Disclaimer: Ningún personaje me pertenece, todo es propiedad de Rowling y de Warner. Nada de ganancias económicas por esto. Utilizaré algunos fragmentos del libro, sólo un diálogo estrictamente necesario pero sin fines de lucro ni nada parecido.
Bien, aquí traigo una historia larga, con continuidad. Será claramente de Severus Snape, por supuesto, desde mi concepción de su personaje, el cual por cierto creo que ha sido el mejor logrado. Trataré de, en la medida de lo posible, mantenerlo en su esencia pero será complicado, desde ahora les digo a los lectores que para mí, Severus Snape no fue un santo, tampoco es el más malo de la historia… sólo es un humano.
También debo aclarar que haré una mezcla entre los libros y las películas dependiendo de lo que convenga a esta historia. Supongamos también que sí, Elieen fue sangre pura con una familia rica porque ¿de qué otra manera su matrimonio saldría en la página de sociales de El Profeta? Supongamos que Tobías sabía de la singularidad de Elieen y que se casaron muy jóvenes, por lo tanto no sabría qué hacer con un hijo además de estar acostumbrada a un tipo de vida más holgada lo que chocaría con la realidad de su matrimonio. Sin más por el momento aquí vamos.
Prólogo:
Bases.
No puede recordar con exactitud cuándo el temor comenzó a regir su vida pero si recuerda la vez que supo que nunca, nunca sería como los otros. No recuerda el momento preciso en el que fue rechazado por ser diferente pero sabe con certeza el mismo momento en el que fue odiado por ello. Tampoco tiene memorias del inicio de su indefensión, sin embargo, tiene claro de quién fue la culpa y el porqué.
Las noches con rayos eran especialmente crueles con su psique, le daba miedo quedarse solo, pero aquel hombre al que llamaba padre siempre le decía que los niños, los hombres, debían ser fuertes y no llorar. Su madre sólo se detenía justo a la espalda del hombre tocándose de forma nerviosa las manos; ella le ha dicho que si lo imagina con fuerza puede hacer cosas increíbles con la mente, que si se esfuerza lo necesario puede incluso detener la muerte, le recita cada noche que nada es lo que parece y que la gente sólo ve lo que quiere ver. Él nunca entiende a qué se refiere, pero siempre le cree. Es su madre después de todo.
Él le cuenta en los días tranquilos acerca de las burlas de sus pares, ella le susurra palabras de honor, orgullo, dinastía y pureza de sangre. Él pregunta pero ella no contesta. Él quiere saber más pero ella no le dice. Ella mira, recuerda, llora, quiere… quiere tanto pero no hace nada. Las noches de tormenta son las peores. Ella quiere ayudarle pero no lo hace; su padre se desespera y le golpea para que no llore, para que sea fuerte, pero a él sólo le da más miedo.
Los años pasan, las burlas crecen, la soledad se impone, la autosuficiencia se enraíza, el rencor se asienta y la vergüenza lo cubre. Ha aprendido a distinguir los cambios de humor de su padre, también aprendió a escabullirse bajo las escaleras cuando apesta a alcohol al igual que se abstrae con maestría de la realidad que lo rodea cuando los gritos de su madre llenan el pequeño espacio de choza en el que vive.
Pero ese verano particular es distinto, la apatía lo inunda (aunque no sabe que se llama así) y sale de casa, los gritos de dolor pueden ser escuchados y entonces ve a su vecino Michael, ese que día sí, y día también lo veja verbal y emocionalmente. Ahora da igual, en ese entonces estaba tan ensimismado que no se percata de que le ha dejado sin voz. Fue magia accidental, por supuesto; pero desde ese entonces dejo de ser Severus Snape, niño pobre de vestimenta haraposa, incansable cerebrito asocial, hijo del borracho Tobías, de la inútil Elieen, para convertirse además en un fenómeno peligroso del que había que cuidarse.
Los rumores corren, se hacen grandes. La ayuda nunca llega y Tobías se enoja aún más de la segregación de la que son víctimas; por culpa de él, de ella… Tobías imagino todo diferente pero ahora sólo tiene frustración, enojo, decepción. No tiene el poder de ella ni tiene el que él tendrá pero aún le queda el derecho de la sangre. Y lo usa, lo usa cada vez que puede al recordarle de forma física y verbal que él es el padre, aquel el hijo y ella una bruja sin absolutamente nada, por lo tanto les puede insultar, golpear, dejarles sin comida, encerrados etc.
De forma difusa ve al muggle que le dio la vida. Escucha sus jadeos asquerosos, su respiración dificultosa, sus pasos inestables. Le odia, le teme, lo desprecia al tiempo que lo quiere. Llora en silencio, sin lágrimas, deseando con tanta fuerza que su padre le quiera, que no lo desprecie, que lo proteja. Que su madre lo arrope siempre, que le bese, que le ayude. Entonces espera los golpes y se defiende. Sin querer o mejor dicho, queriendo, lo avienta al otro lado del cuarto sólo para escucharle decir que es un fenómeno peligroso. Sin embargo, por primera vez ve orgullo en los ojos de su madre.
Ella sólo dice –digno de un Prince. –
