CAPÍTULO 1
Sola dentro del carruaje en movimiento, se preguntaba una y otra vez sí este sería un paso en realidad inteligente. Sentía temor, Edmund Burton era en definitiva un buen prospecto: rico, con clase, tras de él ocho generaciones de escoceses vinculados a la nobleza, atractivo e inteligente. Entonces, por qué dudaba, por qué su corazón latía atemorizado al pensar en su incipiente matrimonio.
Su madre estaba más que complacida, no habría en el mundo ningún otro hombre que mereciera más ser el esposo de su hija, ya que entre otras cosas, aseguraría el abolengo y fortuna de la familia.
Ella se sentía sofocada y frustrada, aun así estaba completamente segura de dar este paso, el amor nunca había sido su prioridad, y sí bien no amaba a Edmund, él si la amaba a ella, y sobre todo, él podría darle todas las demás cosas que la hacían feliz, así que en definitiva la decisión estaba tomada.
El carruaje se detuvo, el chofer le ofreció la mano y le ayudó a descender —Bienvenida querida Eliza— la saludó cariñosamente Elroy Andley.
—Hola tía abuela— Correspondió Eliza melosamente el saludo —¿Cómo estás?— Agregó mientras paseaba su vista por el jardín —Veo que aún debes esforzarte en lidiar con ciertos personajes indeseables— Sonrió despectiva al ver con desprecio a Candice White entre los rosales.
Elroy frunció los labios con impaciencia y puso sus ojos en blanco mientras invitaba a Eliza a seguir a la mansión. La joven la siguió al instante, instalándose en la salita de té, de inmediato el personal de servicio las atendió con té, limón y galletas. Enseguida, Elroy dio inicio a la obligada conversación acerca de su futuro matrimonio y la planeación de su fiesta de compromiso.
Eliza le ordenó a su cerebro que flotara por la habitación, el tema no era de su agrado, después de todo este asunto era un buen negocio, una afortunada oportunidad, pero de ninguna manera era un evento que le causara emoción o del que quisiera seguir hablando con su madre o su tía abuela, reservaba este tipo de conversaciones sólo para hacer alarde frente a personas inteligentemente escogidas, con el único motivo de dar satisfacción a su orgullo.
Largo rato, y después de haber agotado las opiniones acerca de cintas, crepés y pastelillos, su tía se decidió a dejarla sola y atender sus propios asuntos. Ansiosa, Eliza se dirigió a los rosales para verter toda su frustración sobre la odiosa rubia mojigata que embadurnaba sus manos de tierra.
Al llegar movió con gracia su cabeza, sacudiendo delicadamente sus bellos bucles rojizos y miró a Candy de pies a cabeza con toda la arrogancia que le fue posible expresar —¿Qué haces aquí? ¿Aún no logras perdonarte por la muerte de Anthony?— La aguijoneó malévola con la clara intención de lastimarla.
El sol en su cenit hacía brillar como a un furioso rubí el cabello de Eliza, Candy suspiró y la miró fijamente, se negaba a responder y caer en sus provocaciones, así que simplemente continuó podando las rosas. Con lo que la frustración de Eliza no podía más que seguir en aumento, el silencio de Candy la impacientaba, el sol inclemente provocaba que las aperladas gotas de sudor sofocaran su frente y no lograba pensar con claridad, el estrés de las últimas semanas le nublaba el pensamiento.
Decidida caminó hacia Candy y la tomó fuertemente por el brazo —Te he hecho una pregunta miserable huérfana, ¿Qué te hace pensar que no estás en la obligación de responderme?— Le exigió Eliza en un agitado murmullo.
Candy continúo en silencio mirando confundida a Eliza, pero decididamente, perdiendo la paciencia.
—¿Eh…? ¡¿Eh?! ¿No vas a contestarme?— Le preguntó apretando con su mano el brazo de Candy sin resistirse a sacudirla, al tiempo que apretaba los dientes enfurecida.
—¡Suéltame!— Se soltó Candy crispada —No tengo nada que responderte, ni tengo ninguna obligación contigo—
Y entonces el rostro de Eliza se volvió con brusquedad, batiendo sus cabellos al sobresaltarse por la profunda voz masculina que se escuchó alta, encolerizada y dominante —¡Deja en paz a Candy!—
Eliza le dirigió una agresiva mirada a Archie, hubiera querido saltar sobre él y molerle la cara a golpes por su insolencia.
—¿Hasta cuándo seguirás con este estúpido juego de amedrantación y maltrato?— Rugió Archie clavando sus ojos furiosos en ella.
La ira enmudeció a Eliza los siguientes segundos, mientras sus ojos se dedicaban a despellejar a Archie por atreverse a gritarla frente a la insignificante huérfana, él mientras tanto, le sostuvo la mirada con igual agresividad hasta que se giró y centro su atención en la rubia. Luego, Archie y Candy le dieron la espalda, recogieron las herramientas de jardinería y caminaron hacia la mansión.
Eliza se quedó inmóvil respirando agitadamente, con la furia arremolinándosele en la garganta.
De repente, Archie se detuvo, se excusó con Candy asegurándole que estaría de vuelta con ella en un momento, giró sobre sus talones y caminó rápidamente en dirección al lugar donde aún se encontraba Eliza.
—No la molestes más ¿No crees que ya ha sido suficiente? ¿No te han bastado diez años de maltratos?— La cuestionó Archie, luego se acercó lo suficiente como para que ella pudiera escuchar su airado susurro —Si insistes en estos atropellos te las verás conmigo, tendrás que enfrentarte a mí, te cobraré una a una las consecuencias de tus actos—
Sin poderse controlar, Eliza estalló en gritos —¡¿Acaso crees que me asustas Archibald?!— Su pecho se había agitado sacudido por la ira, los mechones de su pelo rojo le invadían el rostro con sus agitados movimientos, y su mirada se hacía endiabladamente felina y amenazante, al tiempo que endurecía sensualmente sus facciones con arrogancia.
—Mira Eliza, será mejor que— Archie se detuvo quedando en silencio repentinamente, sin previo aviso la imagen de Eliza, altiva y alterada lo había poseído, no podía dejar de mirar sus endemoniados ojos claros brillando con enojo. Se obligó de inmediato a abandonar aquellos extraños pensamientos, sacudiendo su cabeza repetidas veces —…lo mejor es que la dejes en paz…— Y entonces, Archibald se marchó de allí tan rápido como si estuviera huyendo del mismísimo demonio.
—¡¿Pero quién diablos se ha creído para hablarme de esta manera?!—Gritaba Eliza en silencio, frustrada, y aún entre confundida y enfurecida por la insolencia de su estúpido primo. Frente a ella, su prometido, Edmund, le hablaba y alababa incesantemente, ella eventualmente le sonreía y no hacía otra cosa más que responderle con monosílabos.
—¿Te encuentras bien querida?— Preguntó Edmund.
—¿Eh…? Claro que sí Ed… Sólo… Sólo estoy algo cansada, nada de lo que tengas que preocuparte— Le respondió Eliza con una dulce sonrisa.
—Todo lo contrario, claro que me preocupo, ahora mismo vete a descansar por favor— Se le acercó Edmund acariciándole las manos —Yo debo volver a la oficina— Se inclinó y la besó en la frente —Te veré mañana en la cena de presentación— Finalizó Edmund, levantándole la barbilla y besándola, luego dejó la casa Leagan.
Eliza se sentía aliviada, en verdad deseaba estar sola. En cuanto Edmund se marchó, subió a su cuarto, soltó su cabello, se desnudó y se metió en la cama, adoraba dormir desnuda, le parecía divertido y sólo así descansaba plenamente. Un par de horas después y aún bajo las cobijas, no conseguía conciliar el sueño, absurdos pensamientos seguían atizando sus nervios, no conseguía explicarse qué diablos le ocurría ni por qué, luego de tantas horas, aún no lograba sacarlo de su cabeza. Pensaba incesantemente en Archie, en lo cautivante que le resultaba el color de su cabello, que bajo el sol de mediodía pareció haberse mimetizado con el color de sus ojos, brillando como miel caliente.
Siempre había sido consciente de lo atractivo que era Archie, pero jamás le había interesado en lo más mínimo, aún menos cuando se había comprometido con una mujer tan débil y mojigata como Annie Brighter. Eliza tenía la convicción de que las personas podían ser perfectamente juzgadas en razón de su círculo social más cercano —Dime con quién andas…— Susurró Eliza en la obscuridad de la noche. Y Annie no decía nada bueno de Archie.
Aun así, la altanería en las palabras y gestos de Archie la habían retado frontalmente, la seguridad en sus amenazas había causado en ella un efecto que aún no estaba segura de poder comprender, y aunque no lo descifrara aún, Archie la había seducido con su insolencia.
Archie tampoco podía dejar de pensar en Eliza, en el sofá del estudio, recostado y con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón, intentaba encontrar una explicación a las sensaciones que Eliza le estaba provocando mientras invadía una y otra vez sus pensamientos. Su arrogante prima pelirroja se había hecho mujer sin que se percatara de ello, Eliza era detestable cada vez que se lo proponía, la había odiado un par de veces, pero ese día mientras discutían entre los rosales, la había hallado irresistiblemente hermosa, sin embargo, no le atraía de una manera convencional, Eliza le suscitaba emociones y sensaciones poderosamente físicas y hasta ahora, desconocidas para él.
Durante la cena de presentación de los nuevos novios, Archie y Eliza no pudieron eludir la necesidad de buscarse una y otra vez con las miradas. Se observaban el uno al otro con soberbia y desdeño, decididos en ocultar el creciente deseo que sentían, y que definitivamente, ya no estaba bajo el control de ninguno de los dos. Nadie en el comedor pareció percatarse de sus descaradas miradas. Archie se encontraba sentado a la derecha de Albert en el extremo superior de la mesa, y diagonal a él se encontraba Eliza, se miraban insistentemente sin dirigirse palabra alguna y sin disimular ni por un segundo la batalla que libraban sus ojos.
–No voy perder el control– pensó Eliza posando los ojos en su filete.
Iba a hablarle, no era como que el hombre la hubiera vuelto una idiota—¿Podrías alcanzar el aderezo por mí, Archie? — Le pidió Eliza con petulancia.
Archie la observó detenidamente, sabía lo que aquello significaba, le demostraba que ella era superior, que ella tenía el control. Así que no pudo resistirse a seguir su juego, retarla y molestarla en el camino —Claro que si Eliza— Luego se dirigió a su prometida —¿Tú quieres un poco?— Le preguntó en un seductor murmullo lleno de secreta intimidad, Annie le sonrió y recibió el pequeño contenedor de delicada porcelana.
Eliza al instante se encolerizó con su nueva insolencia, tomó la servilleta de sus piernas y la posó suavemente sobre sus labios, al tiempo que agudizaba mirada y levantaba una de sus cejas comunicándole su irritación, pero dejando por sentado que ella reiría al final. Archie no pudo soportar aquella orquesta de sensuales y sutiles gestos, sus perfectos modales encubriendo sus descaradas maneras. Lo excitaba su desfachatez, y en ese justo e inoportuno momento, una traidora erección brotó entre sus pantalones. Respiró hondo, recibió de las manos de Annie el aderezo de vuelta y se lo cedió a Eliza.
A ella le latía el corazón agitado por la ira, la había humillado, la había menospreciado de nuevo frente a una huérfana del Hogar de Pony.
Durante el resto de la cena, Eliza mantuvo su mirada puesta sobre Edmund, evitando las miradas que Archie le hacía sin descanso. Una vez terminaron el café, los asistentes se dispersaron, Edmund se agrupó con su padre y sus tíos para hablar de negocios, las mujeres se marcharon al salón azul y Archie se dispuso en camino hacia el estudio y cerró la puerta tras de sí mientras Eliza lo seguía en silencio.
Ella abrió la puerta y la aseguró con llave, Archie se giró de inmediato sobresaltándose con la presencia de la pelirroja. La habitación se hacía pequeña a su alrededor, podía sentir como la temperatura se elevaba.
—¿Qué haces aquí Eliza?— Le preguntó con rudeza.
Ella lo miró fijamente —¡¿Cómo has podido ser tan insolente y humillarme de esa manera tan grotesca en la mesa?! ¡Sé de sobra que tu estúpida novia no te pidió nada!— Le dijo Eliza enfurecida.
—No sé de qué me estás hablando— Respondió Archie despreocupado mientras le daba la espalda y tomaba uno de los libros de la enorme biblioteca.
Eliza sintió hervir su sangre ante la indiferencia de Archie, caminó deprisa cruzando el estudio y deteniéndose y se detuvo a menos de un par de pasos del lugar donde Archie estaba dándole la espalda —¡Exijo que te disculpes ahora mismo, esta era mi cena, esta es mi noche, discúlpate!— Le demandó Eliza.
Archie volteó desprevenido para encontrarse a Eliza tan cerca de su propio cuerpo que no pudo evitar estremecerse, por un momento creyó perder el control —No tengo ningún motivo para disculparme— Se inclinó hacia ella remarcando sus palabras con enfado —Yo no he hecho nada malo muchachita caprichosa, ahora vete, no creo que nadie vea con buenos ojos que tú estés aquí— Se detuvo y tomó un respiro con impaciencia —En esta habitación, encerrada con llave y con un hombre a solas— Le dijo casi pegando su rostro al de ella.
Eliza lo observó frustrada, tomó aire profundamente y acomodó su cabello dejando que su dedo índice jugueteara ensortijando uno de sus rizos —No tengo nada de qué preocuparme— Dejó suspendida aquella frase en el aire —De hecho, nadie tiene nada de qué preocuparse— Lo miró a los ojos y le sonrío maliciosamente —De seguro tienes la imaginación y el ímpetu de tu santurrona prometida— concluyó Eliza.
En un rápido movimiento y con la mirada llena de furia, Archie tomó a Eliza por los hombros y la estrelló con fuerza contra una de las columnas de madera que sostenían los inmensos estantes en los que reposaban los libros —¡No tienes la menor idea de quién soy! ¡No te metas con Annie!— le gritó Archie con enfado tan sólo un par de centímetros del rostro de Eliza.
Eliza tembló asustada, y no porque sus decididas palabras hubieran conseguido amedrentarla, no, no era sólo eso. Sus movimientos, su cercanía y su aliento la habían excitado tanto que en ese mismo instante supo que no tendría nunca más control sobre ella misma mientras estuviera junto a él.
—¿Quién eres Archibald? ¿Quién eres y de qué eres capaz?— Le preguntó Eliza con la voz agita.
Archie se le acercó aún más y bajó su cabeza hasta estar casi pegado al rostro de Eliza, percibía con increíble sensibilidad como las largas pestañas de ella le acariciaban las mejillas cada vez que ella descendía su mirada para observarle con descarada fijación los labios, su falo erecto le exigía cosas indecibles, nunca en su vida había sentido tanta premura como en aquel momento. Apretó sus manos contra la madera y tensó sus brazos enjaulandola e impidiéndole moverse del lugar en donde la había dejado, confundido se pasó la mano derecha con desespero varias veces por el cabello, excitando a Eliza inadvertidamente.
—No te incumbe saber quién soy— Respondió Archie al fin —Y créeme en verdad cuando te digo que no quieres saber de qué soy capaz… de qué soy capaz ahora mismo—
Eliza suspiró excitada, luego sonrió malévolamente —De nada, no eres capaz de nada— Lo provocó.
Archie la miró incrédulo, preguntándose qué demonios se proponía, luego, sencillamente dejó de pensar —¿Eso crees?— La atizó mientras le rozaba con los suyos los labios a Eliza.
Ella temblaba inmersa en aquel torbellino de deliciosas sensaciones —Las palabras se desvanecen en el aire Archie, lo que cuenta son las acciones— Agregó agitada.
Archie rozó con su lengua los labios entreabiertos de Eliza, regodeándose en la dulzura ardiente de su aliento —¿Qué clase de acciones, niñita engreída?—
Eliza inclinó suavemente su cabeza, se acercó, abrió un poco más su boca y mordió con decisión y fuerza el labio inferior de Archie —Este tipo de acciones— Le susurró en la boca.
Archie gimió profundo, lo había mordido con la fuerza suficiente para causarle dolor y seguramente hacerle daño, pero aquel riquísimo mordisco sólo había conseguido endurecerlo más, enloquecerlo aún más, dejándolo sin palabras.
Eliza lo contemplo complacida.
Entonces él no pudo contenerse más, la tomó con fuerza por las muñecas obligándola a levantar los brazos y apretándola contra la columna. Estrujó su cuerpo contra el de ella, y Eliza fue consciente de la provocadora erección de Archie, sin poder remediarlo, de su garganta se escapó un gemido de placer ante aquel delicioso descubrimiento. Sin más vacilación él se abalanzó sobre ella y la beso con deleite, sin dilaciones, Eliza le respondió locuazmente, imponiéndole un ritmo enfebrecido y voraz, haciéndole desear más y más de ella.
Archie se detuvo buscando recobrar el aliento y el control, pegó su frente a la de ella y sacando su lengua, le lamió los labios con impertinencia —Besas realmente bien— Jadeó.
Eliza recorrió con sus dedos los enrojecidos labios de Archie mirándolos con nada disimulado antojo —Lo sé—Respondió perdida en su boca.
Con una última mirada salvaje, ella retomó el beso e introdujo con celeridad y calculada precisión su lengua en la boca de Archie. Su deleite en los labios de Eliza no hacía más que enloquecerlo un poco más a cada segundo, lentamente bajó su mano recorriendo con ella el blanco y delicado brazo de Eliza, que continuaba levantado, mientras él mantenía capturadas sus muñecas contra la madera. Gozando de su suave piel, continuó su descenso, acariciando con ardor el contorno de su cuerpo y la redondez del borde de su pecho izquierdo. Se detuvo en su cintura y la apretó, la estrujó contra él, jamás pensó que sería posible sentir tanto placer con la simple dicha de recorrer con sus manos el cuerpo de una mujer.
Eliza enlenteció el ritmo del ardiente beso, dándole breves besos sobre las comisuras de sus labios mientras le susurraba perversa —Suficiente, suficiente por hoy—
—¿Qué quieres decir? ¿Te acobardaste Eliza?— La pinchó Archie, intentando ocultar su decepción.
—¡Yo jamás me acobardo! Sólo te besaré cuando se me antoje, las decisiones las tomo yo Archibald, sólo yo— Respondió Eliza al tiempo que se acomodaba el vestido y sin vacilaciones abandonaba el estudio.
Archie se quedó allí solo, con una sonrisa en los labios, fascinado con la altivez de la pelirroja, su orgullo desmedido lo enloquecía, pero nada se comparaba con aquel apasionado beso. Se dirigió a la puerta decidido a no pensar más en aquello, no había nada que reflexionar, nada de que arrepentirse, no permitiría que la culpa le arruinara aquel perfecto momento.
En el recibidor todos se preparaban para marcharse, algunos ya se estaban despidiendo. Eliza se encontraba al lado de Annie agarrada del brazo de Edmund, Archie se aproximó lentamente, aquella situación era demasiado extraña y de alguna manera peligrosa.
—¿Dónde has estado Archie? Hace un momento Eliza me ha preguntado por ti y no he sabido que decirle, te desapareciste de repente— Lo escrutó Annie impaciente.
Archie observó incrédulo el perverso gesto de Eliza, que levantaba las cejas exigiendo una respuesta —Estaba en el estudio— Contestó Archie en voz baja dirigiéndose sólo a Annie.
—Me lo imaginé, por eso no quise interrumpirte— Le sonrió Annie, entonces entrecerró sus ojos para luego mirarlo con algo bastante parecido al horror —¡Pero Archie ¿Qué te ha ocurrido? ¿Qué le pasó a tu labio? Está hinchado y morado!—
– Ehmm… Eh…— Balbuceó confundido —Me he mordido por error hace un rato… es todo Annie, nada que preocuparse— Consiguió responder Archie.
Annie se acercó a él para examinarle la boca, cuidándose de que nadie pudiera mirarlos y malinterpretar su cercanía. Mientras tanto Archie miraba enojado a Eliza, y ella descarada, le dedicaba una mirada seductora, sonreía abiertamente y contemplaba triunfante la marca que había dejado sobre los labios del Archie.
Al día siguiente Archie no estaba completamente seguro de que había ocurrido en el estudio, aquello parecía haber sido una experiencia surrealista, definitivamente no se lo había esperado, fue algo que jamás, ni en sus más locas fantasías había contemplado. No obstante, aquel encuentro había lindado con lo sublime, si había algo de lo que estaba completamente seguro, era que Eliza Leagan le había dado el mejor beso de su vida, y aquello prometía. Prometía mucho.
De vez en vez, se preguntaba si acaso debería sentirse culpable o si aquello había sido un acto infiel dado su compromiso con Annie, pero había sido tanto el placer, que Archie consideraba que dicho encuentro estaba por encima de muchas otras cosas, por tanto no se constituía en una infidelidad, era más bien una deliciosa aventura que jamás planeó y que por esa misma razón le daba la oportunidad de disfrutarla por completo, sin ninguna clase de remordimiento.
Él y Annie habían compartido besos en dos ocasiones, la primera alentada por él, porque, demonios, le encantaba besar, y Annie le gustaba lo suficiente como para haberse sentido tentado por sus labios, así que la besó, con delicadeza y con toda la ternura que la morena le inspiraba, y además con todo el ánimo seductor que siempre llevaba consigo. Él era un seductor nato, un hombre sensual con una energía sexual que lo orbita todo el tiempo, y con necesidades que se enfrentaban continuamente con su moralidad.
Y aquello había sido percibido por Eliza, se percató de ello la tarde en los rosales, y desde su encuentro en el estudio, estaba completamente resuelta a disfrutar de las dotes y talentos sensuales del deliciosamente atractivo Archie. Aquel beso había sido la experiencia más poderosamente erótica de su vida, besar a Archie era como disfrutar de una perfecta pareja de baile, absolutamente acoplado, fuerte pero pausado, rápido pero delicado, Archie tenía aquel magnetismo sexual que Eliza siempre esperó hallar en un hombre, una contraparte capaz de enloquecerla, un hombre en verdad capaz de complacerla.
Bajo un acuerdo tácito y sin palabras, los dos estaban seguros de querer repetir lo ocurrido aquella noche, e inclusive llevarlo más allá. Tras varios intentos fallidos de lado y lado, en los que, tanto Archie como Eliza se esforzaron por encontrarse y quedarse a solas, pero sus respectivos prometidos no se alejaban de ellos, dificultándoles notoriamente su objetivo, así que se decidieron a disfrutar de lo que les fuera permitido en compañía. Los pocos encuentros eran aprovechados para jugar dentro de un intenso coqueteo que al parecer, sólo ellos dos podían comprender.
—¿Quieren tomar el té con nosotros?— Les preguntó Eliza.
Archie la observó quisquilloso —Me parece bien, gracias— Respondió con algo de titubeo.
Entonces, todos se dirigieron a la salita de té y esperaron en silencio a que les fuera servido.
Después de las dos tazas protocolarias, Edmund y Archie conversaban animadamente de negocios, Eliza miraba con desprecio a Annie, haciéndola sentir cada vez más incómoda. Luego de casi cuarenta infernales minutos, Annie se resolvió a dirigirse al piano, empezar a tocar e intentar ignorar a Eliza, cualquier cosa estaría bien para evitar la punzante mirada de la pelirroja, que apelaba a todas sus inseguridades. De inmediato, Eliza sonrió triunfante y se sintió más cómoda, Edmund sonriéndole fue hasta ella y la besó dulcemente en la frente, y disculpándose salió a fumar su cigarro.
Archie por su parte, continuó sentado frente a Eliza pero con la mirada puesta en Annie, obligando a Eliza a desesperarse por su atención. Al final le habló con fingida indiferencia —¿Dolió?—
Archie volteó lentamente la cabeza, haciendo un gesto que delataba que estaba esperando que ella digiera algo parecido para dar rienda suelta a toda la tensión sexual que parecía crepitar en el salón, luego frunció el ceño.
—Tu labio— Aclaró Eliza
—No— Le respondió con la voz ronca
—¿Y cómo sigue?— Siguió Eliza —Tu labio— Volvió a decir.
—Ya se recuperó completamente ¿No te parece una lástima?—
Eliza sonrió mientras miraba hacía el suelo y extendía el arco de sus parpados en un gesto absolutamente seductor —Es bueno saber que se ha recuperado, sin embargo, no creo conveniente que vuelva a correr peligro, no queremos que sus grandiosas facultades estén en riesgo ¿Verdad?— Le dijo mordiéndose el labio mientras amortiguaba media sonrisa.
—Grandiosas facultades— Saboreó Archie las dos palabras —Entonces lo tienes en buena estima… No debes preocuparte, no corre ningún riesgo… Te aseguro que además— Se inclinó en su dirección —En tu presencia siempre hará más que su mayor esfuerzo—
—Eso espero— Susurró Eliza llevando su fría taza de nuevo hasta la boca.
Más tarde ese mismo día, Ágata Brighter llegó a Lakewood para cumplir con su reunión semanal, desde hacía tres meses, en compañía de la Señora Cornwell y Elroy Andley, adelantaban rigurosamente los preparativos de la boda de Archie y Annie que tendría lugar en menos de seis meses. Al finalizar la reunión, las dos damas Brighter abandonaron la mansión.
Un cuarto de hora después, los demás salieron del salón, Eliza puso su mano derecha sobre el brazo de su prometido y le dio un lento beso en la mejilla a modo de despedida —Espero que puedas descansar, te veo mañana Ed— Luego entornó sus bellísimos ojos caoba y se le acercó como si quisiera confiarle un secreto —Voy a extrañarte – Le dijo mientras miraba fijamente a Archie y se sonreía con malicia.
Archie terminó de beber de su vaso de whisky, queriendo sacar de allí el valor y la energía para afrontar las insulsas conversaciones que su tía abuela animadamente proponía acerca de su boda, y los atrevidos coqueteos de Eliza, que lo dejaban sediento y ansioso. Levantó el vaso mirándola con decisión, luego se despidió de ella y Edmund, y se disculpó con la señora Elroy, anunciándole que ya se retiraba a su cuarto.
Edmund se marchó casi media hora después, entonces Eliza no vaciló en subir las escaleras, se detuvo junto a su dama cerca de la habitación de Archie hablando alto y fuerte —Estaré en mi cuarto, notifícale a mi tía que he decidido pasar la noche aquí, luego, deja mi ropa de dormir sobre mi cama… dejaré la puerta abierta—
Sin esperar más que unos segundos, Archie salió disparado de su habitación —¿Vas a pasar la noche aquí?—
—Si— Le respondió sin mirarlo a la cara, luego se giró y lo impactó con la detonadora belleza de sus felinos ojos —¿Archie, acaso no te das cuenta que es ya muy tarde para que yo me marche?— enfatizó Eliza con displicencia mientras retomaba el camino a su habitación.
Archie volvió a encerrarse en su cuarto, absolutamente perturbado por la idea de tener a Eliza durmiendo tan cerca. Luego de un rato, tras haberse percatado de que la tía abuela estuviera perfectamente dormida, y estar seguro de haber perdido por completo la razón, decidió encaminarse hacia el cuarto que Eliza ocupaba aquella noche. Se dijo a sí mismo que sólo se percataría sí Eliza en efecto había dejado la puerta abierta, y luego se marcharía juiciosamente a dormir.
CONTINUARÁ...
