OVERTURE

Line no veía, ni escuchaba. Sólo apretaba las manos y respiraba. Esa era la clave: Respirar. En esos momentos estaba estelarizando la mejor de sus actuaciones y, tal como le había enseñado su madre, debía dejarse envolver por el personaje y olvidar el resto.

Pero, ¿quién era?, ¿una persona más entre las presentes?, ¿un curioso?, ¿algún amigo lejano que acababa de recibir las tristes noticias y veía, impotente, la multitud vestida de negro, la caja descender, la inconsolable viuda?

La respuesta saltaba a la vista: Ella era la viuda.

Sin embargo, no lloraba. Todos la hubieran dispensado y comprendido su pesar, pero ella detestaba llorar. Odiaba la sensación de las lágrimas hirviendo en las mejillas, la nariz hinchada, la boca muy seca o muy pegajosa.

Había llorado –oh, sí que había llorado- al recibir la noticia, en el umbral de su puerta. Lloró durante horas, encerrada en su habitación, acariciando la almohada donde él colocaba la cabeza, sentada en su sillón donde solía leer el periódico, sosteniendo el vaso donde sólo él se servía vino. Se sintió sola, abandonada, vacía.

Todavía se sentía vacía, y abandonada y muy sola, pero no podía llorar. No sólo lo detestaba, sino que también se lo había prometido a su esposo, poco antes de verlo marchar a esa cosa estúpida y sin sentido llamada guerra.

Todos se fueron, uno a uno, después de ofrecerle las más honestas condolencias. Su esposo era un gran hombre, querido por todos. Había muerto tratando de salvar a un amigo, alcanzado por una explosión a poca distancia. Sus restos estaban esparcidos con tantos otros, amigos y enemigos, que el jefe al mando optó por quemar los restos. Muchos quisieron negarse, pero se vieron obligados a obedecer. Por eso el cuerpo de su amado estaba en tierra extranjera, y se le lloraba a un ataúd vacío.

Cuando al fin se quedó más sola (más, porque se sentía sola), Line se atrevió a suspirar. Las lágrimas amenazaron con salir, pero las contuvo a tiempo.

-Te lo prometí, ya te lo dije. –murmuró. Dirigiéndose hacia el oeste. Porque el cuerpo de su esposo estaba allá, no en la tumba.- ¿Qué haré sin ti, mon ami? Eras lo único que me quedaba, ¿recuerdas? –se le hizo un nudo en la garganta.- Eras mi única familia en el mundo, y mi único amigo en este país. No puedo regresar a mi antiguo hogar, nuestra casa sin ti está muy sola… Te necesito…

Sin darse cuenta, lloraba arrodillada frente a la lápida. Al notarlo lloró con más fuerza, avergonzada de su debilidad, olvidando su promesa, cuánto detestaba eso, todo.

No, no todo… El dolor… siempre estará aquí…

Se colocó una mano sobre el pecho, como si así detuviera toda su agonía.

-Por favor, Dios, quítalo… -suplicó, todavía murmurando, todavía sollozando.- Ya no quiero sentir…

-Perdona, querida, pero él no puede hacer eso… yo, en cambio, sí.

Line se volvió, sorprendida: Frente a ella había un hombre. Describirlo le hubiera sido imposible, pues su cabeza sólo pensaba en otro. No obstante, notaba algo en su forma de hablar…

-Déjeme tranquila. –no era un ruego.

Él arqueó una ceja, sorprendido.

-Para eso he venido. Para tranquilizarla.

-¿De qué habla?

-Usted quería dejar de sentir, ¿o me equivoco?

-No juegue conmigo. –le amenazó.

Cualquiera la hubiera obedecido de buena gana al ver su rostro, digno de una serpiente. Mas él siguió en su lugar.

-Señora, tal vez me expliqué mal: Vine para socorrerla. Es mi trabajo.

-¿Su… trabajo? –preguntó entonces, extrañada.

-Así es. ¿Ha oído hablar de los nigromantes?

El rostro de Line se volvió rojo.

-¡No estoy de humor para tonterías y rituales del diablo!, ¡mi esposo está muerto!

-Lo sé, y no puedo revivirlo, pero puedo… desaparecer su dolor. Puedo quitarlo como el veneno de la sangre: Dolerá, mas al final se verá libre.

Line retrocedió. ¿Acaso ese hombre estaba loco?

-Sólo dígame: ¿qué pensará al llegar a casa? Todo en ella fue de su esposo. Su olor está ahí, su comida, sus muebles. El dolor jamás se irá, a menos que le ayude.

La mujer apretó los puños, en señal de desconfianza. Su cuerpo estaba tan habituado a mentir, que lo hacía sin pensar. Su mente, en cambio, la traicionaba: Quería creer en él, quería olvidar sus penas.

Tal vez su cuerpo no mostró suficiente desdén, porque el desconocido se acercó y le tendió una rosa. Atada a ella había un listón negro.

-Si decide verme, colóquela frente a la lápida de su esposo. Responderé en seguida.

Y dicho esto se retiró.

Malhumorada y un poco confundida, Line regresó a su hogar.

La casa, empolvada y de aspecto triste, le recibió como el melancólico a las malas noticias. Line no se molestó en cocinar. Esos últimos días comía lo que sus amables vecinos le daban, ya fuera un pedazo de pastel de carne, una golosina o frutas de la temporada.

La cama le esperaba. Line todavía no se habituaba a dormir sola en aquel mueble tan vasto, sobre todo cuando recordaba que su compañero de sueños jamás regresaría. En vez de eso, se sentó en el sillón de su esposo.

Sin quererlo, sus pensamientos divagaron sobre el misterioso hombre. Tenía razón en todo: Su sentimiento de soledad, su palpable dolor, el deseo de hacer eso desaparecer.

-Tonterías. –dijo, mientras el sueño la envolvía.- Son sólo tonterías…

Por la mañana paseó por el cementerio y se sentó frente de la lápida más reciente. Había traído consigo la rosa roja del extraño, pero sólo porque pensaba que el pobre estaba trastornado y la rosa originalmente pertenecía a una de esas tumbas.

O al menos eso esperaba. ¿Y si en verdad era una persona con poderes?, ¿como lo gitanos o los magos de los circos?

Oh, vamos, hasta los magos son ficción. Deja de comportarte como una niña y sienta cabeza.

Pero tal vez desperdicie mi única oportunidad…

Line se sobresaltó. ¿De dónde sacaría esa idea?, ¿qué oportunidad?

La de alejar el dolor…

Sí, era cierto. Tal vez podía…

-¡No!, ¡eso es ridículo!

Line se levantó y se removió la suciedad de la falda, lista para irse. El pecho le dolía, mas eso no era novedad: El dolor siempre estaba ahí, en su corazón.

Es demasiado peso…

En efecto, pesaba demasiado, como un niño sentado en las piernas de su padre por mucho tiempo.

-Esto es perfectamente normal, todas las recién viudas sienten lo mis… ¡Ah!

Se había pinchado el dedo con una espina de la rosa, dejándola caer frente a la lápida de su esposo.

A Line se le cortó el aliento. Esperó inmovilizada una especie de milagro, las nubes bajando hacia ella, humo emergiendo de la nada, algo que diera la bienvenida a un extraño visitante.

Pero nada ocurrió.

Line suspiró, aunque ignoraba si de alivio o decepción.

-Era de esperarse…

-¿Qué cosa?

La mujer pegó un brinco. El extraño le sonrió.

-¿Ha decidió aceptar mi ayuda?

Line estuvo a punto de negarse, cuando el hombre tomó su brazo.

-¡Suélte…!

Line palideció.

Lo que sentía en esos momentos era imposible de explicar. Era como vivir un sueño, algo inalcanzable: El dolor en el pecho la abandonaba. Estaba en paz, agradecida y, sobre todo, feliz. Quería saltar, correr, cantar, reír sin motivo.

El hombre la soltó… y Line volvió a sentir, de golpe, toda su agonía. Se quejó, indignada, como un niño pequeño.

-Si quiere volver a sentir la felicidad deberá aceptar mi ayuda.

Line, hechizada todavía por la dulce sensación, estuvo a punto de asentir, mas reaccionó a tiempo. Ladeó la cabeza, aunque a regañadientes.

-Vamos, ¿a qué le teme?

La mujer dudó. Su religión, sus amigos, los libros, todo indicaba que los nigromantes no eran personas de fiar. Pero la demostración de ese hombre fue como una droga para ella. Quería resistirse, mas la felicidad era algo que hacía tanto no tenía…

-¿Cuál es el precio?

-¿Perdón?

-El precio. Siempre hay uno.

El hombre sonrió ingenuamente.

-Suelo discutir eso después de haber sido aceptada mi ayuda.

-¿Y si es una trampa? Prefiero saberlo ahora.

El hombre lo meditó unos instantes.

-Recuerdos.

-¡¿Qué?

-No recuerdos importantes. Cuando jugaba en el barro, sus vestidos, detalles insignificantes. Esos espacios vacíos se llenarán de otras cosas, y gracias eso, podré darle la felicidad. Es un procedimiento que lleva unos meses, pero valdrá la pena.

Line lo pensó unos instantes.

-¿Lo veré con frecuencia estos meses?

El hombre rió.

-Por fortuna suya, no es necesario. Estaré a su lado, mas usted será incapaz de verme.

Eso a Line le parecía más aterrador.

-¿Debo hacer otra cosa? Ya sabe… ¿un ritual o sacrificio?

Por la expresión en su rostro la mujer supo cuánto le divertían las preguntas.

-Ninguno. Sin embargo, deberemos hacer un cambio de su identidad. Deberá ser otra persona. Recordará su antiguo nombre, –se apresuró a decir.- sus conocidos del ahora también, pero los del futuro necesitarán oír otro. Uno con más… renombre.

-¿Renombre?

-Por supuesto. Es actriz, ¿no?

-Era. Era actriz…

-Pues volverá a hacerlo.

Line quiso replicar, mas lo pensó mejor: Tal vez el trabajo ayudaría a alejar los pensamientos dolorosos.

-Está bien. Nuevo nombre, nuevo oficio…

-Y nueva vivienda.

-¡¿Vivienda nueva? No cuento con los recursos para hacerlo…

Tampoco contaba con las ganas, pues su casa, ahora vieja y melancólica, fue un sueño hecho realidad para ella cuando su esposo aún vivía.

-Me encargaré de todo eso. Entonces, ¿acepta el trato?

Line guardó silencio. No lo había notado, pero los ojos negros del hombre eran extraños, de un tamaño algo desproporcional: Eran pequeños, mas sus párpados grandes. Además, parecían no ser suyos… Después miró la lápida. ¿Su esposo haría algo así?, ¿él querría esto para ella, aunque fuese arriesgado?

El dolor en su pecho pareció crecer.

-Acepto.