MANEKI-NEKO

- Si ser insoportable fuera un talento…

- Akko ganaría un premio.

- ¡Sucy!

En cuanto sus ojos rojos se dirigieron hacia el rostro de la joven Manbavaran, ésta no pudo evitar reírse entre dientes, mientras la observaba sentada desde su cama.

Hace un rato ya que Akko había comenzado a quejarse de la vanidad de Diana. Vanidad que era mal interpretada, porque ella sólo le había sugerido a Akko que estudiara más; No que ella era mejor que todos y que la única manera de alcanzarla era que Akko estudiara más. Pero, como lo había notado Sucy y como lo había notado Lotte, las reacciones de la bruja japonesa con respecto a Diana, siempre eran de lo más exageradas, y no se esperaban menos.

¿Cuántas veces la habrían escuchado quejarse de ella esta semana? Mínimo tres veces al día. Y por las noches tenían suerte de que ella estuviera durmiendo y que no hablara entre sueños, porque lo más probable, es que en ellos estuviera discutiendo con la famosa señorita Cavendish.

Aunque muy en el fondo, dentro de la cabeza de todas sus amigas, incluyendo a Amanda, Constanze y Jasminka, la remota idea de que Akko estimaba en una variación inmedible a Diana, no salía de sus mentes. ¿Por qué? Pues, porque quien bien te quiere, te aporrea. Y Akko es especialista en caer por Diana, cualquiera que sea su sentido.

Finalizando su berrinche del día, el cuarto en menos de cinco horas, Akko se tendió en su cama con los brazos por detrás de su cabeza y cerró sus ojos, suspirando. Había tenido un día exhausto y necesitaba descansar, tanto su cuerpo como sus pensamientos.

Pero tan sólo bastó que transcurrieran cinco minutos, para que la paz de su cuarto y el silencio de sus amigas, quedara en el olvido y fuera reemplazado por dos toques suaves contra la puerta de su habitación. Akko abrió los ojos, pero fue Sucy quien se apresuró a abrir la puerta.

- Tengo un paquete para Sucy Manbavaran. Supongo que es usted – El pequeño ogro, que trabajaba también como hacedor de aseo, le tendió un pequeño paquete de color marrón a la chica y luego arregló su gorra anaranjada, partiendo de vuelta al trabajo – Me disculpo y que tenga buena tarde.

- Muchas gracias –Sucy tomó la caja y cerró la puerta.

Al darse la vuelta, inmediatamente se topó con los ojos curiosos de Akko, mirándola casi encima de su cuerpo.

- ¿Qué es esa cosa? – Sucy la observó, suspiró y alejó su rostro de ella, ocupando tan sólo una mano.

- Es un collar… Lo encontré por internet y me pareció… lindo…

- ¿Lindo? – Akko se quedó mirando a la joven Manbavaran y cómo esta se iba a sentar a su escritorio – ¿Cómo de que lindo? ¿Desde cuándo Sucy encuentra algo lindo?

- Bueno, hasta Sucy puede tener sus gustos ¿No? –

Lotte se bajó de lo alto de su cama al terminar de hablar y se acercó cuidadosamente a Sucy. Miró por sobre el hombro de su amiga, encontrándose con la curiosa sorpresa de ver un pequeño collar de cascabel dentro de la caja.

- ¿Eso no es un collar de mascota? – Lotte asomó su rostro, para verlo con más detención – Es para un gatito ¿No? Está muy lindo.

- De hecho, claro que es para una mascota. Pero no exactamente para un gato como tal.

- ¿Entonces para quién es? – Akko también acabó acercándose. Sin embargo, algo dentro de ella le decía que no era lo que tenía que hacer. Al ver el rostro de Sucy, después de que ella se voltease con el collar entre sus manos, algo insistía en decirle que en su sonrisa estaba escrita la palabra "PELIGRO". Y dedicada especialmente para ella – ¡No estés pensando en hacerme algo raro!

- Akko. Te lo explicaré primero y luego tú me dirás qué opinas ¿Correcto?

- Pero… - La japonesa miró a su compañera con desconfianza. Pero aun así le dio una oportunidad para explicarse – Bien, de qué se trata.

- Encontré este artefacto por internet. El sujeto que lo vendía lo describió como un amuleto con poderes mágicos. Ya debes saberlo ¿No te recuerda a algo? – Sucy lo tendió en dirección a Akko y ésta se acercó para analizarlo exhaustivamente, hasta que una idea llegó a su cabeza.

- Es como el collar que usa Maneki-Neko ¡El gato de la buena suerte!

- Exacto – Asintió Sucy, levantándose de su asiento y caminando en contra de la vista de Akko. Acercándose a ella por la espalda y poniendo el collar frente a su cuello – Se dice que este collar perteneció a uno de esos tantos gatos de la suerte. Y que sólo una persona con mucho optimismo puede gozar de sus beneficios.

- ¿Y me lo darás a mí?

- ¿Cuándo fue tú cumpleaños, Akko? – Al recordarlo, la castaña arrugó el entrecejo.

- Fue hace dos semanas y me quemaste el pelo con tus tontos hongos incendiarios.

- Por eso mismo. Me sentí mal y ahora quiero retribuirlo.

- ¿Es enserio? – Akko giró levemente su rostro para verla a los ojos. Le parecía extraordinario que Sucy se sintiera mal por algo que hizo con todas las intenciones, pero tampoco quería negarle la oportunidad de disculparse. Era un evento único y esto la reconfortaba.

- Totalmente – Sucy hizo a un lado el largo cabello castaño de la joven japonesa, dejando al descubierto su cuello. Acomodó el collar alrededor de él y selló el broche, creando un suave click al terminar – Esto será de gran ayuda para ti.

- Uhm… Genial.


Media noche. El tic-tac incesante de un reloj se escurría por entre medio de la oscuridad. La luna, se encontraba iluminando los extensos bosques aledaños a la Academia. Y luego, silencio total, el viento murmuró y desapareció. Media noche, con un minuto demás. Media noche con un minuto.

Las orejas de Akko temblaron ligeramente. Y a la mañana siguiente, ella despertó, preguntándose que qué rayos le había pasado.

- ¡¿Por qué se supone que tengo orejas de gato?! –

Lotte se le acercó al ver la desesperación de su amiga y fue a revisar las dos orejas felinas que se presentaban sobre el cabello de la castaña. Asombrada de lo real y funcionales que se veían.

- ¿Escuchas con ellas? – Le preguntó. Y Akko las tocó para saber que eran sensibles, tanto al tacto como auditivamente.

- Sí – Lloró. Y sus orejas se agacharon, como su estado de ánimo decayó.

- Esto parece un simple hechizo de transformación. Creo que puedo arreglarlo.

- Esto es interesante – Sucy se acercó y tocó las orejas de Akko, haciéndola chillar de dolor.

- No las toques tan brusco, tonta.

- E hicieron desaparecer tus orejas humanas también – Manbavaran siguió registrando cambios en el cuerpo de Akko, pero hasta ahora ese era el único – Creo que no es tan impresionante.

- ¿De qué hablas? – Le reclamó Akko, sintiendo de pronto que sus mejillas picaban – Esto es una más de tus bromas ¿No? Siempre me haces lo mismo. Ya no debería creerte. No sé porque siempre caigo en ellas.

- Porque eres estúpida – Aclaró Sucy, haciendo a Akko inflar sus mejillas por el disgusto. Pero ella misma decidió no darle importancia y pensar en solucionar su problema.

Ya estaba hecho. Sólo bastaba deshacerlo. Y como lo había mencionado Lotte, esto era sólo un hechizo de transformación. Necesitaba volver a la normalidad y sólo costaría un encantamiento. Así que se volteó buscando a su amiga Yanson.

- ¿Puedes ayudarme con esto, Lotte? – Le preguntó, apuntando sus dos orejas. A lo que Lotte asintió, rápidamente tomando su varita para mencionar el hechizo.

- No te preocupes, Akko. Ahora lo solucionaremos –Tomó aire – Metamorphosis Fosie.

Una estela de color verde envolvió el cuerpo de Akko, la iluminó y luego desapareció, creando un POOF, que estalló en una mini-explosión de humo. Lotte suspiró más tranquila, pero al momento de alzar la vista, sus labios se fruncieron, viendo que las orejas de Akko no habían desaparecido en absoluto, al menos, no las de gato. Y lo que era peor aún, ahora tres pares de bigotes felinos se posaban sobre sus mejillas, acrecentando su parecido con un gato.

- ¿Y bien? ¿Funcionó? – La japonesa miró a su amiga y al ver su expresión, pudo entenderlo de inmediato. No había arreglado nada – ¡Nooo! ¡No quiero ir así a clase! ¿Qué dirán las demás de mí?

- No cambiaría mucho. Lo de siempre, ya sabes. Típico de Akko – Sucy le restó importancia, terminada ya de vestirse para empezar las clases. La castaña la miró furiosa entonces.

- ¡Pero si esto fue tu culpa! ¡Todo lo malo me pasa por tu culpa!

- Estás exagerando. Sólo son un par de orejas de gato. No le veo lo terrible. A nadie le extrañará y creo que se deberá quitar en un par de días.

- Pues… eso espero…


Cuando Akko entró al salón de clases, clases que tenía con la maestra Finnelan quien por suerte todavía no llegaba, como dijo Sucy, nadie le prestó atención. Todas sus compañeras estaban empeñadas en hablar de los próximos exámenes y nadie tenía tiempo para opinar de las tonterías que Akko hacía. Nadie excepto por Hannah y Bárbara, quienes al verla, no tardaron en soltar las risotadas.

- Pero ahora qué clase de broma es esta – Hannah la vio desde su asiento y casi le parecía ridícula la forma en que se miraba Akko. Ridícula, pero extraordinariamente tierna también. Claro que esto sólo lo pensó, porque de decirlo, nada – ¿Uno más de tus intentos fallidos de hacer una transformación decente?

- Créanlo o no, esta vez yo no tuve la culpa – Akko ingresó al salón con pasos agigantados, llegando al puesto donde se encontraba el equipo azul completo, incluyendo, por supuesto, a Diana, quien todavía no levantaba la vista del libro que estaba leyendo. Completamente ignorante de lo que ocurría a su alrededor.

- ¿Y si no es a causa tuya, de quién más podría ser?

- Pues de Sucy – Terminó diciendo como se cruzaba de brazos y cerraba los ojos.

Ni Lotte, ni la mencionada chica Manbavaran, quisieron hacerse parte del problema. Y ellas avanzaron a sus puestos con normalidad, pero sin quitar los ojos de lo que todavía ocurría en los puestos de las integrantes del equipo azul. Hannah empezó a decirle a Akko que deshiciera el hechizo entonces, pero Akko le explicaba que ya lo habían intentado y que no era posible. Bárbara dijo que eso era una tontería. Y entonces se pusieron a discutir para ver quien tenía razón. Pero Akko estaba tan negada a dar su brazo a torcer, que finalmente Diana tuvo que interferir para terminar con la absurda riña.

Ella se levantó de su asiento y caminó hasta quedar frente a Akko, analizando sus orejitas de gato. Akko la observó retraída y cuando sintió que Diana las tocaba para inspeccionarlas, estas orejitas se sacudieron, como si les hiciera cosquillas el contacto. Muy diferente de todas las demás sensaciones que le habían provocado antes.

- Parecen reales – Pronunció Diana, luego de un tiempo de inspección. Akko asintió, efusiva.

- Son reales, Diana. Y también mis bigotes ¿Ves?

- Y tu nariz – Prosiguió la joven Cavendish, tocando con uno de sus dedos la rosada nariz de gato que ahora tenía Akko. Asombrada, la japonesa se llevó ambas manos al frente, negando tener una nariz de gato, pero sintiendo como ésta se quedaba justo en medio de su rostro. Tenía que ser una mentira.

- No puede ser – Chilló, tomando a Diana de las manos y viéndola con desconsuelo. Pidiendo ayuda con su mirar, de ojos rojos llorosos y tono de voz sollozante – Diana, tienes que ayudarme. Deshaz el hechizo – Ella suspiró, separándose de Akko y sacando su barita.

- Muy bien… Lo intentaré – Diana tomó aire profundamente y luego exclamó – Metamorphosis Fosie – Pero resultó lo mismo de antes. Nada en el aspecto de Akko cambió – Que extraño…

- ¿Mmh? ¿Tampoco tú pudiste, Diana?

Cavendish se tomó su tiempo para analizar la situación. Akko no tenía nada fuera de lo común. Bueno, obviando la aparición de sus rasgos gatunos. Era la misma Akko de siempre, con su mismo comportamiento, en su clase y vestida correctamente. No había nada más que un extraño collar adornando su cuello.

- ¿Un cascabel? – Diana susurró, acercándose al collar. Le pareció haberlo visto antes, pero no recordaba donde – Un objeto mágico. ¡Akko! – La llamó, tomando su atención de vuelta. La castaña la observó y alzó una ceja, no comprendiendo de donde venía el repentino grito – ¿Quién te dio ese collar?

- ¿Ah? ¡Sí! Fue Sucy, todo comenzó por este collar – Akko apuntó a la chica culpable. Mas ella ni se inmutó – Todo es culpa de este collar. Es del gato de la buena suerte…

- Ya veo – Diana se irguió sobre sus pies y colocó uno de sus dedos sobre su barbilla, sin quitarle la vista de encima al collar – ¿Has intentado quitártelo?

- ¿Qué? – Akko parpadeó un par de veces, todavía confundida. Diana repitió.

- ¿Te lo has quitado? ¿Lo has probado?

- ¡Oh, es cierto! ¿Cómo no se me ocurrió? – Tanto Bárbara como Hannah rieron entre dientes, rodando los ojos – Entonces… ¡Aquí voy! ¡Adiós maldici…!

Sólo bastó que sus dedos tocaran la correa negra del collar, para sentir que por su cuerpo se esparcía una descarga eléctrica, que llegó incluso a iluminarla. Como si un rayo le cayese encima. La atención de todas sus compañeras se desvió a ella. Y cuando estuvo a punto de caer al piso, con humo saliéndole del cuerpo, Diana se apresuró a sostenerla, viéndola con preocupación, como muchas de sus demás amigas, incluyendo a Bárbara y a Hannah.

- Akko ¿Estás bien?

- Eh… ah, woo… - Akko estiró su cuerpo, contrayendo y relajando todos sus músculos, todavía acomodada en los brazos de Diana. Sus ojos estaban cerrados, porque aún sentía la electrizante sensación que le provocó el querer retirar el collar de su cuello. Pero pasados algunos segundos, los abrió, encontrándose de frente con los ojos azules de Diana – ¿Diana?

- Me parece que es inútil. Tendré que encontrar otra forma de deshacer este hechizo. Por ahora, mejor investigaré de qué trata todo esto ¿De acuerdo?

- Uhm, sí. Gracias…

Cavendish la ayudó a ponerse de pie y luego se alejó, yendo a sentarse a su puesto. Finnelan había llegado.


Durante el siglo XVII, en la era Edo, en la época de los señores feudales, existía en Tokio un templo que había conocido días mejores y que tenía serios problemas económicos y estaba semi-destruido. El sacerdote del templo era muy pobre, pero aun así, compartía la escasa comida que tenía con su gata, Tama.

Un día, un señor feudal, un hombre de gran fortuna e importancia llamado Naotaka II fue sorprendido por una tormenta mientras cazaba y se refugió bajo un gran árbol que se encontraba cerca del templo. Mientras esperaba a que amainara la tormenta, el hombre vio que una gata de color blanco, negro y marrón, le hacía señas para que se acercara a la puerta del templo. Tal fue su asombro que dejó el refugio que le ofrecía el árbol y se acercó para ver de cerca a tan singular gata. En ese momento, un rayo cayó sobre el árbol que le había dado cobijo.

A consecuencia de ello, el hombre rico se hizo amigo del pobre sacerdote, financió las reparaciones del templo y este prosperó, con lo que el sacerdote y su gato nunca volvieron a pasar hambre.

Tras su muerte, Tama recibió un solemne y cariñoso entierro en el cementerio para gatos del Templo Goutokuji, y se creó el Maneki Neko en su honor. Se dice que un Maneki Neko en el lugar de trabajo, el hogar o incluso una página web atrae la buena suerte y los visitantes.

Diana cerró el libro y lo devolvió al estante de la biblioteca, viendo infructíferos sus esfuerzos por encontrar algo relacionado con el cascabel.

- Sólo es un gato de la buena suerte ¿Qué debe ocurrir para qué el hechizo se deshaga?

- Pues, cuando leí la reseña en internet. El dueño decía que sólo era un amuleto… - Sucy se acercó por detrás, sorprendiendo a Diana - La verdadera razón por la que se lo di a Akko, es porque era barato y, al menos así, dejaría de estar molesta por lo de su cumpleaños.

- ¿Cuándo incendiaste su cabello? – Sucy asintió y tomó el mismo libro que Diana había dejado en la estantería, hojeando las páginas sin interés.

- Sí. Pero… También decía que funcionaba en personas optimistas y que ellas gozarían de sus beneficios.

- ¿Y es beneficioso para ella que le salgan orejas y bigotes de gato? – La cuestionó Diana, teniendo como respuesta un encogimiento de hombros de parte de la joven Manbavaran. Ella terminó suspirando, sin remedio – Como sea. Creo que podemos hacer algo con eso…

- Si se convierte en un gato de la suerte, será beneficioso para nosotras.

- Akko no se convertirá en un gato.

- ¿Por qué no? Así sería menos molesta – Sucy guardó el libro de vuelta en su lugar – Y… ¿Qué piensas hacer?

- Por ahora veré que es lo que ocurrirá. Debo admitir que me parece muy curiosa esta transformación… Me gustaría estudiarla.

- ¿Y usarás a Akko como un objeto de estudio? Me gusta esa idea.

- No tengo otra opción.


Ronroneaba. Akko ronroneaba mientras dormía. Y su manera de recostarse en la cama era idéntica a la de un felino, enroscada sobre sus brazos y piernas, mientras sus orejas se sacudían de vez en cuando, como si estuviera escuchando lo que sus amigas hablaban. Pero ellas no lo daban por sentado, así que continuaron con su discusión.

- Esto está para peor. Cada vez actúa más como una gata de verdad – Lotte observaba con temor a su compañera de cuarto, sintiendo pena por lo que estaba pasando. Pero, contrario a ella, Amanda creía que era de lo más chistoso.

- Vamos. Siempre se ve envuelta en tonterías y sale ilesa. Ahora sólo nos queda disfrutar del espectáculo. Esto es típico de Akko.

- Yo sabía que dirías eso – Sucy sonrió y chocó los cinco con O'Neill. Diana continuó con la charla.

- Creo que se puede hacer algo. Quizás si encontramos una pócima que anule los efectos del collar… o si lo destruimos… Akko podrá volver a la normalidad. He estado pensando en una forma de… ¡¿Qué?!

Diana gritó y dio un respingo al sentir que algo peludo subía por sus piernas. Al alejarse, al igual que todas las demás chicas, se dio cuenta de que lo que la estaba tocando era un cola. Una cola que provenía de Akko y que se movía, incluso con ella dormida. O al menos, eso creyó, hasta que las orejas de Akko se movieron de forma más notoria.

- Estás despierta ¿No es así? – La increpó Diana, acercándose de nuevo, para regañarla. La castaña se acurrucó sobre las sábanas y le dio la espalda, todavía jugando con su cola en el aire.

- No es cierto – Le dijo y a los pocos segundos, su cola volvió a enrollar a Diana, solo que esta vez lo hizo por la cintura. Para ese entonces, la joven Cavendish creía que Akko le estaba tomando el pelo.

- ¿Cómo de que no? Akko, suéltame ya.

- ¡No la muevo por voluntad propia! – La castaña se separó, sentándose sobre la cama para defenderse – Al menos, eso creo.

- ¡Es tu cola! ¡Y sale de tu cuerpo! ¿Cómo es eso de que no la manejas?

- Perdóname, Diana. De verdad no lo hago en serio. Perdóname –

Akko le saltó encima, sobándose contra ella, como si le estuviera haciendo cariño con todo el cuerpo. Diana al principio no supo cómo reaccionar y se quedó inmóvil unos segundos, hasta recordar que había más gente dentro de la habitación y que Akko la estaba avergonzando.

- Ya, está bien. Sólo… aléjate ¿Quieres?

- ¿Uhm? – Akko se detuvo y miró a la joven a los ojos, viéndola sonrojar. Entonces ella misma se dio cuenta de qué había hecho, y roja, incluso más que Diana, pegó su espalda a la pared, negando a viva voz que ella lo haya hecho con intención – ¡E-Es un ma-mal entendido! ¡No sé qué me pasa!

- Deben ser tus hormonas felinas ¿No será que te encuentras en época de celo, Akko? – Amanda dijo. Y más de una de sus compañeras arrugó el entrecejo.

- Eso es desagradable, Amanda – Lotte le reclamó, pero la peli-anaranjada sólo se sacudió de hombros, indiferente.

- Sólo decía…

- N-no estoy en celo… ¡Y mucho menos lo estaría por alguien como Diana!

- Esto es ridículo. Y no voy a soportar más esta conversación. Encontraré una forma de curarte y cuando lo haga, nos volveremos a ver – Diana miró a Akko con unos ojos congelantes, fríos como el Himalaya. Y luego se dio media vuelta, caminando a la puerta, con todas las miradas pendientes de ella – Y Akko… Procura tener tus instintos controlados. Cada vez actúas más como un gato y no me sorprendería si mañana comenzaras a cazar ratones.


Estudios de historia mágica. Una materia aburrida, que sólo gustaba a personas aburridas. Como a Diana, por ejemplo, quien mientras todas sus compañeras intentaban en lo posible no quedarse dormidas, anotaba los distintos conceptos hablados en clase para estudiarlos después. Todo le estaba marchando bien, hasta que delante de ella y sobre su cuaderno, Akko se recostó, tomando una siesta.

Hannah estaba dormida, así que no pudo reclamarle. Y Bárbara ya estaba tan acostumbrada, que sólo bostezó y siguió viendo a la maestra, fingiendo que entendía de lo que hablaba. Sin embargo, Diana ya no estaba tolerando la situación. Dos días completos tuvieron que pasar para que Akko tomara un comportamiento inaceptable para con ella. Desde buscarla en la habitación, hasta lo que hacía ahora, de recostarse sobre su cuaderno y no dejarla escribir. Para este punto, Diana tenía suerte de no tener un tic nervioso, cuando se encolerizaba. Suspirando, empujó el cuerpo de Akko, levemente, y sacó su cuaderno de debajo de ella, siguiendo con sus quehaceres.

Pero al obtener el movimiento de su pluma contra el papel, Akko comenzó a jugar, entorpeciendo su escritura, mientras le daba leves topes con lo que ella creía eran sus patas. Diana suspiró y se detuvo en seco.

- Tu actitud mediocre… realmente me molesta mucho.

- Diana – Akko se abalanzó contra ella con una sonrisa, acurrucándose en su regazo. Y por milésima vez, durante estos dos días, Diana se preguntaba que qué había hecho para merecerse esto. No la trataba amable, no le daba alimento, ni mucho menos pasaba tiempo con ella. No de manera voluntaria. Y Akko volvía y volvía a ella. ¿Qué se supone que tenía que pasar entonces?

- ¿Acaso para que te alejes de mi debo tratarte bien? Eso es muy poco ortodoxo.

- Ni siquiera los gatos deberían comportarse así – Agregó Bárbara, apuntando a Akko con su lápiz, justo sobre su nariz – A mí más bien, me parece que está fingiendo y se está aprovechando de su condición. ¿Por qué no dejas en paz de una vez a Diana, eh, Akko? – Como respuesta, la castaña sólo le gruñó, alejando el lápiz de su cara – Fenómeno.

- Debe tener una razón para hacerlo… Y me gustaría saber cuál es.

Diana observó a Akko reposando sobre su pecho y regazo. Se veía tranquila y hasta feliz. Y esto encendía su curiosidad, al punto de hacerla pensar, que esta era la clave para deshacer el hechizo. Pero ¿Cómo interpretarla? Akko estaba feliz, a su lado más que con cualquier otra persona. Lotte también parecía tener un gran dominio sobre ella, pero aun así no lograba superarla. Akko se encariña con las personas y lo demuestra en base a su comportamiento. Eso significa, que Akko estima a Diana de sobre manera. Pero ¿Por qué?

Cavendish suspiró, sin encontrarle sentido a sus pensamientos. Y después de tener un rato a Akko sobre ella, terminó acariciándole la cabeza, como una manera de desahogar su frustración. Jamás se había topado con algo tan difícil de descifrar. Comúnmente lo tenía todo bajo control. Pero ahora necesitaba de la ayuda de los demás, como la profesora Úrsula, por ejemplo, quien trataba de investigar la causa del encantamiento, pero no conseguía absolutamente nada.

- ¿Qué debo hacer contigo? – Apesadumbrada, Diana dejó caer su cabeza sobre la de Akko y su frente se pegó a ella, suspirando en el proceso. Entonces recordó la primera vez que ella la fue a ver a su habitación, durante la noche.


Antes:

Hannah y Bárbara se habían quedado dormidas hace relativamente poco tiempo. Su lado del cuarto se encontraba a oscuras, y la única luz que se podía ver, provenía de detrás de los estantes de libros que pertenecían a Diana. Y es que ella todavía no podía quedarse dormida. Atrapada en un libro de biología; la naturaleza de las criaturas mágicas, se mantuvo despierta hasta entradas las doce de la noche, cuando, desde afuera de su puerta, se comenzaron a escuchar unos maullidos humanizados, a la vez que alguien raspaba la madera con sus uñas.

No le tomó mucho tiempo descubrir que se trataba de Akko. Y más, cuando la misma entró sin permiso, yendo a recostarse sobre su cama, andando en cuatro patas. Diana suspiró, cerrando su libro y dando por terminada su sesión de estudios. Se levantó para caminar a su cama y allí observó a Akko, ronroneando, mientras la veía a ella con una sonrisa en el rostro, como si la esperara.

- ¿Te echaron de la habitación? – Akko asintió.

- Sucy me arrojó agua y me dijo que viniera para acá, porque tú me estabas esperando – Diana entrecerró los ojos al escucharla.

- Eso fue una excusa, Akko. Yo no te estaba buscando…

- Uhm… Bueno, no importa. De todos modos me quedaré.

- No puedes quedarte, es mi habitación. Vete a la tuya.

- No quiero – Masculló ella, enredándose en las sábanas, como si hiciera un berrinche – Sucy no me trata bien… Yo quiero quedarme aquí.

- No es pretexto. Debes ir a tu habitación, porque allí está tu cama. Ven – Diana se acercó a ella y la tomó por la cintura, arrastrándola para que se soltara de las sábanas – Akko… debes irte a tu habitación – Habló, teniendo un gran esfuerzo para hacerlo. Pero era inútil, Akko se negaba a darle crédito. Exhausta, Diana dejó que su cuerpo cayera resignado sobre el colchón, acto que el pseudo-gato no desaprovechó, pues fue a tumbarse sobre ella – ¿Qué haces, Akko? – Sólo obtuvo un ronroneo por su parte – Esto es increíble. Ni siquiera sé porque te vienes para acá ¿No es Jasminka quien te da de comer?

- Es que tú me gustas, Diana…

- No es cierto. Todo el tiempo estás hablando mal de mí… - Cavendish desvió la mirada, cuando Akko se acomodó para mirarla estando sobre su cuerpo – Ni siquiera te caigo bien.

- No, Diana. Es que me gustas mucho…

- Sí – Diana se sentó, todavía con Akko encima, y soltó un suspiro de resignación – Como gato te vuelves muy atrevida. Pero será sólo por esta vez ¿Me entendiste? Si te vuelven a correr de tu habitación, te vas donde Amanda.

- Muy bien… – Aceptó a regañadientes y esperó a que Diana descubriera las cobijas, para acostarse a su lado.

Apenas la supo junto a ella, Akko se acercó para abrazarla y ponerse a jugar con su oreja. En un momento dado, terminó mordisqueando a Diana y esto provocó que ella se molestara, pues le había dolido.

- ¿Qué haces?

Le preguntó, tomando cierta distancia, mientras veía a Akko sonreír. La castaña se encogió de hombros, riendo. Y volvió a acercarse, esta vez lamiéndole la oreja, para que, según ella, pasara el dolor.

- Akko esto es… desagradable.

- Es agradable para mí.

Akko arrastró por última vez su lengua sobre el lóbulo de Diana y luego se separó, viéndola a los ojos. La joven Cavendish estaba totalmente roja y esto despertó un sentimiento de calidez en Akko, pues, le era agradable verla en ese estado. Ronroneando, Akko acercó sus labios con bigotes a los labios rosados de Diana y allí se dedicó a besarla, con la misma necesidad de un sediento cuando toma agua, pero no tan desesperadamente. Sorprendentemente, Diana no opuso resistencia, sin embargo, tampoco le correspondió. Simplemente se quedó inmóvil, cerrando sus ojos, a medida que se iba quedando dormida con un extraño sentimiento aguardando en su pecho.


Ahora:

- Akko… Terminarás arruinando mi vida.