—Acéptalo, es un hecho. Están casados desde que se vieron por primera vez — le dijo Otabek en un susurro a Yuri Plisetsky, quien tenía una cara de asco absoluto.
—No ayudes —, le respondió sin siquiera verlo, pues no quería quitarles lo ojos de encima a los dos idiotas que lo habían molestado el año pasado, y que, para bien o para mal, lo habían cambiado para siempre. —No me gustan las bodas— susurró, con un tono de fastidio. Otabek sólo le dedicó una leve sonrisa y asintió con la cabeza, pues sabía que era todo lo contrario. Amaba las bodas. Esa sobre todo.
El salón estaba perfectamente decorado, Víctor no había escatimado en los gastos para el día "más importante de su vida"—según sus propias palabras—, y vaya que había valido la pena. Todo lucía hermoso, cada detalle decía algo de su relación, y todos lo notaron. En las filas de invitados se podían divisar a muchas personas; entre ellas familiares, amigos, conocidos y compañeros patinadores. Yuri, por supuesto, estaba hasta el frente, con Yakov, Lilia y Otabek a la derecha, y la familia de Yuuri a la izquierda.
Los novios estaban impecables: Víctor lucía radiante, con uno de los trajes más finos que pudo encontrar, y con el anillo que compraron en Barcelona colgado del cuello, en una cadena—al igual que Yuuri—. Y él, bueno, a Yuuri se le hizo tarde, pues tuvo que estar en una conferencia de prensa unas escasas horas antes, pues los olímpicos tenían vueltos locos a todos. Además, como Yuri no quiso ser quien entregara los anillos, Makkachin ocupó su lugar con gusto, sentado justo a un lado de Chris y Pichitt, los padrinos.
—Yuuri Katsuki, ¿aceptas a Víctor Nikiforov como tu esposo?—, preguntó el juez.
—Acepto— dijo sin pensarlo. Era obvia su respuesta.
— ¿Y tú, Víctor?, ¿Aceptas a Yuuri Katsuki como tu esposo?
—No... — dijo con simpleza. Todos guardaron un silencio sepulcral. No podían creerlo. Yuuri quiso preguntarle algo, pero las palabras no salían, pero su mirada habló por él, las lágrimas estaban a punto de derramarse por sus mejillas. Mari Katsuki estaba preparando mentalmente el funeral de su cuñado—o ex cuñado—, y seguro Yuri la apoyaría con gusto, pero Otabek segurolo detendría. —...No con esa corbata — especificó. Y todos volvieron a respirar. Yuri quiso ir a matarlo por doceava vez en el día. —Te dije que la quemaríamos. ¡¿Sabes cuánto tardé escogiendo la que compramos?!
El juez se puso incómodo, no sabía si intervenir o no. —¿Decía? — preguntó Víctor.
—¡Ah, claro!— dijo, conteniendo una risa nerviosa, se aclaró la garganta. —Víctor Nikiforov, ¿Aceptas a Yuuri Katsuki como tu esposo, a pesar de la corbata?
—Por supuesto.
A Yuuri le volvió el alma al cuerpo. Los invitados aplaudieron. Se besaron, y así, estuvieron finalmente casados.
Más tarde, Yuri seguía sin poder creer que al estúpido de Víctor se le ocurriera hacer una broma idiota en el día "más importante de su vida"—según sus propias palabras—. Superó su nivel de cabeza hueca por mucho.
Y para colmo, en el banquete se repartió el alcohol como si fuera agua, odió aún ser menor de edad, cosa que fue lo primero que observó Víctor en cuanto tuvo oportunidad de hablar con él, un "oh, pobre Yurio, tomará jugo toda la noche," bastó para hacerlo arrepentirse por milésima vez de ir. Incluso Otabek llegó con una copa de champagne.
—Oh, no ¡¿tú también?! ¿Qué tiene de interesante el beber? ¿No recuerdas cómo se puso el cerdo hace dos años? —. Su amigo se encogió de hombros, como diciendo "No es que tenga nada en especial", aunque quizá quiso decir algo como "te da valor para hacer cosas estúpidas".
Y las cosas estúpidas comenzaron. Presionaron desde temprano a los novios para emborracharse y dar un espectáculo como el del año antepasado. Yuuri fue el primero en quitarse la ropa, y, sin siquiera esperar a la noche de bodas estaba bailando en paños menores, presumiendo sus anillos cuantas veces le fue posible, mientras su esposo paseaba sus manos libremente por su cuerpo.
— Están dando un espectáculo, otra vez — dijo Yuri. Su amigo tuvo una idea.
—Bailamos mejor que ellos—, dijo. Sólo le bastó una sonrisa cómplice para aceptar el reto. Otabek dejó la copa vacía en la mesa frente a Yuri. Se acercó y le ofreció su mano. — ¿Vas a bailar conmigo, o no? — preguntó, arrastrando las palabras un poco.
—Me encantaría—, y la tomó.
Les enseñarían quiénes mandaban en la pista de baile, y quizá ese sería el inicio de una nueva historia de amor.
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