Ohhhhhhhhhh hace cuantos años no escribo en Fanficton! la verdad muchisimo tiempo... se preguntaran porque escribo una nueva historia teniendo en cuenta que deje una hace mucho tiempo? y es que lei este libro y me parecio perfecto para nuestro querido mundo de Harry Potter.
Lo de siempre… los personajes de nuestra querida JK y la historia de la genial Linda Howard…. Por si acaso encontré esta historia en versiones de otros animes pero ningún en el mundo potterico…. Asi que no hay quejas… ojala les guste y perdón por la reseña pero imposible resumírselas; no juzguen por el primer capitulo! Juro que hay Hanny.
….
Prólogo
—¡Esto es ridículo! —Agarrando con fuerza el bolso hasta que los nudillos se le pusieron blancos, la mujer dirigió una mirada furiosa al director de la escuela, situado al otro lado de la mesa—. Ha dicho que no tocó el hámster, y mi hijo no miente. ¡Faltaría más!
Horace Slughorn llevaba seis años de director de la Escuela Media Slyherin, y antes de eso veinte años de profesor. Estaba acos tumbrado a tratar con padres enfurecidos, pero aquella mujer alta y delgada que estaba sentada frente a él y el niño tan pacífico que ocu paba otro asiento junto a ella lo estaban poniendo nervioso. Odiaba emplear lenguaje vulgar, pero es que los dos eran raritos. Aunque sa bía que era perder el tiempo, intentó razonar con ella.
—Había un testigo...
—La señora Whitcomb le obligó a decir eso. Tom nunca jamás habría hecho daño a ese hámster, ¿verdad que no, cariño?
—No, madre. —El pequeño lo dijo con una voz casi sobrenatu ral, de tan dulce que era, pero sus ojos mostraban una expresión fría cuando se posaron sin parpadear en el señor Slughorn, como si estu vieran sopesando el efecto que causaba en él aquella negativa.
—¿Lo ve? ¡Ya se lo había dicho! —exclamó la mujer en tono triunfante.
El señor Slughorn lo intentó de nuevo.
—La señora Whitcomb...
—... no le ha gustado Tom desde el primer día de colegio. Es ella a quien debería usted interrogar, no a mi hijo. —La mujer tenía los labios apretados de rabia—. Hace dos semanas hablé con ella de la inmundicia que está metiendo en la cabeza a los niños, y le dije que mientras yo no pudiera controlar lo que decía a los demás niños, de ningún modo pienso permitir que hable de —lanzó una mirada fugaz a Tom— sexo a mi hijo. Ése es el motivo por el que ha hecho esto.
—La señora Whitcomb cuenta con un excelente historial como profesora. Ella jamás haría...
—¡Pues lo ha hecho! ¡No me diga lo que no haría esa mujer cuan do es evidente que lo ha hecho! Mire, ¡no me extrañaría lo más míni mo que ella misma hubiera matado al hámster!
—Ese hámster era su mascota personal, lo trajo a la escuela para enseñar a los niños lo de...
—Aun así pudo matarlo. Dios santo, si no era más que una rata grande —dijo la mujer en tono despectivo—. Aun en el caso de que lo hubiera matado Tom, lo cual no es cierto, no entiendo que se haya armado tanta bulla. Mi hijo está siendo perseguido —recalcó la pala bra— y yo no pienso consentirlo. O se encarga de esa mujer, o lo haré yo por usted.
El señor Slughorn se quitó las gafas y limpió las lentes despacio, sólo para tener algo que hacer mientras trataba de pensar en un modo de neutralizar el veneno de aquella mujer antes de que ella echase a perder la carrera de una buena profesora. Razonar con ella quedaba descartado; hasta aquel momento no le había permitido terminar ni una sola frase. Miró a Tom; el niño continuaba observándolo fija mente, con una expresión angelical que contradecía por completo aquella frialdad de sus ojos.
—¿Puedo hablar con usted en privado? —preguntó a la mujer.
Ella pareció desconcertada.
—¿Para qué? Si está pensando que va a convencerme de que mi querido Tom...
—Será sólo un momento —la interrumpió el director ocultando la leve sensación de alivio que experimentó al ser él quien interrum piera esa vez. A juzgar por la expresión de la mujer, a ésta no le gustó en absoluto—. Por favor. —Añadió ese ruego, aunque casi le costaba ser educado.
—Está bien —repuso ella de mala gana—. Tom, cariño, ve afue ra y quédate al lado de la puerta, donde pueda verte tu madre.
—Sí, madre.
El señor Slughorn se levantó y cerró firmemente la puerta des pués de que el niño saliera. La mujer pareció alarmarse ante aquel giro de los acontecimientos, por no poder ver a su hijo, y se levantó a me dias de la silla.
—Por favor —repitió el director—. Siéntese.
—Pero Tom...
—No le pasará nada. —Otra interrupción que se marcaba por su parte, pensó. Volvió a su sillón, tomó un bolígrafo y dio con él unos golpecitos sobre el secante de su escritorio, mientras intentaba pensar en una forma diplomática de exponer el tema. Entonces comprendió que no existía ninguna forma que fuera lo bastante diplomática para aquella mujer, y decidió entrar a tumba abierta—. ¿Ha pensado algu na vez en llevar a Tom a que lo vea un profesional? Un buen psicó logo infantil...
—¿Está loco? —dijo ella con el rostro convulso en un acceso ins tantáneo de rabia, al tiempo que se ponía en pie—. ¡Tom no necesita ningún psicólogo! No le pasa nada. El problema lo tiene esa zorra, no mi hijo. Debería haberme imaginado que esta entrevista iba a ser una pérdida de tiempo, que usted iba a ponerse de parte de ella.
—Yo deseo lo mejor para Tom —dijo él, consiguiendo mante ner un tono de voz calmado—. El hámster es sólo el último incidente que ha tenido lugar, no el primero. Se han venido dando una serie de conductas perturbadoras que constituyen algo más que simple una travesura...
—Los demás niños están celosos de él —acusó la mujer—. Sé que esos pequeños sinvergüenzas se meten con él y que esa zorra no hace nada para evitarlo o protegerlo. El niño me lo cuenta todo. Si cree us ted que voy a permitir que se quede en este colegio para que lo aco sen...
—Tiene usted razón —replicó el director suavemente. En el ta blero de puntuaciones las interrupciones de ella superaban en núme ro a las suyas, pero ésta era la más importante—. Probablemente lo mejor sea cambiar de colegio, llegados a este punto. Tom no encaja aquí. Puedo recomendarle algunos buenos colegios privados...
—No se moleste —saltó ella al tiempo que se encaminaba rápidamente hacia la puerta—. No veo por qué piensa usted que yo voy a fiarme de una recomendación suya. —Y con aquella última andanada, abrió la puerta de un tirón y agarró a Corin por el brazo—. Vamos, cariño. Ya no vas a tener que regresar nunca más a este sitio.
—Sí, madre.
El señor Slughorn se acercó a la ventana y observó cómo madre e hijo se introducían en un viejo Pontiac de dos puertas, amarillo y con manchas marrones de óxido que picaban el lado izquierdo del pa rachoques delantero. Había resuelto su problema inmediato, el de proteger a la señora Whitcomb, pero era muy consciente de que el problema más importante acababa de salir andando de su despacho. Que Dios ayudara a los profesores del próximo colegio al que fuera a parar Tom. Quizá más adelante alguien tomara cartas en el asunto y enviara al niño a un profesional antes de que estuviera todo perdido... a no ser que ya fuera demasiado tarde.
Dentro del automóvil, la mujer condujo furiosa, en un tenso si lencio, hasta que perdieron de vista el colegio. Entonces se detuvo junto a una señal de STOP y, sin previo aviso, propinó a Tom una bo fetada con tal fuerza que la cabeza le golpeó contra la ventanilla.
—Maldito idiota —dijo apretando los dientes—. ¡Cómo te atre ves a humillarme así! A que me llamen al despacho del director y me hablen como si fuera imbécil. Ya sabes lo que te espera cuando llegue mos a casa, ¿no? ¿No lo sabes? —Las últimas palabras las pronunció gritando.
—Sí, madre. —El niño mostraba un semblante inexpresivo, pero en sus ojos brillaba algo que casi podría ser un placer anticipado.
Su madre aferró el volante con ambas manos, como si intentara estrangularlo.
—Vas a ser perfecto, aunque tenga que enseñártelo a golpes. ¿Me oyes? Mi hijo será perfecto.
—Sí, madre —contestó Tom.
….
Que les parece… digno de continuarlo? Solo ustedes lo diran…. Comentarios por favor!
