JUNTOS POR NAVIDAD
Kagome se encogió de hombros al sentarse sobre el colchón de su mullida cama y se quedó mirando el vacío sin saber qué hacer. Había pasado tres meses aprendiendo a tejer para tejer una hermosa bufanda roja; una bufanda del color favorito de Inuyasha; una bufanda que iba a regalarle por navidad. ¿Cómo iba a dársela si habían roto hacía una semana?
Se miró las manos sintiéndose impotente, y tuvo la necesitad de pasarse el dorso de la mano por las mejillas para limpiarse las cristalinas lágrimas que comenzaban a resbalar hasta su mentón. Habían roto porque ocurrió algo que ella se había intentado negar desde que su prima apareció en sus vidas. Kikio era una descarada, una provocadora y una calientabraguetas en general. Estaba acostumbrada a que todos los hombres la persiguieran, y lo peor era que lo conseguía continuamente. En cuanto puso sus ojos sobre Inuyasha, se planteó un nuevo objetivo: robárselo.
Efectivamente, Inuyasha la había dejado por ella. Al principio, solo eran unas cuantas risas, a veces se cogían de las manos, palmaditas en la espalda. Más tarde, su novio empezó a pasarle el brazo sobre los hombros a su prima, comenzó a dejarla atrás cuando salían, se olvidó de que ella también estaba presente. Cuando lo habló con Inuyasha, él se lo negó cien veces, y afirmó quererla solo a ella. Se lo habría creído como una tonta si dos días después no lo hubiera descubierto besándose con su prima en su propio dormitorio. Obviamente, los echó a ambos de la casa inmediatamente. Desde entonces, no habían vuelto a hablarse.
Inuyasha no hacía más que llamarla por teléfono, mandarle mensajes de texto y correos electrónicos durante los primeros días tras su ruptura. Finalmente, hacía dos días, desistió. A medida que él iba dejando de intentar comunicarse con ella, Kikio más restregaba por el barrio que se había liado con un guapísimo guitarrista. ¿Tocaría para ella? ¿Le habría compuesto alguna canción? Inuyasha solía decirle que ella era su musa o, al menos, así era cuando aún salían. ¡Maldita fuera Kikio!
Se levantó de la cama angustiada, sin ser capaz de sentirse cómoda en ninguna postura. Estiró la falda de pana para que no se enrollara entorno a su cadera, y apartó la cortina de la ventana para echar un vistazo a la calle. Ojalá no se le hubiera antojado observar la nieve cayendo del cielo, puesto que en la entrada del parque, frente a su casa, los vio. Inuyasha cargaba su guitarra para el concierto que iba a dar, y Kikio parecía querer acompañarlo. ¿Habrían quedado para ir juntos? Antes, era ella quien lo acompañaba a sus conciertos. Le daba un masaje en el camerino antes del concierto, le llevaba agua, le secaba el sudor con una toalla en los descansos, y le daba ánimos como su fan número uno. Así se conocieron precisamente, siendo ella su fan número uno. Actualmente, no era capaz de escuchar una canción del grupo sin echarse a llorar.
Durante unos instantes que a ella se le antojaron eternos, Inuyasha se quedó mirando hacía su ventana. Ella, como la cobarde que era, se había escondido tras las cortinas y observaba a través de la diáfana tela a la espera de que él se marchara. A pesar de haber deseado su marcha, sintió más pesado el corazón cuando lo vio reanudar la marcha para irse junto a Kikio. ¿Por qué le tenía que pasar eso a ella? Definitivamente, esas eran las peores navidades de toda su vida.
— ¡Kagome!
Rápidamente, cerró las cortinas al escuchar la llamada de su madre y salió de la habitación. En el salón, estaban sus padres con la ropa de los domingos puesta mientras que su hermano se metía prisa por terminar la partida de la consola para dejarla guardada.
— ¿Nos vamos ya a casa de los abuelos? — miró el reloj de muñeca extrañada — Pero si apenas son las seis.
— Primero vamos a ir a ver al concierto a Inuyasha —le informó su madre — No vamos a dejarte sin ver a tu novio tocando la guitarra.
El mundo comenzó a caer pesadamente sobre su espalda. Quisiera o no, iba a ver al hombre al que amaba en brazos de su prima. Si le hubiera dicho a su madre que había cortado con Inuyasha…
— Mamá…
— ¿A qué estás esperando? — la regañó — ¡Llegamos tarde!
Antes de que pudiera rechistar tan siquiera, la habían sacado de la casa y la estaban empujando hacia el coche. De repente, le cayeron sobre las manos su abrigo de pana blanco y un paquete de regalo. Quedó horrorizada al darse cuenta de lo que era. Su madre había cogido la bufanda envuelta que había confeccionado para Inuyasha. Se sentó en el coche mirando horrorizada el paquete y le temblaron las manos al cerrar la puerta. ¿Cómo demonios iba a darle el regalo a Inuyasha? ¡Se la había pegado con su prima! Lo único que merecía era que se lo tirara a la cara, y, aun así, admitía que deseaba ver su expresión al abrir el paquete, deseaba saber si le gustaría, deseaba dárselo…
Sacudió la cabeza al darse cuenta de lo que estaba pensando. Ella debería odiarlo por lo que le había hecho.
— ¡Ya hemos llegado!
Kagome se quedó paralizada en el asiento mirando el gran pabellón que se cernía ante el coche. Por suerte, pasaría algún tiempo hasta que su padre encontrara aparcamiento y no le daría tiempo a pasearse por los camerinos con objeto de darle el maldito regalo. Suspiró aliviada y estaba a punto de dejar el regalo en el hueco que había detrás de los asientos traseros cuando se detuvo el coche.
— Kagome, bájate tú aquí — le dijo su madre — o no te dará tiempo de darle tu regalo a Inuyasha.
— Yo…
— ¡Vamos! — le ordenó.
Agarró el paquete de nuevo y salió del coche. Lo único que tenía que hacer era dirigirse hacia el pabellón para hacer como que entraba en el pasillo que llevaba a los camerinos y tirar el regalo en una papelera. Lamentablemente, estaba claro que las cosas no iban a salir como ella quería ese día.
— ¡Guapa!
— ¡Morenaza!
No le gustaba cuando oía esa clase de piropos tan cerca de ella. Apenas le dio tiempo a girarse cuando ya tenía a un grupo de chicos alrededor suyo, arrinconándola contra una pared. Uno le agarró un mechón rizado mientras que otro trataba de sacarle el abrigo y otro le arrebataba el regalo de entre las manos.
— ¡Dejadme en paz! — les suplicó.
— No te sulfures tanto, nena — le dijo uno de ellos — Ey, chicos… ¡Está buena!
Kagome cerró con fuerza un puño, y le asestó un puñetazo a uno de los chicos, sorprendiéndose de que el muchacho saliera volando. En seguida se percató de que sobre su cabeza había un puño suspendido. Ella no fue quien mandó despedido a aquel pervertido acosador de mujeres. Giró la cabeza deseando ver a Inuyasha pero, en su lugar, se encontró una larga melena morena y unos preciosos ojos azules.
— ¡Kouga!
— Siempre te metes en los peores líos.
Se llevó una mano al pecho avergonzada. Sí, era verdad que siempre le sucedían esas cosas a ella. De hecho, Inuyasha la conoció cuando, tras un concierto suyo, le quitó a golpes de encima a un muchacho que intentaba propasarse. Desearía no ser siempre la chica indefensa.
Al levantar la vista, se percató de que todos los chicos habían desaparecido. Kouga también imponía bastante.
— A ti debería darte vergüenza tener tan mala fama. — intentó quitarle hierro al asunto con una broma.
— Así es la vida, nena.
Por unos momentos, sintió que se perdía de nuevo en las lagunas azules de los ojos de Kouga. Hacía un par de años, ella y Kouga habían sido novios, y habían sido muy felices hasta que ella asistió a aquel fatídico y a la vez maravilloso concierto benéfico de nuevos talentos. Deslumbrada por el guitarrista de su grupo favorito, lo siguió en todos sus conciertos tras la barrera protectora de un amor platónico. Un día, el guitarrista la salvó, y todo cambió. De repente, Inuyasha empezó a escribirle correos, le pidió su número de móvil, se acercó a su casa a merendar con sus padres. Intentó resistirse, evitarlo y olvidarse de ese sueño de adolescente, pero el contacto fue inevitable. Se lo encontraba por su barrio, esperándola, en sus conciertos la buscaba entre el público, fue invitada a su camerino por un guardaespaldas que la encontró entre el público.
Terminó dejando a Kouga por él. En ese instante, entendía cómo se sintió Kouga cuando lo dejó por Inuyasha. ¡Qué demonios! Ella, al menos, había tenido la decencia de cortar con él, de darle largas a Inuyasha hasta haber cortado todo lazo que le uniera con Kouga. Inuyasha, en cambio, se había limitado a besar a otra para dar por hecho todo lo demás.
Furiosa de nuevo, apretó el regalo entre sus dedos. ¿Cómo pudo hacerle algo tan horrible? De repente, la calidez de las manos de Kouga le hizo detenerse.
— Kagome, yo aún…
— No, Kouga. — le interrumpió — No lo digas porque solo conseguirás que ambos lo pasemos peor.
— Solo le quieres a él, ¿no? — sonrió melancólico — Supongo que no fui un buen novio.
— Nada de eso Kouga, te aseguro que lo hiciste muy bien. — le sonrió.
Claro que lo hizo muy bien. Aunque no sintiera aquella llama que se encendió al ver por primera vez a Inuyasha, por un momento había conseguido simular aquel sentimiento de amor. Kouga era dulce, atento y considerado mientras que Inuyasha era hosco, descuidado y desconsiderado. No obstante, Inuyasha conseguía volverla loca de amor. Hacía que olvidara todo lo que les rodeaba, no la agobiaba, le demostraba cuánto la quería continuamente, compartía sus aficiones con ella, y todo eso sin mencionar que el sexo era fantástico. Inuyasha le hacía sentir en la cama lo que no había conseguido ningún otro hombre, por no hablar de aquellas tiernas caricias y aquellas dulces palabras que acontecían después. Su relación había sido tan sumamente perfecta que debió sospechar que era demasiado bueno.
— Ese regalo es para él, ¿no? — inquirió.
— ¿Hug?
— Está en el camerino todavía.
Kagome apretó aún más el paquete contra su pecho, y se limitó a dirigir la mirada perdida hacia otro lado. No se sentía capaz de mirarlo tan siquiera. Lo dejó por un hombre que acababa de abandonarla.
De repente, alguien comenzó a empujarla hacia delante.
— ¿A qué esperas, Kagome? — le preguntó Kouga — Eres su novia, no tiene por qué darte vergüenza.
— Pero…
— Nada de peros. — rió — Vamos, ¡ve!
Kagome fue empujada hacia el pasillo de los camerinos, donde quedó quieta, estática, estudiando a las fanáticas y a los guardaespaldas. ¿Cómo iba a darle ese regalo? ¡Tendría que estar loca para hacerlo! El pobre Kouga todavía no debía haberse enterado de que habían roto. Quizás, fuera lo mejor. No se encontraba en condiciones para tener una charla que se reduciría a un "Te lo dije". Además, Kouga no lo dejaría estar tan fácilmente. Seguro que buscaría a Inuyasha para armar bronca. Sin duda alguna, era mejor que viviera en la ignorancia por un tiempo más.
Tiró el regalo en la papelera más cercana, y estaba a punto de marcharse cuando de un camerino salió su prima con un par de amigas. ¡Era el camerino de Inuyasha! Se quedó como una tonta viendo a Inuyasha despedirse de ellas hasta que Kikio la vio. Entonces, dio un paso atrás azorada. Tan rápido como la puerta del camerino se cerró, Kikio se dirigió hacia ella a paso decidido junto a su séquito de amigas.
— ¡Feliz navidad, prima!
Ni la misma Kikio se creía lo que había dicho mientras la abrazaba con una fuerza un tanto excesiva.
— Feliz navidad… — musitó Kagome sin ganas.
— No estés triste, prima. — sonrió — Que Inuyasha te la pegue no tiene que ser necesariamente malo.
— ¿Cómo?
— ¿Sabes? Le he regalado unas gafas de sol y me ha dicho que se las va a poner en el concierto. — suspiró — No sabes lo feliz que soy gracias a ti.
— Espero que te cunda.
— Eso te lo aseguro, querida.
Kagome no se quedó mucho tiempo parada. En cuanto Kikio se dio la vuelta, recogió su regalo de la basura y fue hacía el camerino. Oficialmente, Inuyasha no había cortado con ella así que no había razón para no darle un regalo. Además, su regalo era más útil que esas estúpidas gafas. ¿A quién se le podía ocurrir regalar unas gafas de sol en invierno?
Tocó la puerta del camerino un par de veces hasta que le abrió el batería, Bankotsu.
— ¡Ey, Inuyasha! — lo llamó — ¡Tu chica está aquí!
— Ya te he dicho que no es mi chica. — se escuchó desde dentro — ¡Déjate de bromas!
Escuchó más que suficiente con eso. Dio media vuelta y se estaba marchando cuando…
— ¡Kagome!
Se paró en seco, y se volvió tratando de no llorar delante de él. En el fondo, desearía que no la persiguiera.
— No deberías gritar antes de un concierto… — intentó cambiar de tema — Se te estropeará la voz…
— No me importa. — cerró la puerta del camerino tras él y corrió hacia ella — Lo que has oído no era para ti. — se excusó — Es que pensé que era…
— ¿Kikio? — vio como asentía — De todas maneras, no os debe quedar mucho para dar ese paso.
— Kagome, no…
— ¡No me importa! — exclamó sin querer oírlo — Solo he venido a darte una cosa.
Se acercó a paso lento hacia él, rompiendo la pequeña distancia que los separaba, y le entregó el paquete perfectamente envuelto. Inuyasha, sorprendido por el gesto, lo aceptó y lo abrió con impaciencia.
— He pasado tres meses tejiéndola… — dijo entrelazando las manos y poniéndolas contra el pecho — La hice roja porque sé que es tu color favorito…
— Gracias — por un momento tuvo la impresión de que él iba a llorar — Aunque no te lo creas, es el mejor regalo que me han hecho nunca.
— No sé si creérmelo. — rió — Un pajarito me ha dicho que te han regalado unas gafas de sol estupendas.
— Gafas de sol en invierno, ¡feh! — exclamó — ¿A quién se le ocurre?
Esa era otra de las cosas que le encantaban de Inuyasha. Siempre pensaban lo mismo. Cuando estaban empezando a salir juntos, descubrieron que tenían en común más de lo que pensaban, y que sus juicios de valor eran casi idénticos.
— Mejor me voy yendo. — retrocedió ante sus recuerdos.
— Me la pondré en el concierto. — prometió.
— No creo que me quede…
Se quedaría en el vestíbulo esperando a sus padres. Si le preguntaban, les diría que estuvo en la zona VIP o algo así.
— Quédate por favor… — le insistió — Es importante para mí…
— Ya tienes a Kikio.
— Olvídate de Kikio y de aquel momento. — le suplicó — No ocurrió lo que tú piensas.
— Tienes razón, no ocurrió lo que yo pienso. — él pareció aliviado por un momento — Lo que pasó es que Kikio se estaba ahogando. Tú, como buen samaritano, le hiciste el boca a boca, y, sin querer, tu lengua se metió hasta su garganta.
— Kagome…
— ¡Basta! — le dio la espalda — No quiero oír más excusas.
Se abrazó a sí misma tratando de reconfortarse según se iba alejando de él. Entonces, sintió algo metálico sobre la piel de su cuello y el roce de los cálidos dedos de Inuyasha en su nuca. Cogió entre sus dedos el colgante y lo miró extasiada. Era una rosa roja metálica con los bordes plateados.
— Yo también te preparé un regalo. — apartó lentamente las manos de su cuello — Lo hice en el taller de mi padre.
Lo había hecho él con sus propias manos, eso era lo mejor de todo. Por un momento, deseó olvidarse de todo lo ocurrido hacía ya una semana para lanzarse a los brazos del hombre al que amaba. Solo su orgullo se interponía.
— ¿Te quedarás?
— Mis padres y yo nos sentamos en la misma fila que Kikio, así que ya sabrás cuál es.
No supo si Inuyasha suspiró aliviado o angustiado, y tampoco se quedó a comprobarlo. Inmediatamente, echó a correr hacía la zona de las gradas con la única esperanza de que acabara rápidamente todo aquel embrollo para poder marcharse. No deseaba ver cómo su prima le quitaba el novio una vez más, mucho menos delante de sus padres.
No le costó demasiado encontrar su sitio puesto que su padre estaba de pies buscando un buen ángulo para grabar el concierto.
— ¡Perfecto! — exclamó para sí misma — Mi novio se va a ir con mi prima y mi padre lo va a tener grabado para la posteridad.
Atravesó con algo de dificultad la mitad de la grada, y se sentó en su asiento junto a su hermano. Al otro lado, estaba su prima junto a sus amigas fardando de su nuevo novio guitarrista. ¡Zorra! — gritó para sus adentros. Si Kikio decía algo más, iba a saltarle encima. Desgraciadamente, justo antes de que pudiera volver a abrir la boca, se apagaron las luces y unos focos iluminaron el escenario. Instantes después, sonó el solo de una batería que más tarde se juntó con la guitarra de Inuyasha. En el centro del escenario, apareció el cantante, Houjo pero no empezó a cantar inmediatamente como ya era costumbre. De repente, dejaron de tocar y quedó todo en silencio.
— Querido público… — comenzó a hablar Houjo.
— ¡UUUUUUUUUUHHHHHHHHH!
— Por favor… — hizo gestos para acallarlos — Dejadme terminar… — esperó hasta que hubo total silencio — Quiero deciros que esta primera canción ha sido compuesta por nuestro guitarrista, — Inuyasha hizo un pequeño solo de guitarra en respuesta — y está dedicada a una chica muy especial para él.
— ¡Kikio, seguro que es para ti! — exclamó una amiga de Kikio.
Kagome se cruzó de brazos y miró hacia otro lado, furiosa.
— Ahora, no os vamos a hacer esperar más por la canción. — aseguró Houjo — ¡Feliz navidad a todos!
Kagome se removió nerviosa en el asiento, y se descruzó de brazos cuando sonó de nuevo la música. No quería quedarse, no quería oírlo. ¡Se suponía que ella era su musa! ¿Por qué tenía que sucederle aquello?
I feel so close to you,
that I can´t breathe without you.
When you aren´t here,
sky turns gray as my soul.
My sweet darling where are you?
You don´t believe me, you don´t trust on me
but the only truth is that I love you.
I love you more than my live.
Looking for your love,
I feel alone.
Trying to become your hero!
Princess, look me, say me what you want.
I love you, and I will love you until the day I die.
Apenas habían terminado de cantar cuando el público se alzó aplaudiendo, gritando y lanzando ropa, flores, confeti, etc. Una canción preciosa que hizo que le saltaran las lágrimas por la emoción. Una canción que no era para ella. No obstante, el infierno para Kagome comenzó realmente en cuanto vio a Inuyasha ajustar su micrófono para hablar. Sinceramente, era algo que no estaba dispuesta a soportar. Se levantó, y, sin escuchar a sus padres, comenzó a atravesar toda la grada con dificultad para llegar hasta las escaleras.
— Esta noche, he compuesto esta canción queriendo dedicársela a una mujer muy especial para mí.
Kagome se limpió las lágrimas con la manga del abrigo.
— Es una chica a la que adoro como a nada, ni a nadie en el mundo por cómo es. — rió — La amo tanto.
Las chicas del público gritaron celosas y exigentes.
— Sé que no me la merezco, pero, aun así, en esta noche quiero pedírselo.
Consiguió salir al fin de la grada. Tras echarle un rápido vistazo a Kikio, la cual ya se estaba levantando de su asiento con prepotencia, comenzó a subir las escaleras. Ojalá se le atragantara.
— Sé que apenas tenemos unos veinte años pero… — suspiró — ¿Quieres casarte conmigo, Kagome?
Kagome se detuvo en seco justo en el mismo instante en que un foco la iluminaba por completo. Levantó la mirada hacía los focos, descubriendo a Kouga, enfocándola. Le hacía gestos y la animaba a correr junto a Inuyasha. Al parecer, estuvo en el ajo todo el tiempo. Lentamente, se giró para encontrarse con las miradas atónitas de todo el público. Al mirar a sus padres, descubrió que ellos lo sabían todo. ¡Los muy canallas lo habían planeado con Inuyasha!
Dirigió su mirada perdida hacía su prima, la cual se había sentado de nuevo y la miraba rabiosa sin dejar de encogerse avergonzada frente a sus amigas. Extrañamente, le resultó placentero saber que le había ganado. Se lo merecía por saltarse el código.
— Hermanita, — sintió como su hermano, quien apareció de repente a su lado, tiraba de su manga — Inuyasha está esperando a que le respondas.
— ¿Cómo?
— ¿Inuyasha va a ser de la familia? — le preguntó.
Recordó aquel día en el que encontró a su prima besándose con Inuyasha. Por primera vez en las últimas semanas, fue capaz de desechar ese momento de su mente. Él la quería a ella, no a su prima, y eso era lo que contaba. Con lágrimas resbalando por sus mejillas, empezó a correr escaleras abajo hasta llegar a la zona del escenario. Esquivó a los guardaespaldas sin mucha dificultad, y, al acercarse al escenario lo suficiente, Inuyasha se agachó, la rodeó con los brazos y la subió.
— ¿Te casarás conmigo? — le preguntó de nuevo.
— Mmm…
Rompió el abrazo, meditando sobre su propuesta, y se acercó al micrófono de Inuyasha.
— Mamá, tenemos que ir a comprar un traje de novia.
Antes de que el público comenzara a vitorearles de nuevo, Inuyasha la tenía entre sus brazos y la besaba con tanta pasión que el público se quedó en absoluto silencio contemplando el espectáculo.
— Creo que hemos dejado a tus admiradoras sin palabras… — murmuró contra sus labios.
Inuyasha rió y luego le hizo girarse, quedando pegada su espalda contra su tórax. Pasó la guitarra por delante de Kagome, alargando primero la cinta de la guitarra, y le dio un beso en la mejilla.
— ¿Te quedarás aquí conmigo?
— Sí.
Estaría encantada de acompañarlo durante todo el concierto.
— Después, — tapó el micrófono con una mano para que no se les oyera — te llevaré a cenar a un restaurante y haremos el amor en nuestro apartamento.
— ¿Nuestro apartamento? — recordó la solicitud que enviaron — ¿No me digas que nos lo han dado?
— Ya podemos usarlo.
Kagome no tuvo necesidad de girarse para abrazarlo puesto que los brazos de Inuyasha la ciñeron fuertemente contra él.
— Inuyasha, estoy dispuesta a olvidar lo que ha pasado pero… — giró la cabeza para mirarlo — Dime qué pasó
— No pasó nada, pequeña. — apoyó la cabeza sobre su hombro — Kikio se me insinuó y yo la rechacé como un caballero. — suspiró — Entonces, te oímos acercarte por el pasillo y se me echó encima.
— Perdóname…
— No tengo nada que perdonar, pequeña.
Se recostó contra el pecho de Inuyasha y se miraron con tanto amor que podrían haber calentado todo el pabellón.
— ¡Inuyasha! — ambos reaccionaron ante la llamada del solista del grupo — Aún tenemos que cantar el villancico.
— ¿Cantarás conmigo? — le ofreció.
— Por supuesto.
Inuyasha pasó los brazos por delante de Kagome y comenzó a tocar la guitarra. Se sonrieron una última vez y siguieron al cantante en uno de los villancicos más felices de toda su vida.
Feliz Navidad
Feliz Navidad
Feliz Navidad
próspero año y felicidad.
Feliz Navidad
Feliz Navidad
Feliz Navidad
próspero año y felicidad.
Sin duda alguna, esas habían sido unas navidades maravillosas.
FIN
