"BAJO LAS ESTRELLAS"
Por: Zury Himura
Correcciones: Claudia Gazziero
Disclaimer: La historia no me pertenece, este fanfic es escrito sin fines de lucro. 2. Cualquier parecido con algún fic, novela o película anterior es meramente coincidencia y se prefiere no profundizar en eso. 3. Se aceptan gustosamente solo reviews positivos. Favor abstenerse de críticas destructivas y comentarios grotescos. 4. Zury Himura se reserva el derecho de admisión de reviews mala onda. 5. Zury Himura ama todos por igual, muchas gracias por sus comentarios anteriores.
"Tras la muerte de Tomoe y el final de la guerra Battousai Himura lucha por encontrar un nuevo propósito en la vida. Un viaje le dará la oportunidad de conocer a la persona que se convertirá en su motivo para cambiar y buscar su destino, su verdad…"
Capítulo 1: Battousai en la era Meiji
I
La guerra por fin había terminado. El tiempo de destajar a cada uno de sus enemigos y asesinarlos vilmente, por un mejor Japón, por fin había cesado. Y Battosai, a pesar de ser un excelente espadachín y de haber sido reconocido como una leyenda durante la revolución, no tenía nada más. Kenshin Himura no tenía donde ir y mucho menos a alguien que lo esperara.
Lo único que poseía era el recuerdo de la mujer que había amado, la cual seguía en su mente como un recordatorio de lo que nunca volvería a tener. El diario que ella había dejado como prueba de su amor había sido entregado a un templo para ser guardado, así que no tenía nada de ella, sólo el recuerdo de la única y última noche como marido y mujer; y eso ya había pasado hacía más de tres años.
Se sentía triste y acongojado. Aquella era de restauración por la que tanto había luchado le había dado la espalda. Incluso, había pensado que matando y sacrificando gente traería paz y prosperidad a todos por igual, pero se había olvidado de algo: de su misma persona, de las consecuencias que tendría en su vida y del sacrificio que implicaba.
La era Meiji, aquella por la que había sacrificado todo, por la que había llenado su conciencia de remordimientos y manchado sus manos con sangre se ensañaba con él, marginándolo de sus beneficios. Se encontraba totalmente solo y no era aceptado en ningún lugar. La gente siempre lo vería y lo señalaría como el asesino, como el destajador, como el demonio, como el Battousai.
—Tomoe… —suspiró profundamente. No tenía a nadie con quien llegar, ni familia ni amigos, ni siquiera conocidos. La necesitaba a ella.
Había renunciado a todo lo que lo obligara a matar de nuevo, pero no estaba seguro si podría lograr, alguna vez, dejar de asesinar.
El gran Battousai, aquel que había infundado miedo y terror en las calles de Kyoto, el más temido y respetado a pesar de su tan corta edad cargaba una sakabattou, aunque en realidad no sabía qué hacer con ella ni cómo utilizarla para protegerse. De hecho, dudaba de que pudiera cumplir lo que alguna vez le había prometido a Tomoe:"después de que todo esto pase, dejaré la vida de asesino".
Apresuró los pasos al ver una aldea cercana. Gruñó interiormente, no era que estuviera huyendo de Kioto, pero aquellas tierras le recordaban sus crímenes y la gente lo rechazaba por ser uno de los creadores de la nueva era.
Las miradas que los demás le dirigían estaban cargadas de lástima y desaprobación, muchos huían de su presencia. Ellos no comprendían que una persona lastimada como él sólo quería ser parte de una comunidad, rehacer su vida y ser un hombre de bien. Se sentía incomprendido, totalmente fuera de lugar.
—Joven, ¿no le gustaría pasar una noche en mi posada? —preguntó una mujer de edad avanzada.
—No —contestó cortante. Ignoró la invitación y siguió con su camino, huyendo de la tan desacostumbrada hospitalidad.
—No le cobraré… —La mujer repuso.
Kenshin paró en seco. —¿Me está tratando de insultar o algo así? —La mirada que le dedicó a la mujer fue fulminante, mas sin embargo, la anciana no se retractó ni se inmutó.
—No es mi intención, no me mal entienda. Es sólo que he oído rumores, verá… —La anciana se acercó al joven y habló por lo bajo—. Un imperialista de cabello de fuego, cicatriz en forma de cruz y muy atractivo, por cierto, es el causante de que mi posada siga de pie y de que mis inquilinos vivan en paz. Gracias a él mi nieto puede tener un futuro mejor… —La mujer se atrevió a tomar la mano del espadachín y le sonrió sinceramente.
—¿Está segura? —Kenshin preguntó vacilante. No quería comprometerse con nadie ni mucho menos ser causa de caridad. Estaba inseguro.
—Claro, muchacho… a ti te debo mucho y sé por lo que has pasado. Anda, pasa. —Kenshin siguió a la mujer. Su corazón latió desbordante de esperanza, tal vez no todo estaba perdido—. Mi nombre es Yari Shegmu —se presentó la anciana.
Pasaron algunos minutos y ella humildemente entendió que no habría una presentación de parte del joven, tampoco era necesario, ella sabía quién era: un soldado herido. A pesar de esto, quería conocer la identidad verdadera de ese muchacho que lucía como si una era entera hubiera pasado bajo sus pies; quería descubrir al hombre que se ocultaba bajo esa mirada dorada intensamente solitaria.
II
La tarde pasó rápidamente, luego de aceptar la oferta de la mujer. Sin reparos, le había ayudado a recoger algunos vegetales de su huerto, se había dado un baño y en ese momento se encontraba descansando. Alguien tocó la puerta.
—Hijo, es hora de merendar. ¿Quieres la comida en tu habitación o quieres bajar al comedor conmigo? —Kenshin se puso rápidamente de pie y abrió la puerta.
—Bajaré con usted —respondió cerrando la puerta tras él.
Agradecía la hospitalidad de la anciana y creía prudente pagarle con un poco de compañía, además él también la necesitaba.
—Cociné: fideos, verduras al vapor, salmón asado y un poco de arroz. Siéntete libre de comer lo que gustes. —El pelirrojo frunció el ceño.
¿Se trataba de alguna clase de sueño, broma o algo parecido? Asintió y se sentó en el piso de madera, tomó los palillos y esperó a que la anciana comiera de su plato.
No es que fuera malo, y mucho menos desagradecido. Pero quería constatar que no se trataba de alguna trampa y comprobar que no lo querían envenenar. Empuñó sus palillos con fuerza, al ver que la anciana esperaba por él. ¿Se trataba de un reto?
Se lo podía imaginar: Yari Shegmu versus Battousai. ¿Quién comería primero? ¿Quién caería derrotado por asfixia o por envenenamiento? ¿Quién ganaría? Una carrera contra el tiempo…
Imaginó que mientras él pataleaba en el piso al sentir el veneno recorrer su cuerpo, la anciana sacaba una daga, sonreía maliciosamente y cumplía sin más ni menos el trabajo que miles de soldados no habían podido completar.
La mujer suspiró y después sonrió. —Entiendo, hijo… —Tomó sus palillos y dio los primeros bocados—. Están libres de bichos y de cualquier otra cosa que te hayas imaginado. —Sonrió de nuevo.
Kenshin se sonrojó, se sentía estúpido y paranoico. Se justificó, interiormente por su comportamiento, con el pensamiento: con tanto loco asechando en esa nueva época había que tener cuidado. Se disculpó y comenzó a comer, estaba delicioso.
No había ningún veneno.
II
Tenía el estómago lleno, casi podría sonreír de satisfacción, pero se abstuvo para preservar su imagen. La comida había estado deliciosa, el ambiente era el adecuado y la compañía aún más. Se sintió por primera vez aceptado.
—Dime, ¿eres casado, soltero, hay una jovencita esperándote en algún lugar del mundo? —preguntó la anciana, tratando de entablar una conversación.
Kenshin frunció el ceño y bajó la mirada, no quería hablar de Tomoe. ¿Cómo podría explicar la situación? "Verá… primero maté a su prometido, me engañó, vivió conmigo, se enamoró, me enamoré, me traicionó y la maté accidentalmente". No, definitivamente no era una historia dulce que una viejecilla pudiera soportar. No la quería asustar, ni mucho menos matar de un paro cardiaco.
—Viudo… —contestó secamente.
—Oh, lo siento enserio, ¿desde hace cuánto? —Kenshin la observó con desdén. ¿Por qué tenía que ser tan entrometida?
—Tres años, casi cuatro.
—Y no has, no sé… ¿intentando rehacer tu vida? —La anciana se aclaró la garganta para no parecer invasiva—. Digo, eres un joven muy apuesto; creo que cualquier jovencita estaría encantada de tener un esposo como tú…
¿Acaso la señora se le estaba insinuando? Sacudió los raros pensamientos que se estaban cruzando por su mente.
—No estoy buscando a nadie. —Se levantó, tomó sus platos sucios, se dirigió a la cocina, los lavó, dio las gracias y se retiró hasta su cuarto sin decir una palabra más.
La mujer sonrió tristemente, veía en el rostro del joven un gran dolor. Recordó los rumores de otros patriotas que alguna vez habían descansado en su propiedad.
—Battousai, desapareció.
—Sí, dicen que estaba loco.
—Dicen que el gobierno lo está buscando.
—La verdad es que mató a la persona equivocada…
La anciana se levantó de su lugar e hizo lo mismo que el joven, agradeció al cielo por los alimentos, lavó sus platos y limpió la cocina pensativa hasta el anochecer.
—Mató a la persona equivocada… —repitió la anciana para sí misma.
III
Era de noche, estaba cansada y al día siguiente por la mañana tenía muchas labores que terminar. Definitivamente aprovecharía la estadía del ex-samurái para completar los deberes más pesados. Una pareja arribó pasada la medianoche y ella, como buena anfitriona, les brindó todas las comodidades posibles.
El espadachín no había salido de su habitación desde la cena, aunque lo había llamado para tomar un postre y un poco de té, los cuales él había rechazado con el pretexto de que estaba muy cansado. Ella nunca había sido tonta, sabía muy bien que el tema de la esposa difunta lo había afectado, por lo que decidió darle espacio para que saliera de su coraza y decidiera confiar en ella.
Por otro lado, entendía el dolor que sentía el joven tras la pérdida de su esposa. Pero… ya habían pasado más de tres años y no había menguado ni siquiera un poco. Ella, con su sabiduría, se encargaría de hacerle ver que tenía que dejar ir el recuerdo de la fallecida y seguir viviendo, ya era hora. El joven era educado, trabajador y muy apuesto; no lo dejaría desperdiciar su vida viviendo con el peso de la muerte sobre su espalda.
Estuvo a punto de meterse a su futón cuando oyó los lamentos del cuarto de al lado. Se puso de pie de nuevo y se acercó a la pared para tener una mejor idea de lo que se trataba.
—No, por favor… lo siento. —La mujer frunció el ceño ante las palabras.
—Tomoe, perdóname… —exclamó el joven con fuerza. La señora Yari no quiso seguir oyendo las lamentaciones del pelirrojo, no mientras ella pudiera evitarlo. Tomó un abrigo y salió de su cuarto apresurada.
Abrió la puerta con premura, posó la lámpara que había cogido por el camino y la puso a lado del joven espadachín. Se arrodilló con dificultad y sostuvo su cabeza atrayéndolo hacia su regazo. Lentamente, dio leves palmadas en el brazo del joven, intentando tranquilizarlo.
—Shh… tranquilo.
—Tomoe, Akira… por favor, perdónenme. Enishi… —Kenshin se retorció con fuerza en el agarre. Estaba teniendo pesadillas torturadoras, lo sabía por su áspera voz quebrada y las gotas cristalinas de sudor en su frente.
—Hijo, hijo… todo está bien, no te preocupes. —Yari trató de consolarlo.
—¡Yo fui el que debí morir! Perdóname, perdóname…
Un nudo de nostalgia surgió dentro de la mujer, las piezas se estaban armando, al fin entendía la medida del sufrimiento de aquel muchacho. El peso de miles de muertes, incluyendo las de aquellas tres personas que aparentemente eran importantes para él. Una lágrima rodó sobre el rostro femenino.
—Hijo, mi hijo… despierta por favor, no vivas en tu pasado, tienes un presente, tienes un futuro… —La mujer jaló a Kenshin con todas sus fuerzas y lo abrazó, mientras lloraba por él, por su vida, por su desgracia.
Kenshin comenzó a abrir los ojos, sentía su cuerpo húmedo por el sudor y caliente por la agitación, también se sentía sumamente reconfortado y envuelto en un cálido abrazo. Se sorprendió al principio, pero después se rindió ante semejante muestra de afecto. No pudo más que dejarse consolar, lo necesitaba hacía tanto tiempo.
—¡Yo la maté, no quise! —admitió por fin. La mujer estuvo a punto de imponer distancia entre ellos pero ante la culpa y horror de su voz, fue incapaz de hacerlo. Sintió que el abrazo se volvía más fuerte de parte del joven, él se estaba aferrando a aquel gesto con todas sus fuerzas.
—Lo sé, hijo… Tú no quisiste.
—No tengo nada, lo eché a perder. No tengo un propósito, no tengo nada… —Terminó de decir. No le importaba que lo juzgaran, o mostrarse vulnerable. Lo único que quería era ser entendido y aceptado.
Al separar sus cuerpos notó una dulce y cálida mirada violeta en el joven y empatizó sinceramente con ella. Le dolía ver a ese niño sufrir, no necesitaba ser adivina para saber que él no era malo, tampoco necesitaba explicaciones, no necesitaba nada más. Él necesitaba un motivo para seguir, un propósito nuevo y ella le ayudaría.
Alejó a Kenshin, quien aún temblaba y lo ayudó a tenderse de nuevo. Recostó la cabeza del joven en sus piernas otra vez y lo arrulló. Kenshin cerró los ojos tratando de alejar las pesadillas de su mente. La señora Yuri acarició el rostro del joven con ternura.
—Encuentra tu camino, hijo… encuentra tu propósito —declaró ella, mientras daba unas palmaditas en la frente del chico—. Encuéntrala.
IV
Sintió pequeñas salpicaduras de agua impactarse en todo su cuerpo, se sentía cansado y mojado. El olor a tierra húmeda disparó su sentido de alerta y abrió los ojos rápidamente, intentó cubrir con sus manos el paso de lluvia hacia sus ojos. Luego de percatarse de que estaba al aire libre, se sentó y retiró los flequillos color carmesí que se adherían a su rostro empapado.
Estaba en un patio, tirado en medio, aún vestido con su hakama blanca y su giazul marino, sin su espada. Se levantó de golpe, buscó insistentemente la espada que tanto lo había protegido en innumerables ocasiones y que lo hacía sentir considerablemente seguro. Necesitaba tener la espada sin filo que le habían regalado al final de la guerra o lo que fuera, ¡sólo quería un arma, maldita sea! No sabía dónde demonios estaba.
Frente a él se encontraba una casa enorme, tan enorme y monstruosa que parecía llegar al cielo, jamás había visto algo como eso. Dio algunos golpes en una de las paredes para comprobar si era real. Dolía, el material era fuerte y frío; no era cotidiano. Desesperadamente y temiendo lo peor, decidió movilizarse y buscar algo familiar, la residencia estaba rodeada de paredes altas y con pedazos de metal arriba.
Rodeó el lugar y encontró un dojo, suspiró con alivio. Se sentía en un mundo diferente, por lo que se acercó con cuidado. Analizó todo lo que se encontraba a su alrededor: grandes puertas de metal y de cristal, una fuente de agua en medio del patio y muchas flores que decoraban el lugar. Unas cajitas negras se movían en cada esquina de la casa y una luz roja palpitaba repetitivamente dentro de ellas.
Abrió la puerta del dojo, se quitó el calzado y entro en él.
—¿Quién eres tú?
Kenshin se sorprendió al escuchar una voz femenina. Giró su rostro en dirección a la joven y se mantuvo en silencio, a pesar de las muecas confundidas que la chica le dedicaba.
—¿Quién eres tú? —preguntó de nuevo la joven.
Kenshin la miró detalladamente analizándola. La joven vestía un hakama azul oscuro y una blusa blanca ceñida al cuerpo. Su cabello negro estaba acomodado en una coleta alta, su piel era blanca y hacia muy buena combinación con sus ojos azul zafiro. Era hermosa, casi igual, más bien… podía asegurar que su belleza igualaba a la de Tomoe.
—Ya sé, por la cara que tienes debes ser el nuevo guarda espaldas que mi amiga Tae ha contratado, ¿verdad? —La chica caminó hacia la pared y tomó una espada de madera. Sonrió competitivamente y se la arrojó al pelirrojo.
—No creo que quieras hacerlo… —advirtió el joven, extendiéndole de vuelta la espada. Pensó que sería demasiado ventajoso para el ganar ese duelo, además no la quería lastimar.
La pelinegra caminó hacia otra pared y tomó una katana.
—No creo que sea justo…
—¿Por qué no? —preguntó ella, risueña. Por un poco habría cometido el error fatal de reírse ante la expresión desconcertada del joven.
—Bueno, lo será si no la sabes usar… —La escrutó intensamente. Y en realidad eso esperaba, que no la supiera usar para que ese duelo se aplazara para otro día. Tenía incertidumbre y tenía que apaciguar su curiosidad primero.
—¿Ah sí? —La chica desenfundó la espada. Kenshin quedó inmóvil al descubrir el filo de su oponente, y la joven sonrió al notar el desconcierto del pelirrojo—. Es unasakabattou, ha estado en mi familia por muchas generaciones. —Ella acarició la hoja con cuidado—. Digamos que es una reliquia familiar.
—¿La sabes usar? —cuestionó el pelirrojo.
—Emm… pues más o menos —bromeó divertida. Sabía algunas de técnicas de auto defensa, pero nada más, sólo quería probar las habilidades de su nuevo amigo.
Una leve sonrisa, casi invisible, se apareció en el rostro de Kenshin. Ella era igual de hermosa que Tomoe, pero su personalidad era mucho muy diferente, era como si ella no cargara con los pesares de su esposa muerta.
—¡Ya se! Apostemos algo… —sugirió la chica.
Kenshin, indiferente, alzó los hombros restándole importancia. ¿Acaso la joven no sabía que las apuestas estaban prohibidas?
—Si yo gano me dejarás manejar todos los días hasta la escuela. —El espadachín la miró confundido. No entendía ni una palabra que ella decía. ¿De qué estaba hablando? No lo sabía, además su acento era muy extraño. Ella continuó—: Y si yo pierdo haré tu trabajo más fácil y no me quejaré nunca de ninguna de tus órdenes.
—Espera, ¿tú conducirás una carroza? —Esta vez fue el turno de la joven para mostrarse confundida.
—¿Carroza? Un carro, si es a lo que te refieres, y sí… puedo manejarla.
Sí, ella era definitivamente diferente a cualquier mujer que hubiera conocido antes, y no sólo por su acento. Recordó la casa enorme y las cajas negras con luces palpitantes. ¿Qué demonios estaba pasando?
—¿En qué era estamos? —preguntó en seguida.
—¿Qué? —¿Era broma lo que le preguntaba? ¿Acaso Tae había contratado a un idiota despistado para protegerlas de nuevo? Lo ignoró—. Estamos en el año 2014.
Kenshin se quedó en blanco de la sorpresa. De hecho, lo había sospechado desde un principio, algo andaba mal. Todo era demasiado bello para ser cierto. La comida de la señora Yari estaba envenenada o tenía algo raro. Se pellizcó disimuladamente bajo la manga de su gi.
—¿Por cierto, cómo te llamas?
—Himura Kenshin.
Kaoru ladeó la cabeza en desconcierto —Dime la verdad…
Kenshin frunció el ceño. —Es la verdad, ese es mi nombre.
—¿Cómo Battousai?
El espadachín agachó la mirada y asintió. No le daba orgullo ser conocido por ese sobrenombre, le recordaba cada uno de sus errores del pasado y cada rechazo por ser llamado así.
Kaoru pensó sobre las locas ideas de los padres del joven Himura para que lo nombraran de esa forma. Battousai había sido una leyenda en la antigüedad y gracias a él todo en la historia de Japón había cambiado. Aquel soldado era conocido como peligroso, frío y calculador… Pensándolo mejor, se dio cuenta que en realidad no era tan diferente a los hombres que vivían en la actualidad… además era un guardaespaldas, uno que ya tenía en desventaja su corta estatura y sus finos rasgos.
¿Tal vez necesitaba a alguien más intimidante?
La joven extendió la mano. —Kaoru Kamiya, mucho gusto.
CONTINUARÁ…
Nota de Autora:
