Renuncia: Todo a Hiromu Arakawa.
Arrúllame
Las manos de Winry nunca han sido suaves.
Edward lo sabe porque desde la niñez se las roza tímidamente, bajo la mirada confundida de su mirada ella, y se encuentra que sus manos pequeñas están llenas de tierra y hierba, con el aroma a humedad que hay en casa. Él siempre ha tenido el deseo infantil de entrelazar sus dedos con los suyos, y éste ha sido el único pensamiento romántico y honesto (fallido también) que ha tenido de niño.
Más tarde descubre que sus manos son callosas.
Ella le roza la piel dolida y jura sentirla sobre el metal de su brazo, como si acaso ella supiera transmitirle tacto con sus dedos tibios y casi temblorosos. Él ha visto el infierno y ella, sin saberlo, le borra el sufrimiento con sus dedos de cielo. A Edward le gusta el polvillo que hay entre sus dedos, y secretamente le encanta cuando le roza la piel en medio del mantenimiento, porque cuando lo toca es el único momento en que siente real.
Edward ama sus manos porque lo calman entre tanta agonía.
(y jamás admitirá que adora sus ojos de cielo azul y triste, su voz de brisa mañanera, la piel que tiene aroma a hogar, su expresión nostálgica que le llena el alma y quiere apresurarse en volver a casa).
La primera vez que envuelve sus manos entre las suyas, las manos de Winry tiemblan y buscan cortar carne ajena. Ella tiembla como hoja de otoño gris y se ha extinto toda su luz veraniega.
Es la primera vez que Edward siente algo así como tristeza a la hora de quererla. Las manos de Winry son ásperas y sostienen un revólver polvoriento ente sus dedos de cielo. A Ed le tiembla la vida cuando se las imagina cubierta de sangre ajena, manchándose la primavera que tiene inyectada en las palmas resecas. (Es que son bellísimas). Cuando logra apartar el arma a un lado, comprende que en sus palmas no sólo poseen fuerza y vida, sino que también han tocado las paredes de una casa vacía y se han ido secando con el paso de la soledad.
Comprende que la ha estado subestimando.
(pero aun así, ella es preciosa cuando se seca el rastro de las lágrimas y se limpia el otoño gris que se ha asomado entre sus ojos tristes).
Ha entendido que sus manos son tibias y secas. Y éste es su consuelo mayor.
Cuando Edward por fin la roza, buscándole la vida para intercambiarla mutuamente, se lleva su mano callosa a sus labios y le besa el sabor a manzana que hay entre los dedos, el mimbre de su palma, la nitidez en la punta de sus dedos. Las manos de Winry son preciosas porque traen la vida entera y curan la de él. Nunca admitirá (aunque ha de decírselo en un susurro por las noches frías) que en ella encuentra la calidez perdida de un hogar, el frío amable en el invierno, las noches amables y sin pesadillas en su oscuridad.
(ella también le murmura el amor que ha ido acumulando con el paso de la vida, esas palabras que nunca le dice durante el día, y disfruta secretamente los roces amables que él reparte sobre su piel de cáscara, mientras por las noches calmas lo arrulla acariciándolo con sus palmas cansadas).
Las manos de Winry nunca han sido suaves,
pero dan vida entre tanto ácido.
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(sus manos serán, entre otras cosas, una luz del tamaño del sol).
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