PRÓLOGO
Disclaimer: Ninguno de los personajes públicamente reconocidos son de mi pertenencia, todos ellos son propiedad de Masashi Kishimoto (岸本斉史), escritor e ilustrador del manga Naruto (ナルト). Sin embargo, la historia es completa y exclusivamente mía.
«Esto es una puta mierda» piensas. El olor a cigarrillos, alcohol y sexo inunda el lugar, tu estómago está revuelto. Tienes los ojos cerrados, duelen; están rojos e hinchados. Quizás era por el humo de cigarrillo en el ambiente, quizás era por tu reciente llanto. Quién sabe, de todas maneras no importa. Tu cabeza parece latir el ritmo de tu corazón; todo da vueltas, te sientes como una completa y auténtica mierda. En todos los malditos sentidos posibles. Una asquerosa y vil rata. En momentos como estos, sabes que eres una basura inservible, pero también sabes que no eres el único. Hay alguien como tú. Hay alguien tan podrido como tú. Y eso hace que el incesante dolor de tu pecho no sea tan insoportable; aunque suene egoísta, te sientes aliviado. No eres el único monstruo. Eso es bueno. No te agrada estar solo, nunca te gustó la soledad. Reíste. Eso era bastante irónico, considerando el hecho que siempre estuviste solo...
Tu expresión se vuelve sombría. Y piensas, piensas mucho. Tus dientes rechinan, unos contra otros. No quieres pensar, ya no más. Quieres olvidar, quieres seguir con tus inconexos pensamientos; no quieres ver la realidad. No aún. «Aún no, por favor» suplicas. Y las lágrimas descienden por tus mejillas nuevamente. Lloras. Siempre has sido un llorón. La sensación de que te inundas con tus propias lágrimas te consume, sollozas y boqueas, cual pez fuera del agua. Lloras cual niño pequeño, en busca de calidez y afecto. Lo único que recibes, en cambio, es la desagradable sensación del vacío. Gimes y te retuerces; duele, duele mucho.
Abres tus ojos con dificultad, todo está borroso, las lágrimas entorpecen tu visión. Te encuentras en una habitación desconocida, todo está obscuro. Percibes un leve movimiento a tu derecha, una inconfundible cabellera dorada parece brillar entre tanta obscuridad.
Oh, es él.
El chico que está tan o más podrido que tú. No era más que una escoria sin futuro ni preocupaciones, igual que tú. Notaste que estaba desnudo; tú también lo estabas. Una fría e irónica carcajada salió de tus labios, tus manos, torpemente, su aferraron a tus cabellos negros. Mierda, mierda, mierda. ¡No, no! No es posible. «¿De nuevo, imbécil?» te preguntas a ti mismo. Quieres gritar, pero te mantienes callado, admirando silenciosamente a la persona a tu lado. Sus rubios cabellos, esparcidos por toda la extensión de la almohada, su tostada piel, sus grandes manos, su ancha espalda. Es él. Maldita sea, ¡es él!
Intentas incorporarte, sin embargo, un potente dolor te hace detener tus intensiones. Tu espalda baja, tus caderas. «No...» Sientes algo pegajoso entre tus nalgas. «¡No, no!» La realidad te golpea con fuerza; tan cruel como siempre...
Lloras con más fuerza; has caído nuevamente. Te has acostado con él, una vez más. Tratas de mejorar la situación, y te repites que sólo ha sido «una última vez». Sabes que es mentira, pero también sabes que aceptar la realidad te destrozará. Hundes tu rostro entre tus heladas manos, estás temblando. Tiemblas cual hoja de papel en medio de un fuerte huracán. Así es como te sientes: dentro de un devastador huracán de sentimientos y emociones.
La ansiedad te devora, sientes que te ahogas. Le miras con odio, ¡le odias, le aborreces! Todo es su culpa, todo, todo. Otra mentira, tú eres el único culpable. Pero en estos momentos finges ser la victima, es lo mejor. «¿Siempre culpando a los demás, no es así?», tus propios pensamientos te causan dolor, y deseas dejar de pensar, de sentir, de vivir.
Un desgarrador ardor invade la zona de tus muñecas, esas que están cubiertas por diversos trozos irregulares de tela que simulan ser muñequeras. Arrancas las muñequeras con furia, arde, sientes que tus muñecas están en llamas.
Ignorando el dolor, te arrastras fuera de la cama, desesperado. Recorres la habitación con la mirada, en busca de lo único que puede aminorar tu dolor. Coges tus pantalones velozmente y te encierras en el baño; escaleras abajo, dos puertas a la derecha; compruebas con desagrado que te has aprendido el camino de memoria.
Te encierras en el baño, respiras de forma irregular y agitada.
Repentinamente, te detienes...
Oh.
Parpadeas.
¿Qué es lo que haces?
Del bolsillo delantero de tu pantalón tomas una pequeña navaja; el metal brilla, hace que tus ojos se pierdan entre ese atractivo y uniforme plateado.
Espera...
Observas tu muñeca izquierda, diversas cicatrices decoran bizarramente tu piel, además de restos de pequeños dibujos, hechos por un plumón negro.
«—Cuando sientas deseos de auto–flagelarte, escribe sobre las zonas en las que quieres cortarte...», las palabras de tu psicóloga resuenan con fuerza en tu cabeza. Tiemblas. Piensas en soltar la navaja, pero no lo haces.
Porque ya no había felicidad. Ya no había cosas hermosas que te hicieran sonreír —como la sonrisa de mamá, los amables ojos de aniki, o la seguridad que transmitía papá al palmearte suavemente la cabeza—.
Con fuerza, deslizas la hoja de la navaja sobre tu muñeca.
Uno, dos, tres, cuatro...
Haces muchos cortes, todos duelen, las heridas viejas se abren. Deslizas tu espalda por la fría y dura pared hasta caer al suelo.
El dolor físico actúa como anestesia ante el dolor emocional, repites.
Recuerdos fugaces comienzan a inundar tu mente...
«—Soy Sasuke Uchiha, y recientemente me diagnosticaron depresión, luego de que intentara saltar del décimo piso de un edificio. Usualmente me encierro en mi recamara y no salgo de allí si no es estrictamente necesario. Aunque...hoy conocí a un chico. Su nombre es...»
Lentamente tus ojos se cierran, tu cuerpo está completamente relajado: quieres dormir. Miras tu sangrante brazo y, con los ojos entrecerrados, logras leer «Naruto Uzumaki» en tu muñeca, antes de dejar caer definitivamente tus párpados.
«—Escribe cosas alegres y hermosas, cosas que te hagan feliz, ¿de acuerdo?»
¡SASUKE!
