Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son de su creador Masami Kurumada.
En su cama, Aiacos leía plácidamente, pocas veces se había concentrado tanto como en ese momento en leer un libro de derecho, pero el semestre en el que estaba era de los más difíciles y quería estar preparado para lo que sucediera. Leía en silencio para concentrarse mejor, casi era media noche por lo que en su casa no habían ningún ruido, la luz de su habitación estaba apagada y su lectura se lograba por la luz de una lámpara que tenía en su mesa de noche; tal vez por eso le fue fácil notar que la luz del pasillo se encendió.
Aiacos abandonó su lectura nocturna y salió de su habitación en cuanto escuchó la puerta de la cochera abrirse. Cuando llegó a la cochera vio a su padre dentro del auto, sus manos estaban sobre el volante al igual que su cabeza; Aiacos se acercó y golpeo la ventana.
- ¿Papá? - preguntó en cuanto su padre bajo el vidrio - ¿qué haces aquí?
- Aiacos - Kardia bostezó - Milo llamó, esta borracho y por lo poco que le entendí quiere que lo recoja en el bar del centro.
- ¿Qué? - Aiacos se sorprendió - papá baja del auto yo voy por él, tú estás cansado.
Kardia lo miró, tenía sueño y la propuesta de Aiacos sonaba bastante apetecible, después de varios segundos salió del auto.
-Ten cuidado Aiacos.
Cuando Kardia volvió a entrar a la casa, Aiacos encendió el auto y salió rumbo al centro.
Durante los primeros metros que avanzó sólo pensaba en el hecho de que golpearía a su hermano apenas lo viera, después logró tranquilizarse y pensar que Milo ya era un adulto que podía cuidarse solo.
Le era un poco difícil aceptar eso, le parecía que sólo habían pasado un par de días desde que Milo era un niño que lo seguía a todas partes y solía decir que cuando creciera sería igual a él. Sin embargo no era así y por mas que quisiera regresar a los viejos tiempos sabía que no podría hacerlo.
Lo único que podía hacer era aceptar su realidad: Milo ya era un adulto, y como tal tenía todo el derecho de pasar sus noches en cualquier fiesta o de bar en bar si eso era lo que quería; Aiacos tenía que aceptar eso.
Tratando de olvidar las preocupaciones decidió concentrarse en manejar, sabía que si seguía distrayéndose era probable que esa noche terminará con una visita al hospital por parte de él, pero le era difícil pensar en otra cosa que no fuera su hermano menor.
Las cosas se habían complicado un poco con Milo después de que Aiacos le anunciara el que se mudaría con su novia. A pesar de haberlo aceptado Milo aún mostraba un leve enojo por eso; casi no hablaban del tema y cuando lo hacían por lo general Milo solía pasar esas noches en casa de Camus.
Aiacos se sentía confundido, por un lado estaba el que quisiera pasar más tiempo con su pareja, establecerse, incluso hasta pensar en la posibilidad de tener hijos; pero por el otro estaba el que no quería abandonar a su familia y dejar los placeres de seguir viviendo con sus padres. ¿Y si las cosas con Violate no funcionaban? ¿y si la razón por la que habían durando tanto era debido a que vivian separados? Esa clase de preguntas no dejaban de atormentar a Aiacos y lo hacían dudar sobre si estaba haciendo lo correcto o no.
Dejando de lado sus dudas existenciales, después de media hora finalmente llegó al lugar donde supuestamente estaba Milo. Pensó en entrar al bar pero al ver que el sujeto de la entrada no lo dejaría si no pagaba la cuota de entrada (y para su mala suerte había olvidado su cartera) decidió llamar a Milo y pedirle que saliera.
- Hola - escuchó del otro lado de la línea.
- ¿Rhadamanthys? - preguntó Aiacos sorprendido - ¿qué haces con el celular de mi hermano?
- Milo estaba a punto de dárselo a la camarera a cambio de que esta le bailara arriba de la mesa - dentro del bar, Rhadamanthys veía como Milo se tomaba de un solo trago su bebida.
- ¿Estas con Milo? - Aiacos se sintió levemente tranquilo ya que al menos su hermano estaba con alguien responsable, pero una leve sensación de molestia también lo invadió al saber que su amigo se había ido de fiesta con Milo.
- Sí - el rubio se dispuso a también tomar su trago - Minos y Valentine también están aquí.
- Todos se fueron de fiesta - Aiacos apretó los dientes - que bien - susurró - bueno, al menos Hades no está con ustedes.
- Si iba a venir - Rhadamanthys miraba como Minos, cansado del vaso, tomaba de la botella - pero su novia le llamó justo cuando veníamos para acá y prefirió irse con ella.
Aiacos miró al suelo decaído, parecía que sus amigos lo habían cambiado por su hermano.
- Oye, crees que sea posible que saques a Milo, es tarde y tiene que dormir, hay escuela mañana - dicho eso último Aiacos se sintió como una madre preocupada, estaba seguro de que ni su madre se comportaba así.
- Ya era hora, me estaba cansando de cuidar a estos borrachos.
Aiacos río y Rhadamanthys colgó.
Mientras el pelinegro se disponía a esperar a que su hermano y amigos aparecieran se sentó en la banqueta. Bostezó, estaba cansado pero tenía una responsabilidad con su padre y hermano; más con su hermano que con su padre.
Mientras se rascaba la cabeza pensaba que en definitiva Milo ya era un adulto hecho y derecho, un adulto capaz de tomar decisiones por si mismo y completamente capaz de irse de fiesta si así lo desaba; pero dolía, a Aiacos le dolía saber que finalmente había llegado el momento en el que su hermano ya no lo necesitaba.
Como un juguete viejo, Aiacos era desechado, obsoleto, inadecuado. Milo había madurado, tenía otras metas, seguía a otras personas, tenía otros héroes.
Antes de que Aiacos siguiera deprimiendose Rhadamanthys apareció sujetando a Minos, que sujetaba a Valentine que a su vez sujetaba a Milo, este último con una botella en la mano.
- ¡Oye tú! - Milo caminó hacia su hermano - ¿Do-donde está papapa?
- Ni siquiera puedes hablar bien, ¿no te da vergüenza?
Milo sonrió mientras caminaba hacia el auto.
- No.
- Pagaré el consumo de Milo mañana, olvidé mi billetera - le dijo Aiacos a Rhadamanthys, ignorando a su hermano que trataba de entrar al auto por la ventana.
- Mejor lleva a estos dos borrachos a su casa y estamos a mano.
- ¿Seguro?
- Sí, no quiero que vomiten y manchen mi auto.
- En ese caso mejor te dejo, tengo un largo camino.
Dicho esto Aiacos guió a sus amigos a su auto, se despidió de Rhadamanthys y comenzó a conducir a la casa de Minos. Al principio todo parecía tan sencillo pero cuando Milo vómito, provocando así una avalancha de vómito de parte de sus otros dos pasajeros, Aiacos se preguntó por qué hizo caso omiso de las últimas palabras de Rhadamanthys.
Dejar a los otros dos en su casa fue si duda una odisea y para cuándo Aiacos llegó a la suya faltaban sólo cinco minutos para las cinco de la mañana, hora en que generalmente se levantaba para prepararse para ir a la universidad.
- Vamos Milo, me tengo que duchar - dijo Aiacos tratando de levantar a su hermano.
- Ya voy, ya voy, ya voy...
Al entrar a su casa no fue sorpresa ver a sus padres levantados; en cuanto ambos escucharon a la puerta abrirse corrieron a ver qué sucedió con sus hijos.
- ¿Qué es ese horrible olor? - preguntó Kardia llevándose la mano a la nariz.
- Milo - Aiacos no pudo cargar a su hermano más y en un mal movimiento Milo terminó en el suelo - mamá no lo toques, está todo sucio.
- ¿Y mi auto? - Kardia miró a su hijo mayor.
- Si yo fuera tú no lo usaría en un par de semanas.
- ¿Dejaremos a Milo en el suelo? - preguntó Calvera.
- Yo no lo tocaré - dijeron padre e hijo al mismo tiempo.
- Genial - la mujer suspiró - no tengo tiempo para eso. Ya debería de estar camino al trabajo.
Dicho esto la mujer regresó a la cocina para terminar su café; Kardia le dio un par de palmadas en la espalda a su primogénito y siguió a su esposa, después de todo, alguien tenía qué llevarlo al trabajo.
Aiacos suspiró, miró a Milo en el suelo y después miró en dirección a la cocina. Por alguna extraña razón no le sorprendió lo poco que se preocuparon sus padres, parecía que ellos ya habían aceptado que su hijo era un adulto capaz de cuidarse por sí solo, tal vez era el momento de hacerlo lo mismo.
Después de quitarse un par de mechones de la cara pasó por encima de Milo y se dispuso a subir para ducharse, pero a mitad de las escaleras algo lo detuvo, su instinto de hermano mayor, supuso, después de todo, ¿qué tenía de malo ser un hermano protector?
Aiacos dio vuelta y se detuvo frente a Milo, quien seguía en el suelo, sólo que ahora estaba acurrucado y se chupaba el dedo. No lo cargaría de nuevo, ese era un hecho, pero al menos se aseguraría de que no pasará frío; se quitó su chamarra y con cuidado la puso sobre Milo, quien sonrió entre sueños.
Aiacos también sonrió, pero al mirar a la derecha vio a sus padres emocionados por el bello gesto de su hijo. Completamente sonrojado, Aiacos subió corriendo las escaleras, esperando que el agua fría alejara su vergüenza.
