Al otro lado
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son creación de Rumiko Takahashi. FF creado sin fines de lucro.
One-shot
—La importancia de este río es tan grande como el cielo, Kagome. Hace más de 800 años, la sacerdotisa Midoriko bendijo sus aguas con un poderoso conjuro. Rezó días y noches cientos de escritos para nuestra salvación y, a la hora de su muerte, la barrera que hoy nos protege de todo mal se alzó por los árboles hasta abrazar las nubes.
Relataba el hombre de edad mientras tocaba con sus dedos las cristalinas aguas.
—Le debemos tanto a esa mujer…
Su hija, que miraba la escena con un cierto toque de melancolía, se acercó hasta estar a su lado.
—¿De qué nos protege, padre? —preguntó.
—De demonios.
—¿Demonios?
—Son seres desalmados, sin corazón y mucho menos sentimientos. Pero, para nuestra desgracia, bastante poderosos. Siempre atentaron contra la vida de los humanos y se aprovecharon de nuestra vulnerabilidad a su antojo. Fuimos sus esclavos durante muchos siglos; hasta que la señorita Midoriko llegó.
Los azules ojos de la más pequeña viajaron por el lugar hasta dar con la tumba de dicha sacerdotisa. Recordó entonces que, cuando niña, ese sitio en especial había sido su refugio; tanto de peleas en las que se veía involucrada sin saber cómo o en esos juegos con amigos.
Sonrió con pena al percatarse de que había profanado, accidentalmente, aquel santuario tan sagrado para los demás en sus descuidos de chiquilla inocente.
—Ella era hermosa… —alagó al ver la pintura de la guerrera colgando en los adentros de la pequeña construcción hecha de piedra—. Pereció por ellos.
—Pereció por todos, hija. Su corazón era tan bondadoso que no le importó dar su propia vida para que las personas vivieran en paz —corrigió una vez se puso de pie—. Incluso ahora, después de todos estos años, se puede sentir su aura por los alrededores.
—Tibia.
Enzo la miró.
—Puedes sentirla, ¿no es así?
—Es de color rosa pálido y tibia; pero no caliente, acogedora… A veces asfixiante.
Complacido, el de cabellos negros sonrió.
—En efecto —aseguró—. Los demonios no puedes cruzar este río, debido a la alta concentración de poder espiritual que dejó tras su partida.
—¿Y nosotros podemos?
—Podemos, pero no debemos. Los pocos que han cruzado fueron asesinados por estas bestias.
Kagome pudo detectar en aquellas palabras una gran rabia que, si bien entendía los motivos por los que se presentaba en la voz de su tutor, no sabía con exactitud de dónde nacía.
O por quién venía.
Al otro extremo de las húmedas profundidades, decenas de cadáveres se asomaban por la tierra; descuartizados, comidos e incluso calcinados. Era la representación del destino que le esperaba al que osara viajar y explorar más allá de lo que podía ver.
Para el que quisiera probar más de lo que podía comer.
—No te preocupes, cariño —consoló Enzo al ver la tensión que domó a su retoño—. Ellos nunca te harán daño, estamos a salvo aquí, al otro lado.
—… ¿Son tan malos?
—Nunca lo dudes.
Sin más, el brazo del terrateniente tomó el hombro de su primogénita con intención de encaminarla a su hogar y descansar lo que restaba de la noche.
Porque mañana sería un día muy especial.
"¿Eh?... Me pareció escuchar algo."
Mirando hacia atrás, Kagome buscó al creador del chillido; percatándose de movimientos a otro lado del río. Sin embargo, fue demasiado tarde, ya que lo único que alcanzó a identificar fueron largas y relucientes hebras plateadas; ondeando en el aire, que se perdían entre oscuridad y maleza a medida que se alejaba.
"Que extraño."
.
El día, como era de esperarse, relucía en amor y cariño.
El Tanabata había sido desde siempre una celebración esperada con ansias por todas las personas en la aldea. Los caminos, decorados con tiras de colores y grullas de papel, brillaban como nunca brillaron; dando a entender la importancia del día para la gente allí presente.
—Perfecto —dijo una castaña al terminar de acomodar uno de sus tantos papeles en el hilo que colgaba de un bambú—. ¿Qué te parece, Kagome?
Pero su amiga no contestó.
Estaba tan sumida en sus pensamientos, en la plática nocturna que había tenido con su padre la noche anterior, que ignoraba por completo la existencia de aquella joven, ahora enojada.
—Kagome —llamó de nuevo.
—¿Eh? Oh, disculpa.
—¿En qué piensas?
—Anoche mi padre habló del río.
—¿El río? —inquirió sin entender—. ¿Qué tiene?
—La historia de la señorita Midoriko, todo lo que ha pasado y lo que pasará —dijo aún ensimismada en ausencia.
—Y…
—¿Y?
—¿Qué es lo que te perturba?
Pensando la pregunta, no supo qué contestar.
—Bueno… —Estaba dispuesta a decir lo que vio o creyó ver, pero al final le restó importancia—. Sólo me parece que es muy interesante —finalizó.
—Trata sobre demonios y sacerdotisas, ¿qué esperabas?
El son de broma no pasó por alto para la morena.
—Vamos, Sango… Es algo serio.
Sin mayor ánimo, caminó hasta su compañera para colgar su deseo.
—¿Sólo una tira?
Kagome la miró.
—¿Qué tiene?
—Pensé que pondrías más, ¿acaso no estás enamorada o algo?
—Por el momento no, ¿por qué?
—Deberías aprovechar el día para hacer aspiraciones románticas, Kagome. Todos lo estamos haciendo.
—No es como que me interese.
—Sólo digo —dijo aquella rendida—. Se ve que la fiesta será grande, ¿verdad? Tu padre debió organizar todo muy bien.
—Es su día favorito, por alguna razón. Siempre se empeña en que todo salga bien.
—Me imagino.
Regresando sobre sus pasos, siguieron el pequeño camino hasta la entrada de la aldea y, una vez ahí, saludaron a tantas personas se acercaban o reconocían.
—Hojo parece estar interesado en ti —susurró Sango tras su mano.
—¿Lo crees? —sonrojada, miró al chico que las saludaba desde lejos.
—Su familia es bastante influyente, te conviene emparejarte con él.
—Esas cosas no me interesan y lo sabes —aclaró después de devolver el saludo con una sonrisa.
—Pues deberían.
Con un suspiro, cerró sus ojos unos momentos.
Era la hija del terrateniente, así que pronto debería decidir con quién contraer matrimonio y, si bien tenía varios pretendientes, no podía decidir. No porque todos le agradaran; sino que ninguno lo hacía.
Kagome buscaba algo más que un simple amor convencional, de eso sí estaba segura.
—Mira, ahí está el río.
Escuchó a Sango, pero no la vio. Nuevamente, toda su atención se centró en las aguas limpias y traslúcidas de aquel sitio tan mágico.
La llamaba.
El río la llamaba a adentrarse, a dejarse besar por gotas puras y limpiadoras, al tiempo que las ondas bailaban a su alrededor con la música de los grillos al cantar.
Fue cuando sus pies tocaron la orilla, que volvió en sí.
—Podemos, pero no debemos… —murmuró para ella misma.
—¿Estás bien?
Volteó a ver a Sango con preocupación.
—… Me siento algo mareada —informó una vez estuvo lo suficientemente alejada del inminente peligro que representaba ese lugar.
—Debe ser por el estrés —dedujo su compañera—. ¿Qué te parece si vamos a comer algo?
—Supongo…
Pero ni bien dio dos pasos, escuchó el mismo chillido que ayer tanto la había desconcertado.
—¿Has oído eso? —dijo.
—¿Qué cosa?
—Al otro lado del río, ese sonido.
—Algún animal, quizá.
Pero Kagome no estaba convencida con esa respuesta.
Giró rápidamente para correr hacia la orilla de nueva cuenta y entrecerrar sus ojos, esperando esto ayudara a su visión a encontrar lo que tanto buscaba.
Aunque, a decir verdad, ni ella lo sabía.
—¡Kagome! —gritó la mayor al ver el arrebato tan drástico y lo expuesta que su amiga estaba—. Vuelve, por favor.
—Espera, quiero encontrar…
Y por fin pudo verlo.
Justo al otro lado, allá entre los árboles y texturas rugosas, el rostro de un hombre la apreciaba tan atentamente como ella a él. Sus ojos dorados la taladraban con curiosidad, mientras su boca dibujaba una línea recta imperturbable y su cuerpo retrocedía con mucha calma.
Hubo dentro de ambos, al mismo tiempo y con la misma intensidad, un palpitar de más en sus corazones.
"¿Quién es?" se preguntó.
—¡Espera, no te vayas!
Y cuando quiso avanzar sólo un poco más, cayó al agua.
—¡Dios santo! —gritó Sango que, aterrada, huyó en busca de ayuda—. ¡Auxilio, alguien venga!
"¿Qué está pasando? ¿Caí al río?"
Kagome descendía muy lentamente, pero no podía moverse. Estaba inmovilizada por algo que no lograba ver; sin embargo, sí sentir. Algunos peces pasaron frente a ella y al verla, comenzaron a rodearla en círculos; ayudando a que bajara más rápido al fondo.
"N-no… puedo respirar." pensaba alarmada.
—A-ayuda… —pidió allá abajo, creando burbujas de aire que, al igual que ella, cayeron al suelo; desafiando todas las leyes de la gravedad.
"¡Me estoy ahogando!" chilló en sus vacíos pensamientos. "¡Ayuda, por favor, ayuda!"
En un último aliento, miró hacia el cielo; encontrándolo sumamente lejano.
El agua comenzó a entrar por sus vías respiratorias, inundando los pulmones y estómago. En lo que sus ojos, aún abiertos, miraban un punto indefinido que poco a poco se hacía más oscuro y borroso.
Gracias a que sus oídos se taparon, no pudo escuchar el salpicón de agua en la superficie y menos ver con claridad la figura que rápidamente se acercaba a ella; tomándola son delicadeza mientras las fuerzas del río lo repelían. Nadando de una forma inhumana, con movimientos veloces; pero no menos graciales, el masculino salió con la mujer en brazos para colocarla en el césped. En lo que él, por otro lado, se alejaba a toda prisa de ella y el agua.
"Quema."
Pensaba al tiempo que tomaba asiento bajo un árbol.
El contacto de su cuerpo con aquella fuerza había sido casi como una explosión. Sus extremidades y demás se encontraban ligeramente rosadas por el poder espiritual que en cuanto entró en contacto con su poder maligno intentó purificarlo. Sin embargo, él era el demonio más poderoso de todos.
Simple agua bendecida no sería rival para él, bajo ningún ámbito o motivo.
Los insistentes tosidos y gemidos provenientes de la humana lo desconectaron de su, más que dolor, incomodidad—. Despertó —se dijo, mirando como nuevamente la pequeña mortal lo exploraba con curiosidad y una pizca de temor.
—Tú… me salvaste —murmuró apenas.
Y él la escuchó, pero no hubo oportunidad de responder.
—¡Ahí está!
Berreando, decenas de guardias rodearon a la desorientada muchacha que luchaba por ponerse de pie.
—Señorita, ¿se encuentra bien? —interrogó uno.
El demonio supuso que sería el jefe de la tropa.
—Estoy bien, tranquilo.
"Era una de esas criaturas, no hay duda de ello."
—Si pasa un minuto más aquí afuera puede enfermarse, permítame escoltarla, su padre espera preocupado.
El de cabellos plateados fue testigo de cómo aquel hombre jalaba insistente el brazo de la mujer cuando esta oponía resistencia.
—Hn.
No necesitaba más, había tenido suficiente por esa tarde.
.
—Señorita Orihime, ¿quién habrá sido ese hombre?
Preguntaba Kagome, dejando que las palabras volaran libres por el silencio de su habitación.
Las estrellas ya estaban puestas en el cielo nocturno, las risas de los niños sonaban fuertes y energéticas; mientras que los adultos se limitaban a mostrarse todo el afecto que podían.
Vega y Altair presenciaban todo desde arriba, a años luz de los que celebraban su reencuentro, sonrojados y llenos de dicha.
—¿Qué hombre? —indagó Sango, aunque la pregunta no era para ella.
—¡Ya te lo dije! El que me salvó.
—Nadie vio nada, Kagome. Alucinaste.
—Por supuesto que no…
Ambas terminaron de maquillarse.
—Con todo lo que tu padre te ha metido en la cabeza, no me sorprende que creas haber visto un demonio.
—Yo lo vi, Sango. Tenía los ojos de oro, piel pálida y su cabello era como los hilos de plata en las sábanas.
Cariñosamente y con una sonrisa, acarició las telas que cubrían su futon.
—Seguramente tan suave como la seda… Era bastante atractivo.
Sorprendida, Sango abrió su boca incrédula.
—¿Atractivo? Los demonios son bestias, no personas… Como sapos enormes o dragones.
Molesta por la comparación, la morena terminó de hacer el moño que rodeaba su cintura sobre el yukata.
—Pues este no lo era —concluyó.
Sango suspiró.
—Cómo sea, ya hay que irnos.
Preparadas para el Tanabata, salieron de los aposentos; seguidas muy de cerca por la escolta del señor Enzo.
—No vamos a necesitar que vengan, estamos bien.
—Tenemos órdenes, señorita Kagome. No podemos permitir otra falta como la de esta tarde, sentimos incomodarla; pero su padre ha sido muy claro.
Bufando, ambas siguieron caminando; llevándose una grata sorpresa al salir por las puertas del palacio, pues todo estaba cubierto de papel, pequeñas figuras de origami y luces de colores. Le daba al anochecer no sólo ese toque mágico, sino también el distintivo de lo único que podía ser el festival de las estrellas.
—Hoy es una noche para amar.
La menor miró a la castaña.
—Nunca le temas a tus sentimientos, Kagome. Sólo ellos saben lo que en verdad quieres, están unidos a tu corazón. Ellos nunca se confunden o equivocan; eso sucede en la mente. Son muy sabios.
—Insinúas que…
—Quiero decir que, si tu lugar es al lado de un ser como el que describes, lo aceptaré.
—Ni siquiera sé su nombre.
—No sabes el nombre de muchos de tus pretendientes y aun así te comprometerán con uno de ellos.
Eso había sido un jaque mate.
Sango tomó el brazo de una joven cualquiera de las que caminaba y la puso en el lugar de su amiga, mientras movía la cabeza en indicación de que se fuera antes de que los guardias se dieran cuenta.
—Ve a buscarlo.
—¿Por qué cambias de parecer tan de repente?
—Nunca te había visto sonreír de esa manera por alguien, me da un buen presentimiento.
La castaña nunca presentía mal.
Con ilusión, la de ropas rojas y blancas corrió entre las personas sin ser vista por las escoltas reales; pasando bajo cientos de tiras con mensajes escritos. Sus pies pisaban firmes, pero sus pensamientos caían de uno en uno al no tener ni la menor idea de qué haría una vez frente a aquel.
Algo vibró en su estómago, como si un terremoto la invadiera en lo más profundo; mas no la detuvo, muy por el contrario, la instó a seguir su maratón en busca del joven con marcas en el rostro.
—Estoy cerca.
Los fuegos artificiales comenzaron a bombardear el cielo, dejando estelas humo y olor a pólvora por doquier.
En cualquier otro momento, estaría más que encantada por detenerse a observar, pero ese no era el caso ahora.
—¡Demonio! —gritó cuando cayó frente al río que actuaba de espejo para la escena que Vega y Altair presentaban allá en lo alto.
Sin encontrarlo por ningún sitio, miró decepcionada el líquido incoloro.
"Se habrá ido…"
Pensó.
Sin embargo, una grulla de papel se detuvo frente a ella al ser atrapada por la vegetación que sobresalía en la orilla. Extrañada, la tomó entres sus manos; manchándose de tinta.
—Tiene algo escrito…
La deshizo, descubriendo el mensaje dentro.
"Sesshomaru."
Comprendiendo mínimamente, volvió a gritar.
—¡¿Te llamas Sesshomaru?!
Pero esta vez no hubo grulla, sólo un seco "sí" a las lejanías.
Sonriendo, prosiguió a presentarse.
—Yo soy Kagome —dijo—. Eh… ¡Gracias por salvarme!
—Hn.
—¿Podría verte?
La voz de ella sonó más temblorosa de lo que hubiera deseado.
Y como si sus palabras fueran una especie de conjuro, los pies de Sesshomaru se movieron a voluntad propia; saliendo de su escondite, dejando que la luz de la luna y los proyectiles brillantes le dieran el consentimiento a la que esperaba de apreciarlo completamente.
—Lo sabía, eres real.
La felicidad en su rostro no fue bien entendida por el joven.
—¿Por qué no debería de serlo?
—Nadie cree que te haya visto —explicó—. Pero aquí estás… ¿Por qué me salvaste?
—¿Acaso importa?
—Me importa. El río es muy poderoso, ¿no te pasó nada?
—Un simple río no puede contra mí, humana.
—Entonces, debo suponer que puedes cruzarlo.
Sesshomaru la miró expectante.
¿Se atrevía ella a retarlo?
—No veo por qué hacerlo —contestó con simpleza—. A demás, no te conviene.
—¿Por qué? —cuestionó.
—Otro choque de poderes podría destruir la barrera.
En ese momento Kagome se dio cuenta de que ya no miraba el aura rosa de Midoriko.
—Estaríamos expuestos… —susurró para sí.
—En efecto.
—¡E-entonces yo iré para allá!
Pero no sabía cómo hacerlo.
Si intentaba nadar, el río se la tragaría como antes había pasado y no existía un puente que conectara ambos lados.
Armada de valor, se alejó para intentar saltarlo.
—Espera.
Mas Sesshomaru sabía que todo intento sería en vano.
—No te muevas de ahí —ordenó.
La de ojos azules asintió.
Desenvainando su espada, el pálido cortó de un sólo movimiento uno de los árboles más grandes del bosque, logrando que cayera del otro lado sin problema alguno.
Kagome tenía ahora un medio para llegar a él, pero la indecisión en sus ojos tomó juego en la escena.
"Seguir mis sentimientos…" recordó.
Apretó sus manos con fuerza, mientras subía al tronco rápidamente y corría a su encuentro; sintiendo cada vez más un olor nuevo en el ambiente.
"Libertad."
Cuando menos lo esperó, ya estaba llegando al otro lado.
—Lo hice… ¡Lo hice! —chilló en emoción—. ¡Crucé!
Por unos instantes le pareció ver una sonrisa en la cara de aquel.
Tratando de tener cuidado en bajar, Kagome pisó el último tramo de árbol que quedaba para tocar tierra firme; pero, para su sorpresa, su zapato resbaló y cayó.
De no haber sido por los reflejos de Sesshomaru, habría dado a parar al agua.
Otra vez.
Ahora las manos de la mujer eran sujetadas por las de su cómplice que, sin dudarlo, la acercó hacia sí.
Sus miradas se engancharon aún más, ambas perdidas en las potentes coloraciones que relucían por su propia cuenta. Fue entonces que los gritos de las personas en la aldea los sorprendieron y pensando que habían sido descubiertos en sus prohibidos actos, miraron hacia enfrente.
—Las grullas —señaló la humana—. Van a verse esta noche…
—¿Por eso era el festejo?
—Orihime y Hikoboshi, los amantes que se juntan cada séptimo día del séptimo mes.
Sesshomaru miró el cielo, recordando que su padre alguna vez le contó sobre aquellos dos. Sonrió, porque para él eso era un cuento infantil.
No obstante, les pareció su escenario bastante singular, irónicamente, todo ese drama resultaba muy parecido a la leyenda del Tanabata. Kagome se sonrojó, pero Sesshomaru no dijo nada; sólo miró el río llevarse con sus mansas corrientes los papeles que guardaban deseos, aspiraciones y secretos.
Agradeciendo muy en el fondo haber obtenido lo que tanto él quería: encontrar su estrella.
¡Espero les haya gustado este pequeño OS en honor de una noche tan bella como la de hoy!
En verdad, siempre me ha gustado muchísimo la historia de Orihime y Hikoboshi. Pienso que es muy romántica :,)
Sin más, nos vemos hasta la próxima. No se olviden de comentar si les gustó y dejar un bello corazón.
¡Saludos!
Psdt: Disculpen si se me escapa algún error ortográfico o gramatical.
