Capítulo 1
El Jinete de la Gabardina Blanca
El jinete contempló el despertar de la ciudad desde la cima de una colina cercana. Hacía frío en aquella hora en la que la claridad del amanecer todavía no había tomado fuerza, y el jinete se subió el cuello de su gabardina blanca en un intento por conservar algo de calor. Podría haber lanzado un hechizo que lo protegiera contra las bajas temperaturas, pero prefería pasar frío antes de soportar el hedor de los excrementos de vaca flatulenta que servían como componentes del conjuro.
Con un suspiro espoleó a su montura para que empezara a descender planeando por la suave colina. Aquel viaje se le había hecho eterno, sobretodo la última noche que había tenido que pasar en el Fuerte del Sumo Sacerdote, repleto de soldados de la Caballería de Solaminia cabezas cuadradas y estúpidos como pocos... Pero al menos ya había llegado a su fin. Ahora todo se trataría de echarle el guante a aquel malvado...
Flint Moneyforge era sin duda el habitante más madrugador de Palanthas City. Que los clientes de su banco no aparecieran hasta bien entrada la mañana no importaba en absoluto... Ni tampoco que la mayoría de ellos fuesen bandoleros que venían a robarle. Para Flint, un cliente era un cliente -excepto si era un kender- y si éste le robaba, pues bueno, los demás compensaban luego con unos tipos de interés ridículos y unas comisiones astronómicas. Además, sabía perfectamente que los ladrones luego depositaban el botín robado en su banco, ya que era el único en toda la región e incluso los bandoleros eran conscientes de que un banco era una buena manera de no gastarse el dinero en tonterías.
Estaba barriendo los escalones de su banco cuando vio llegar a un tipo muy viejo vestido con una llamativa gabardina blanca, sombrero igualmente blanco, pantalones y camisa ídem, y montado en un dragón plateado. Las varitas que colgaban a ambos lados de su cinto y la vara amarrada a la silla de su montura lo señalaban como un mago y, posiblemente, uno de los que tenían la varita rápida. Mala señal. El único negocio que prosperaba con los magos variteros era el del enterrador. Los muertos no ponían sus ahorros en el banco... A no ser que ya los tuviera, aunque los herederos solían ser una verdadera molestia.
El forastero desmontó delante del Saloon Las Tres Lunas y entró sin echar una mirada al borracho barbudo que dormía la mona tirado sobre un banco al lado de la puerta de entrada.
Flint fue a buscar las planchas de madera que ponía delante de sus relucientes ventanas en estos casos.
El cristal estaba muy caro en aquellos tiempos.
Otik estaba fregando el suelo... Bueno, se suponía que debería estar fregando el suelo, pero en realidad estaba soñando con que le daban el premio al "Mejor Cocinero de este lado del Vingaard", así que el sonido de las espuelas le despertó con sobresalto y no pudo evitar caer al suelo.
El sonido clinquineante de las espuelas se detuvo justo al otro lado de la barra.
Renegando entre dientes, Otik se asomó para ver a un individuo realmente viejo vestido todo de blanco; la gabardina le llamó especialmente la atención y despertó su temor. Las gabardinas nunca presagiaban nada bueno.
-Buenos días -dijo el viejo con una sonrisa afable y nada desdentada-. Está abierto, ¿no?
-Por supu... supupuesto -replicó Otik. Lo de aquel mago no había sido una pregunta.
-¿Ya t'abiehto? -chilló una voz pastosa y beoda. La cabeza del barbudo se asomó por debajo de la puerta batiente.
-¡Para ti no, Tanis! Maldito medio elfo borracho... -masculló entre dientes. Miró a su cliente-. Ya sabe, los elfos son todos unos salvajes, pero la mezcla de sangre no los mejora demasiado.
-Ajá -replicó el forastero sin interés-. Dígame, señor....
-Sandalia, Otik Sandalia. -El tabernero le sirvió un vaso de aguardiente enanil, la bebida típica de la ciudad.
-Dígame, señor Sandalia, ¿conoce a algún mago que viva por aquí?
-Bueno, hay unos cuantos... Esto es Palanthas City, ciudad de magos y bandoleros.
-Ya. -El viejo hizo una mueca.
-Vaya, vaya, ¡a quien tenemos aquí!
Ambos hombres alzaron la mirada hacia la barandilla del segundo piso, sobre la cual se apoyaba una mujer ya bastante vieja, pero muy bien conservada.
El rostro del forastero se iluminó.
-¡Ladronna! Por todos los dioses, hace siglos que no sabía nada de ti...
La mujer hizo una mueca ante aquella referencia al tiempo. Aquel tipo de comentarios le hacía recordar que era muy vieja.
-Siempre me pregunté qué es lo que había sido de ti después de que dejaras la brigada...
-La verdad, mi querido Par-Salian, la vida fuera de la Brigada de los Gabardinas Negras es mucho más... provechosa. Ahora regento este saloon -contestó ella bajando las escaleras.
-Ah, ya me extrañaba a mí que estuviera decorado con un mínimo de gusto -murmuró el viejo.
-¿Ya t'abiehto? -gritó el beodo desde la puerta. Miraba las botellas alineadas en los estantes detrás de la barra con gran ansiedad.
-¡No! -le chillaron al unísono Otik y Ladronna.
El borracho desapareció de inmediato.
-Y, bien, mi querido amigo, ¿qué te trae a Palanthas City? Porque supongo que no habrás venido en viaje de placer...
Par-Salian se estremeció al recordar el desfile marcial que había presenciado en el Fuerte del Sumo Sacerdote.
-No, por supuesto que no. Estoy aquí en una misión oficial del WAYRETH.
-Pues tiene que ser muy importante para que te hayan enviado a ti...
-Oh, sí... Nos ha llegado información fidedigna de que él se oculta en esta ciudad sin demasiada ley...
Como cada día, Dalamar se levantó nada más amanecer para apresurarse a preparar el desayuno a su jefe y llevárselo a la cama. A pesar de que su raza era considerada como un puñado de salvajes borrachos y recolectores de cabelleras -con las que luego se hacían cuerdas para sus arcos e instrumentos musicales y bonitas ropas-, él era una persona civilizada. Quizás fuera por eso precisamente que le habían exiliado de su tribu, los Silva-nesti, varios años atrás. Sin embargo, Dalamar estaba muy complacido con su nueva vida en Shoikan Corral, el rancho de dragones más importante de todo el continente -posiblemente porque los competidores solían desaparecer misteriosamente-.
Pues sí, Dalamar estaba muy satisfecho viviendo y trabajando en Shoikan Corral; no porque la paga fuera muy buena -que lo era-, ni porque la comida y el alojamiento no tuvieran comparación en muchas millas a la redonda -que no la tenían-, ni porque se le considerara una persona importante en Palanthas City. No, el elfo estaba muy satisfecho porque podía estar cerca de su jefe, Raistlin "Joe Vanni" Majete, al cual admiraba y adoraba como su único y absoluto ídolo. Y que éste no le hiciera ni caso sólo menguaba un poquito su felicidad.
Después de dejar el desayuno, Dalamar salió al exterior para supervisar cómo los trabajadores sacaban a los dragones de sus rediles para que estiraran las patas y las alas. El nuevo dragonerizo le saludó con la mano desde una de las cuadras con esa sonrisa suya tan tonta, pero él le ignoró. Inició su paseo matutino de inspección para comprobar que el trabajo nocturno se había llevado a cabo correctamente. Dalamar observó con orgullo el rancho. Si por algo era el mejor, era gracias a que sus peones eran trabajadores incansables y leales hasta más allá de la muerte... tanto que ni siquiera reclamaban días libres o un sueldo. Claro que tampoco les hubiese servido de mucho tenerlo, ya que nadie en Palanthas City habría aceptado el dinero de un muerto viviente. Como decía "Joe Vanni": "La muerte no es excusa para dejar de trabajar". Además, se ahorraban mucho en comida y problemas.
Entre los trabajadores de Shoikan Corral había espectros, wights, zombis, esqueletos e incluso un esqueleto luchador que se había retirado de la no-vida de maleante para asentarse, aunque lo que más abundaba eran los wytchlin. Dalamar sentía un especial placer al ver revolotear aquellos ojos descarnados y manitas esqueléticas que con tanto esmero cuidaban de los dragones -o hacían cualquier otra cosa que su jefe les ordenase-, ya que los wytchlin eran espíritus elfos y Dalamar sentía especial animosidad hacia los de su raza.
-¿Quién es ese palurdo que te está saludando? -gruñó una voz susurrante a su lado. Raistlin siempre susurraba porque solía quedarse afónico de tanto chillar.
-Oh, es Palin, el nuevo dragonerizo.
-Está vivo todavía -observó su jefe.
-Es que usted dijo que tenía posibilidades, zalafi.
Raistlin creía que zalafi era la palabra elfa que venía a significar jefe; al menos eso le había dicho el elfo. En realidad jefe en elfo era bushòn, término que tenía ciertas connotaciones tan buenas como las de ser un borracho, un abusón, un mentiroso y el mayor ladrón de todos, todas características típicas de un jefe elfo. Zalafi, por otra parte, significaba 'amor único y verdadero al cual no dejaré de adorar en toda mi vida y que no tiene comparación en el mundo entero'. Por supuesto, Dalamar se guardaba mucho de llamar zalafi a su patrón en presencia de alguien que pudiera tener idea del idioma elfo, aunque tampoco había muchos que se molestasen en aprender la lengua de aquellos salvajes.
-¿Sí?
-Sí, justo antes de su... er... estallido de justa indignación al enterarse de que ese enano ladrón había vuelto a subir la comisión -dijo el elfo con todo el tacto que le fue posible.
-Ah, sí, ya recuerdo... ¡Maldito Moneyforge! -rezongó-. Seguro que todo es un plan para hacer que me arruine...
-Er, zalafi, no se preocupe, nos encargaremos de Moneyforge y sus comisiones.
-Sssssssí-siseó "Joe Vanni" esbozando una sonrisa retorcida y taimada.
Dalamar suspiró con resignación. Ya estaba de nuevo su zalafi tramando algún plan intrincado e inacabable en su mente tortuosa, y así permanecería durante varias horas, regodeándose en su propia perversidad. Claro que si el elfo no le refrescaba la memoria, luego solía perder el hilo y nunca se acordaba de infligir su venganza...
Sacó su bola-agenda.
-Zalafi, hoy tiene que ir a la ciudad para comer con el juez y esta noche tiene la reunión con su cuñado... er... bueno, ya sabe. -El aludido asintió ausentemente-. Le tendré preparado el carruaje para las dos. Yo tengo que ir también a recoger el impuesto...
-Sí, sí. -Y entró de nuevo en la casa para maquinar con tranquilidad.
Dalamar volvió a suspirar, esta vez con tristeza, y le contempló marchar apenado... Si tan solo se diese cuenta de que no era un simple capataz, de que lo que sentía era mucho más profundo que el sentimiento de un empleado hacia su jefe... Bueno, al menos podía continuar a su lado como su capataz, que era más de a lo que podría aspirar si algún día descubriese lo que le había traído a Shoikan Corral tiempo atrás. Porque si lo descubriera, acabaría echándole el lazo a los dragones...
El Jinete de la Gabardina Blanca
El jinete contempló el despertar de la ciudad desde la cima de una colina cercana. Hacía frío en aquella hora en la que la claridad del amanecer todavía no había tomado fuerza, y el jinete se subió el cuello de su gabardina blanca en un intento por conservar algo de calor. Podría haber lanzado un hechizo que lo protegiera contra las bajas temperaturas, pero prefería pasar frío antes de soportar el hedor de los excrementos de vaca flatulenta que servían como componentes del conjuro.
Con un suspiro espoleó a su montura para que empezara a descender planeando por la suave colina. Aquel viaje se le había hecho eterno, sobretodo la última noche que había tenido que pasar en el Fuerte del Sumo Sacerdote, repleto de soldados de la Caballería de Solaminia cabezas cuadradas y estúpidos como pocos... Pero al menos ya había llegado a su fin. Ahora todo se trataría de echarle el guante a aquel malvado...
Flint Moneyforge era sin duda el habitante más madrugador de Palanthas City. Que los clientes de su banco no aparecieran hasta bien entrada la mañana no importaba en absoluto... Ni tampoco que la mayoría de ellos fuesen bandoleros que venían a robarle. Para Flint, un cliente era un cliente -excepto si era un kender- y si éste le robaba, pues bueno, los demás compensaban luego con unos tipos de interés ridículos y unas comisiones astronómicas. Además, sabía perfectamente que los ladrones luego depositaban el botín robado en su banco, ya que era el único en toda la región e incluso los bandoleros eran conscientes de que un banco era una buena manera de no gastarse el dinero en tonterías.
Estaba barriendo los escalones de su banco cuando vio llegar a un tipo muy viejo vestido con una llamativa gabardina blanca, sombrero igualmente blanco, pantalones y camisa ídem, y montado en un dragón plateado. Las varitas que colgaban a ambos lados de su cinto y la vara amarrada a la silla de su montura lo señalaban como un mago y, posiblemente, uno de los que tenían la varita rápida. Mala señal. El único negocio que prosperaba con los magos variteros era el del enterrador. Los muertos no ponían sus ahorros en el banco... A no ser que ya los tuviera, aunque los herederos solían ser una verdadera molestia.
El forastero desmontó delante del Saloon Las Tres Lunas y entró sin echar una mirada al borracho barbudo que dormía la mona tirado sobre un banco al lado de la puerta de entrada.
Flint fue a buscar las planchas de madera que ponía delante de sus relucientes ventanas en estos casos.
El cristal estaba muy caro en aquellos tiempos.
Otik estaba fregando el suelo... Bueno, se suponía que debería estar fregando el suelo, pero en realidad estaba soñando con que le daban el premio al "Mejor Cocinero de este lado del Vingaard", así que el sonido de las espuelas le despertó con sobresalto y no pudo evitar caer al suelo.
El sonido clinquineante de las espuelas se detuvo justo al otro lado de la barra.
Renegando entre dientes, Otik se asomó para ver a un individuo realmente viejo vestido todo de blanco; la gabardina le llamó especialmente la atención y despertó su temor. Las gabardinas nunca presagiaban nada bueno.
-Buenos días -dijo el viejo con una sonrisa afable y nada desdentada-. Está abierto, ¿no?
-Por supu... supupuesto -replicó Otik. Lo de aquel mago no había sido una pregunta.
-¿Ya t'abiehto? -chilló una voz pastosa y beoda. La cabeza del barbudo se asomó por debajo de la puerta batiente.
-¡Para ti no, Tanis! Maldito medio elfo borracho... -masculló entre dientes. Miró a su cliente-. Ya sabe, los elfos son todos unos salvajes, pero la mezcla de sangre no los mejora demasiado.
-Ajá -replicó el forastero sin interés-. Dígame, señor....
-Sandalia, Otik Sandalia. -El tabernero le sirvió un vaso de aguardiente enanil, la bebida típica de la ciudad.
-Dígame, señor Sandalia, ¿conoce a algún mago que viva por aquí?
-Bueno, hay unos cuantos... Esto es Palanthas City, ciudad de magos y bandoleros.
-Ya. -El viejo hizo una mueca.
-Vaya, vaya, ¡a quien tenemos aquí!
Ambos hombres alzaron la mirada hacia la barandilla del segundo piso, sobre la cual se apoyaba una mujer ya bastante vieja, pero muy bien conservada.
El rostro del forastero se iluminó.
-¡Ladronna! Por todos los dioses, hace siglos que no sabía nada de ti...
La mujer hizo una mueca ante aquella referencia al tiempo. Aquel tipo de comentarios le hacía recordar que era muy vieja.
-Siempre me pregunté qué es lo que había sido de ti después de que dejaras la brigada...
-La verdad, mi querido Par-Salian, la vida fuera de la Brigada de los Gabardinas Negras es mucho más... provechosa. Ahora regento este saloon -contestó ella bajando las escaleras.
-Ah, ya me extrañaba a mí que estuviera decorado con un mínimo de gusto -murmuró el viejo.
-¿Ya t'abiehto? -gritó el beodo desde la puerta. Miraba las botellas alineadas en los estantes detrás de la barra con gran ansiedad.
-¡No! -le chillaron al unísono Otik y Ladronna.
El borracho desapareció de inmediato.
-Y, bien, mi querido amigo, ¿qué te trae a Palanthas City? Porque supongo que no habrás venido en viaje de placer...
Par-Salian se estremeció al recordar el desfile marcial que había presenciado en el Fuerte del Sumo Sacerdote.
-No, por supuesto que no. Estoy aquí en una misión oficial del WAYRETH.
-Pues tiene que ser muy importante para que te hayan enviado a ti...
-Oh, sí... Nos ha llegado información fidedigna de que él se oculta en esta ciudad sin demasiada ley...
Como cada día, Dalamar se levantó nada más amanecer para apresurarse a preparar el desayuno a su jefe y llevárselo a la cama. A pesar de que su raza era considerada como un puñado de salvajes borrachos y recolectores de cabelleras -con las que luego se hacían cuerdas para sus arcos e instrumentos musicales y bonitas ropas-, él era una persona civilizada. Quizás fuera por eso precisamente que le habían exiliado de su tribu, los Silva-nesti, varios años atrás. Sin embargo, Dalamar estaba muy complacido con su nueva vida en Shoikan Corral, el rancho de dragones más importante de todo el continente -posiblemente porque los competidores solían desaparecer misteriosamente-.
Pues sí, Dalamar estaba muy satisfecho viviendo y trabajando en Shoikan Corral; no porque la paga fuera muy buena -que lo era-, ni porque la comida y el alojamiento no tuvieran comparación en muchas millas a la redonda -que no la tenían-, ni porque se le considerara una persona importante en Palanthas City. No, el elfo estaba muy satisfecho porque podía estar cerca de su jefe, Raistlin "Joe Vanni" Majete, al cual admiraba y adoraba como su único y absoluto ídolo. Y que éste no le hiciera ni caso sólo menguaba un poquito su felicidad.
Después de dejar el desayuno, Dalamar salió al exterior para supervisar cómo los trabajadores sacaban a los dragones de sus rediles para que estiraran las patas y las alas. El nuevo dragonerizo le saludó con la mano desde una de las cuadras con esa sonrisa suya tan tonta, pero él le ignoró. Inició su paseo matutino de inspección para comprobar que el trabajo nocturno se había llevado a cabo correctamente. Dalamar observó con orgullo el rancho. Si por algo era el mejor, era gracias a que sus peones eran trabajadores incansables y leales hasta más allá de la muerte... tanto que ni siquiera reclamaban días libres o un sueldo. Claro que tampoco les hubiese servido de mucho tenerlo, ya que nadie en Palanthas City habría aceptado el dinero de un muerto viviente. Como decía "Joe Vanni": "La muerte no es excusa para dejar de trabajar". Además, se ahorraban mucho en comida y problemas.
Entre los trabajadores de Shoikan Corral había espectros, wights, zombis, esqueletos e incluso un esqueleto luchador que se había retirado de la no-vida de maleante para asentarse, aunque lo que más abundaba eran los wytchlin. Dalamar sentía un especial placer al ver revolotear aquellos ojos descarnados y manitas esqueléticas que con tanto esmero cuidaban de los dragones -o hacían cualquier otra cosa que su jefe les ordenase-, ya que los wytchlin eran espíritus elfos y Dalamar sentía especial animosidad hacia los de su raza.
-¿Quién es ese palurdo que te está saludando? -gruñó una voz susurrante a su lado. Raistlin siempre susurraba porque solía quedarse afónico de tanto chillar.
-Oh, es Palin, el nuevo dragonerizo.
-Está vivo todavía -observó su jefe.
-Es que usted dijo que tenía posibilidades, zalafi.
Raistlin creía que zalafi era la palabra elfa que venía a significar jefe; al menos eso le había dicho el elfo. En realidad jefe en elfo era bushòn, término que tenía ciertas connotaciones tan buenas como las de ser un borracho, un abusón, un mentiroso y el mayor ladrón de todos, todas características típicas de un jefe elfo. Zalafi, por otra parte, significaba 'amor único y verdadero al cual no dejaré de adorar en toda mi vida y que no tiene comparación en el mundo entero'. Por supuesto, Dalamar se guardaba mucho de llamar zalafi a su patrón en presencia de alguien que pudiera tener idea del idioma elfo, aunque tampoco había muchos que se molestasen en aprender la lengua de aquellos salvajes.
-¿Sí?
-Sí, justo antes de su... er... estallido de justa indignación al enterarse de que ese enano ladrón había vuelto a subir la comisión -dijo el elfo con todo el tacto que le fue posible.
-Ah, sí, ya recuerdo... ¡Maldito Moneyforge! -rezongó-. Seguro que todo es un plan para hacer que me arruine...
-Er, zalafi, no se preocupe, nos encargaremos de Moneyforge y sus comisiones.
-Sssssssí-siseó "Joe Vanni" esbozando una sonrisa retorcida y taimada.
Dalamar suspiró con resignación. Ya estaba de nuevo su zalafi tramando algún plan intrincado e inacabable en su mente tortuosa, y así permanecería durante varias horas, regodeándose en su propia perversidad. Claro que si el elfo no le refrescaba la memoria, luego solía perder el hilo y nunca se acordaba de infligir su venganza...
Sacó su bola-agenda.
-Zalafi, hoy tiene que ir a la ciudad para comer con el juez y esta noche tiene la reunión con su cuñado... er... bueno, ya sabe. -El aludido asintió ausentemente-. Le tendré preparado el carruaje para las dos. Yo tengo que ir también a recoger el impuesto...
-Sí, sí. -Y entró de nuevo en la casa para maquinar con tranquilidad.
Dalamar volvió a suspirar, esta vez con tristeza, y le contempló marchar apenado... Si tan solo se diese cuenta de que no era un simple capataz, de que lo que sentía era mucho más profundo que el sentimiento de un empleado hacia su jefe... Bueno, al menos podía continuar a su lado como su capataz, que era más de a lo que podría aspirar si algún día descubriese lo que le había traído a Shoikan Corral tiempo atrás. Porque si lo descubriera, acabaría echándole el lazo a los dragones...
