CACERÍA DE BRUJAS

DISCLAIMER: Los personajes y lugares que aparecen en la siguiente historia pertenecen a JK Rowling.

PARTE I

1

Lavender repasó las cuentas una vez más. No le sorprendió en absoluto obtener el mismo resultado que en las otras siete ocasiones anteriores, aunque sí se sintió nuevamente decepcionada. Definitivamente, el negocio no iba bien. En realidad era un absoluto desastre. Llevaba perdiendo dinero desde hacía meses y, aunque nunca fue una eminencia empresarial, incluso ella se daba cuenta de que no podía seguir manteniendo su consultorio abierto. El alquiler en el Callejón Diagón era muy caro, cada día que pasaba había menos clientes y ya estaba empezando a hacerse famosa por ser la peor adivinadora del mundo, lo que no dejaba de ser una lástima porque ella siempre había creído que tenía un ojo interior lo suficientemente desarrollado. La profesora Trelawney se lo había repetido muchísimas veces en Hogwarts y Lavender empezaba a creer que, después de todo, la gente tenía razón y aquella mujer era un auténtico fraude.

En cualquier caso, la cosa no podía seguir así. Sus padres le habían echado una mano al principio de montar el consultorio, contentos porque al fin se había decidido a hacer algo con su vida, pero después de casi dos años de absoluto fracaso estaban hartos. En definitiva, ya no le daban dinero y, sin su ayuda, el negocio de Lavender no podía seguir abierto. Y tal vez nunca había sido un éxito, pero a Lavender le dolía verse obligada a renunciar a sus sueños de toda la vida para entrar a trabajar en el Ministerio o completar sus estudios ocho años después de que la guerra contra Voldemort terminara.

Lavender quizá no era la mejor vidente del mundo, pero estaba segura de que esa clase de vida no la haría nada feliz. Algo tan convencional no estaba hecho para ella. Porque era cierto que sus predicciones casi nunca eran certeras, pero se había esforzado mucho por salir adelante y fracasar siempre era doloroso.

De todas formas, y por mucho que le molestara, no le quedaba más remedio que aceptar la realidad. En la última semana no había tenido ningún cliente y el polvo empezaba a cubrir las estanterías. Lavender suspiró y echó un vistazo a su alrededor. Al día siguiente iría a hablar con el dueño del local y le comunicaría el cese del alquiler. Después, tendría que enterarse de podría terminar sus estudios mágicos y finalmente le pediría ayuda a su padre para encontrar un empleo en el Ministerio.

El futuro de Lavender Brown se presentaba más oscuro de lo que nadie, ni siquiera ella misma, podría haber vaticinado nunca.

2

Dudley bostezó y arrojó el mando de la consola sobre la mesa. Aquel era, oficialmente, el juego más aburrido que había probado en los últimos meses. Se suponía que los videojuegos de guerra debían ser emocionantes e incluso un poco gores, pero aquel no tenía nada de eso. No era más que gráficos medianamente logrados combinados con una manejabilidad nula y una historia que rozaba lo patético. Dudley pensaba volver para atrás aquel proyecto por la mañana y pasar a otra cosa. ¡Joder! Si hasta ese juego del pollito asesino le había parecido mil veces mejor.

Antes de ponerse a hacer el informe, esa parte de su trabajo que tanto odiaba, Dudley echó un vistazo a sus compañeros de oficina. Casi nadie se quedaba hasta tan tarde y en realidad él mismo solía irse para casa a eso de las cinco, pero tenía otro juego que probar antes del fin de semana y le tocaba echar horas extra. Y ni siquiera podía culpar a su jefe por cargarlo con demasiado trabajo, porque la verdad era que su retraso actual se debía a su propia irresponsabilidad. Se había distraído demasiado con Internet y el chat y ahora debía pagar las consecuencias.

Claro que tampoco tenía muchos motivos para quejarse. Le gustaba lo que hacía. Desde niño le habían encantado los videojuegos y, aunque al terminar el instituto (tres años más tarde de lo debido, pero terminado estaba) había temido no ser capaz de hacer nada con su vida. Hasta que descubrió que ser probador de videojuegos era un trabajo de verdad y tomó la decisión de dedicarse a ello.

Sus padres habían puesto el grito en el cielo, por supuesto. Su madre siempre había dicho que eso de trabajar con ordenadores en cualquiera de sus vertientes era cosa de vagos y su padre había soñado que venderían taladros codo con codo. Dudley los había sorprendido con aquella faceta suya y se había enfrentado a dos semanas de vacío por parte paterna, pero como era bastante bueno en lo que hacía y ganaba un montón de dinero, sus padres se habían ido suavizando. Habían hecho creer a sus amistades que Dudley era el dueño de la empresa y que inventaba él solo los videojuegos y, aunque al principio se planteó la posibilidad de contar la verdad, había optado por dejar que sus padres siguieran soñando a cambio de que lo dejaran en paz a él.

Dudley echó un vistazo a la última demo que tenía que probar y, después de un brevísimo instante de reflexión, decidió irse a casa. Tenía todo el fin de semana, así que no había ninguna prisa.

3

-¿Y dices que la profesora McGonagall te recibió personalmente?

-Ajá.

-¿Qué aspecto tiene? ¿Está muy vieja?

Si Lavender Brown hubiera sido alguien como, por ejemplo, Hermione Granger, habría puesto los ojos en blanco y habría amonestado a Parvati por tan desafortunado comentario. Pero como era Lavender, la chica que adoraba los cotilleos y que no podía dejar de fijarse en cómo se vestían sus antiguos compañeros de estudios si alguna vez se los cruzaba por la calle, algo en su interior gritó de felicidad y se dispuso a dar un informe detallado de lo que había ocurrido durante su visita a Hogwarts.

Sentada frente a ella, Parvati Patil esperaba con avidez las noticias. Parvati trabajaba actualmente en la tienda de modas de madame Malkin y se había empezado a plantear la posibilidad de montar su propio negocio. Lavender, que sabía por experiencia lo difícil que era triunfar en algo así, había querido abrirle los ojos en más de una ocasión, fracasando estrepitosamente.

-Pues no te creas –Dijo finalmente- Vamos, se le nota un montón que los años van pasando y tiene muchísimas canas por todas partes, pero sigue igual de siempre. Aunque –Y Lavender adquirió una pose reflexiva- Anda un poco más encorvada y ya no coge la varita con la firmeza de antes. Algo normal, teniendo en cuenta que debe tener muchos años. ¿No?

-Claro, claro. ¿Te la imaginas retirándose de Hogwarts?

-Menudo palo. Pobrecilla.

-Sí –Parvati se mordió los labios, aparentemente apenada por la jubilación de su vieja profesora, y de pronto se removió- ¿A qué crees que se dedicará cuando se jubile? Yo apuesto por la cría de gatos. Debe hacer muy buenas migas con ellos.

Lavender soltó una risita y se imaginó a la profesora McGonagall transformada en animaga y correteando por ahí con una manada de gatos callejeros. Pobre mujer. Debía ser muy triste llegar a su edad y tener que dejar el trabajo de toda su vida. Aunque, claro, ella al menos había tenido ocasión de envejecer haciendo lo que más le gustaba, no como Lavender, que tanta mala suerte había tenido.

-La profesora McGonagall me ha dado unos libros con el temario del que tendré que examinarme cuando llegue junio. No será exactamente como los EXTASIS, pero si apruebo acreditaré que he terminado mis estudios y podré entrar a trabajar en el Ministerio.

-Pues vaya rollo. ¿No? ¿De verdad que no quieres seguir con lo de la tienda?

Parvati estaba al tanto de lo fastidiada que se sentía Lavender con todo ese asunto. Era su mejor amiga de toda la vida, la única con la que no tenía ningún secreto.

Lavender soltó un suspiro muy parecido a un lamento y se colocó el bonito pañuelo azulado que llevaba enredado en el cuello. No le gustaba pensar en el futuro tan desgraciado que le esperaba.

-Es un fracaso. No es por ser pesimista, pero no creo que vaya a ir bien ni en un millón de años.

Parvati se mordió el labio otra vez y se dio unos golpecitos en la barbilla como si estuviera pensando muy seriamente en algo. Entonces, su rostro se iluminó por completo y Lavender supo que, tal vez, había encontrado una solución para su problema.

-Quizá no has abierto tu consultorio en el lugar adecuado, amiguita.

4

Cuando Dudley despertó, lo primero que sintió fue la familiar incomodidad que acompañaba a los tapones para los oídos que solía utilizar para dormir. Tal vez era porque había crecido en un barrio tranquilo y silencioso y la vida en Londres era mucho más escandalosa, o quizá había aprendido que cuando Piers llevaba chicas a casa él terminaba con dolor de huevos, pero Dudley se había acostumbrado a lo de los tapones y a veces ni se acordaba de quitárselos. Ese día, sin embargo, los dejó sobre la mesita de noche nada más levantarse y fue a la cocina para comer algo. Siempre se levantaba con un hambre terrible y necesitaba zamparse cualquier cosa para ser humano de nuevo.

No le sorprendió lo más mínimo encontrarse con aquella completa desconocida. Era rubia, tenía las piernas larguísimas y llevaba puesta una de las camisas de Piers. Dudley apenas le prestó atención. Sabía que no merecía la pena ser amable con esas chicas porque estaban allí de paso. Piers, que de niño había tenido cara de ratón, se había convertido en un hombre bastante atractivo para el género femenino y ligaba muchísimo. Dudley, que casi nunca conseguía atraer sexualmente a nadie, lo odiaba por ello, pero se había acostumbrado a las conquistas de Piers casi tan deprisa como a los tapones para los oídos.

Durante un segundo, creyó que la chica iba a decir algo, pero no lo hizo. Sólo cogió una botella de agua y desapareció tras la puerta del dormitorio de su amigo. Dudley dudaba que hubiera asalto matutino, así que preparó café y tostadas para dos. Efectivamente, Piers se reunió con él cinco minutos después, completamente vestido y fresco como una rosa.

-Buenos días, Big-D.

-¡Ey!

Piers se sirvió el café, sacó un par de manzanas de la nevera y le entregó a Dudley una antes de sentarse frente a él.

-¿Qué tal anoche? –Preguntó Dudley sin tener mucho interés.

-No estuvo mal.

La chica rubia salió entonces del dormitorio, ya vestida pero despeinada, y fulminó a Piers con la mirada antes de largarse.

-¿Problemas en el paraíso?

-Más o menos.

-Por la cara que lleva, no creo que vaya a llamarte.

Piers se encogió de hombros y le echó un vistazo a su amigo. Vivían juntos desde hacían tres años, cuando Dudley encontró su trabajo actual y decidió mudarse a Londres. Piers acababa de terminar sus estudios universitarios y trabajaba como abogado para un importante bufete de la ciudad. Como ambos andaban bastante desahogados económicamente, habían cambiado su mugriento apartamento en Whitechapel por otro bastante más guay en pleno corazón de Chelsea. A Dudley le encantaba vivir allí y sus padres solían presumir mucho al respecto. Y él también, para qué engañarse.

-¿Y tú qué? ¿Nada de nada?

A Dudley le incomodaba un poco hablar de su escasa capacidad para ligar, aunque a Piers eso no le importaba lo más mínimo.

-¿Y la pelirroja de las tetas grandes?

Dudley negó con la cabeza. Se había acercado a ella para invitarla a una copa, pero la chica sólo había podido mirarle la barriga antes de darse media vuelta y dejarlo plantado. En opinión de Dudley, eso era lo normal porque su barriga era la parte más sobresaliente de todo su cuerpo. Debía reconocer que había perdido bastante peso desde sus años adolescentes, pero entonces había estado tan gordo que treinta kilos menos no le habían servido para dejar de estar un poco entrado en carnes. De hecho, llevaba tanto tiempo a dieta que ya ni se acordaba de cuándo fue la última vez que no lo estuvo. Si al menos le sirviera para algo.

-No creo que pongas el suficiente interés durante tus conquistas –Dijo Piers, quien estaba bastante seguro de que Dudley no negaba porque no le daba la gana- No tienes mentalidad de ganador.

-¿Qué? ¡Claro que tengo mentalidad de ganador!

-No, no la tienes. Cada vez que ves una tía buena te acojonas y así no hay manera de echar un polvo.

-Yo no me acojono. Son las tías, que pasan de mí.

Piers bufó, consultó el reloj y se puso en pie mientras terminaba su café.

-Tengo que irme pitando. Nos vemos.

Dudley lo vio marcharse. Eso de la mentalidad de ganador era una novedad y, a pesar de que le había molestado un poco, Dudley debía reconocer que tratar con chicas no era lo suyo precisamente. Solían intimidarlo bastante y siempre que tenía que hablar con ellas se ponía muy nervioso. La única excepción eran sus compañeras de trabajo, aunque a ellas realmente no las veía como chicas porque los videojuegos les gustaban un montón, usaban un vocabulario demasiado soez incluso para él y mostraban un especial interés por todo lo que tuviera que ver con la sangre y la violencia. Dudley nunca las había oído hablar sobre maquillaje, zapatos o tampones y por eso no le parecía que fueran chicas. Sólo eran sus compañeras, nada más.

La cuestión era que Dudley era un auténtico desgraciado en el amor. La última vez que se había acostado con antes fue seis meses antes y, aunque se sentía tan absolutamente desesperado que estaba empezando a plantearse la posibilidad de contratar una prostituta, las enseñanzas de su madre lo echaban para atrás. Para Petunia Dursley, esas señoritas eran un despojo de la sociedad, nidos andantes de infecciones y criaturas sin posibilidad de redimirse. Consideraba, además, que cualquier hombre que fuera capaz de acostarse con ellas era incluso peor. Y, bueno, Dudley tenía muy en mente los condones y por supuesto que no pensaba contarle a su madre que se había relacionado con una de ellas, pero pensar en ella lo echaba para atrás. Era estúpido, porque ya tenía veintiséis años y no necesitaba su permiso para hacer nada, pero imaginar su estado de nervios si alguna vez se enteraba de semejante noticia le angustiaba absolutamente.

Quizá la solución fuera buscar a la chica más fea del mundo y hacerle ver que era muy afortunada porque alguien quisiera acostarse con ella, pero las veces en que lo había intentado no había resultado. A una parte de Dudley le parecía fatal rechazar a una chica por su aspecto cuando él no era un adonis ni nada parecido, pero es que no había manera de ponerse a tono con alguien que no le atraía. Tal vez si se emborrachaba y se imaginaba que estaba con alguien más pudiera funcionar. O quizá la chica fea prefiriera no dejarse manosear por un tipo como él, que de todo había en el mundo.

Considerando que aquellos no eran pensamientos adecuados para una hora tan temprana de la mañana, Dudley decidió aprovechar aquella mañana de sábado para dar un paseo hasta el trabajo. Todavía tenía un juego que terminarse para el domingo y un informe (que pronto serían dos) por rellenar. ¡Joder! ¿Por qué no había ido a la oficina más temprano? Ahora el tiempo se le echaría encima y tendría que trabajar incluso el domingo. Definitivamente tenía que hacer algo con su pecado capital favorito (incluso después de la gula): la pereza.

5

-Lavender, cariño. ¿Te has vuelto completamente loca?

Aunque el tono de voz de su padre había sido perfectamente normal, incluso tranquilo, Lavender lo conocía lo suficiente como para saber que la vena de su sien estaba a punto de explotar. Debía reconocer que sus padres habían sido muy pacientes con ella desde que terminó la guerra, que le habían dado todo el tiempo del mundo para recuperarse del ataque de ese asqueroso y que no la habían presionado nunca para que afrontara el futuro, pero los señores Brown debían estar bastante convencidos de que había llegado la hora de que su única hija se dejara de gilipolleces y se convirtiera en alguien respetable de una vez por todas.

No era que no la hubieran apoyado en su proyecto de hacerse vidente, incluso cuando consideraban que la chica carecía de todo talento para dedicarse a esos fines, pero verla entusiasmarse por algo después de lo mal que lo había pasado fue como una bendición. Le habían prestado dinero, se habían tomado la molestia de recomendar a sus amigos para que fueran a hacerle consultas y le habían ayudado a publicitarse por toda Inglaterra como la mejor adivina del mundo, pero aquello era demasiado. Lavender ya era una mujer y debía empezar a comportarse como tal de una vez por todas.

-A mí me parece que es la solución perfecta a mi problema- Lavender optó por ignorar el estado nervioso de su padre y no perdió la sonrisa ni un instante- La gente tiene prejuicios en mi contra y no me dan la oportunidad de mostrar todo mi talento. Si cambio de aires y me voy a un sitio donde nadie me conozca, podré empezar de cero y el negocio saldrá adelante. Ya veréis.

-Pero… -El señor Brown parecía querer desgañitarse, pero procuraba sonar lo más razonable posible- El viernes estabas convencida de terminar los estudios y buscar algo en el Ministerio. ¿Y ahora quieres… cambiar de aires? No creo que lo hayas reflexionado lo suficiente.

-¡Oh! Pero sí que me lo he pensado. Parvati y yo lo estuvimos comentando ayer y estamos seguras de que será un éxito.

-¿Parvati y tú? Dudo mucho que esa chica tenga suficiente capacidad cerebral para analizar los pros y los contras de lo que estás proponiendo.

-¡Vamos, papi! Sólo necesito una nueva oportunidad –Lavender se puso en pie y se abrazó al cuello paterno. Eso siempre había funcionado cuando era niña y quería conseguir cosas. Su padre era un blando- Sólo necesito un pequeño préstamo y te devolveré el dinero en cuanto el negocio salga a flote.

-Lavender, no…

-Por favor. Tú sabes que lo haré bien. Déjame intentarlo.

El señor Brown suspiró. Lavender supo que se había rendido al ver esa expresión de derrota en su rostro. Y entonces su madre habló.

-Ni hablar.

Ambos, padre e hija, se volvieron para mirar a la señora Brown. Lavender se parecía muchísimo a ella, aunque jamás hubiera podido tener esa cara de palo ni queriendo.

-Pero querida.

-No. Ya es suficiente –La mujer se puso en pie y encaró directamente a su hija- Durante estos años te hemos consentido porque lo que te pasó con Greyback te dejó seriamente trastornada, pero ya eres una mujer hecha y derecha y no podemos seguir protegiéndote como si fueras una niña. ¿Quieres meterte en esa locura? Adelante, hazlo. Tienes veintiséis años y puedes hacer lo que quieras con tu vida, pero no esperes que sigamos pagándote los caprichos.

-No es un capricho mamá.

-¿No lo es? De acuerdo. Monta tu consultorio, demuéstranos que vas en serio y estaremos encantados de participar en tu locura. Pero se acabó pedirnos dinero cada vez que las cosas no salen como esperas. Tienes que madurar.

Lavender estaba muy sorprendida porque no había considerado la posibilidad de que sus padres no quisieran ayudarla. Realmente era un duro varapalo porque el dinero de la familia era esencial para empezar su nueva andadura empresarial, pero si pensaban que eso la detendría estaban muy equivocados. Sintiéndose repentinamente herida, alzó la cabeza con orgullo y se dispuso a marcharse.

-Muy bien. Cuando sea la vidente más famosa del mundo muggle no necesitaré pedíos dinero para nada.

Lavender se fue de casa sintiéndose bastante digna pero ciertamente asustada. ¿Qué iba a hacer ahora, por Merlín?

6

Dudley sonrió con satisfacción cuando comprobó la lista de los videojuegos más vendidos del último mes. Él mismo había dado carta blanca a dos de ellos y se sentía absolutamente satisfecho. Un par de compañeros lo miraron con mala cara cuando se enteraron de que el señor Holmes quería hablar con él personalmente, conscientes quizás de lo que eso significaba.

El señor Holmes era una especie de fantasma que sólo visitaba la oficina en contadas ocasiones y que siempre traía consigo muy buenas noticias. Porque el señor Holmes no era sinónimo de despidos o bajadas salariales, sino de ascensos y nuevas incorporaciones. Después de los últimos éxitos de Dudley, a casi nadie le cabía duda de lo que iba a hacer allí.

Cuando Wallace, el Jefe de Personal, le había dicho a Dudley que el señor Holmes hablaría con él ese mismo lunes, el joven había sabido que era un día especial. Por eso se había puesto traje, se había cortado el pelo y había decidido hacer uso del reloj de oro que su madre le regaló en Navidad y que nunca se ponía porque no quería que se lo robaran y, además, porque últimamente sus padres le regalaban más relojes de los que podía usar. Quería lucir un aspecto imponente cuando le anunciaran su ascenso.

Por supuesto que no se quejaba de su situación actual, pero estar un escalón por encima no solo significaba probar videojuegos, sino tener opción de dar ideas de verdad. Antes sólo señalaba los aspectos negativos y otros se encargaban de modificar el proyecto o destruirlo definitivamente. El ascenso le colocaría en una situación de poder, le permitiría tener voz y voto en todo aquel asunto, ayudar a crear el videojuego perfecto. Porque Dudley estaba seguro de que existía. Todavía no sabía cómo era, pero si el señor Holmes le abría las puertas a su futuro laboral, tendría ocasión de averiguarlo.

El señor Holmes llegó a las nueve de la mañana. Dudley lo esperaba de pie junto a su oficina, sintiéndose más nervioso de lo que había estado en mucho tiempo. Cuando vio a aquel hombrecillo calvo y de aspecto anodino, el corazón le dio un vuelco. Wallace se apresuró en recibir a su superior y Dudley fue presentado debidamente. Mientras entraban al despacho se preguntó si podría sobrevivir a aquello sin sufrir un infarto o un derrame cerebral.

El señor Holmes se sentó detrás del enorme escritorio blanco y leyó un par de informes que el propio Wallace debía haber confeccionado. Dudley no sabía qué pensar al respecto. Wallace era el tío más frío que existía en el mundo. No se llevaba bien con ninguno de los empleados, aunque no era el típico jefe exigente y neurótico que todo trabajador odiaba y temía a partes iguales. Sólo era un hombre observador y silencioso en el que el señor Holmes confiaba ciegamente.

-Así que usted vaticinó personalmente el éxito de "Armkreuz –Holmes miró a Dudley con curiosidad. Ningún otro probador había apostado por él, pero el instinto no le había fallado a Dudley.

-Debo reconocer que asumí ciertos riesgos al recomendarlo, pero desde el principio me pareció que su argumento era bastante bueno, diferente a cualquier cosa que hubiera visto hasta ahora.

-Parece interesante –El señor Holmes dejó la lista sobre la mesa y pareció un poco menos reflexivo- Reconozco que no he jugado todavía.

-Estoy seguro de que le va a gustar, señor.

Holmes sonrió con condescendencia y se separó un poco del escritorio.

-Wallace afirma que es usted un probador con unas ideas muy peculiares. No hay muchos juegos que consigan dejarle satisfecho.

-Soy exigente, señor.

-Ya lo veo. De hecho, últimamente sólo "Westen IV" le ha agradado.

-Es bastante mejor que las partes anteriores. Casi parece un juego nuevo.

El señor Holmes cabeceó, entrelazó los dedos sobre la mesa y miró fijamente a Dudley.

-Dígame, señor Dursley. ¿Cómo sería el juego perfecto para usted?

¡Oh, sí! Dudley se sintió tan feliz que podría haberse hecho pipi encima. No lo hizo porque no lo consideró adecuado dadas las circunstancias. Sonriendo, se dispuso a contestar, pero Holmes no le dejó.

-No me lo diga a mí, por favor. A partir de mañana trabajará con el equipo creativo de la compañía. Espero que pueda convertir alguno de los últimos fiascos en éxitos internacionales.

-Por supuesto, señor.

-Y, para empezar –El señor Holmes volvió a mirar sus papeles- Creo que sería bueno mejorar "Witches' hunt", puesto que pareció disgustarle muchísimo. Buenos días.

Dudley salió del despacho con emociones contradictorias. Por una parte la alegría del ascenso. Por la otra, el saber que ahora tendría que trabajar en un videojuego que se centraba por completo en las aventuras medievales de un grupo de brujos perseguidos por la Iglesia.

Fantástico.

OoOoOoOoOoOoOoOoO

Muy buenas, gente.

Aquí estoy con una nueva historia que debía haber sido un One-Shot y que está quedando demasiado larga como para no colgarla en varias partes. No serán muchos capítulos (tres o cuatro como mucho, o eso espero) y, sí, será un Dudley/Lavender. Nunca había intentado algo así (aunque tengo por ahí un Dudley/Cho) y espero que haya gente que se anime a leerlo pese a lo insólito de la pareja.

Como veis, tanto Dudley como Lavender andan metidos en sus propios asuntos. La idea de Dudley siendo probador de videojuegos es de Sorg-esp (muchísimas gracias por prestármela, no podré pagártelo nunca ;)) y lo de Lavender siendo vidente pues viene directamente de los libros y su gusto por la Adivinación. De momento no ha habido mucha acción, pero a partir del siguiente capítulo ya irán interactuando.

Espero que os haya gustado la presentación y que os animéis a seguir leyendo. Procuraré actualizar mañana mismo, aunque no puedo asegurarlo porque últimamente ando un poco pillada de tiempo y tengo que retocar algunas cosas de la continuación.

Nada más. Muchas gracias por leer.

Besos.

Cris Snape