Disclaimer: Rocavarancolia y sus moradores pertenecen a José Antonio Cotrina.


Tifón no podía evitar sonreír cada vez que el piromante aparecía en su hogar.

Sabía que durante un tiempo tenía la oportunidad de enredarle con sus cuerdas y manejarle como a una simple marioneta. Durante un tiempo, el deseo y la desesperación le abrían la puerta al pasado de Andras Sula y él cada vez tenía más claro cuál era la mejor forma de hurgar en la herida.

La sensación de saber que podía hacerle sufrir a su antojo era indescriptible.

Un día, exactamente cinco días después de la última noche de Samhein, aprovechó que los escudos de Roja se habían derrumbado durante unas horas para preguntarle cómo había muerto su hermano.

La respuesta solo confirmó lo que ya sabía: magia y fuego.

Tras ese día, el piromante pasó meses sin acudir a él. Quizás, pensó con sorna Tifón, ese era un patético intento de honrar la memoria de su difunto amor.

Volvió, por supuesto, ese muchacho no era capaz de controlar su propio fuego. Volvió y cuando el cambiante lo tenía todo planeado, se preguntó si el agua lograría vencer al fuego.

En medio de la agitación logró llevarle hasta el baño; había decidido que no le importaba cambiar ligeramente sus planes.

Tifón se separó de sus labios cuando el agua de la bañera comenzó a entrar en los pulmones del rubio, que, aún algo aturdido, intentaba librarse de su agarre.

Tifón sintió algo parecido a un orgasmo cuando pensó que Andras estaba viendo cómo Alexander le asesinaba.

—¿No crees que es irónico?—le preguntó, esbozando una amplia sonrisa, poco antes de que el agua acabase con el fuego de una vez por todas—. Tu chico acabó en llamas y tú, apagado.


Notas de la autora: no tenía ninguna intención de matar a Andras, pero ayer, mientras releía los relatos llegué a ese en el que Tifón se pregunta cómo matar a cada habitante de Rocavarancolia y me quedé con ganas de que el chaval matara a alguno. Algún día escribiré una historia sobre Adrian en la que no se mencione a Alex, seguro.