Este es el segundo fanfic que escribo (y subo a esta página) y soy novata en esto (tanto en los fanfics como en la página). Espero que le deis una oportunidad y se aceptan cualquier tipo de crítica (constructiva). Si hay algún error ortográfico o de cualquier clase, me disculpo de antemano. Pese a que lo repasé varias veces siempre se me cuela algo. Además, soy lenta para el inglés y la tecnología, así que no sé muy bien como funciona Fanfiction, disculpad si metí la pata en algo.

Gintama no me pertenece. Es obra del genio Hideaki Sorachi-sensei


Aquella fue la primera vez que lo vi. Caminando con paso lento entre un mar de cadáveres, mientras el viento removía sus cabellos plateados cubiertos de sangre. Sus ojos escarlata brillaban por las llamas que ardían incasables a su alrededor. Era una imagen casi demencial: aquel joven, el único en pie en todo el campo de batalla, permanecía erguido cuan alto era, todavía enarbolando una katana manchada de sangre y vísceras. Inmóvil, con un rostro serio e inexpresivo y una mirada que parecía observar la realidad con verdadero hastío.

Después de eso, mi memoria se vuelve confusa y aleatoria. Recuerdo que mi primera acción fue fingir estar muerta. Recuerdo tirarme al suelo en absoluto silencio, tratando de calmar mi respiración. También recuerdo pensar lo inútil de ello, después de todo, aquel hombre parecía saberlo todo, parecía que no había nada que no pudiese ver u oír.

Mi corazón comenzó a latir a toda velocidad. Eso lo recuerdo bien: El aterrador sonido resonando cada vez más fuerte en mi interior, abarcando hasta la última de mis células, haciendo vibrar mi sangre. No podía escuchar nada más a parte de ese ensordecedor martilleo, e irremediablemente fui poniéndome cada vez más nerviosa, hasta que me di cuenta de que probablemente iba a morir.

Fue entonces cuando lo noté: me miraba, ya no parecía observarlo todo sino que mantenía sus ojos clavados en mí. Se detuvo, pero no se giró, permaneció volteado al frente, mirándome con la cabeza inclinada de lado. Sus cabellos empapados se pegaron a su frente y la sangre corría alrededor de sus ojos. Verlo así daba todavía más miedo, era como observar a la muerte a los ojos, como mirar al mismísimo infierno.

Sin embargo, algo había comenzado a crecer en mi cabeza, una idea, o más bien un hecho del que no me había dado cuenta antes: Iba a morir de todas formas, ya fuera a manos de aquel hombre o de hambre, así que ¿por qué no intentarlo? ¿Por qué no simplemente pedirle ayuda?

Recuerdo que me levanté del suelo y le devolví la mirada. Me habría gustado decir que permanecí impasible y firme, pero sería mentira, porque estaba asustada, porque probablemente me eché a llorar. A lágrima viva. Porque tenía miedo, un miedo atroz. Porque los ojos de aquel hombre, pese a parecer tan aburridos, estaban llenos de odio. Eran los ojos de un asesino, los ojos de un demonio.

Lloré durante minutos, aterrada y cohibida, contemplándolo desde lejos, con aquel incendio a la espalda, ahora sí, mirándome de frente con una expresión indiferente. Hasta que sonrió.

Lo hizo de pronto, sin razón aparente. Para cuando me quise dar cuenta ya estaba sonriendo y pese a ello, su expresión siguió siendo amenazadora, más todavía si cabe. Volvió a ladear levemente la cabeza y comenzó a avanzar hacia mí, sin cuidado de donde pisaba, ignorando todo lo que hubiese a su alrededor.

Después de eso creo que me desmayé. A causa del hambre, del frío y, sobre todo, del miedo. Caí cuan larga era sobre el cadáver de un soldado, y lo último que vi antes de perder el conocimiento del todo fue el grito desesperado y macabro que se había congelado para siempre en el interior de aquella garganta, los ojos abiertos de par en par con la expresión de alguien que desde el fondo de su alma no quiere morir. ¿Tendré ahora su misma mirada? Pensé justo cuando la negrura se adueñaba de mi cabeza, difuminando aquella visión; apaciguando el dolor, el frio y el hambre; ahogando en el olvido los pasos firmes y seguros de aquel hombre que avanzaba hacia mí. Me dejé llevar sabiendo que moriría, y en el último momento me di cuenta de que en el fondo deseaba vivir.

"Ya no tengo frío"

Ese fue mi primer pensamiento, lo primero que me vino a la cabeza cuando recuperé la capacidad de pensar por mí misma. Podía sentir como mi cuerpo entraba poco a poco en calor, como me invadía una calidez realmente agradable, e iba recuperando gradualmente mis fuerzas, pese a sentirme todavía muy débil. ¿Me estoy muriendo? ¿Es esto lo que supone morir? Eso podría tener sentido, el frío, el cansancio, todo desaparece porque he dejado de percibir el mundo. Sin embargo, es una sensación tal liberadora y a la par tan plena que no puedo imaginarme que esto sea lo que signifique morir. Simplemente es demasiado cálido y reconfortante como para serlo.

Y de pronto desperté.

Repentinamente abrí los ojos y para cuando fui consciente de ello ya miraba sorprendida el techo de una habitación. Lo siguiente que noté fue que estaba aguantando la respiración a causa de la tensión bajo la que estaban todos mis músculos de mi cuerpo. Inspiré profundamente y con dificultad, tratando de relajarme poco a poco. Luego de haber dado un número considerable de bocanadas intenté enderezarme, pero fue inútil, pese haber conseguido relajar mi cuerpo este seguía demasiado cansado como para responderme. Ni siquiera era capaz de girar el cuello, condenada a contemplar aquel techo destartalado continuamente.

—Veo que por fin has despertado. —Habló de pronto una voz desde mi costado izquierdo, asustándome.

Entonces recordé la situación en la que me encontraba. Intenté voltearme hacia él, en guardia y asustada. ¿Estaba viva? ¿Por qué? ¿Acaso aquel hombre me había perdonado la vida? Es más, ¿Dónde estaba?

Mientras seguía intentando averiguar todo eso, los pasos se acercaron cada vez más. Una figura humana apareció de pronto en mi campo de visión, inclinándose sobre mí. Era un hombre joven, de cabello y ojos castaños y con una expresión bastante dulce. Quizá a causa de su apariencia tan amable o a su agradable voz que me preguntaba una y otra vez cómo me encontraba, de alguna manera me sentí un poco más tranquila.

—¿Cómo te encuentras? —Repitió por enésima vez.

Esta vez respondí, motivada por el aura de tranquilidad que emitía aquella persona.

Intenté decir "bien" pero acabó convertido en un murmullo apenas audible que por un momento temí que no él hubiese entendido. Si ese fuera el caso, no pensaba repetirlo, ya me había costado un mundo abrir la boca una vez.

—Me alegro. —Respondió sin embargo.

El hombre colocó un trapo húmero sobre mi cabeza, lo que ayudó en cierta manera que el mareo se disipase. Al mismo tiempo, ajustó mejor las mantas alrededor mío.

—Has estado a punto de morir de frío y hambre —Explicó con una sonrisa mientras acababa su labor y servía en un cuenco agrietado algo que, por su olor, identifiqué como alguna infusión. —Tuviste suerte que uno de mis compañeros te encontró inconsciente y te recogió, de lo contrario habrías muerto.

El hombre me sujetó por la nuca y ayudó a enderezarme levemente. Poco a poco fui bebiendo la infusión que, he de admitir, sabía a rayos, pero estaba caliente, lo cual se agradecía.

Después de eso volví a quedarme dormida. Aquella noche no soñé, o si lo hice no lo recuerdo. Incluso mi mente estaba tan cansada que fue incapaz de imaginar nada.

Desperté varias horas más tarde, según me dijo aquel hombre, todavía dolorida y con un hambre tremenda. Él me trajo un par de piezas de fruta que devoré ansiosamente, hasta el punto de casi atragantarme. Después de comer me tiré en cama de nuevo y dormité hasta que volví a perder la consciencia.

Estaba muy débil, me explicó el hombre, por eso necesitaba dormir y comer tanto.

La tercera vez que desperté él seguía allí a mi lado, esta vez enrollado bajo un par de mantas y dormido. Sin embargo, en cuanto me moví un poco, él también abrió los ojos y me ayudó a enderezarme para poder beber.

Creo que fue entonces cuando me dijo su nombre, se llamaba Kurokono. Luego me preguntó por el mío. Le respondí sin pararme a pensar mucho en las consecuencias de hacerlo, total, solo era un nombre. "Akari" dije con un hilo de voz. Fue la primera palabra que pronuncié en mucho tiempo. Luego de eso me preguntó por mi edad, pero ahí ya no supe responder, hacía mucho que había olvidado cuantos años tenía. "Unos siete u ocho" contesté sin estar muy segura.

Fue pasando el tiempo, aunque Kurokono-san nunca me dijo cuanto llevaba allí. Había veces que me despertaba de día y otras de noche, y como no podía estar segura de cuando dormía exactamente, pese a que sabía que cambiaban los días, no logré concretar cuántos habían pasado ya.

La siguiente vez que desperté era tan entrada la noche que apenas noté diferencia cuando abrí los ojos, todo se veía igualmente negro. Me quedé quieta durante un rato; aunque ya pudiera moverme todavía dolía un poco hacerlo de golpe. Una vez mi vista se hubo adaptado a la oscuridad pude descubrir que estaba completamente sola en la habitación. Giré sobre mí misma, debatiéndome entre qué hacer: ¿Debía quedarme allí quieta o podría salir? Es más, ¿cuál era mi condición actual? ¿Era una prisionera? Kurokono-san no me lo había dejado claro, simplemente se había dedicado a cuidarme en silencio durante días. ¿Me matarían si salía de allí?

Al final decidí levantarme, más que nada porque llevaba días encerrada en aquella habitación y necesitaba que me diera el aire, por no hablar de que sentía todos los músculos del cuerpo entumecidos.

Con algo de dificultad me enderecé y tratando de no hacer ruido salí de la sala. La puerta corredera estaba bastante deteriorada, así que me costó un rato abrirla y para cuando salí al pasillo, deseando que nadie me hubiera escuchado, ni me molesté en cerrarla de nuevo. Al instante me di cuenta por la estructura del edificio de que probablemente se tratara de un Ryokan: A ambos lados se extendía un pasillo tan largo que se perdía en la oscuridad, de manera que, pese a tener buena vista, me era imposible ver el final. A cada lado del corredor había una infinidad de puertas como la que acababa de cruzar, todas ellas más o menos igual de deterioradas, con agujeros en el papel y algunas incluso tenían boquetes enormes a través de los cuales se colaba la corriente de aire que fluía dentro del pasillo, removiendo mi despeinado cabello y las mangas del kimono gigante que Kurokono-san me había prestado. Me estremecí de frío y por instinto seguí caminando en la dirección del viento hasta que llegué a una habitación mucho más grande que la mía, donde desembocaba tanto el pasillo como la puerta principal del Ryokan, situada justo a mi frente. Estaba completamente abierta y unas cortinas hechas despojos cubrían la mitad superior de la entrada, ondeando a causa del viento que circulaba hacia el exterior.

Con un par de pasos crucé la habitación y bajé del suelo de tatami. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba descalza, al notar el frío suelo de tierra batir contra mis pies; también fue entonces cuando noté el frío que hacía fuera del edificio y que el viento de dentro no era nada comparado con aquello. Sentí un escalofrío y me arrebujé en el kimono. Por un momento agradecí que me quedara tan grande, para así poder darle varias vueltas alrededor de los hombros. Pese a eso eché en falta algo de abrigo.

Quedé clavada en la salida del edificio abandonado, ahora sí segura de que se trataba de un Ryokan tras verlo por fuera, debatiéndome entre si volver a entrar o no. Para ser sincera, no me hacía demasiada gracia salir con aquel frío, pero mi instinto de supervivencia desarrollado a lo largo de los años no me permitía simplemente quedarme allí dentro sin saber dónde estaba.

Temblando de frío me alejé de la puerta, adentrándome en un desgastado jardín tradicional lleno de maleza. El sitio, de haber permanecido intacto, habría resultado hermoso, sin embargo, se notaba que hacía mucho que había sucumbido al abandono. La naturaleza y la guerra habían condenado al olvido a aquella clase de lugares, ahora utilizados por los últimos rebeldes Joui que todavía se atrevían a plantarle cara al gobierno. Probablemente, pese a que Kurokono-san no me había dicho nada, eso era lo que eran: una de los últimos grupos de Jouishishi que todavía se negaban a aceptar que la conquista de los Amanto ya era ineludible e imparable.

En medio de la oscuridad tropecé con mi kimono y caí al suelo estrepitosamente, incapaz de maniobrar; aunque estaba tan dolorida que probablemente tampoco habría sido capaz de evitarlo aun habiendo luz. Intenté levantarme y volví a pisar una manga, por lo que acabé de nuevo de bruces en el suelo. De pronto ya no me parecía tan buena idea que el kimono me quedara grande.

Tras dos intentos más conseguí ponerme de nuevo en pie y llegar al final del jardín. La puerta exterior estaba semi-abierta y medio desmontada, acostada de lado sobre el muro que rodeaba todo el recinto.

Me asomé con cuidado. Probablemente tuvieran a alguien vigilando en la puerta, por precaución ante algún ataque enemigo, sin embargo, no encontré a nadie. La puerta desembocaba en una calle desierta, que, al igual que el pasillo, se pedía a ambos lados en la negrura. Al otro lado había un par de casas en tan mal estado como el Ryokan. Probablemente fuera un pueblo fantasma.

Todavía con desconfianza y ya totalmente aterida de frío crucé el umbral con cuidado de no pisar la puerta medio tumbada que obstaculizaba el paso. Mirado tan solo aquella calle no podría saber dónde me encontraba, aunque estaba bastante segura de que nunca había estado allí antes.

Una vez fuera no me atreví a girarme. Había hecho todo el camino hasta allí pensando en que solo estaba dando un paseo para reconocer la zona, pero acababa de darme cuenta de que, en el fondo, mi intención siempre había sido escapar, y al no encontrar ningún guardia allí fuera comprendí que, si quería hacerlo, aquella era mi oportunidad.

—Si sales con esa ropa te resfriarás. —Dijo de pronto una voz a mi espalda.

Sobresaltada me di la vuelta para encontrarme con el jardín completamente vacío. Me giré con desconfianza hacia todos los lados, buscando el origen de aquella voz, pero no era capaz de distinguir a nadie por ninguna parte. Retrocedí un par de pasos asustada, alejándome del Ryokan, y entonces lo encontré.

Estaba sentado sobre el muro, inclinado hacia delante y con la vista fija en mí. Vestido de un blanco inmaculado, tan brillante como su cabellera plateada que contrastaba con la profundidad de sus ojos granates. Verlo allí arriba, con esa expresión de indiferencia, fundido casi con la noche y el silencio, me resultó realmente sobrecogedor.

—Oye, ¿está bien que una mocosa deambule por aquí a estas horas de la noche?

Su voz era grave y potente, y no pude evitar pensar que, si el demonio existiese, probablemente hablaría con aquella voz. Sin embargo, sus palabras no parecían las de un demonio.

—¿Qué pasa? ¿Te ha comido la lengua el gato?

Debo decir que, pese que ya no me parecía tan atemorizante como lo había sido en aquel mar de sangre, sí seguía siendo realmente imponente, por no hablar de que estaba armado. Por supuesto, estaba asustada y temblaba de miedo y frío clavada en medio de la calle.

Él entornó los ojos y me observó de arriba abajo, chasqueó la lengua y se llevó una mano a la cadera. Instintivamente retrocedí otro paso y cerré los ojos, pesando que iba a desenvainar su katana. Sin embargo, en su lugar, lo que acabó aterrizando sobre mi cabeza fue el cálido abrazo de un pedazo de tela.

Sorprendida, abrí los ojos y lo miré. Se había quitado su haori y, pese a que todavía llevaba puesto un kimono por debajo, pude notar que se estremecía por un segundo.

—Si no planeas volver dentro sería un verdadero problema que te resfriaras. —Dijo apartando la mirada y dirigiéndola hacia la luna. Sus rasgos fueron iluminados por su pálida luz y por primera vez noté que en realidad no parecía para nada amenazador. Hasta ahora solo me había fijado en sus ojos y su cabello, tan poco comunes que parecían sacados de un cuento. Sin embargo, su rostro en aquel momento parecía estar en paz.

La sensación de estar viendo a un demonio desapareció, y a mis ojos aquel joven se convirtió en un simple humano.

—¿Vas a quedarte ahí mirando? —Preguntó sin moverse. Me miró de reojo —Si no vas a ponerte eso, devuélvemelo. —Añadió al comprobar que su haori seguía sobre mi cabeza.

Obedecí, más por el frío que por hacerle caso. Después volvía a quedarme quieta un rato. Mi intención era, y seguía siendo, continuar mi camino. No estaba segura en si escapar o no, pero sí tenía pensando por lo menos inspeccionar el pueblo.

Me giré y comencé a andar. Al principio lentamente, para probar su reacción. Sin embargo, pese a notar su mirada clavada en mi espalda, no mostró intención de detenerme, o de lo contrario ya lo habría hecho.

Acelerando un poco el paso me alejé de allí.

El resto del pueblo estaba tan abandonado y en tan mal estado como el Ryokan. Era un montón de ruinas que apenas se mantenían en pie; muchas, de hecho, se habían desplomado, cediendo bajo el peso del polvo y suciedad acumulado a lo largo de los años.

No solo los edificios se había deteriorado, el propio suelo de tierra se había convertido en un auténtico lodazal sobre el que costaba caminar. Intenté tener cuidado al principio, levanté la falda del kimono para no pisarlo ni arrástralo, más que nada porque no quería resbalar y caerme, pero llegó un momento que, pese a todos los esfuerzos que hice, acabé en el suelo de todas formas y el kimono junto con el haori que me había dejado aquel hombre quedaron todo embadurnados de barro. Suspiré profundamente y resignándome acabé metiendo los pies descalzos en un enorme charco que abarcaba toda la calle y me impedía pasar, rendida de intentar sortearlo. El viento seguía soplando con fuerza, arrastrando la suciedad que se me metía en los ojos insistentemente. Traía consigo el olor pestilente que emanaban los resquicios más oscuros del pueblo. Olor a abandono y a muerte.

Al poco rato noté que la noche se había vuelto un poco más clara, por lo que debía estar a punto de amanecer. Quizá en un par de minutos. Fue entonces cuando pensé que debía volver. Después de todo, si tenía pensado permanecer un poco más con aquellos samurái sería recomendable que no se enterasen de que me había intentado fugar... Aunque claro, él ya me había visto salir, no es como si pudiera mantenerlo en secreto. Al final concluí con que no tendría caso arriesgarme a salir si no conseguía revisar todo el pueblo, así que acelerando el paso continué mi camino.

Tras caminar un poco más crucé una calle y superé las ruinas de lo que en el pasado probablemente fue un santuario y allí, a escasos metros, encontré el principal origen de aquel hedor: Un cráter de casi vente metros de diámetro y lleno hasta los topes de cadáveres. El agujero probablemente no fuera hecho por la mano del hombre, más bien parecía producto de alguna clase de bomba, seguramente de las naves de los Amanto, y alguien había tenido la brillante idea de convertirlo en un fosa común.

Asqueada me alejé rápidamente. Ya había visto suficientes muertos y no tenía ganas de seguir allí. Aquel lugar, aquel pestilente olor que hacía que se me saltaran las lágrima e incluso el graznido de los cuervos revoloteando alrededor de los cuerpos putrefactos y mal colocados, todo ello hacían que vinieran a mi memoria cosas que no quería recordar.

Sacudí la cabeza y corrí lejos. Estaba empezando a ponerme nerviosa y eso no era bueno, en situaciones como aquella era imprescindible mantener la calma. "Estoy sola" me dije, "No tiene sentido recordar cosas como esas. Haciéndolo solo conseguiré deprimirme. Nadie va a ayudarme ni consolarme si me echo a llorar, nadie vendrá en mi busca, ya no hay nadie a quien esperar".

Volví a llegar al centro del pueblo y no me detuve hasta que dejé de oler aquel pestilente olor. Entonces fue cuando lo escuché. Estaba tan metida en mis pensamientos que no lo noté hasta ese momento, pero desde donde estaba se podía oír la voz de un hombre hablando con alguien. Instintivamente me oculté dentro de una de las pocas casas que todavía nos e había derrumbado e intenté calmar mi respiración, la cual se había agitado debido a mi carrera por el pueblo. "Tranquilízate" pensé desesperada al comprobar que mi corazón latía a toda velocidad. La voz de aquel hombre se acercaba, y ahora también podía escuchar sus pasos atravesar el lodazal. ¿Quiénes eran? ¿Compañeros de Kurokono-san y de aquel hombre? Fuera quien fuere no era buena idea que me encontrasen, o eso era lo que me gritaba mi instinto.

A lo largo de los años que había pasado vagando de un pueblo a otro completamente sola había aprendido a no confiar en nadie y había desarrollado un instinto muy agudo para detectar el peligro. Sin embargo, en aquel momento me falló. No podría decir por qué exactamente, quizá porque la imagen de todos aquellos cadáveres me había afectado. La visión de una masacre, acumulada con todas las que ya había visto y a las que había sobrevivido de milagro. Solo sé que en aquel momento, escondida bajo un par de tablones y basura en medio de las ruinas, no fui capaz de adecuar mi respiración y los latidos de mi corazón. Tenía miedo. Deseaba pedir ayuda, pero sabía que nadie vendría. Ya no me quedaba nadie.

Supongo que fue por eso que me encontraron, pese a que mi escondite no era del todo malo, el dueño de aquella voz que se acercaba me encontró encogida en aquella casa.

Retiró las tablas y mantas raídas que yo había convertido en mi escondite bruscamente, lo que me hizo gritar del susto y encogerme sobre mí misma aún más.

—Vaya, vaya… mira lo que he encontrado. —Dijo el dueño de la voz que había escuchado acercarse. —Oye, avisa al jefe que hemos encontrado a un superviviente del pueblo. —Le ordenó a su compañero, el cual respondió con un monosílabo y salió corriendo.

—Ahora bien. Niña, ¿me harías el favor de salir de ese agujero? —Extendió su mano y me la tendió. Yo no me moví, simplemente seguí temblando de miedo mirándolo fijamente. Apenas era capaz de escuchar lo que había a mí alrededor. Me timbraban los oídos y el corazón latía tan fuerte que parecían campanadas anunciado el final. Un requien definitivo. —Tranquila, no te haremos daño.

Mentira. Todo lo que decía no eran más que mentiras. Pude notarlo sin siquiera escucharlo. Su postura, su mirada, incluso su voz, todo decía que aquel hombre mentía. Incluso una niña pequeña como yo podría saberlo, señal de que no era muy inteligente. En los tiempos que corren, una persona astuta sabría mentir mejor que aquello. Lo que quería decir que yo era más lista. Por un momento, me permití fantasear con la posibilidad de escapar, solo tenía que conseguir engañarlo de alguna manera. Mi instinto tomó el control de mi cuerpo y conseguí reaccionar. Me levanté rápido y al hacerlo golpeé sin querer los escombros a mí alrededor. La estructura en ruinas tembló y se levantó una cortina de humo.

El hombre tosió y se alejó un poco, sorprendido. Consciente de mi oportunidad no lo dudé dos segundos y con todos los esfuerzos que fui capaz de reunir salí corriendo de allí. Pero no fue suficiente. Él me alcanzó antes incluso de que me diera tiempo a salir de las ruinas. Me agarró por una correa del kimono que llevaba suelta y tiró de ella hacía atrás. Perdí el equilibrio y acabé golpeándome fuertemente contra el suelo de espaldas.

Intenté levantarme, pero él se me echó encima. Y entonces comencé a patalear inútilmente.

—Vamos, pequeña. Estate quieta. —Dijo mientras agarraba mi brazo y lo retorcía en una posición imposible.

Las lágrimas comenzaron a aparecer en mis ojos. Pero pese a eso seguí debatiéndome enérgicamente, aunque me doliese el brazo, pese a que estaba a punto de partírseme. Volví a caer al suelo bajo su peso después de un último intento por salir corriendo. Y entones lo vi. Apenas pude distinguirlo bien la primera vez debido a que tenía la los ojos empañados, pero justo delante de mí encontré un pedazo de cristal. No lo dudé y con la mano que tenía suelta lo agarré lo más firme que pude y lo clavé en el primer lugar que me quedó a mano, el cual resultó ser su brazo. El hombre gritó de dolor y aflojó su agarre por un segundo. Me solté con un movimiento brusco y sin dudarlo salí corriendo todavía con el cristal en la mano. Esta vez logré salir de la casa, pero al rato comencé a escuchar sus largos pasos correr detrás de mí. ¿Por qué demonios se empeñaba tanto en alcanzarme? Simplemente déjame en paz. ¿Sería por orgullo? ¿Porque una niña pequeña logró escapársele? Fuere lo que fuere no tardó en conseguirlo. Estaba cansada, mi cabeza daba vueltas y el estúpido kimono me impedía correr bien. Irremediablemente acabó alcanzándome.

En cuanto noté su mano a escasos centímetros de mi cuello me giré desesperada y clavé el cristal en su pierna. Él se retorció de dolor y cayó al suelo estrepitosamente. Por un segundo permanecí quieta mirándolo y respirando agitadamente, pero en cuanto fui consciente de mi propia libertad eché a correr.

Mi suerte no duró mucho más. El hombre del suelo comenzó a gritar llamando a sus compañeros y estos acudieron al rato en su ayuda. Por mi parte, y pese a lo que me gustaría reconocer, estaba completamente perdida en aquel pueblo fantasma.

Casi como una broma del destino, o más bien una venganza por todas las veces que me había salvado de la muerte por puro azar, volví a tropezar con el estúpido kimono. Maldije por lo bajo y traté de levantarme, y al hacerlo noté como la punta de algo afilado se clavaba contra mi espalda.

—No te muevas. —Dijo una voz desconocida a mi espalda.

Hice caso y permanecí arrodillada, sin embargo me giré lentamente y descubrí a otro hombre distinto al que acababa de dejar tirado en el suelo. Había desenvainado su katana y la mantenía apuntando hacia mi espalda. Al cabo de un rato llegaron los que parecían ser sus compañeros. Todos vestían la misma clase de ropa tradicional e iban igual de desaliñados que el primero.

—Jefe —Llamó uno mientras llegaba corriendo. El hombre que me apuntaba con su arma se dio por aludido y se giró hacia el otro soltando un gruñido. —Hemos encontrado a Saizo, está bien pero no puede caminar. Al parecer dice que la niña lo hirió.

El que parecía ser el jefe se giró de nuevo hacía mí. Yo había comenzado a temblar de nuevo, y cuando sus ojos oscuros se clavaron en mí sentí un escalofrío.

—Así que esta mocosa lo hizo… Oye, tú —Me llamó con voz fría. —Has herido a uno de mis queridos hermanos. ¿Cómo pretendes compensarnos eso?

—Jefe, es una niña pequeña, no nos sirve de nada. —Uno de los hombres se adelantó y colocó una mano en el hombro del otro. —Simplemente mátela y dejemos este pueblo. He oído noticias de que han visto al Kiheitai por esta zona y no sería recomendable encontrárnoslos.

—Espera. —Respondió sacudiéndose el hombro para quitar la mano de su compañero. —Quizá podríamos sacar algún beneficio si la vendemos a algún comerciante de esclavos. Al menos habrá servido para algo.

—¡No tenemos tiempo para eso!

El hombre desenvainó y apartó con un movimiento algo brusco a su jefe. Alzó el brazo, dispuesto a descargar sobre mí todo el peso de su katana, al tiempo que me miraba con unos ojos inexpresivos.

Asustada cerré los ojos. Y escuché el ruido del acero al chocar.

Cuando volví a abrir los ojos y miré lo que había pasado sentí una mezcla entre sorpresa y alivio, por lo cual, tiempo después y ya con la calma y serenidad de alguien que no está en peligro de muerte, me recriminé numerosas veces. No solo estaba viva, concepto que en los últimos días había llegado a confundir varias veces, sino que además de eso, la única razón por la que podía estar tan segura era porque, allí de pie, plantado entre mis pies y aquellos bandidos estaba él, el joven de cabellos plateados.

El hombre desconocido retrocedió un par de pasos asqueado y permaneció en posición de ataque, mientras que el joven envainó de nuevo su arma. Ni siquiera se había molestado en ponerse algo de abrigo pues seguía vistiendo el mismo kimono.

—Oye, —Dijo con tono monótono y aburrido. — ¿Se puede saber qué haces tirada en el suelo? —Me miró por encima del hombro. — ¿Sabes lo que me ha costado conseguir ese haori que llevas puesto? ¿Cómo te las has apañado para conseguir dejarlo en ese estado, eh?

No respondí, estaba demasiado sorprendida para hacerlo. ¿De qué iba? ¿Pensaba ignorar sin más al hombre armado que tenía delante?

—¡¿Quién demonios eres?! —Gritó uno de ellos. Parecían bastante enfadados ante la interrupción y casi todos habían reaccionado violentamente.

—Ah… bueno, verás. Es que esta niña lleva encima mi haori, al cual le tengo mucho cariño, y me gustaría recuperarlo antes de que lo convirtáis en un amasijo de jirones llenos de sangre.

Obviamente, esas palabras acabaron de crispar los nervios de los bandidos y provocaron que tres de ellos desenvainaran sus respectivas armas.

—Vamos, no hace falta que arméis tanto escándalo. No tengo la intención de pelear. —Dijo mientras se hurgaba la nariz.

Por un momento temí que me quitara la ropa y se marchara de nuevo, dejándome allí tirada. Sin embargo, no se movió de su sitio, sino que continuó mirando al frente con aquellos ojos aburridos.

—Maldito cabrón, sal de nuestro camino si no quieres que te matemos.

—Vaya, que violentos. —Volvió a mirarme por encima del hombro. — ¿Qué les hiciste para enfadarlos así?

Debo ser sincera y admitiré que en parte había sido mi culpa, pero también me habría gustado tener la fuerza para recordare que había sido él quien había acabado por colmar su paciencia con aquel carácter tan pasota.

—Esa mocosa ha dejado cojo a uno de los nuestros. —Gritó uno.

Desde su espalda pude ver como trataba de aguantarse la risa llevándose la mano a la boca.

—Hey, sois bandidos ¿no es así? ¿Está bien que una niña sea capaz de anular a uno de los vuestros?— Dijo ahogando la risa.

—¿Qué te parece tan gracioso?

—Nada, solo… pensaba en que había recogido a una niña realmente interesante. —Soltó un suspiro seguido de una carcajada. —Así que cojo, eh… ahora quiero saber qué fue lo que hizo. Muy interesante.

—¡Deja de burlarte de nosotros! ¿Acaso no ves la situación en la que te encuentras? ¿Pretendes enfrentarte a todos? Estás en desventaja numérica.

—Ya he dicho que mi intención no era pelear, ¿qué sois? ¿sordos? —Contestó arrogantemente. —Sin embargo, no voy permitir que me quiten la diversión ahora que había encontrado algo interesante…

—Maldito… —Gruñó el jefe.

El que parecía ser el líder del grupo pegó un grito y el resto que todavía no lo había desenvainado lo hicieron obedientes. Hicieron un corro alrededor nuestra, rodeándonos por completo y comenzaron a reírse por lo bajo.

Al verme atrapada comencé a asustarme y deseé con todas mis fuerzas esconderme en algún lugar.

—Hey, niña —Dijo —Levántate.

Obedecí. No era una situación en la que pudiera permitirme ignorarlo. Me levanté y me pegué instintivamente a sus piernas. En ese momento él desenvainó y de pronto recordé que aquel hombre no me había parecido un demonio por nada.

El ambiente cambió de golpe y una sensación agobiante se adueñó del aire. Aquella era la verdadera fuera de aquel hombre, comprendí. Tenía la capacidad para cambiar tanto de un segundo a otro, la capacidad para convertirse en un demonio.

No fui la única que lo notó. Por supuesto, los otros hombres también se dieron cuenta, algunos antes otros después, del instinto asesino que emanaba de él, de la increíble fuerza de aquel samurái. Comenzaron a dudar y de no ser por el grito que pegó su líder apelando a sus orgullos, la mayoría habría echado a correr en el mismo momento en que él dio un paso al frente y se puso en posición de ataque.

Cabe destacar que, aunque ninguno huyó, todos retrocedieron como mínimo un paso (siendo el propio líder el que estableció el record de hasta cinco pasos).

Cobarde, pensé mientras me escudaba tras la espalda del samurái y me aferraba a la tela de su kimono. La verdad es que me asustaba más el propio peliplateado que los bandidos, pero mi instinto de supervivencia me animó a buscar su apoyo. "Nunca desaproveches las oportunidades que se te dan. Si él está dispuesto a ayudarte no lo rechaces".

El joven no se movió, probablemente porque yo seguía aferrada a su pierna. Sin embargo, no tuvo problema para deshacerse fácilmente del primer atacante. Con un golpe rápido y certero lo desarmó y con el siguiente lo tumbó en el suelo, muerto.

No hizo falta mucho tiempo para acabar con la poca valentía, por no decir temeridad, que los mantenía aun allí. Al poco de caer el primero descubrieron que pese a tener la ventaja numérica no tenían ni la más mínima oportunidad de ganar. De hecho, no tenían ni la habilidad para conseguir tocarlo ni una sola vez. Comenzaron a temblar. En parte los entendía, pues yo también temblaba de miedo. Después de todo, aquel hombre daba miedo.

Al final, uno de ellos acabó por rendirse del todo y salió corriendo en dirección contraria. El resto no tardó en seguirlo pese a los gritos de su jefe, y finalmente incluso este se marchó, no sin antes lanza una mirada de odio hacia el samurái. Los más rezagados recogieron los cuerpos inconscientes, o muertos, de sus dos compañeros que había sido abatidos y al rato el pueblo volvió a quedarse nuevamente en silencio.

—Oye —Dijo al cabo de un rato —Ya puedes soltarme.

Sin darme cuenta había rodeado su pierna con los brazos y sollozaba contra su muslo, asustada y aterida por el frío que calaba mi ropa mojada. Tenía miedo a soltarme, un miedo aterrador a mirarlo directamente a los ojos, a que me matara si lo hacía.

Él chasqueó la lengua y se agachó. Yo no lo solté, al contrario, me aferré con más fuerza a él. Apoyó una mano en mi cabeza, lo que me hizo estremecer.

—Vamos, ya se han marchado. —Murmuró quedamente. —Suéltame.

Se encogió más hasta que estuvo a la altura de mi oído y susurró:

—No te haré daño.

Estaba tan asustada que tardé un rato en reproducir esas palabras, luego lo miré sorprendida. Él sonreía dulcemente, con una expresión realmente sorprendente. Un verdadero demonio no debería poder sonreír así. Un verdadero demonio no debería poder convertir aquella voz tan grave y profunda en algo tan relajante como aquellas palabras.

Removió mi cabello con dulzura y se inclinó aún más sobre mí.

—No tienes que tener miedo. Ya lo dije ante, ¿no es cierto? Eres demasiado interesante como para dejarte marchar. Además, te he salvado la vida dos veces, ahora estás en deuda conmigo. No creas que vas a poder librarte de eso tan fácilmente. Un verdadero samurái devuelve los favores. —Aquella clase de lógica no acababa de cobrar sentido. Para empezar, yo no era un samurái. Sin embargo, había algo en sus palabras que me hacían querer confiar en él. —No te preocupes, ya no estás sola. No dejaré que estés sola nunca más.

No estoy segura de qué clase de expresión tuve en aquel momento. ¿Incredulidad? ¿Asombro?... ¿alegría? Quién sabe… lo único que sí sé es que me eché a llorar de nuevo. Recuerdo que fue él quien limpió mis lágrimas mientras entornaba los ojos y me miraba fijamente. Estaba feliz. Aquel joven acababa de decir las palabras que yo siempre había querido escuchar. "Ya no estás sola" ¿podía creer en eso? ¿Podía creer en él? Estaba hablando con un hombre capaz de convertirse en un monstruo, un hombre capaz de matar sin variar la expresión de hastío de sus ojos.

—¿Por… qué…? —Murmuré entre sollozos.

—"Por qué" preguntas… porque sería un verdadero desperdicio abandonar a una mocosa tan interesante. Además, no puedo dejarte ir hasta que me hayas devuelto mi haori, y tiene que estar igual de limpio que al principio, así que más te vale lavarlo a conciencia. Tal y como lo veo, necesitarás muchos lavados para conseguir eso. —Se levantó y me tendió una mano. —Vamos. Si continuas más tiempo con esas ropas mojadas te resfriarás.

Dudé un poco, pero al final agarré su mano con fuerza, y al hacerlo, comprendí que estaba confiando en él, que había decidido creer en él y en sus palabras. Me di cuenta de que le estaba entregando mi vida. A partir de aquel entonces, todo dependía de él. Si decidía matarme, entonces lo haría, si ese era el caso ya no había nada que hacer. Morí en el preciso instante en que tomé su mano. Sin embargo, si él decía la verdad y no planeaba hacerme daño, entonces sobreviviría. Estaba segura de ello. Lo había visto luchar, aquel hombre no perdería contra nadie.

Aquel samurái de cabello plateado se convirtió con un simple apretón de manos en mi salvador y mi verdugo, y lo único que separaban ambas eran sus palabras, o más bien, la veracidad que había en ellas.

Agarró mi mano con fuerza y echó a andar de nuevo hacia el Ryokan, tirando de mí. Durante el camino estuve todo el tiempo observando su espalda. Tan ancha y fuerte. Realmente podía llegar a sentirme a salvo tras él.

—Hey —Llamó de pronto sin detenerse. —¿Cómo te llamas? Es demasiado molesto tener que decirte "tu" todo el rato.

Quedé un rato en silencio. Ya le había dicho mi nombre a Kurokono-san, así que no tenía mucho sentido mentirle a él. Después de todo, acabaría enterándose de todas formas.

—Akari —Respondí con un hilo de voz.

—Hum… — No dijo nada más, así que clavé mis ojos en él, hasta que comenzó a sentirse observado y dirigió su mirada hacia abajo. — ¿Qué? ¿Quieres que diga algo? A ver… oh, sí, es un nombre precioso.

Idiota, pensé, y apreté su mano más fuerte.

—¿Ah? ¿No es eso? Vamos… es demasiado molesto adivinar qué estás pensando. ¿Puedes hablar, no es cierto? Pues hazlo.

Aun me dolía la garganta cuando hablaba, así que no pensaba hacerlo. Volví a mirarlo fijamente.

—¿Podría ser… que quisieras que te diga mi nombre? —Asentí levemente. Había tardado más de lo que había pensado en adivinarlo. —Solo eso, eh… eres una niña retorcida. Hace un momento estabas moqueando contra mi pierda y ahora tienes ese comportamiento tan arrogante… realmente interesante, pero se hace un poco molesto.

Volví a apretarle la mano. Él calló y me miró en silencio.

—Sakata Gintoki. —Dijo al final. —Asegúrate de no olvidarlo.

Asentí y seguí caminando agarrada de su mano.

En medio del camino me tropecé en el barro y habría caído de nuevo al suelo de no ser porque él me sujetó. Tiró de mi brazo hacía arriba y me levantó cuan alta era del suelo, dejándome colgada en el aire.

—Eres realmente patosa. —Comentó.

Refunfuñé y me solté de su mano, cayendo al suelo y dándole la espalda.

Sin previo aviso y al contrario de echar a caminar sin más como yo me esperaba, él se volvió a agachar a mi lado y, agarrándome por ambos costados bajo los brazos, me levantó y sin problemas me sentó sobre sus hombros.

Al principio me revolví asustada, hasta que logré acostumbrarme a la altura y me aferré a su cuello fuertemente.

—No te agarres tan fuerte que vas a estrangularme.

—Bájame. —Murmuré.

—Así iremos más rápido. No seas quejica y estate quieta. Hay que ver qué carácter tienes. ¿Acaso ya no te doy miedo?

Siendo sincera, no. En el momento en que agarré su mano comprendí que ya no había nada que pudiera hacer, así que no tenía sentido tenerle miedo. Había decidido que confiaría en él. Además, él mismo lo había dicho: estaba en deuda con él. Me había salvado de los bandidos, y por sus palabras también podía suponer que fue él quien me sacó del campo de batalla. Si quería pagárselo no podía permitirme la timidez. Es cierto que yo no era un samurái, tan solo una mocosa de siete años, pero también tenía mis principios y mi orgullo, y estaba dispuesta a pagarle la deuda, aunque tuviera que convertirme en un samurái en el camino.

Lo que ocurrió aquel día en aquel valle sería conocido tiempo después como la masacre de los Oni. Aun creo que no podría tener mejor nombre, después de todo, lo que combatió allí aquel día no eran humanos, sino monstruos. Verdaderos demonios.

Yo sobreviví a aquella batalla. Era una idea tal irreal que incluso a veces llegaba a dudarlo. Sin embargo, él siempre estuvo allí para recordarlo. Era imposible olvidar que estaba viva mientras no perdiera de vista su resplandeciente cabellera plateada. Porque se lo debía. Mi vida, mi libertad y mi futuro. Se lo debía absolutamente todo.


Estoy pensando en una posible continuación, pero de momento esto acaba aquí.