I
La louta
"Carta del tarot que indica un cambio brusco, la situación cambia dependiendo de las cartas alrededor."
Cuenta la leyenda que el mundo de Gaea es hijo de la luna fantasma, formado de la misma tierra y la misma agua.
Había surgido tras la plegaria de Dios, nuestro Dios Atlantis.
Gaea había sido divida en cuatro zonas, para garantizar la paz y la utopía reinante.
Por un lado al noreste estaba el reino del Agua, llamada tierra sabía por los ancianos de mi pueblo, se encontraba del otro lado del océano sin que ninguna persona la conociera. Era un cúmulo de islas divididas por agua, se creía que en esta zona de Gaea se ubicaba el conocimiento. Al igual que su elemento principal el reino del agua era pacífico dominado por una calma tranquilizadora, pero propenso a grandes desastres.
Debajo de esta se encontraba El reino de la Tierra, reino mítico de hombres bestias que conservaban su honor, la mayoría desconocía su forma y se creía que los verdaderos terranos eran humanos encomendados a un espíritu animal, de ahí su físico, en los pueblos extranjeros se les consideraba mano de obra: esclavos. Pero en su reino eran espíritus orgullosos que no sucumbían ante nadie más, era pues la tierra del honor dominada por montañas y bosques.
Al noreste se encuentra el reino del viento, al igual que dicho elemento es el reino cambiante, compuesto a su vez por varios pequeños imperios, sus habitantes están magistralmente entrenados en el arte de la guerra y la lucha con Gymelefs, son el reino de la protección. Conformado por pueblos como Fanelia, Asturia y Zaibach, son el reino vecino y el hogar de primer legado de Atlantis.
Finalmente se encuentra el Reino del fuego, elemento tempestuoso y destructivo, separado del reino del viento por una cadena montañosa, mi tierra se compone de volcanes en constante erupción, los habitantes sin embargo han aprendido a vivir con ello y a utilizarlo como energía. Contrario a lo que los demás pueblos piensan el reino del fuego es una tierra pacifica llena de la historia de nuestro planeta. Es el reino que al igual que su elemento regenera, esta compuesto por poblados llenos de curanderos y médicos, se cree que cualquier enfermo puede sanar en esta tierra.
Estos cuatro cuadrantes son protegidos por los 4 dragones sagrados, en el reino del agua el dragón Fennetten, en el reino de la tierra el dragón Geos, en el reino del viento Escaflowne y finalmente en mi reino, la tierra de fuego el gran dragón Agni.
Cada dragón representa y protege a uno de los cuadrantes de nuestro planeta de las 4 profecías venideras.
Ningún pueblo las conoce todas, nadie se ha atrevido a investigarlas.
Para salvar a Gaea de su propio futuro los dragones contaran con una guía, un lazo imaginario, un cordón rojo que los guíe a su destino.
Eso es lo que contaba la leyenda.
O al menos lo que yo recuerdo de ella...
Mi madre me contaba esta leyenda todas las noches antes de dormir, era la reina de mi pueblo, una villa no muy ostentosa en los límites entre la tierra de fuego y la tierra del viento.
Aún cuando lo pienso ahora no logro entender que paso, recuerdo que unos meses antes de la llegada de los fantasmas, soldados con enormes gymelefs rojos llegaron al pueblo.
Hablaron con mi madre pero ella se negó a lo que le proponían, intente escuchar por detrás de la puerta pero solo entendía frases sueltas como: es lo que más le conviene…al gran Dornkick no le gusta esperar… pienselo señora es su pueblo
Mi madre no hizo caso a las advertencias y a lo que aquellas personas le decían. Uno de los soldados sin embargo estaba herido, muy mal herido según recuerdo, en mi pueblo cualquier viajero fuera nacional o extranjero debía de ser atendido.
Nuestro dios Agni no discriminaba a nadie y planteaba que el fuego purificador debía cambiar la vida de cualquier persona u hombre bestia.
Mi madre no podía contradecir al dios Agni, hizo lo que tenía que hacer y curo a aquel soldado.
Dos meses después de eso se presentaron los "fantasmas" tenían lanzas de metal, espadas y grandes lanzallamas, nuestra villa no era un pueblo guerrero, ni siquiera teníamos Gymelef, de un momento a otro todo termino.
Mi madre se encontraba tirada en el piso moribunda, mi padre protegió con su cuerpo a mi hermano, estaba calcinado.
Lo recuerdo todo, el olor a carne humana quemada, el olor a carbón, a sangre, a muerte, pero sobretodo un inconfundible olor a metal, no era el metal de las espadas que conocía, no era el metal de los instrumentos de mi madre, era otro tipo de aleación, el metal que se había llevado todo lo que amaba.
Como pude logre salir de mi villa junto con mi hermano, yo lloraba, mi hermano en cambio tenía una rabia que no podía contener: deseaba venganza.
Nos escondimos en un bosque que rodeaba al pueblo, cerca de un lago escuchamos ruidos, creímos que podía tratarse de más sobrevivientes, nos acercamos y al mirar hacía el lago vimos lo que se llama ironía del destino.
El mismo soldado que mi madre había salvado, el mismo se encontraba ahí bajando del gymelef rojo como antes, totalmente sano, del brazo de su gymelef escurría un líquido rojo, viscoso que reconocí como sangre, lo restos de seres humanos sobre su arma de batalla lo comprobaban.
Zaibach había destruido mi pueblo.
Mi hermano no lo soporto, se abalanzó contra el soldado en un ataque de ira. ¡Estupido! Un campesino como él, aunque fuera príncipe jamás le podría ganar a un soldado, solo conservo la imagen de la espada entrando al cuerpo de mi hermano, atravesándole, su rostro de sorpresa y de dolor, una mueca cercana a la muerte y finalmente su cuerpo cayendo al agua flotando mientras un río de sangre brotaba de la herida.
¿Grite? Si creo que si, fue por eso que me descubrieron detrás de los arbustos con las manos sobre mi cabeza en una expresión de locura. Estaba en shock, no podía moverme y aunque escuchaba lo que el soldado me decía no pude hacer nada, me levanto preguntando si era la hija de la reina Eredith, si era yo su heredera.
Levanto la manga de mi traje y mi brazo derecho mostró mi linaje, un tatuaje real lo único que me garantizaba que yo era una reina, una reina de un país que ya no existía.
Me llevaron prisionera junto con los más ancianos de mi pueblo, el día después de esa fatídica escena.
Me obligaron a contar lo que sabía sobre el legado de mi pueblo, sin embargo yo no pude hablar, estaba tan aterrada.
Los ancianos arrestados junto conmigo mintieron para protegerme, le dijeron a los soldados que yo era muda de nacimiento y que ni siquiera un pueblo de curanderos podía contra eso.
Ellos fueron torturados para salvarme, les preguntaban de nuestras técnicas de curación, de la sanación del alma, de nuestros experimentos, fueron obligados a construir maquinas para crear soldados más poderosos, Zaibach estaba hambriento de poder.
Por mi parte viví en una prisión, durante un año entero vi como entraban y salían soldados, como se iban llevando a los sabios de mi pueblo, y como poco a poco ninguno regresaba.
Hasta que finalmente quede sola.
Al quedarme sola resulte inservible para la causa, pensé que iban a matarme. Zaibach ya no me necesitaba, sin embargo un joven de cabellos blancos con una lágrima tatuada debajo de su ojo me salvó.
Si es que a eso se le llama salvar.
-Esa chica, no la maten véndanla como esclava, el imperio necesita ingresos- Recuerdo haber escuchado desde mi celda.
A los 14 años fui vendida como esclava, de ser una princesa pase a ser lacaya de la peor forma posible.
Mi primer comprador fue un hombre anciano y enfermo, me compro al enterarse de mi linaje de mi descendencia, aquel anciano sabía que yo le podía salvar, claro el no sabía que yo era la reina perdida de Astaroth. Al igual que mi madre mi misión era seguir las enseñanzas y los mandatos de Agni. Cure al anciano y al ser curado ya no me necesito más por lo que me regalo a su casero a cambio de olvidar unas deudas.
Era asqueroso ese hombre era de verdad asqueroso.
En ese momento desee con todas mis fuerzas que la muerte me llevara, pase días enteros atendiendo la posada de ese hombre, desde la madrugada hasta caída la noche. La noche no me garantizaba descansar en la noche la posada se convertía en un burdel de mala muerte y tenía que atender a las prostitutas si ellas así lo requerían.
El olor a licor, a vomito, a sudor, a sexo me asfixiaba tanto que deseaba salir, incontables fueron las veces que el simple olor y la simple imagen de ese hombre me produjo vomito.
Yo dormía en el sótano, no tenía cama ni cobijas, pero recargarme sobre los sacos de harina era el único descanso que conocía, y aunque suene tonto era la parte del día que más añoraba.
Después de seis meses de ese infierno estaba a punto de morir, había adelgazado ya casi 10 kilos y el hombre de la posada ya casi no me utilizaba para nada, yo estaba demasiado débil.
Cierto día entro al sótano, pude sentir la luz sobre mis ojos cuando abría la puerta, llego totalmente borracho con un vestido de prostituta y me ordeno cambiarme.
Para mi fue suficiente, me negué rotundamente moviendo de un lado a otro mi cabeza comenzó a gritar, estaba histérico, recuerdo que empezó a arrancar las mangas del vestido que traía puesto, insistía es desnudarme para ponerme el mismo el vestido. Forcejee pero después de tanto tiempo de miseria quien tiene fuerzas para luchar…
Yo no las tenía, de pronto vi caer una pluma blanca de ave, no supe de donde salió pero era hermosa y entonces lo entendí que si seguía viva era porque tenía una misión que cumplir.
Para mi pueblo el observar en un momento de necesidad un pluma es un buen augurio.
Como pude me solté de aquel hombre, corrí mientras el me perseguía, volvió a caer sobre mi, el cuchillo que yo utilizaba para cortar plantas y hierbas medicinales me sirvió en ese momento de arma.
Nunca más podría rendirle culto a Agni. Había matado a un hombre.
Ahora que lo pienso en realidad no me arrepiento de lo que hice, me defendí y esa acción me dio las fuerzas para seguir adelante, cuando llegaron los guardias del imperio a investigar quien había asesinado al "honorable dueño" de esa posada fue fácil descubrir que yo era la culpable.
¡Un esclavo matando a su amo!
Todos me miraban como si fuera el mayor horror sobre la tierra, los guardias comenzaron a golpearme, mientras me escupían y me decían improperios. Fui condenada a la pena máxima: muerte.
El delito de un esclavo, sea cual fuere siempre se castigaba con eso.
Me transportaron encadenada en medio de la calle, iban a decapitarme utilizando una espada, ese iba a ser mi modo de morir.
Pero asombrosamente ese día, cuando ya no creía que algo pudiera pasar, pasó.
Mientras iba rumbo a mi sentencia, los soldados se divertían jalándome el cabello o haciéndome caer, me hacían pequeñas cortadas en los brazos con sus espadas y gritaban para que toda la gente en la plaza escuchara que yo era la mala esclava que había desobedecido y asesinado a su amo.
Ahí lo vi, un chico de cabello blanco y ojos rojos. Un demonio encerrado en el cuerpo de un mortal.
Vi su mueca torcida al saber que iban a realizar una ejecución, lo vi acercarse a la plaza con sed de sangre. Lo vi mirarme no con morbo si no con deseo, pero no con un deseo carnal si no con el deseo sangriento de ver mi cabeza guillotinada incrustada en la punta de la espada.
Me estremecí ante tal imagen, ante un ser tan bello y tan enfermo al mismo tiempo.
Sin embargo en los ojos color sangre de aquel chico encontré la respuesta que estaba buscando sobre mi futuro, no sabía con exactitud como, pero sabía que el tenía relación con la profecía de mi pueblo. Con una de las cuatro profecías de Gaea.
Ese hermoso demonio tenía relación con el futuro que yo deseaba salvar.
Recuerdo que antes de subir a la plaza para mi ejecución, el pidió permiso para subir a mi lado me observo detenidamente, los soldados a lado mío no se negaron y lo miraron con respeto y miedo lo llamaban señor Dilandu.
Miró mi rostro lleno de golpes pero sin lágrimas, lo había soportado todo muy bien.
Se acercó a mi y me susurró al oído diciendo mereces algo peor que la muerte me quede en shock de nuevo, pero contrario a lo esperado le respondí en voz alta mientras se alejaba.
¿Tú puedes darme lo que merezco? Era la primera vez que hablada después de todo lo ocurrido, después de casi un año.
Esa fue mi segunda sentencia, me abofeteo por la osadía de hablarle, saco su espada sin que los soldados se lo impidieran. ¿Acaso pensaba ejecutarme el mismo? Cerré mis ojos esperando mi muerte, aquel dolor, aquella mueca parecida a la de mi hermano pero no llego, en lugar de eso escuche el crash de las cadenas al romperse, me vi de un momento a otro libre.
El joven de cabello blanco regreso la espada a su funda, ¿Qué se suponía que debía de hacer yo?, no lo entendí de inmediato hasta que el chico comenzó a alejarse, los soldados a lado mío me empujaron mientras me decían que siguiera a mi nuevo amo.
Y así fue como conocí a Dilandu
Lo seguí hasta una base militar en las afueras de ese poblado, entre y la reconocí como la base en la que había estado presa, el rumbo que tomamos fue distinto, bajamos una serie de escaleras hasta llegar a una pista de entrenamiento de gymelefs y percibí el mismo olor de antes, de un metal nuevo y desconocido no lo pude evitar y susurre.
Los mismos gymelefs rojos.
Mi nuevo amo volteo con una mueca de asco en su rostro al mismo tiempo que me preguntaba entre reclamos.
-¿Por qué conoces a estos gymelefs?
-Estas maquinas destruyeron mi pueblo, mataron a mis padres y a mi hermano, destruyeron Astaroth.- dije con tristeza y dolor.
Dilandu comenzó a reír, una risa burlona llena de sadismo, sentí una ira profunda, lo odie terriblemente le hubiera matado si hubiera tenido con que, pero no pude hacer nada, talvez era lo que el decía mi vida con el sería peor que la muerte.
Dilandu siguió caminando hacia un pasillo cercano a las pistas, al final de ese corredor llegamos a lo que entendí eran sus habitaciones.
Su plaza era amplia y estaba acomodada como la de cualquier soldado, con lo básico e indispensable. Sus armas, tres cambios de ropas exactamente iguales y un artefacto para pulir espadas y cuchillos, tenía también sobre una mesa una gran jarra con vino y asombrosamente una cava.
No sabía que rango tenía pero ese chico debía ser importante.
En su habitación casi no había luz y cortinajes negros y de color vino cubrían las ventanas. A pesar de tener solo lo básico su habitación era muy elegante.
Se sentó en la única silla del cuarto y me señalo una copa sobre un estante, camine tambaleándome por los golpes y la sangre que aun no terminaba de cicatrizar de mis heridas le serví vino y lo mire mientras lo degustaba con una expresión seca.
-Me das asco- fue lo que me dijo, mi ropa estaba rota y yo era un cúmulo de sangre y suciedad, aún así no supe si contestarle o no.
Mi cabeza punzaba por el dolor de los golpes mientras yo era como una sombra solo presente pero sin ninguna otra función.
Después de un tiempo me señalo una puerta a la derecha del cuarto, el cuarto contaba con tres puertas la principal, una a la derecha y una a la izquierda. Me aproxime a la puerta de la derecha como me había señalado, era un cuarto contiguo mucho más pequeño que el primero, solo tenía una cama un mueble y un banco. Había ropa en el mueble, los atuendos que usan los esclavos, entendí que sería mi habitación.
El cuarto además contaba con un baño, muy pequeño. Después de lo que había vivido ese último año creo que me emocione al ver todo esto. Hubiera sonreído pero el dolor me lo impidió.
-Amo Dilandu, pido permiso para asearme.- dije después de ver mi nuevo "hogar".
Dilandu me miró sin verme, agitó su mano y entendí eso como una positiva, tome un baño mi cuerpo ardía demasiado, más tarde conseguiría hierbas para curarme las heridas, pero por el momento el baño en si ya era suficiente, limpie toda la sangre de mi cuerpo y al salir del baño use la ropa que estaba en aquel mueble, intente hacer esto los más rápido posible para no molestar al hombre detrás de la puerta. A pesar de todo me aterraba.
Salí luego de diez minutos limpia pero con la cara hinchada por los golpes, lave mi ropa vieja para poder hacer vendas y las coloque sobre mis heridas antes de salir.
Dilandu ya no estaba.
Examine la habitación detenidamente se había quitado la armadura así que me dedique a pulirla y acomodarla, revise el otro cuarto que no era más que el baño principal, en un pequeño mueble encontré miles de medicinas e inyecciones que olían igual que los gymelefs.
No toque nada por miedo, solo realice mi trabajo, al anochecer estaba tan cansada por la excitación de ese día. Quería dormir y tranquilizarme, pero debía esperar a mi amo. Salí del cuarto para conocer la base le pregunte a los demás esclavos en su mayoría hombres bestias donde podía encontrar la cocina y al llegar pedí fruta en un platón para Dilandu.
De regresó la acomode cerca de su jarra de vino y espere.
Media hora después llego Dilandu, había estado practicando con la espada pues llegó lleno de sudor, sostuve su espada y la acomode.
Miró su armadura e hizo una mueca que no supe interpretar.
-Amo, la pulí- musite con miedo.
No me hablo.
Se sentó en la misma silla de nuevo sostuvo su copa y le serví vino. Miro la fruta cerca de la jarra y tomo una manzana.
Empezaba a caer la noche, sonó una campana que yo conocí indicaba que los esclavos podíamos ir a la cocina a comer, solo podía hacerse en ese momento pues ningún amo estaba sentado a la mesa ya.
No sabía si salir o quedarme estaba confundida.
-Ve por tu comida pero quiero que comas aquí.
Salí y regrese lo más rápido, moría de hambre y comparado con que recibí en la posada aquel trozo de carne y pan era lo mejor que había visto.
Para cuando regrese Dilandu se encontraba dormido en su silla.
Comí en silencio, regrese mis platos sucios y volví para preparar la cama de mi nuevo amo.
Me acerque a el e intentando no despertarle totalmente lo moví solo lo suficiente para que entre dormido y despierto fuera hacía la cama.
Ya había pasado por eso antes con mi primer amo, el trabajo de un esclavo domestico no era tan malo, me retire pues a mi cuarto sabiendo que a partir de eso momento todo sería diferente.
Creo que una vez que conoces a una persona como Dilandu todo es diferente…
Bueno antes que nada este es el capitulo de introducción a mi primer fic de Escaflowne, por lo que me he dado cuento al revisar la pagina de fan fiction existen muchas secuelas de Escaflowne hay para escoger, este fic sin embargo es una precuela por así decirlo.
Se ubica antes de que Dilandu fuera mandado a destruir Fanelia, y es una narración de las batallas de Gaea desde otra perspectiva, en específico la de una esclava de Dilandu.
E investigado algunas cosas para escribir un buen fic, así que pondré las acotaciones abajo n.n
Los nombres de los 4 dragones sagrados.
Fennetten, dragón del agua, su nombre viene de las hadas o diosas del agua de ríos en Alemania.
Geos- Dragón de la tierra, esta por demás decirlo "Geos" igual a "Tierra" en griego
Escaflowne, dragón del viento, si recuerdan en la película de Escaflowne se menciona a la diosa del viento que era Sora(contrario a lo que todos pensaban de que era Hitomi), la diosa del viento era la única capaz de invocar al dragón, por ende decidí llamar a Escaflowne como dios del viento
Agni, el último de los dragones, dragón del fuego su nombre proviene del dios veda del fuego y el sacrificio. Se menciona en el Mahabarata (poema épico hindú) como avatar o padre de Shiva que es el dios del fuego destructor y que cuenta con el tercer ojo del conocimiento.
