¡Hola a todos! He aquí Kido-san con su segundo fic. Esta vez, confesando mi debilidad por el yaoi y Reiner Braun, les entrego esto que, para confesarles, llevo guardado en mi PC (sí, soy el viejo Jemkins(?) hace como seis meses sin animarme a subirlo
Sin más, espero que sea de su agrado
Disclaimer: Shingeki no Kyojin pertenece a Hajime Isayama
Capítulo I
El desconocido preludio
—¡Heil Hitler!— resonó en sus oídos.
—¡Heil Hitler!— se repitió.
—¡Heil Hitler!— volvió a resonar.
—¡Heil Hitler!— resonó aún más fuerte en sus oídos cuando lo pronunció él con su potente voz...
"Tienes que vivir Reiner"
Esa era la voz que aturdía sus oídos, mucho más que los himnos y los gritos ciegos para aquel tirano al que alababan en aquel sitio.
Tenía diez años en aquel entonces, sí, lo recordaba demasiado bien, porque los problemas de las leyes discriminatorias que luego increíblemente darían paso a una de las mayores tragedias genocidas del presente siglo iniciarían justo un mes después.
Reiner era un niño inocente. Uno extremadamente inocente para los demás niños, desgraciadamente inocente para la década en la que le tocó vivir, tanto que ahora se lamenta de no haber nacido antes, o mejor aún, después de esos años terribles de la humanidad.
Claro que habían pasado disturbios antes, bueno, los hubo desde el año antepasado, el 1 de abril de 1933, pero era menos consciente de lo que ocurría en aquel entonces que en 1935, quizás, porque uno de los golpes más fuertes de su vida ocurrió luego de cumplir diez años, seguido de más y más, peores que ese por cierto.
Porque dos años antes Reiner era un niño feliz que paseaba con los otros niños luego de la escuela, para reunirse a jugar al fútbol o para refugiarse solitariamente en alguna biblioteca de Bremen, ajeno a todo lo demás.
Le parecieran injustos los actos de los alemanes contra ellos, Reiner era ciudadano alemán, se sentía alemán y miraba a los otros alemanes como sus iguales.
Arrugó la nariz cuando caminando de vuelta de la escuela, solo, esa vez, se encontró con un montón de personas enardecidas en las calles, con carteles.
"¡Alemanes, defiéndanse!" había leído con cierta dificultad, ya que apenas estaba aprendiendo a leer.
¿Defenderse? ¿De qué?
Cuando llegó a la tienda de su familia, su madre daba vueltas y vueltas en el local, crispada. Él le había preguntado el porqué.
"Son personas exageradas, que creen que amenazamos todo en este país" escuchó a su tío responderle con un sonrisa no del todo falsa, más enfurecido que nervioso.
Al día siguiente encontró la estrella de David en uno de los cristales, y camino a la escuela encontró algunas más, estrellas en amarillo y negro en escaparates(1). Los adultos de la escuela estaban tensos, algunos fruncían el ceño al verlo a él y otros más, y algunos otros los veían también pero con preocupación.
Los niños eran niños, sólo reían y jugaban. Y años después eso cambiaría.
Durante los siguientes dos años sus tíos se la pasaban limpiando y limpiando la pintura del negocio familiar, solían tener una estrella de David mal hecha. Era lo mínimo, porque luego había palabras insultantes, unas que tenía prohibido pronunciar y otras que no sabía que significaban. Pese a las groserías que algunos alemanes decían al ver a su madre o tíos en la calle y no se molestaban en moderarse ni siquiera por la presencia de un niño, debía haber sabido que esos habían sido los últimos dos años tranquilos y pacíficos de su vida.
Pero para los mayores si que fueron años tensos. Habían cuestiones políticas con los otros países de Europa, cuestiones de las que él era ignorante, y otras más según escuchó vagamente en las conversaciones de su familia, pero estas ocurrían al otro lado del mundo. Escuchaba: Alemania, Unión Soviética, Italia... y ocasionalmente Japón y España. Y Hitler, el Fuhrer, muy seguido para su gusto.
Se olía la guerra en el ambiente.
Pero Reiner quería entrar en el ejército cuando tuviera suficiente edad para hacerlo, como su tío, que había servido en la Gran Guerra en su juventud. Se lo comentó a su mamá una tarde, cuando volvió del parque. Era una tarde de comienzos de junio, un verano con brisas, agradable, muy agradable...
—¡Es espectacular, hijo!
Se lo había dicho con una expresión extraña, desconocida para él, con una sonrisa temblorosa y ojos angustiados y ambiciosos.
—¡Entra al ejército Reiner!
—¡Vamos sobrino!— su tío lo apoyó.
Esa noche su madre le dijo algo que ahora consideraba como la lluvia antes de un deslizamiento de tierra, la decisión antes de dar el primer paso a arenas movedizas, algo que se volvería una de sus tragedias personales.
Pero no lo veía así a los diez años.
Lo vio como la ilusión de una hermosura, algo que lo acercaría aunque sea un poco más a lo normal con el resto de los niños, ya sean como él o no.
Maldijo aquella noche, maldijo aquella inocencia.
—Verás, tu padre es un alemán étnico ¿ves el restaurante a tres cuadras de aquí? yo trabajaba allí antes de darte a luz, con él...
Su padre. Él quería un padre. Siempre veía a otros niños con sus padres y sus madres juntos. Tenía a su tío, pero no era igual a un padre. Quería un padre, quería una familia completa con él, su madre y sus tíos.
—Él no puede estar con nosotros, por ser... ya sabes, él es alemán y nosotros no
En ese momento frunció ligeramente el ceño, él también era alemán, pero no le dijo eso a su madre.
—Pero si te conviertes en soldado, podrás... podremos estar con él, juntos. Como una familia
Aquello iluminó los ojos de Reiner Braun, de aún nueve años. Una emoción embriagante se extendía en su pecho. Sonrió esa noche, sonrió ampliamente. Fue una de sus últimas sonrisas.
—¡Me volveré el mejor de los soldados mamá, te lo prometo!
Llegó agosto, cumplió diez años. Estaba más que decidido a volverse soldado, se veía a sí mismo portando ese majestuoso uniforme, conduciendo uno de esos vehículos. Una foto con su mamá y su papá, sonriendo, los tres.
Llegó setiembre, el 1, el 2, el 10, el 15 de setiembre de 1935.
Un balde de agua fría cayó sobre Reiner Braun. Un balde de agua fría en un noche terrible de invierno, así lo sintió.
Despertó con una manifestación. Bajó a la calle y vio los rostros descompuestos de las personas amotinadas en las calles y la de su familia, aunque cada uno demostraba diferentes emociones.
Ese día aparecieron nuevas leyes y nuevas palabras pintarrajeadas por los escaparates de las tiendas.
Reiner no entendía nada, pero algo iba mal. No veía todo lo que quería ver, y empezó a avanzar en la calle, tratando de buscar una respuesta a las miles de preguntas que tenía.
¿Porqué su madre parecía estar en shock, paralizada?
Avanzó, una cuadra, iba a mitad de la segunda cuando vio a un hombre alto de perfil, en la manifestación. Un perfil demasiado similar al suyo cuando se veía en el espejo. Se apartó de toda esa gente enardecida, miró a su muñeca y negando con la cabeza, caminó en la misma dirección en la que planeaba seguir Reiner.
Y lo siguió.
Entró en el mismo restaurante que le señaló su madre. Se acercó a la puerta y la miró, analizándola y luego entró. El hombre, que se estaba calvo, le daba la espalda. Era robusto, vestía con un delantal y lo que le quedaba de cabello y la barba corta eran de color oscuro.
Pareció dar un respingo cuando la puerta se abrió, no había nadie en el lugar. Casi con timidez, dio un par de pasos. Tragó saliva.
—Tú eres mi papá ¿no?
El hombre casi pareció encogerse.
—M-mira— detestó sonar tan nervioso —mi mamá dijo que trabajaba aquí antes de que yo naciera. Me dijo que eras... eras alemán y que por eso era riesgoso estar contigo en este momento...
El hombre parecía de piedra, el niño siguió con su monólogo.
—Hey, me quiero convertir en soldado, y-y así, podremos estar los tres juntos, como una fami— el hombre de repente se dio la vuelta, con una mirada que demostraba el peor de los odios, como una bestia, furioso.
Estaba a punto de decirle lo de ir a vivir con él o él con ellos, lo de ir con él a apoyarlo en algún festival escolar, en algún torneo de fútbol, de presentarlo a sus compañeros de clase...
—¡No me jodas pequeño niño de mierda!
—¿Eh?
—¿¡Tú!? ¿¡Cómo yo podría estar con un montón de bestias asquerosas como tú y los de tu clase!?
Reiner no consiguió mover un solo dedo, ni cambiar la expresión de doloroso desconcierto de su rostro infantil.
—¡Esa puta lo hizo! ¿¡verdad!? ¡Te mandó a buscarme para vengarse! ¿¡Justo en este momento!?
Aquel hombre ya no estaba furioso, estaba desquiciado, fuera de sí, aterrado. Vio como los anchos hombros le temblaban. Miró al niño tan parecido a él, flaco y de ojos suplicantes; fijamente, como aquel que no puede creer qué tan horrible es lo que está viendo, las arrugas de su rostro, de pronto le parecía como si hubiese envejecido dieciséis años.
—¡Justo hoy porque está desesperada con todo esto, por eso viene a buscarme! ¿¡Verdad!?— soltó la pregunta al aire, como quien busca una desesperada respuesta al cielo, pero no la halló en la boca del niño, ni mucho menos le hubiese gustado que éste le respondiera. Empezó a caminar hasta donde estaba ese pequeño rubio,y a pesar de que ese hombre le asustara con esa acción y que haya congelado desde su corazón hasta el último de sus pensamientos, no se movió.
Lo tomó por los hombros pequeños, que luego se harían más grandes que los de su padre, y lo agitó, pero el chico no reaccionó.
—¡En el peor de los casos pueden ejecutarme!— le gritó tanto que le dolieron los oídos, que perfectamente se podía oír desde la calle. Pese a que le importaba muchísimo el qué dirán, al parecer, no le interesaba en lo absoluto que posiblemente haya un montón de gente reunida a ver qué estaba pasando afuera del lugar.
Casi, casi sintió pena por su padre, parecía a punto de llorar.
Lo tomó del brazo, a jalones, abrió la puerta con brusquedad y casi se cayó cuando lo dejó en la calle. Su papá le dio una última mirada, como si lamentara lo que estaba haciendo.
—Ekelhaftes jüdisches Kind(2)
Y cerró esa puerta.
Soplaba una brisa suave que anunciaba la cercanía del otoño y escuchaba los gritos de los manifestantes alemanes, los stammdeutsche(3), acercarse a él. Pero todo sonaba muy lejos para él, como a kilómetros o como si estuviese enterrado en medio de la nieve.
Y se preguntaba porqué en aquel momento de su infancia no había llorado, de paso, lloraría, lloraría por su futuro. Hubiese llorado todo lo que ahora tenía de llorar.
Reiner había pensado que su padre había exagerado, aún cuando supo que ahora no podía hacer varias cosas, que en aquel momento no importaban porque no eran asuntos que a un niño le preocupara aunque se entristecía de que jamás podría volver a usar su camiseta alemana para el fútbol. Sin embargo, los días, los meses, los siguientes años le hicieron parecer que cada vez más, aquel hombre tenía razón, hasta que todo lo que conociera se volviera la peor de las catástrofes.(4)
¿Porqué preocuparle la sección 1 de las Leyes de Nuremberg, si a su padre no le interesaban ni su madre ni él?
Los años siguientes fueron duros, tenía menos derechos cada vez más y ahora empezaba a importarle no tenerlos. Algo tenía que hacer con su vida futura y en medio de toda la cada vez más cruda discriminación lo estaba inquietando. Porque al principio sólo no podría casarse, eso seguía sin importarle mucho, y con más razón en los años venideros, luego sería algo peor lo que lo atormentaría.
Temía ya no poder continuar sus estudios y con justa razón, solo el 1,5 por ciento podían ser aceptados, la enseñanza había quedado limitada. Su primo, dentista, había perdido gran parte de sus clientes.
Se habían salvado por poco de vender el pequeño negocio de su familia, en 1937, el año pasado y otros no tuvieron esa suerte, y empezaban a irse del país. Hasta eso era difícil, había escuchado, sus tíos y su madre ya no se cuidaban tanto la boca para que no los escuchara, porque para salir de Alemania hay que pagar.(5)
A Reiner le dolía más no poder sentirse a gusto en la escuela, que antes había sido su segundo hogar; los otros niños lo molestaban, un profesor se la tomaba con él, cuando los demás rompieron los focos del patio lo inculparon y aunque el profesor sabía la verdad, le hizo limpiar los restos de los focos, el patio y de paso pagarlos. Y si bien la crisis no golpeó tanto a su familia, tampoco les llovía el dinero.
Alemania entera lo odiaba, los odiaba. Y él no hizo nada, ellos no hicieron nada. La Alemania que Reiner Braun amaba, la Alemania que no podría representar ni en su ejército, ni en la bandera que le regalaron hacía años y estaba escondida bajo su colchón y ni siquiera para ver un triste partido de fútbol.
Porque ya no podía hacerse soldado ¿para qué? De todas formas su papá jamás estaría con ellos.
A quien golpeó más fuerte fue a su madre, al darse cuenta que su único hijo jamás podría estar en la Reichswehr, no, la Wehrmacht.(6) Se la pasaba como alerta, como si esperara que una fiera saliese del bosque y la atacara, la desgarrara, la devorase. Había empezado a ganar arrugas y encanecer pese a ser joven aún. Y no estaba tan errada.
Pero amaban Alemania tanto como él, y no querían irse. Maldijo también el no haberlo hecho antes. Y recordó: de todas formas no hubiese servido. Al menos dentro de Europa.
Tampoco comprendía el porqué, y lo sabría dentro de un año, pero en ese momento, la fiera solo daría el primer zarpazo.
Fue la primera verdadera tragedia de su vida. Y el inicio de su calvario.
El 9 de noviembre de 1938 gritos rabiosos y el sonido de muchas cosas rompiéndose en la calle lo despertó violentamente. Reiner se incorporó rápidamente, pensando que ya había iniciado la guerra que tanto temían, se calzó las pantuflas y vio por la ventana de su pieza en el primer piso.
Ninguna de las manifestaciones en su calle fue así jamás.
Un montón de personas tomaban palos de madera y barras de metal y los estrellaban contra las tiendas. Para su espanto, un par de personas roció gasolina en una zapatería y arrojaron una antorcha en medio de furibundos gritos, vítores, risas siniestras y alabanzas al Reich.
Su tío lo llamó, más asustado que él, Reiner bajó corriendo la escalera, vio como se ponían lo que podían, cualquier cosa, y le ordenaron hacer lo mismo urgentemente. Asintió con un ligero movimiento de cabeza y corrió nuevamente a su cuarto.
Se colocó un abrigo oscuro y dudó en llevar algo más, pero sintió como un interruptor apretado en su cabeza, como un foco que se prende como los del parque, como una corriente eléctrica en su cerebro ordenándole. Sin descubrir porqué se le cruzó eso, Reiner levantó fácilmente el colchón y sacó la bandera. La escondió en su abrigo.
Escuchó el grito histérico de su madre diciéndole que se dé prisa y bajó rápidamente.
Su tío, asintió, las manos le temblaban y apenas pudo abrir la puerta. Salieron a la calle, con el viento frío de frente y agradecieron por primera vez que la luz del alumbrado público que fallaba no estuviese encendida. Caminaron velozmente, pues si corrían llamarían la atención de los vándalos stammdeutsche.
Y así fue al principio, luego su vida daría esa vuelta y estaría dónde ahora estaba; lejos de su país y además, en ese lugar...
Reiner tomó la bayoneta, se tumbó, como todos los demás y disparó al objetivo ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
Cuando el instructor Maghat les ordenó parar, observó. Uno de los proyectiles se acercaba demasiado al centro. Bueno, muy bueno.
Los muchachos se quejaban de no haber acertado ni por asomo al objetivo, uno que otro alardeaba de haber impactado por lo menos una vez en la diana y unos pocos, lo miraban con indiferencia total.
Sin embargo Reiner había logrado acertar todos dentro de la diana. Su puntería había mejorado en sólo dos ocasiones que practicó.
Eso fue un día después de la escuela. Al día siguiente tocó el lanzamiento de granadas y defensa ante bombas de gas. De nuevo fue el que mejor pudo hacerlo, correr luego de soltar el explosivo, colocarse correctamente la máscara antigás en tiempo récord y de nuevo correr.
Esa tarde estaban cavando trincheras.
—Reiner, tómatelo con calma— murmuró un chico de su edad, Marcel Galliard. Aspiró profundamente, llevando la cabeza hacia atrás y las manos a la cintura.
—Puedo seguir— contestó dando una palada.
Después de haberse partido la espalda durante dos horas les quedaba hacer una marcha, como siempre antes de iniciar la clase y luego después de finalizar con el atletismo militar.
Tenían una buena impresión suya, una vez Maghat, el instructor que solía pasarse de hijo de puta, le ordenó que enseñara a los más jóvenes del lugar cómo recargar la bayoneta, y otra vez cómo leer mapas.
Cuando los obligaron a entrenar bajo la lluvia con equipamientos en la espalda, llegó segundo, sin estar tan cansado como habría esperar, cargando varios kilos. Pero en el cuerpo a cuerpo sencillamente nadie podría con él.
También obtenía buenas calificaciones en la escuela.
—¡Heil Hitler!
Reiner se tumbó en la cama, tomó un libro usado, robado mejor dicho. La bandera de Alemania estaba allí como lo estaría el cartel de alguna banda juvenil en otro dormitorio de otro adolescente.
Hojeó el libro, había conseguido literatura adulta, sonrió imperceptiblemente, interesado. Pero le había desagradado el final, y cuando llegó a la última hoja, encontró una estrella de seis puntas torcida, hecha burlonamente.
Se llevó la mano al tabique nasal y exhaló
Reiner era adorado por los chicos en las Juventudes Hitlerianas, con su sentido del deber, su seriedad, su capacidad para ser un líder ario nato. Y era todo lo que éstos envidiaban y lo que ellas soñaban para sí. Había pasado a crecer, el niño flaco quedó atrás, era alto, robusto y con un perfil excelente. Todos esperaban verlo con un completo uniforme militar. Desde el rebelde Eren Jaeger hasta el brutalmente honesto Jean.
Reiner fue un buen hermano mayor para los niños del orfanato donde estuvo.
Reiner era el segundo mejor de su clase.
Reiner era un buen soldado futuro.
Reiner era el ejemplo ario.
Y Reiner Braun era judío.
(1) El boicot nacional a los negocios judíos el 1 de abril de 1933. Las tropas de asalto, las Sturmabteilung (SA) y las SS, las Schutzstaffel (la guardia élite del estado nazi) se pararon frente a los negocios de propiedad judía de toda Alemania para informar al público que los propietarios de esos establecimientos eran judíos. Con frecuencia se pintarrajeaba la palabra "Jude", judío en alemán en los escaparates de las tiendas y la estrella de David en amarillo y negro. Además de manifestaciones antisemitas. Todos esos acontecimientos continuaron por toda la década de 1930.
(2) Asqueroso crío judío en alemán
(3) Alemanes étnicos
(4) Según las leyes de Nuremberg, judío es también quien está casado con un judío/a en el momento en que la ley es promulgada. Así que sí, el padre de Reiner al principio no solo sería discriminado por los suyos, sino que con el paso del tiempo si que podría (es sólo una posibilidad) haber terminado en un campo de concentración.
(5) La situación para los judíos fue tal que incluso tenían que pagar un impuesto de migración, esto hizo que después de tener que vender obligatoriamente sus propiedades y pagar el impuesto para salir del país, no tuvieran con qué sostenerse una vez fuera de Alemania. Por eso los países a los que huían aceptaban pocos refugiados.
(6) La Whermacht era la Fuerza de Defensa de la Alemania nazi desde 1935 hasta 1945, anteriormente lo fue la Reichswher, la Defensa Nacional, desde 1919 hasta 1935. Había 150 000 alemanes judíos en la Reichswher, entre ellos veteranos condecorados y oficiales de alto rango. Un gran número de estos hombres ni siquiera se consideraban judíos, siendo patriotas dedicados al ejército como forma de vida, deseosos de servir a Alemania.
Antes de la llegada de Hitler al poder, no daba ninguna importancia a la ascendencia de sus soldados, pero posteriormente fue revisada a profundidad y los excluyó del servicio militar.
Con esto último, he aquí una referencia al manga que ni necesito explicar.
En fin, no creía realizar otro fic más que el que llevo ahora, pero solo me picó la inspiración una noche antes de irme a dormir temprano. Y pos aquí está(?
La verdad es que se me ocurrió luego de leer una entrevista de Shlomo Perel, un judío alemán que se vio forzado a fingirse nazi para sobrevivir. "Europa, Europa" fue la película que inspiró su historia, además de un libro. Pero well, esto no será un fiel retrato a la vida de este señor ni a la película mucho menos, ya que este vendría a ser mi primer fic yaoi. Cuando ya dije que me gusta el yaoi, es difícil pensar que no lo escribiré alguna vez.
Amo la historia bélica (aunque sólo soy una aficionada) y con todas las referencias que hace SnK actualmente, ufff, siento que muero y revivo
Hasta aquí, esto se hizo largo
Saludos!
