Me gustaría dedicarle este fanfic a Majo Azocar, pues desde que la conocí en Facebook no ha hecho más que animarme y maravillarme con sus preciosos fanarts. Además porque es una excelente compañera de lol (cuando no se va afk :P). Todo para ti, cariño, ojalá te guste.

Hace mucho tiempo recibí un mail titulado "razones por las que no tienes pareja" (me lo mandó mi novio...), era uno de esos correos cadenas con imágenes graciosas. Siempre lo consideré una ridiculez porque nunca se tomaron el tiempo de analizar la más obvia: porque no quieres. Lo demás, son solo excusas inventadas para justificar lo que ya dije, así que como quería hacer un fic de comedia absurda, aquí lo tienen. Espero les guste.

Las diez razones

(por las que Arnold Shortman no tiene novia)


El sujeto


Era un caso curioso, muy curioso a decir verdad.

Cuando comenzó la secundaria, luego del extraño trance durante el verano antes del inicio de las clases (en el que los chicos dejaban de ser más bajos que las chicas y las chicas dejaban de tener la misma anatomía que los chicos), se dio inicio a una serie de cambios que todos habían sobrellevado de mejor o peor manera. En los pasillos de la P.S. 119 se abría la oportunidad a la exploración, el chisme y el sinsentido cósmico. Todo caía bajo una lógica distinta y todo parecía encontrar su lugar entre el acné, las hormonas y los exámenes.

Algo que comenzó como un evento aislado, pronto se convirtió en una ocurrencia que desencadenó en una pandemia. Era de conocimiento común que una vez llegada la pubertad, los chicos y las chicas comenzaban a mirarse bajo la luz de la atracción física que generalmente terminaba en sonrojos, confesiones apasionadas y besuqueos interminables en ese lugar oscuro debajo de las escaleras. Las parejas, entonces, comenzaron a formarse con o sin el consentimiento popular, sin tomar en consideración ninguna jerarquía canónica a pesar del profundo disgusto del status quo.

—¡No lo entiendo!, sencillamente, ¡n-o l-o e-n-t-i-e-n-d-o! —Rhonda agitó su cabello y cerró su casillero con fuerza—. Explícame, Nadine, ¿cómo es posible que Sasha Brown esté saliendo con Katrina?

Nadine la miró con curiosidad.

—¿Te refieres a Katrinka?

—Katrina, Nadine. Katrinka debe haber sido un cruel error del registrador. —Cerró su mochila y empezó a observar entre los estudiantes, como si buscara.

—Bueno… —Se colgó un morral en el hombro—. Me parece que la invitó a salir en el verano, luego de que ella y el gran Gino rompieran.

—¡A eso me refiero!, ¿cómo puede salir con ella cuando sabe que Gino todavía la quiere?

Nadine se cuidó de no comentar que Rhonda era la manzana de la discordia en muchas situaciones parecidas; el día recién había comenzado y no tenía ganas de exasperarla cuando eso significaba tener que aguantar sus reproches hasta la hora de la salida. Dejó que ventilara su disgusto un rato más y asintió con la cabeza aunque, para ella, no tuviese nada de malo si Katrinka salía con Sasha o no. Quizá Rhonda estaba molesta porque se trataba del mismo Sasha que siempre la ignoraba en el taller de química.

—¿Puedes creerlo?

—¿Qué…? Ah, sí, por supuesto, Rhonda. —Dijo Nadine sin darle mucha importancia.

Rhonda se quedó en silencio. Eso era extraño, Rhonda jamás de quedaba en silencio. Nadine se dio la vuelta y la miró, desconcertada; su extrañeza aumentó todavía más cuando notó la mirada de profunda incredulidad que le estaba dirigiendo la morena.

—¿Te lo había contado alguien más?

—No… pero era algo obvio, ¿no?

Rhonda se puso una mano en la barbilla.

—¿Qué?, ¿obvio?, ¿cómo? —Parecía todavía más estupefacta con cada pregunta que hacía—. ¿Cómo te pareció obvio?, pensé que ya no lo frecuentabas.

—¿Eh? —Se quedó en silencio un momento mientras pensaba. No sabía por qué Rhonda tenía la idea de que ella y el gran Gino se frecuentaban. Él era mafia y ella, pura entomología—. ¿No lo hago?

—¡Nadine! —Arrugó el ceño—. Explícame, ¿estás diciendo que apruebas que Peapod esté saliendo con Sheena?

—¿QUÉ? —Abrió mucho los ojos—. ¿Cómo sabes que-?, ¿cómo fue-?, ¿qué?

Rhonda sonrió, sarcástica y acomodó su cabello.

—Querida, ¿no estabas escuchándome?


Los rumores, las rupturas, los noviazgos breves así como los que muchos pensaban que serían breves, siempre eran comidilla del pueblo y eran muy pocos los que no se veían afectados por ellos. Las parejas acaparaban las conversaciones principales, pero eso no quería decir que los solteros pudieran librarse de las murmuraciones. De hecho, mucho se apostaba sobre si Fulanito saldría con Menganita o si Menganita saldría con Menganito. Todos eran potenciales víctimas y todos asumían que podían adivinar mejor que nadie cuál pareja se formaría más pronto que tarde o viceversa.

O algo así.

La pieza que no terminaba de encajar, en ese rompecabezas perfecto, era Arnold Shortman. Había vuelto de la selva el año antes del último año, un poco más alto que en la primaria, con la misma personalidad bonachona de siempre y con una serie de habilidades adquiridas en la jungla, que solo habían ayudado a aumentar aún más su popularidad. Era una extraña combinación que funcionaba muy bien en él y si alguna vez había existido el temor de que no pudiese acoplarse a las costumbres de la ciudad, este se había desvanecido los primeros días de escuela. No solo se había nivelado muy bien en las asignaturas, sino que además se había inscrito en los clubes de baseball, basketball y ciencias. Llenaba de contradicciones su lugar en la escuela, pero eso en lugar de volverlo un rarito, llenaba de curiosidad a los demás. Nadie lo molestaba en serio y si lo hacían, su naturaleza generosa terminaba por doblegar voluntades. Debido a esto, la pregunta que todos se hacían constantemente cuando lo conocían era: ¿por qué Arnold no tenía novia?

—¿Arnold?, ah… pues, ¿salía con Lila, no? —Gerald se limpió el sudor de la frente con una toalla y se fue a sentar a una banca.

—¿Con la señorita Lila? —Stinky dio un largo suspiró y se sentó a su lado—. Entonces, ¿son un ítem ahora?

—¿Eh?, pues… ¿por qué estás preguntándome a mí? —Arrugó el ceño y señaló sobre su hombro—. Arnold está ahí.

—Porque sería muy incómodo preguntárselo… además, tú eres su mejor amigo. Ayúdame, Gerald, ya viene el baile de primavera y…

—Ah, —le dio un trago a su botella con agua—. ¿Quieres invitar a Lila? —Lo miró de reojo.

Stinky se sonrojó, tosió, se arregló la camiseta.

—¿Sí?

Gerald le lanzó una sonrisa burlona, volteó hacia donde estaba Arnold y gritó.

—¡Hey, viejo!, ¿a quién vas a llevar al baile de primavera?

Stinky se puso pálido. Arnold, que estaba hablando con chicos de primer año que se habían unido al equipo, alzó la mirada.

—¿Eh?, ¿cuál baile?

—¡El del próximo mes!

Arnold se encogió de hombros y volvió su atención a los nuevos.

—Ahí lo tienes, Stinky. Puedes invitar a Lila a bailar todo lo que quieras. —Se rió, pero la felicidad le duró poco. Una toalla impactó directo en su rostro.

—¡Oh, Helga! —Phoebe se tapó la boca con las manos y corrió a auxiliar a Gerald—. ¿Estás bien?

Helga, por supuesto, se estaba riendo. No se disculpó, sino que ensanchó su sonrisa cuando Gerald le lanzó una mirada llena de no te soporto.

—No seas quejica, Geraldo. Eso se pasa por abrir tan grande la bocota.

Gerald pasó de ella.

—Phoebe, ¿puedes explicarme por qué Pataki tiene que venir aquí contigo siempre?

Phoebe no pudo contestar.

—Porque se me da la real gana. —Helga estiró la mano—. Pero evitaríamos estos encuentros incómodos si dejaras la tarea de biología en el escritorio de Phoebe.

Gerald jaló su mochila a regañadientes.

—¿Por qué tengo que dártela?

—Porque le copias a Phoebe.

—¿Por qué se la copias a Phoebe?

—Porque toca a las ocho de la mañana y a esa hora todavía estoy durmiendo. ¿Vamos a seguir declarando obviedades o tengo que tirarte otra cosa en la cabeza para que recuperes el sentido?

—Creo que ninguno de los dos debería copiarle la tarea a Phoebe. —Declaró Arnold con mucha serenidad, había terminado de hacer sus tareas de mano derecha del capitán y ahora estaba buscando su toalla—. Hey Stinky.

Stinky saludó en voz alta, Gerald y Helga rodaron los ojos.

—Creo que nadie te pidió tu opinión. —Dijo Helga con sequedad y le arrebató la mochila a Gerald para ponerse a buscar ella misma.

—¡Hey! —Se quejó Gerald.

—Solo digo que los ejercicios son los mismos que vienen en los exámenes y si los copian nunca podrán hacerlos.

Gerald suspiró, con algo de culpa. Helga tomó el cuaderno y le tiró la mochila de regreso a su dueño.

—Díselo a alguien que le importe. —Se despidió de Phoebe y de Stinky antes de irse.

Arnold la miró por un rato mientras los demás volvían a su conversación habitual.


Razón I: estándares muy altos


—Adivinen qué… —Sid dejó su charola en la mesa, sonreía muy pagado de sí mismo e incluso silbó un poco antes de tomar asiento. Los demás lo miraron entre divertidos e incrédulos, pero continuaron comiendo. Tenían examen de química después del descanso y nadie tenía tiempo para prestarle atención.

Nadie, excepto Stinky.

—¿Qué? —Masticó su emparedado con lentitud.

—Acabo de invitar a Nadine al baile y ha dicho que sí.

Peapod, que había estado hablando con Lorenzo, interrumpió su conversación y se giró en dirección a Sid (no se podía decir a ciencia cierta si estaba mirándolo, pues todavía usaba gafas oscuras en todos lados). Lorenzo alzó una ceja, pero abrió su laptop para verificar que sus horarios estuviesen en orden; presentía el comienzo de un momento incómodo y no se sentía con ganas de involucrarse, después de todo, él ya tenía su cita.

—¿Nadine Pensky? —Preguntó Peapod mientras se acomodaba las gafas que nunca se salieron de su lugar—. Esto es terriblemente, terriblemente inesperado.

Sid parecía no notar ningún problema, demasiado ocupado con su propia fortuna. Sacó su emparedado y le dio un mordisco antes de contestar.

—Sí, la semana pasada se lo insinué y parecía que no tenía la menor oportunidad, pero finalmente me dijo que sí.

Gerald soltó un bufido burlón y le dio un codazo a Arnold.

—Las mujeres son vengativas, —murmuró en voz baja.

Arnold casi escupe la soda que había estado bebiendo, arrugó el ceño y contestó de la misma manera.

—¿A qué te refieres?

—Todos vieron a Peapod acompañar a Sheena ayer en la tarde.

—¿Y? —Arnold parecía perdido.

—Viejo, es obvio que está saliendo con Sid para probar su punto.

—¿Y ese sería…?

—No molestes a su chica, —Gerald le lanzó una mirada divertida y le dio un trago a su jugo.

—Si solo acompañó a Sheena… eso qué tiene que ver con Nadine…

Gerald se indignó.

—¡Viejo, es obvio! Las mujeres son celosas, probablemente se inventó un interpretación de treinta páginas sobre cómo Peapod prefiere a Sheena antes que a ella. —Gerald miró con interés cómo Sid y Peapod parecían conversar—. Tienes que tener mucho cuidado o te arrepentirás, generalmente suelen devolverte cualquier cosa que hayas hecho multiplicada por diez.

—Supongo que tú tienes mucha experiencia en ser malinterpretado, —se burló Arnold. Gerald siempre había sido popular y era normal que los chismes se formasen a su alrededor, a pesar de que ya tuviera novia y, en general, nadie se metiera con Phoebe.

—Así es, —Gerald lo miró de reojo—, apuesto que también te ha pasado. Tú nunca te das cuenta de nada.

Arnold arrugó el ceño.

—No, no me ha pasado. —Arnold le dio un mordisco a su carne de soya (había llegado tarde y le tocó servirse de lo único que quedaba: el menú de los vegetarianos)—. A mi no me gustaría tener de novia a alguien que malinterprete todo lo que hago. Me gustaría una chica que sea lista, tranquila y divertida.

En algún momento, Sid y Peapod habían dejado de monologar y la mesa se había quedado en silencio. En algún momento, todos habían notado que Arnold estaba hablando y que su tono había encontrado una nota de ensoñación bastante fácil de malinterpretar. En algún momento, su deseo se convirtió en afirmación absoluta y para la hora de la salida todos estaban comentando lo difícil que era complacer a Arnold.

¿Has escuchado? A Arnold le gustan las chicas que parecen super modelos, que nunca se pongan celosas, que hablen tres idiomas y que tengan su propio show de stand up comedy.

¿En serio?

Sí, en serio, al parecer en la selva salía con una princesa de una tribu y ahora no quiere bajar sus estándares.


Razón II: anda perdido


Parecía una epidemia. Desde que se habían enterado que Sheena iba a ir al baile con Peapod porque el gran Gino iba a llevar a su prima segunda, y que Nadine iba a ir con Sid porque Peapod podía salir con quien se le diera la gana, en palabras de ella, la escuela se había vuelto un completo desastre. Lo cierto es que ninguno de los chicos se lo había visto venir y ninguna de las chicas estaba preparada para la resaca que llenaría de quejas y llantos a los de último año. Solo bastó que Darren, novio de Linda, dijera que Nadine estaba exagerando para que Linda, novia de Darren, se exasperara por su falta de sensibilidad y comenzara a sospechar que quizá le parecía aceptable el comportamiento de Peapod. Ni Linda ni Darren se pusieron de acuerdo en su toma de posiciones respecto de ese chisme en particular y todo terminó en una gran pelea en la que Linda dijo claramente que iré al baile con alguien más y Darren cuasi gritó ¡perfecto!, no te necesito, yo también puedo conseguirme una chica linda como esas que le gustan a Arnold.

La ola de peleas y rupturas fue un fenómeno psicosocial tan entretenido que la psicóloga de la escuela no se daba abasto para procesar las cifras de su muestreo (que utilizaría en su tesis de maestría). Las parejas que aún se mantenían juntas: Phoebe y Gerald, y Lorenzo y su chica misteriosa, habían optado por el perfil bajo con el objetivo de salvaguardar su relación. Arnold, por otra parte, no comprendía por qué de pronto todos los nuevos solteros de su grado se pasaban por su casillero para darle palmaditas de felicitación y declarar su profunda admiración por mantener sus altos estándares, eso, y para repetir que las mujeres estaban locas.

—Tú lo viste antes que todos nosotros, Shortman, —le dijo Steven, el chico más alto de su grado—. Tú sabías que todas las mujeres de este pueblo están dementes. Bien hecho.

—Eh… gracias Steven, pero no haber dicho nada parecido…

—¡Ah, vamos, Arnold!, ¡no seas humilde!, tú eres el que empezó todo esto, no creas que no te daremos el crédito.

—¿El crédito?

—Por organizar el primer baile de primavera sin parejas. —Steven le pasó un brazo por los hombros y lo apretó con toda sus fuerzas mientras señalaba el fondo del pasillo—. Eres un visionario: un baile sin tener que soportar regaños por llegar tarde, por ponerte un traje que no combina con su vestido, sin tener que cargar ningún abrigo o cartera y sin tener que aguantar pisotones.

—Eh… S-Steven, me estás…

Pero Steven no parecía estar prestando atención.

—La falta de sexo sí es preocupante, —se rascó la cabeza y soltó a Arnold, lo miró fijamente—, ¿qué haces con eso?, ¿te la sobas todo el tiempo? —Ilustró su pregunta con un movimiento de su mano.

Arnold consideró que era una pregunta muy personal. Felizmente para él, la puerta de un casillero, que había estado abierta todo ese rato, se cerró con fuerza.

—Ferguson, ¿no es suficiente con escuchar tus hábitos masturbatorios en la clase de salud?, ¿también lo tengo que oír en los pasillos?, ¿estás buscando formar un club o qué? —Helga alzó un lado de la uniceja. Arnold se sintió repentinamente diez veces más incómodo que al inicio de esa conversación.

Steven era al menos tres veces más alto que Helga, pero el recuerdo de lo que la rubia le hizo en sexto grado todavía estaba calado muy hondo en su memoria. Además, todos sabían que Helga era un perro rabioso y que mordía más duro que las serpientes, o al menos eso decían los chismes. Dio un paso atrás y palmeó a Arnold en la espalda mientras se reía forzada y estrenduosamente. Por alguna razón (quizá tenía que ver con que Arnold había vivido en la selva y ya sabía cómo controlar animales peligrosos), Arnold no le tenía miedo, así que decidió ponerse a buen recaudo.

—No estaba hablando contigo, Pataki. Tú… eh… bruja, esta es una conversación de hombres y no estás autorizada a escucharla.

—¿Crees que me importa, retrasado? —Helga se veía indignada—. Si estás intentando ligarte a Arnold, al menos hazlo en privado. Esta es una escuela pública, ¿sabes qué significa, no?

—¡No soy gay!

—Seguro que sí, —Helga sonrió de lado—. Hey, yo no los juzgaré.

Arnold sabía que Helga estaba haciéndolo al propósito, pero algo en su orgullo masculino más primario e irracional decidió hablar en voz alta.

—Yo tampoco soy gay.

Se dio cuenta que había sido una decisión estúpida cuando Helga ensanchó su sonrisa.

—Tengan cuidado, chicos, probablemente ambos son vírgenes, pero la protección nunca está demás. Vayan por condones gratis a la enfermería.

Arnold arrugó el ceño, Steven se escandalizó.

—¡No soy gay, Pataki!

—¡Helga!

Helga es encogió de hombros.

—Miren, si no quieren que nadie se entere, solo tienen que pedirlo, no soy tan irracional.

—¡No soy gay! —Dijeron Steven y Arnold al mismo tiempo.

—¿Ah no? —Helga tomó su mochila y ladeó la cabeza mientras los examinaba de pies a cabeza. Ambos lo notaron, así que se irguieron y sacaron pecho—. Entonces, estás dispuesto a decir que Arnold aquí presente te parece repulsivo y no lo tocarías ni con un palo, ¿lo harías, mastodonte?

—¡Claro que sí! —Steven se volteó e inspeccionó a Arnold rápidamente—. Está feo.

—Lo siento, Arnold, parece que tu amor no es correspondido. —Helga estaba aguantándose la risa todo lo que podía.

—No que me importe demasiado tu opinión, Steven, pero nuestras percepciones no tienen nada que ver con nuestra inclinación sexual. Puedo encontrarte atractivo, pero eso no quiere decir que sea gay. —A Arnold sí parecía importarle que le hubiesen dicho feo.

—¿Qué? —Steven lo miró confundido.

—Dice que tú también estás horrible. Lo siento, Steven, tu amor tampoco es corrrespondido. —Helga se tapó la boca, se estaba divirtiendo demasiado, no quería arruinarlo.

—¿Qué?, Arnold, no estoy horrible, ¿qué te pasa?

Arnold cerró los ojos y se sobó las sienes, exasperado.

—Sí, Arnold, qué te pasa, —apoyó Helga—, ¿cómo puedes decir que Steven está bizco, gordo y no tiene nada de trasero?

Arnold le lanzó una mirada llena de resentimiento, pero a Helga no le importó.

—¡Arnold! —Se enojó Steven—, miro así solo cuando pasan las animadoras, soy el capitán de rugby, tenemos que tener músculo y tengo mucho trasero, ¡mira! —Se volteó para probar su punto.

—¡Suficiente! —Arnold tomó su mochila—. ¡No me gustas, Steven!, ¡te felicito por lo que sea que haya que felicitarte!, ¡ya deja de caer en los juegos de Helga!, ¿no se supone que tienes práctica a esta hora?

Helga nunca se había reído tanto en su vida. Ni siquiera cuando, al día siguiente, se corrió el rumor que a Arnold se le había declarado un chico en pleno pasillo. Steven Ferguson afirmó enérgicamente que esas eran puras tonterias y que el único gay de la escuela era Eugene.


Razón III: mientras más posibilidades, más difícil elegir


Todo comenzó en el baño de las chicas. Con la nueva cantidad de chicas solteras, viejas amistades se habían restaurado, nuevas alianzas se habían formado y, ahora, ir a lavarse las manos era una tarea titánica. Todas se detenían a conversar en el espacio entre los cubículos y el lavadero, pues era la única zona segura en la escuela, el resto del territorio era compartido y ninguna quería arriesgarse a soltar información que podría ser utilizada por el enemigo en común: los ex. Así que conversaban en privado y sobre todo y tanto que una mañana llegaron al tópico de Arnold Shortman.

Las chicas estaban molestas con Arnold. No solo iba por la escuela pavoneándose de querer a una mujer perfecta o a nadie, sino que también había organizado el boicot al baile de primavera. Eso hubiese bastado para dejarlo bastante soltero, pero no pasaba ni un día y si no eran chicas, ya se le declaraban los chicos. Así que se preguntaron en voz alta: ¿qué tiene Arnold que los trae locos? Pensaron en sus propios ex y en el peligro que suponía que por la soledad terminaran buscando a la mejor opción entre su manada de muchachos y ya que Gerald estaba tomado, solo quedaba Arnold. Quizá por eso había terminado con ellas… porque Arnold los había seducido con sus historias de la selva, con su camisa a cuadros y esa sonrisa de medio lado que le dedicaba a todo el mundo cuando hacían un buen trabajo en el basketball.

—¿Estás segura? —Dijo Mary Hill, presidenta del club de debate.

—Sí, Arnold le sonríe a todos y no estoy admitiendo que me guste o algo parecido, pero tiene una linda sonrisa, —afirmó Jessica.

—Es cierto, es linda, —corroboró Amy, que la había visto de cerca.

—No lo sé, tendría que verla por mi misma… se los diré luego de mi clase de historia, me siento a su lado, —dijo Mary Hill con arrogancia. Todas sabían que ella había elegido ese lugar porque Arnold le pareció interesante desde que se incorporó a la escuela.

Jessica Smith y Amy Wilson, cada una por su lado, decidieron corroborar que la sonrisa de Arnold seguía tan linda como siempre ese mismo día. No confiaban en Mary Hill, probablemente ella creía ser esa chica perfecta que Arnold estaba buscando, pero ni de chiste.


Arnold se estaba gastando un humor de los mil infiernos. De los mil infiernos en términos de Arnold, que generalmente tenía más paciencia que seis seres humanos promedio, así que uno podía notar que estaba ligeramente incómodo, pero todavía era capaz de responder con amabilidad si le preguntabas qué hora era. Lo que no había hecho en todo el día, eso sí, era sonreir.

—Buenas tardes, Arnold, —saludó Mary con una sonrisa.

Arnold la miró con sospecha un momento y luego de asegurarse que no hubiese nadie a su alrededor (por alguna razón, que el presentía no era buena en lo absoluto, varias chicas habían estado sonriéndole todo el día), la saludo con un gesto vago de la mano. Se dejó car en su asiento bastante cansado y con ganas de que las clases terminaran por ese día para poder irse a su cada a dormir.

Mary Hill arrugó el ceño, desconcertada, pero no se desanimó. Una de las cualidades de la oratoria era la paciencia, si no sabías escuchar a tu interlocutor, no era posible una buena respuesta.

—Perdona, Arnold, ¿no te sientes bien? —Insistió con su mejor expresión comprensiva y se soló disimuladamente el primer botón de la blusa que había llevado ese día. Hacía calor.

Arnold, quien no parecía muy interesado en muchas cosas, se habìa recostado sobre sus libros con los ojos cerrados. Apenas los abrió para decirle que estaba bien, pero que quería dormir.

Mary se escandalizó un poco más, pero continuó en su empeño de no rendirse.

—Ah, perdona que moleste, pero ha habido un virus en la escuela y escuché que muchos estaban resfriados, pensé que quizá tenías algo parecido.

—Gracias por preocuparte, eh… lo siento, ¿cuál era tu nombre? —Arnold lucía apenado, pero más somnoliento que apenado, así que su disculpa se vio poco sincera, aunque Mary sabía que su intención había sido otra.

—Mary, Arnold, Mary Hill, fuimos compañeros en la última exposición, ¿recuerdas? —El tono de Mary había salido más rígido que simpático, pero estaba segura que Arnold no la habría malinterpretado.

—Claro, Mary, lo siento, quizá tengas razón y sí esté resfriado. —Arnold levanó la mano abruptamente—. Profesor, no me siento bien, ¿puedo ir a la enfermería?

—Ah, Arnold, claro, revisa la página 116 del libro, es la tarea para la próxima semana. —El profesor y Arnold se llevaban muy bien, a nadie le sorprendió que le diera permiso a pesar de que Arnold lucía perfectamente bien.

—Nos vemos, Mary, gracias por preocuparte.

Mary, sin embargo, no pudo ver la semi sonrisa que Arnold le dedicó, porque el gesto duró el segundo que ella había decidido bajar la vista.


En su camino a la enfermería, Arnold se puso a reflexionar un poco sobre su situación. No entendía por qué tantas chicas que habían pasado de él la semana anterior, ahora se mostraban tan atentas y sonrientes, como si las hubiesen cambiado por personas totalmente distintas de un momento a otro. Al comienzo solo lo habían desocncertado, pero con las advertencias solapadas de los ex novios el asunto empezaba a adquirir un matiz muy diferente y aunque confiaba en sus propias fuerzas, no creía en la violencia injustificada. Pelearse con la mitad de los chicos de la escuela no estaba en sus planes.

—¡Arnold, qué coincidencia!

Arnold dio un respingo. Unos pasos más adelante, a su derecha, una chica rubia le sonreía. No estaba acostumbrado a que las chicas rubias le sonrieran, así que no correspondió como naturalmente lo hubiese hecho.

—Eh… hola, —saludó algo apurado.

—¡Soy Amy, Amy Wilson del club de lectura! —Se rió—. ¿Recuerdas que no encontrábamos el salón de las reuniones el primer día?

Arnold tenía un recuerdo vago de ese día. No estaba enterado, pero Helga era la presidenta y se burló toda la tarde de su falta de orientación y de su incapacidad genética para no meterse en problemas nada más pisada Hillwood. Arrugó el ceño, Helga era tan odiosa…

—Ah, claro, sí. Hola, Amy, —dijo menos entusiasta de lo que pretendía y siguió caminando, todavía bastante ensimismado en sus recuerdos. No había podido contestarle una sola cosa a Helga, a pesar de que sabía que no tenía razones para no hacerlo.

—¡Espera, Arnold! —Amy lo tomó del brazo—. Pensé que tenías clase a esta hora, no me digas que te la has saltado… —Le lanzó una mirada maliciosa.

Arnold la miró y recordó la vez en la que había decidido cortar las clase junto con Gerald.

—No, no lo haría de nuevo. Estaba yendo a la enfermería, creo que estoy resfriado.

Amy abrió los ojos, sorprendida.

—¿Te has saltado las clases?

—En cuarto grado y fue horrible, —asintió y se soltó disimuladamente.

—No pareces muy enfermo, ¿por qué mejor no vamos a la cafetería y compramos algo? Yo tenía estudio libre, pero me dio hambre.

—No creo que sea buena idea y la verdad me siento muy cansado, Amy. Perdona.

Amy arrugó el ceño.

—Claro, Arnold, pero antes de que te vayas, ¿podrías contestarme una pregunta?

—Sí, claro, dime.

—¿Has hablando con Mary Hill hoy?

—¿Eh?, sí… llevamos en el mismo horario y hablamos un poco hace un rato… ¿por qué?

—Oh, no es nada importante, —Amy le lanzó una sonrisa forzada—. ¡Nos vemos!

Amy se dio la vuelta y Arnold creyó haber oído un maldita bruja, pero lo atribuyó a su imaginación y siguió su camino a la enfermería.


Llegó a la enfermería sin más contratiempos; no pudo abrir la puerta, sin embargo, porque una chica furibunda (Jessica Smith) salía dando grandes zancadas. Alcanzó a quitarse de su camino justo a tiempo y le pareció que iba a decirle algo, pero la enfermera apareció en el marco de la puerta y lo invitó a entrar sin esperar demasiado.

—¿Estás bien, querido? —dijo la mujer en el uniforme blanco—, ha habido muchos resfriados esta semana y muchos se han ido a casa ya. Ahora no tengo descongestionantes para ti, estaba de camino a hablar con el director sobre esto. Hay agua caliente en ese thermo y puedes recostarte si quieres o quizá prefieras una nota para irte temprano a casa… de cualquier forma, ¿puedes esperar mientras voy a buscar al director?

Arnold parpadeó confundido, había sido demasiada información en muy poco tiempo. La enfermera no lo dejó responder, en cualquier caso.

—Mira, esa cama está libre. Solo tenemos un paciente más en la cama de ahí —señaló la izquierda—, pueden hacerse compañía mientras vuelvo, ¿de acuerdo?, ¡ya vuelvo!

Se marchó rápidamente y Arnold se encogió de hombros. Miró con curiosidad la única camilla con las cortinas corridas y se fue a sentar en la que estaba libre. Dudó un momento, porque realmente no tenía ganas de conversar con nadie, pero finalmente decidió saludar, por educación y porque sería incómodo si el paciente decidía abrir las cortinas y encontrarlo.

—Eh, hola… espero que te encuentres mejor.

Contó uno, dos, tres… hasta diez segundos, pero no recibió respuesta. Arrugó el ceño, se echó y cerró los ojos. Estaba bien hasta que el otro ocupante comenzó a toser sonoramente, como en aquellas ocasiones en las que el abuelo se atoraba comiendo pasas. Arnold abrió los ojos.

—¿Estás bien?

Escuchó que tosía un poco más, pero no recibió ninguna respuesta.

—¿No quieres agua?, hay un thermo sobre la mesa.

La habitación volvió a quedarse en silencio, así que intentó conciliar el sueño nuevamente. El intervalo no duró mucho, las toses comenzaron nuevamente y el ruido de los resortes de la camilla y de la persona dando vueltas eran suficientes para espantar cualquier intento de paz y tranquilidad. Las toses se hicieron más fuertes y Arnold ya se había sentado para ir por agua, cuando las cortinas se abrieron de golpe.

Arnold alzó una ceja.

Quizás era porque había recibido demasiadas señales equivocadas toda la semana, quizás era porque no comprendía a las mujeres y, al parecer, tampoco a los hombres. Quizás era que todo el mundo parecía obsesionado con echarle la culpa de todo y aunque estaba acostumbrado a lidiar con los problemas de los demás, nunca había tenido que lidiar con tantos a la vez. Quizás era porque Helga se veía, justo en ese momento, bastante diferente de las chicas de la escuela. Quizás se debía a la mirada de advertencia que recibió y la amenaza silenciosa que precedía a su malhumor. Quizás era porque se veía enferma, delicada, despeinada y tenía la nariz roja. Arnold no sabía, pero quizás y solo quizás era porque tenía lógica que decidió que no estaba irritado con la descortesía de Helga y que más bien necesitaba su ayuda. Decidió levantarse y alcanzar el thermo antes que ella pudiese hacerlo.

—Solo voy a servirte agua, no tienes que mirarme así, ¿sabes?

—Cállate, Arnold, —Helga quería sonar malvada, pero solo logró acentuar su nasalidad.

—Contestarme no te hubiese matado.

—No quería arriesgarme.

Arnold le pasó un vaso con el agua tibia.

—¿Por qué no vas a tu casa? Luces horrible.

Helga alzó el puño, pero lo bajó casi inmediatamente.

—Aquí hay medicinas, —explicó con simpleza.

Arnold se sintió mal de inmediato. Helga decía las cosas tan friamente, como si fueran normales, que si Arnold fuese otra persona y no la hubiese conocido desde la infancia, quizá hubiese creído que no le importaban.

—Helga…

Helga tiró el vaso de plástico al cubo de la basura y corrió las cortinas que cubrían su camilla. Arnold rodó los ojos y se echó nuevamente.

—No puedo creer que estés saltándote las clases, Shortman.

—¡No me estoy saltando las clases! —Protestó de inmediato.

—Este lugar es para los enfermos, fuera de aquí.

—Creo que me quedaré un rato más.

—No veo para qué.

—Se lo prometí a la enfermera —dijo tercamente.

Helga bufó incrédula, pero eso solo ocasionó que le volviera a dar tos.

—¡Solo quita las cortinas y toma el agua!

—¡No me des órdenes, Arnold!

—¿Por qué estás enferma, de cualquier forma?

—¿A ti qué te importa?

—Si me voy a contagiar, al menos merezco saber por qué.

—Ya te dije que te largues.

—No recuerdo que fueras tan hostil cuando estabas enferma…

No recuerdo que fueras tan hostil cuando estabas enferma, —lo imitó Helga.

Arnold miró de reojo.

—Cuando te dio mononucleosis…

Las cortinas se abrieron de inmediato.

—¡Dijimos que no volveríamos a hablar de eso!

Arnold sonrió.

—Hazme compañía, ¿por favor?, hasta que vuelva la enfermera, —le pidió de buen humor.

—Olvídalo, cara de mono.

Arnold, yo creo que tú estás bien, es decir, eres un buen chico y creo que estás bien… —la imitó Arnold.

—Bien, ¿de qué quieres hablar?

Arnold ensanchó su sonrisa y le pasó un nuevo vaso lleno de agua.

—¿Cómo fue que te enfermaste?

Helga tomó el vaso y lo pensó un momento, parecía sinceramente agotada y Arnold decidió acercas un banco a su cama, para que no hiciera el esfuerzo de alzar la voz.

—Me contagió Eugene, es mi compañero de laboratorio de química.

—Pensé que usaban mascarillas en química…

—Nos besamos, —contestó Helga, sarcástica.

—Su novio se pondrá celoso…

Helga sonrió a pesar de sí misma.

—Hablando de celos, ni siquiera tú debes ignorar el hecho de que la mitad de la escuela te odia, ¿verdad?

—¿Qué quieres decir?

—Las chicas están compitiendo para ver quien logra poner celoso a su ex primero. Tú solo eres un muñeco muy conveniente, con todo eso de que solo saldrías con la chica perfecta, —Helga rodó los ojos—, ¿desde cuándo te volviste tan superficial, Arnoldo?

Arnold se indignó.

—¡Esos son rumores!, yo nunca dije nada parecido, no entiendo de dónde lo sacaron, —Arnold le lanzó una mirada de sospecha.

—¡Hey!, esa no fui yo, yo solo avivé un poco los rumores tu poder de atracción sobre el sexo masculino.

—Deja de decir que soy gay.

—No he dicho nada de eso. He dicho que le gustas a los gays, es distinto. No seas homofóbico, Arnold.

—Quizá debería empezar rumores sobre ti…

—Hay demasiados y los iniciaron personas más creativas que tú.

—Yo solo diré la verdad, es mucho más increíble que cualquier rumor que hayan comenzado, —hizo una pausa—, yo solo conozco aquel en el que encerraste a Gerald en el gimnasio.

Helga arqueó un lado de la uniceja.

—Ese no es un rumor, —volvió a tirar el vaso en el cubo de basura—. El más sorprendente es el que dice que secuestro cachorros para alimentar a mi demonio lagarto.

—¿Todavía lo tienes?

—Por supuesto que sí, Arnoldo, —dijo Helga con arrogancia—, y Eleazar no come cualquier cosa.

—¿Eleazar? —Arnold la miró, confundido.

—Es el nombre de mi lagarto.

—Suena extraño.

—Mejor que Abner, seguro que lo es.

—¿Qué tiene de malo Abner?

—No sé, ¿es un abuelo de ochenta años?

—Por lo menos no suena como un personaje de película de terror, no tienes que esforzarte Helga, ya es lo suficientemente espantoso.

Helga recogió sus piernas y cerró las cortinas.

—Adiós, Arnold.

Arnold miró las cortinas estupefacto.

—¿Te enojaste por eso?

—Tu cara me enoja en general.

—¡Helga!

—Ya duérmete, Arnold, ¿no es eso por lo que estás aquí?

—Bien.

—Bien.

Se quedaron en silencio un largo rato. Arnold con uno de sus brazos doblados detrás de su cabeza, mirando el techo y oyendo la respiración gangosa de Helga que tosía y se removía de rato en rato, aunque no parecía que lo hiciese por molestarlo. La enfermera ya se había demorado veinte minutos y todavía quedaban una hora para que se acabaran las clases. Sabía que se iba a negar, pero Arnold había decidido acompañar a Helga a su casa, en el momento en el que estuviese lista.

—¿Helga?

—Helga…

—…

—¡Helga!

—¿QUÉ?, dios, qué quieres, Arnoldo.

—¿Me odias?

—¿Qué?

—Dijiste que todas las chicas me odiaban.

—¿Y?

—Eres una chica.

—¿Qué te hace creer que solo te odio porque otras chicas te odian?, ¿crees que si un día se levantan y les gustas también me vas a gustar?

—Entonces, ¿no me odias?

—Claro que te odio, solo estoy enfatizando que comenzó hace mucho tiempo.

Arnold volteó a mirarla, pero solo se encontró con las cortinas y la silueta que marcaba la luz. Helga estaba mirando a la pared.

—Ya te lo había dicho antes, ¿no? —Helga volvió a hablar, pero esta vez su voz no sonaba tan enérgica—. Estás bien.

—Tú también estás bien, Helga.

—Y no te odio…

—Ya lo sabía.

—Bien.

—Bien.


Continuará...


Tenía más de viente hojas en word, lo corté para no aburrirlos, espero que les haya gustado. Subiré las siguientes partes en los siguientes días. ¡Ya viene Navidad! ;)

Abrazos a todos con todo mi corazón.

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