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El gran y talentoso científico Connor Wells agarró su cabeza entre sus manos en forma de estrés jalando unos mechones de cabello color blanco gracias a las canas, no lograba que su experimento funcionara como debería ser, no sabía que había echo mal, tal vez ¿había calculado mal las meditas del sodio?, ¿había puesto mucho titanio ésta vez? ¿Qué había echo mal? Había estudiado sus raciones hace más de 8 año, y nada había salido como lo imaginaba, como él había pensado que saldría todo.

Se levantó de su silla en el oscuro escritorio, la luna si que brillaba esa noche de invierno en Texas, ese frío para nada peculiar hacía estremecer su piel a pesar de su bata abrigadora que traía puesta. Se paró, atravesó la puerta y caminó por el pasillo hasta la última puerta, una puerta vieja de madera, con rasguños y manchas de sangre; agarró el pomo de la puerta y la giró, el cuarto de experimentos le dio la bienvenida. El cuarto era complementa distinto a como parecía desde afuera, por dentro era luminoso, con muchas lámparas alumbrando todo, cada rincón; cámaras de vigilancia atentas y encendidas las 24 horas del día, había un vidrio con controles en frente y al otro lado de eso había un tipo en una silla, amarrado de brazos hacia atrás, su boca estaba cubierta con una cuerda ancha blanca; intentaba gritar y liberarse del agarré, tenía gotas de sudor bajando de su cabello y recorriendo su rostro.

El científico agarró la tabla de apuntes que estaba sobre el centro de control, miró sus apuntes y luego al sujeto de experimentos, ¿qué diablos había echo mal? Tan solo unas semanas atrás el sujeto estaba levantando sus plaquetas y parecía que su medicina había dado efecto y estaba todo perfecto para firmar el contrato con el presidente y con todas las farmacias y doctores de todo Estados Unidos y de un día al otro el sujeto empeoró y parecía que iba a morir. ¿Qué estaba haciendo mal?

–Dr. Wells, el doctor Derek Shell, de Alemania, está al teléfono.– habló su confiable y mejor asistente que tenía, el joven Cameron Tanner, su mano derecha en todo.

–Perfecto, Cameron, pasámelo.– el joven con lentes enormes asintió.

–Tome el teléfono.– dijo él antes de irse cerrando la puerta al final.

El doctor Wells agarró el teléfono que estaba a la izquierda de él y esperó unos segundos antes de hablar. –¿Hola?

–Doctor Connor Wells,– se oyó su voz desde el otro lado. –me sorprendió mucho que mis muchachos que avisaran de su desprevenida invitación a llamarle.

–Me he enterado que usted es uno de los más grandes científicos en Alemania, por eso he decidido contactarlo para hacerle una propuesta interesante, la cual lo beneficia tanto a usted como a mí.

–Me gustan las propuestas interesantes, espero que la suya sea una de ellas así como usted mismo lo ha dicho.

–Y lo es, por supuesto.

–Dígame, doctor Wells soy todo oídos. ¿En qué, humildemente yo, puedo servirle?

–En estos último años, en estos 20 años de hecho, no sé si usted ya se ha enterado, se ha desatado una terrible enfermedad en todos los países orientales y en pocas partes del occidental del planeta, en las partes menos pobladas a decir verdad.

–Oh, por supuesto que sí estoy enterado de ella, ha atacado a una parte de este país, a los barrios más pobres y ya se a cobrado la vida de muchos de nosotros, pero, ¿a qué se debe su mención? ¿Está usted interesado en erradicarla?

–Es claro que sí, el presidente me ha pedido que elabore una medicina que ayude a combatirla, pero hay ciertos problemas con la fabricación de la cura, cada vez que he hecho una pastilla, un suero y se lo he dado al sujeto de prueba, él reacciona de forma positiva y muy sana las primeras horas de su ingreso a su cuerpo,– dobló la puerta hacia el sujeto de prueba. –pero luego desaparece y lo deja peor. ¿Podría usted venir a América y ayudarme con la cura?

–Me parece una gran idea todo eso que usted está haciendo por la humanidad y por las futuras generaciones, lo apoyaré.

–Muchas gracias, Dr Shell. El mudo estará agradecido con usted.

–Es un honor. Le diré a mi mano derecha que nos prepare la avioneta a mí y a otros de mis mejores asistentes de científicos que tenga a mi disposición, iremos lo más pronto posible, en unos días estaremos hallando la cura para esa diabólica enfermedad.

–Me parece una gran idea, mil gracias. Serán muy recibidos aquí, le diré al presidente para darles el permiso de aterrizaje apenas sean localizados o pidan permiso para aterrizar.

–De acuerdo. ¿Su ubicación exacta, doctor Wells?

–Washington DC, pero el presidente me ha dado un laboratorio en Texas donde está mucho mejor equipada con laboratorios y cuartos de experimentos, le diré a uno de mis que le dé la ubicación exacta del lugar.

–Me parece bien. Bueno, nos veremos en unos días, doctor Wells, fue un gusto hablar con usted.

–Igualmente, Dr Shell, nos vemos. – el científico apartó el teléfono de su oreja y colgó.

Sólo esperaba que el doctor Shell tuviera las respuestas para ayudarle con su suero para curar ésta extraña enfermedad...