¡Hola!
Primer fic después de muchos, muchos años de no escribir. Es un regreso un poco fuera de mi zona de confort, ya que siempre fui fan del DHr (who doesn't love a bad boy?). Pero luego de ver las pelis, y rever las pelis, y rever las pelis... Pues que el HHr presente es muy fuerte. Y me gustó. Así que decidí arrojarme a la piscina.
Lamento el óxido y los posibles off-canon. He intentado atenerme lo más posible a la historia, porque creo que es en este momento donde se redefine la relación Harry-Hermione.
En fin, no más intro. ¡Espero que les guste!
.
.
COMO EN CASA
Primera parte
.
Ron se había marchado.
Con un sonido similar al del pelirrojo al desaparecerse, algo se rompió dentro de Hermione. Ron los había abandonado, cargado de un odio y un rencor que no le pertenecían, dejándolos solos a cargo de la misión más importante de sus vidas. Los había atacado, a pesar de ser mejores amigos. Había desconfiado de ellos, después de todo lo que habían pasado juntos. Y se había ido, justo cuando más lo necesitaban.
Todo por culpa de ellos, por pedirle que cargara con un peso que claramente lo superaba.
Le dirigió una mirada a Harry y supo de inmediato que él se sentía igual. Hermione podía leer en las facciones de su amigo que se esperaba ese momento tanto como ella: ni un poco. Aunque ambos siempre habían sabido que Ron era impulsivo y en ocasiones poco cuidadoso con los sentimientos del resto, nunca se hubieran imaginado que las cosas podían tomar una vertiente semejante. Habían soportado el mal humor; mismo los reclamos, los comentarios hirientes, eran de esperar. Pero el ¡plop! de Ron al marcharse había sido la prueba fehaciente de que habían subestimado la situación. Deberían haber hecho más, haberlo cuidado mejor, haberse repartido mejor los tiempos. Algo…
Hermione se derrumbó hasta quedar sentada en el piso con las rodillas abrazadas. Harry se acercó a ella y la rodeó con los brazos, compartiendo la carga de culpa y desolación que pesaba sobre su pecho.
No había nada que decir.
Durante los días siguientes, reinó el silencio. No era un silencio ligero de quienes están concentrados en una misión clave para lograr el triunfo del lado bueno. No. Era una falta de sonidos de quienes esperan una palabra que no va a llegar, de alguien que no está. El tiempo se había deformado y parecía pasar en cámara lenta, en momentos como cuando Harry pasaba las hojas de uno de los tantos libros que debían revisar, y saltarse días, en otros como cuando Hermione miraba el calendario por primera vez desde que Ron se había ido y notaba, con pesadumbre, que ya habían pasado diez días.
No es que tuviera esperanza de que Ron regresara –y si lo hiciera, tampoco podría encontrarlos–, pero una parte suya, minúscula, infantil, fantaseaba con su retorno.
Suspiró, dando por finalizado ese tiempo de llorar y desear cosas que no iban a suceder. Ron no volvería. Punto. Debía seguir adelante y ayudar a Harry. Ahora eran solo ellos dos.
El simple pensamiento hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas. Sacudió la cabeza con hastío, se frotó los ojos y se dirigió a la mesa donde Harry parecía estar ojeando el mismo libro desde hacía días.
– ¿Algo útil?
Harry dio un respingo. Evidentemente, no había notado que ella se había acercado, ni mucho menos se esperaba un comentario tan cerca de él.
– Bueno… no realmente –respondió, encogiéndose de hombros–. Muchas conjeturas, muchos supuestos… pero nada útil –agregó, derrotado. Se acomodó los anteojos y le dirigió una mirada tentativa a Hermione–. ¿Có-cómo estás?
Por toda respuesta, Hermione hizo una mueca que no comunicaba mucho más que "estoy aquí". Y a decir verdad, aquella era la primera vez en días en que realmente estaba ahí. Aunque Harry no le había reclamado nada, es más, le había dado su espacio para recomponerse, Hermione se sentía en deuda con él y con la misión: ambos la necesitaban.
Y ella debía estar ahí.
– Ya sabes, si necesitas… –comenzó Harry por lo bajo, mientras le tomaba la mano.
Hermione sacudió la cabeza, sintiendo como las lágrimas se agolpaban en sus ojos de nuevo. Sin embargo, una sensación cálida se extendió por su cuerpo, que emanaba de la mano de Harry sobre la suya. El calor le alcanzó el cuello y afloró en forma de una sonrisa agradecida, iluminando por primera vez en días el rostro de Hermione y, por contagio, el de Harry.
Y una vez más, no hubo nada que decir.
Aquella era la primera noche clara luego de unos varios días de lluvia. Se podían ver tan nítidamente las estrellas que casi era posible contarlas. La luna teñía todo de una luz pálida y fría, convirtiendo los alrededores en un mundo de fantasía. Soplaba una leve brisa, más cálida de lo esperado, y el silencio era tal que se podía oír su paso por las piedras, por la tierra, por las hojas, como una suave canción de cuna.
Aquella era una noche preciosa. No obstante, su belleza no parecía hacer mella en Hermione, quien, abrazándose a sí misma, observaba todo con una mirada ausente.
– Estás pensando en Ron, ¿verdad?
La pregunta de Harry la pilló desprevenida. No es que tuviera demasiada energía para sobresaltarse, pero sí logró reunir fuerza para esbozar una leve sonrisa al volverse hacia él. Con una mueca de disculpas, asintió con la cabeza y volvió su mirada a la nada.
– Sé que no volverá. Aunque lo quisiera, no podría. Y sin embargo... –hizo una pausa, mordiéndose el labio inferior.
– Lo sé –respondió Harry, mientras se acercaba a ella.
Le pasó un brazo por los hombros y ambos se dedicaron a observar el paisaje. La búsqueda de información resultaba cada vez más frustrante, sin resultados útiles ni pistas que seguir. Seguían más o menos en el lugar en el que estaban cuando Ron se marchó, solo que, además, ahora pesaba sobre ellos la ausencia de su amigo.
– No sabemos dónde está, si está bien, si… –murmuró Hermione con preocupación.
La realidad era que no sabían nada del paradero de Ron. Era sabido que formaba parte del Trío Dorado, que era el mejor amigo de Harry Potter, y esto lo ponía en una situación de riesgo. ¿Y si lo habían capturado? ¿Y si lo torturaban?
Por la mirada de Harry, supo que él había contemplado las mismas alternativas, con el mismo desasosiego que ella. Reconoció en sus ojos la misma desesperación de saber que su amigo corría peligro y ser incapaces de prevenirlo o ayudarlo.
– No podemos hacer nada, Hermione –dijo Harry, intentando sonar seguro y pragmático, dos adjetivos que de seguro no sentía que aplicaran a él en ese momento–. Estará bien, Ron sabe cuidarse.
Hermione asintió, tan convencida como lo estaba Harry. No podían hacer nada, era cierto. Nada salvo preocuparse.
Cansada de ese sentimiento constante de angustia que la atenazaba, decidió irse a dormir. No es que estuviera descansando particularmente bien, pero al menos la aliviaba sumirse en la inconsciencia por un rato. Le dedicó a Harry una sonrisa pequeña pero sincera, y se volvió como para adentrarse en la tienda.
– Espera –escuchó que decía Harry.
Apenas tuvo tiempo de volverse antes de que su amigo la envolviera en un abrazo cálido y reconfortante. Aunque le tomó un momento reconocer lo que sucedía –Harry no la abrazaba, era siempre ella la que lo abrazaba a él–, en segundos ya estaba devolviéndole el abrazo y hundiendo su cara en su pecho con una sonrisa. Sus sentidos se vieron desbordados por el cariño y la familiaridad que emanaban de Harry.
Y por primera vez en semanas, Hermione se sintió en casa.
– Así que El Trío Dorado se ha convertido en El Desamparado Dúo –comentó Harry con una mueca de complicidad.
Hermione sonrió levemente de costado. Luego de tantos días de angustia y preocupación y silencio y frustración, ambos habían decidido hacer una tregua con el dolor, para poder enfocarse mejor en la misión que cada vez se volvía más urgente. Los días pasaban, las fuentes de información menguaban y los resultados seguían en negativo. Si no encontraban algo pronto…
– Seremos la decepción de la sociedad mágica –añadió Hermione con ironía.
– ¿Crees que Skeeter nos hará una nota con todos los jugosos detalles que tú, fiel seguidora de Corazón de Bruja, deseas saber?
Ambos soltaron una carcajada que pronto se convirtió en un silencio nostálgico. Era extraño bromear sobre una época de sus vidas que en ese momento parecía tan lejana. Habían abandonado tanto para poder dedicarse exclusivamente a encontrar los horrocruxes, que finalmente todos los retazos de su vida anterior a la misión parecían pertenecer a la memoria de alguien más. Ahora solo eran Harry, Hermione y aquella tienda mágica que les había servido de hogar durante mucho más tiempo del esperado.
Con el mismo gesto de disculpa, ambos regresaron a lo que estaban haciendo previamente: Hermione volvió la vista a un libro inmenso sobre la historia de la magia negra antes de la magia, y Harry centró su atención en la radio que los mantenía apenas en contacto con la realidad. Murmuraba diferentes hechizos para ver si podía captar alguna estación que tuviera algo de información, ya que Pottervigilancia hacía tiempo que solo transmitía un silencio preocupante.
Sin que Harry lo notara, Hermione lo observaba. Al principio eran miradas aleatorias, rápidas, de simple chequeo; pero con el pasar de los días, cada vez se detenía más tiempo en él, fijándose en cosas que nunca antes había visto –o en las que nunca había reparado. Por ejemplo, notó que Harry tenía una leve arruga en el entrecejo, de tanto fruncirlo. Percibió, también, la inflexible rigidez de su mandíbula, como si estuviese siempre reprimiendo un profundo dolor. Detectó en sus gafas, las mismas que ella había arreglado aquel primer día en el Expreso de Hogwarts, algunos rasguños tanto en el cristal como en el marco, cicatrices de las tantas batallas que Harry había tenido que librar desde que lo conocía. Hermione reconoció en su cuerpo delgado, inclinado hacia adelante como si llevara un peso muy grande en la espalda, el mismo cansancio que ella cargaba en el suyo.
Hermione se dio cuenta de que todo lo que poco a poco había ido notando eran señales de una madurez demasiado temprana, de una responsabilidad demasiado grande para alguien tan joven. Harry había sufrido casi toda su vida, había perdido a la familia que lo amaba y justo cuando había conocido un mundo en donde podía ser feliz, el precio a pagar había sido el de ser El Elegido: luchar contra mortífagos, destruir horrocruxes y derrotar a Voldemort. Todo eso a cambio de la posibilidad de ser feliz.
Y si bien Hermione siempre había sabido eso, nunca había sido plenamente consciente de lo injusta que había sido la vida con su mejor amigo. Por eso mismo, se levantó de la silla con lentitud, se acercó a la espalda de Harry y le dio el abrazo más fuerte que pudo conjurar. Un abrazo que decía "te entiendo, lo sé todo, cuentas conmigo". Un abrazo que gritaba "no estás solo".
Si Harry se sorprendió por el abrazo, no lo demostró. En esos tiempos en que todo parecía desmoronarse, en que los recuerdos se desvanecían en la distancia y la esperanza se difuminaba cada vez más, un abrazo como ese era un lujo que pocos se atreverían a rechazar.
Sentada en un costado de la tienda, agradeciendo el aire fresco, Hermione sacó el libro que por décima cuarta vez estaba revisando y lo apoyó sobre sus piernas. Hacía cada vez más frío, pero esa tarde el ambiente dentro de la tienda aún peor. Harry se frustraba, ella se frustraba, y discutiendo no ganaban nada.
"¡Nada de esto sirve, Hermione! ¡Nada! ¡Estamos perdiendo el tiempo!"
Por mucho que intentara poner atención en lo que estaba leyendo, los gritos de Harry se repetían una y otra vez en su mente.
"Estamos lejos de todos los que conocemos, sin ningún tipo de idea de cómo seguir, sin saber siquiera si dará resultado. Al menos si estuviéramos allí podríamos hacer algo, luchar, no lo sé. ¡Pero aquí no estamos ayudando a nadie!"
Y aunque Harry había puesto en gritos lo que Hermione ya había contemplado por su cuenta, sus palabras la habían llenado de desazón. ¿Y si tenía razón? ¿Y si todo lo que estaban haciendo era inútil? ¿Y si, por estar lejos, no podían defender a sus amigos, a los Weasley, a…?
"Tal vez Ron hizo bien en irse."
Silencio. Hermione había sentido como si le hubieran dado un golpe en el pecho y se había quedado brevemente sin aire. ¿Qué Ron qué? Por la expresión de Harry, Hermione había notado que se había sido un error decir eso, que la había herido. Pero no por eso había dolido menos.
"Hermione…"
"No, Harry. Ron nos dejó. No hay razones suficientes que justifiquen lo que hizo."
Lo había dicho reprimiendo las lágrimas que, una vez más, amenazaban con salir. Se había dado la media vuelta, ignorando el llamado de Harry, y había salido al frío de la tarde sin detenerse a agarrar un abrigo. Y nada más alcanzar el costado de la tienda, se había derrumbado, llorando lo que había logrado reprimir los últimos días.
Poco a poco el llanto había cesado hasta sentirse vacía por dentro. Se había secado las lágrimas, había sacado el libro y aquí estaba, rememorando la discusión. Una que había comenzado como tantas otras y había terminado mal. Muy mal.
La realidad era que, tuviera Harry razón o no, no cambiaba el hecho de que ellos tenían una misión que cumplir. Una misión que podría salvar a toda la sociedad mágica del mago más tenebroso que había existido. No había lugar para conflictos adolescentes.
Con esta resolución en mente, volvió a fijar la vista en el libro que tenía delante. Tal vez leerlo por décima cuarta vez le revelaría algo que no había visto antes.
Tan concentrada estaba que no escuchó como Harry insultaba, pateaba una banqueta y golpeaba una de las columnas que sostenían la tienda. No prestó atención a las maldiciones que Harry soltó, a las disculpas que le pidió al aire, al silencio que poco a poco se fue formando dentro de la tienda a medida que él se fue tranquilizando. No oyó, por último, la estática de la radio mientras Harry insistía en repararla, como si lograr eso fuera el triunfo que necesitaba para consolar sus desanimados espíritus.
Nada de esto atravesó la cortina de hierro que conformaba la concentración de Hermione al leer. Sin embargo, de repente, el vello de todo su cuerpo se erizó.
Música.
Hacía tanto que no oía el suave ritmo de una melodía que la emoción la desbordó por completo. Algo tan simple como el murmullo apagado de una canción, sonando dentro de aquel hogar improvisado y más real que ningún otro, logró que sus ojos se llenaran de lágrimas de nuevo. ¿Hacía cuánto habían dejado de tener una vida normal?
A decir verdad, ¿la habían tenido en algún momento?
Volvió al interior de la tienda e inmediatamente pudo sentir el calor volver a su cuerpo. Harry se puso de pie rápidamente y la observó con una semi-sonrisa que combinaba el éxito de haber conseguido dar con una estación y la culpa de su desafortunado comentario anterior.
– Oye, sobre lo que dije antes… –comenzó Harry, acercándose a ella–. Hermione, ¡estás helada!
Antes de que ella pudiera siquiera quitarle importancia, Harry se sacó su jersey y se lo pasó por la cabeza, tal vez con un poco más de energía de la necesaria. Como resultado, Hermione terminó un poco aturdida, con el pelo más esponjado que nunca y las mejillas color granate.
– Ahí, mejor, ¿verdad? –preguntó Harry una vez hubo deslizado el abrigo por completo.
Detuvo sus manos en la cintura de Hermione, observándola con atención, y a Hermione le dio la sensación de que tragaba grueso. Ella misma se sentía extraña ante ese contacto. No es que nunca se hubieran encontrado así de cerca, ni con sus manos en su cintura, ni con sus respiraciones tan juntas…
– Eh, sí, mejor –susurró Hermione, acomodándose un mechón de pelo tras la oreja–. Gracias.
Aquello bastó para que ese momento tan íntimo se esfumara. Harry pareció salir de un trance y se alejó con nerviosismo de ella, revolviéndose el pelo y apuntando a la radio.
– Eh, sí, claro, sí –replicó, sin dejar de moverse, inquieto–. Lo que decía… lamento lo de antes, fui un idiota –se disculpó, acomodándose los anteojos y rascándose la nuca–. No creo que Ron haya hecho lo correcto.
Hermione asintió por toda respuesta. No quería discutir más sobre Ron, sobre la falta de resultados, sobre la frustración de no avanzar en la misión más importante de sus vidas. De repente, se sintió sumamente cansada de todo aquello. Extrañaba los días de estudio en la Bliblioteca, con solo los exámenes como principal preocupación. Extrañaba las charlas con Ron y Harry en la Sala Común frente al fuego, sobre temas tan nimios como a quién invitar a Hogsmeade, o qué clases tomar al año siguiente. Y extrañaba, por sobre todo, la ausencia del miedo. Ese miedo perseverante que la atormentaba a toda hora, que la hacía temer por su familia, por sus amigos, y que la hacía dudar de su capacidad a la hora de llevar a cabo el encargo que les había hecho Dumbledore.
Estaba agotada. Y en ese momento, solo quería escuchar los villancicos que sonaban en la radio e imaginarse que era todo un poco más feliz.
– Ya está, Harry –le respondió con una media sonrisa–. Es casi Navidad –comentó, señalando la radio–, y en Navidad se perdonan todos los comentarios idiotas.
Harry sonrió abiertamente y Hermione pudo sentir como se le expandía el pecho de pura felicidad. No había ninguna otra sonrisa en el mundo que le provocara un sentimiento tan genuinamente positivo como la de su mejor amigo. Él abrió los brazos y ella se acomodó una vez más entre ellos, disfrutando del único rincón de aquella tienda que la hacía sentir realmente como en casa.
Con ella aún entre sus brazos, Harry comenzó a mecerse lentamente al ritmo de la música. Apoyó su barbilla en su pelo castaño y Hermione pudo oír un leve tarareo saliendo de sus labios. No estaba tarareando la melodía que sonaba –hasta es más, podría jurar que no estaba tarareando ninguna canción que ella conociera–, pero el suave murmullo que sonaba cerca de su oído tenía un efecto relajante bastante poderoso. Hermione se dejó rodear por el aroma familiar del cuerpo de Harry, hipnotizar por el lento tarareo, llevar por los brazos que la sostenían. Se entregó de lleno a ese momento único, robado al presente caótico que los rodeaba, y agradeció estar compartiéndolo con la persona en la que más confiaba.
Cerró los ojos, inspiró profundamente y sonrió. No hacían falta palabras.
– ¡HARRY!
Desaparecerse, aparecerse en el Bosque de Dean, quitarle el guardapelo a Harry y curarle las heridas, fueron los segundos más angustiantes que Hermione había vivido hasta el momento. Ser testigo del dolor y el sufrimiento que atenazaban a su mejor amigo era más de lo que Hermione podía soportar, por lo que se limitó a abrazarlo con fuerza y hacerle beber una poción que lo induciría en un descanso sin sueños. En cuanto Harry estuvo inconsciente, Hermione se dedicó a levantar la tienda y rodearla con hechizos protectores lo más rápido que pudo.
Todo había ido mucho peor de lo esperado. Bathilda Bagshot estaba muerta, asesinada por Voldemort, y Nagini ocupaba su lugar. La única pista que habían tenido hasta el momento había terminado siendo una trampa en la que Harry había resultado gravemente herido. Habían estado cerca de no escapar, y eso hubiera significado el final de su misión. Y con ello, el final de la esperanza de derrotar a Voldemort.
Había faltado demasiado poco. Demasiado poco.
En cuanto el campamento estuvo listo, con el corazón en la garganta, Hermione volvió rápidamente al lado de Harry y lo hizo levitar hasta una de las camas. La preocupación le había agarrotado los músculos y le atenazaba la mente con imágenes de lo sucedido en el Valle de Godric. Harry había estado tan cerca de…
No. No podía siquiera formular la idea. No había sucedido y no tenía sentido imaginar qué hubiera pasado. Y cómo eso la habría destrozado por completo.
Se sentó en la cama, observando a Harry dormir. Le tomó una mano y enseguida notó lo fría que estaba. Aunque era normal dado lo que había sucedido, aún así Hermione no pudo evitar sentir una oleada de angustia recorrerla por completo. Aquella noche podría haber terminado de una manera muy diferente, con ellos en la misma posición pero en un lugar muy distinto. Podría haber sido el final de Harry Potter, héroe de muchos.
Podría haber sido la última vez que Hermione hubiese visto a su mejor amigo.
Con esto en mente, finalmente, estalló.
Lloró amargamente todo lo que venía sintiendo desde hacía semanas. Descargó el miedo que tanto la había atormentado, que aquella noche había tomado forma en uno de sus temores más grandes y convirtió en lágrimas toda la tristeza que la corroía por la situación en la que estaban. Lloró sin miedo de ser oída, sin medirse en sus lágrimas ni gritos de dolor, hasta que la angustia la abandonó por completo, dejándola exhausta y rendida.
Así la encontró un cansancio más grande que sí misma, derrotada y lista para sumirse en un sueño profundo sobre el brazo de su mejor amigo.
Antes de abrir los ojos, notó que una mano le acariciaba la mejilla. No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que se quedara dormida, aunque en realidad no importaba demasiado, no en ese momento. Abrió los ojos con dificultad, sabiéndolos aún hinchados por las lágrimas, y se encontró de frente con una mirada sonriente, que la observaba con una ternura inesperada.
– Harry –murmuró Hermione, alzando lentamente la cabeza, un poco mareada–. ¿Cómo te sientes?
– Como si me hubiera mordido una serpiente. Espera –hizo ademán de pensárselo, logrando que Hermione sonriera sinceramente.
– Me alegra saber que el humor no lo has perdido –respondió Hermione con alivio–. ¿Has podido descansar?
– Dado que me has dado una poción para eso, y que eres una excelente alumna, yo diría que sí, que la poción funcionó como debía. ¡Cincuenta puntos para Gryffindor!
Hermione negó con la cabeza, sin dejar de sonreír. Nada la hacía más feliz que saber que él estaba bien. Si algo le hubiera sucedido, no hubiera sabido… No hubiera podido… Ni siquiera podía formular el hipotético caso.
– Te ves cansada –dijo Harry con una nota de preocupación.
– Ahora que sé que estás bien, supongo que iré a descansar un rato –replicó Hermione, sin mucha convicción.
No es que no estuviese cansada –francamente no podía recordar una época en la que no lo estuviera–, pero dudaba seriamente poder volverse a dormir. Ahora que su cerebro se había activado, era difícil ponerle un alto.
Se puso de pie con lentitud, apretando suavemente la mano de Harry antes de soltarla. Sin embargo, cuando fue a alejarse, notó que Harry la retenía.
– Hermione… quédate.
Lo observó con atención, sin saber muy bien por qué Harry le pedía aquello. Y no obstante, antes de que él pudiera agregar algo más y sin hacerle ninguna pregunta al respecto, Hermione asintió con la cabeza. Quizás era porque ella tampoco quería irse; quizás, porque había algo en la presencia de Harry que la tranquilizaba.
O quizás, solo quizás, porque había algo entre ellos que había comenzado a gestarse sin ser ellos conscientes y que, con la partida de Ron y los tantos días juntos, había florecido.
Hermione se metió en la cama junto a Harry, dándole la espalda. Era un terreno nuevo que ambos pretendían tratar con el mayor cuidado posible. Por eso cuando Harry pasó su brazo lenta, muy lentamente por encima del cuerpo de Hermione, ella no opuso resistencia hasta que terminó rodeándola por la cintura. Y cuando ella retrocedió con la misma respetuosa lentitud hasta pegarse al cuerpo de Harry, él tampoco hizo ningún movimiento que pudiera incomodarla. Porque seguían siendo Harry Potter y Hermione Granger, mejores amigos, casi hermanos. Tenían un vínculo tan especial que debía ser cuidado a toda costa.
Y sin embargo, en aquel momento, mientras ambos sentían como una calma nueva los invadía y los llenaba de una felicidad desconocida, tanto Hermione como Harry fueron conscientes de que habían cruzado una barrera.
Y de que, probablemente, no sería la última vez que lo harían.
.
.
Hasta aquí. ¡Gracias por leer!
¡Las opiniones son bienvenidas (y agradecidas)!
SG.
