo. Miró a Yamato, escandalizado —¿Pimientos?
—¿Tienes algún problema?
—No me gustan los pimientos. ¿No podemos hacer algún otro plato?
—No. Vamos a terminar primero este. Ya tengo los ingredientes preparados.
—Pero no me apetece —Taichi giró la cabeza e hizo pucheros.
—Deja de comportarte como un crío —La paciencia de Yamato se estaba agotando —. Ahora haz lo que te he dicho.
—No quiero —contestó el alumno de mala manera.
—Bien, pues no aprendas y quédate ahí.
—Vale —fue a soltar la cuchara de madera.
—¡Sin tocar nada!
Taichi farfulló algo entre dientes y Yamato se puso a cocinar lo que su alumno no quería hacer. Pronto, un delicioso olor a verduras llenó las fosas nasales del chico castaño. Este se acercó a ver qué era lo que su maestro estaba cocinando.
—¿Qué es eso que huele tan bien?
—Ratatouille —respondió sin más. Taichi comenzó a reírse y se mantuvo fiel a su acción durante largos segundos. Luego se dio cuenta de que Yamato no aclaraba la gracia del chiste y se preocupó.
—¿Es en serio?
—¿Por qué iba a ser de broma? Te he dicho que hoy cocinaríamos Ratatouille y eso es lo que estoy haciendo.
—Vamos, vamos —restó importancia Taichi —. No puede estar tan bueno —Y, acto seguido, se metió una cucharada en la boca.
Un cúmulo de sensaciones invadió el paladar del muchacho. La verdura que tanto detestaba se deshacía en la lengua como si fuera algodón de azúcar y se mezclaba con los pimientos rojos, verdes y amarillos. El pequeño caldillo que sobraba tras ornear y freír las verduras se escurría por la boca de Taichi e inundaba de nuevos estímulos su lengua. Las pupilas se dilataron, los músculos se tensaron, el hombre se había quedado completamente estático. No había movimientos innecesarios, tan solo sensaciones. Abrió la boca y un pequeño vaho se escapó de entre sus labios. Tragó con demasiada lentitud, como si todavía no quisiera hacerlo, por muy obligatorio que fuera. Se relamió y estuvo conteniendo aquel sabor en su boca durante un buen tiempo. Yamato sonrió con orgullo.
—¡Esto está buenísimo! —chilló Taichi con verdadera devoción.
—Por supuesto que lo está. Por nada soy el mejor chef que esta universidad a tenido nunca.
—Yamato, eres el único chef que esta universidad ha tenido alguna vez. De hecho, me contaron que tuviste que suplicar para que te diera la cocina.
Yamato gruñó y le dio una colleja al castaño, por supuesto, este se quejó de mala manera. Entonces el rubio sacó otra bandeja. Taichi comprendió que Yamato quería enseñarle a hacer el plato. Asintió y se acercó encantado a seguir sus instrucciones. Lavó los pimientos, cortó las verduras a cachos, colocó lo debido en el horno y en la sartén con un chorrito de aceite. Así estuvieron durante una hora entera hasta que Taichi fue capaz de terminar su plato.
—¿Y bien? —preguntó el alumno orgullosos mientras su maestro le daba un bocado.
Yamato probó. Sus pupilas se contrajeron, sus músculos suplicaban por una muerte dulce y su estómago, lejos de aceptar semejante barbaridad hecho comida, pidió a gritos que vaciaran su contenido. Yamato salió corriendo al cuarto de baño. Taichi corrió tras él. Se acercó tímidamente a la puerta y, con un hilillo de voz, preguntó:
—¿Qué tal lo he hecho?
Yamato no consideró necesario responder a la pregunta y dio por terminada la clase.
Sin embargo, las clases se sucedieron, Taichi siguió asistiendo a todas ellas y, aunque al principio era una verdadera molestia imposible de quitarse, Yamato también acabó cogiéndole cariño.
—¿Qué vamos a preparar hoy, Yamato?
—Para ti: profesor Yamato —corrigió el rubio.
—¿Y cómo se prepara eso?
Y Yamato no podía evitar sonreír ante aquellos locos y azarosos comentarios de su amigo el castaño.
—¿Y por qué de repente te entraron ganas de aprender a cocinar?
—Le dije a mi familia que me iba a ir de casa, pero nadie me tomó en serio.
—¿Y por qué no les aclaraste que era una broma?
—¿Eh? No es ninguna broma.
Los dos se quedaron en silencio.
—¿Es una broma? —preguntó el rubio.
Taichi se ruborizó de la ira.
—¡No es ninguna broma! ¡Realmente estoy pensando en independizarme!
—¡Por favor, Taichi! ¡No durarías una sola semana ahí fuera! Tal vez menos.
—Es lo mismo que dijo mi familia.
—Tú familia lo dijo por algo.
—¿Y tú qué tal? —quiso saber Taichi.
—Vivo solo. En un pequeño apartamento que hay en el centro de la ciudad.
—Que chulo.
—Ya.
Taichi estaba cabizbajo, mirando al suelo, y Yamato creía comprender el porqué. A él también le había parecido muy duro el momento de independizarse, de dejar atrás a su familia. El cobijo de su padre. Las comidas familiares.
—Yamato —pronunció Taichi sin apartar la mirada del piso.
—¿Qué? —Como profesor que era, se prometió apoyar al muchacho en todo lo que considerara oportuno y necesario. Si Taichi quería ser un buen chef, lo sería.
—Tienes los zapatos manchados de aceite y tomate.
Genial.
—¡¿Y por qué no me los has dicho antes?!
—¡Me acabo de dar cuenta ahora!
—En fin —Yamato gruñó —, por hoy a terminado la case. Hasta mañana, Taichi.
—Hasta mañana, Yamato.
Y cada uno se fue por su camino. Al día siguiente Yamato se quedó solo en la cocina. El castaño debió haberse quedado en casa enfermo, supuso. Suspiró y recogió los utensilios de cocina que por hoy no necesitaría cuando una nube de polvo se levantó en la distancia. Taichi llegaba tarde.
—¿Qué hora crees que es?
—La misma que ayer a esta hora.
—Muy gracioso.
—Y la hora de comer. ¿Qué cocinaremos hoy?
Yamato bajó la mirada y vio que Taichi cargaba tras de sí con dos maletas.
—¿Por fin te mudas?
—Por supuesto.
Eso significaría que las clases de cocina se acabarían a partir de aquel día. Aunque eso lo entristecía, se alegró por él. Pero ya no más charlas triviales. No más comentarios azarosos y no más metidas de pata. Lo que creía que no iba a echar de menos, era lo que más estaba echando de menos en aquellos momentos. Ni siquiera había terminado la case y ya lo estaba echando de menos.
Terminó la clase y Yamato se despidió de Taichi. Caminó lentamente hasta su casa y suspiró. Todo aquello, iba a echarlo de menos.
—¿Yamato?
El aludido giró la cabeza.
—¿Taichi?
Se miraron.
—¿Qué haces aquí? —preguntó el castaño.
—Vivo aquí —contestó el otro.
—¡¿No me digas?! ¡Yo también!
—¿Cómo dices?
—Que me he mudado aquí desde hoy mismo. ¡Qué bien! —Taichi levantó los brazos con júbilo —Eso significa que las clases de cocina no se han terminado. Podré cocinar en tu casa.
Entonces Yamato recordó como Taichi tendía a dejar la cocina de la universidad patas arriba y no pudo evitar exclamar:
—¡No!
Así fue como el destino y la cocina, unió a este par de locos amigos. Lo que siga más adelante, bueno, eso ya no es correspondencia del narrador...
Este es un reto de Midnighttreasure del topic: ¡Te reto a ti, sí, a ti!
