Nota: los personajes y la historia original pertenecen al libro Sueños de Piedra, de Iria G. Parente y Selene M. Pascual. Yo sólo soy una mano que teclea inspirada por una gran historia y unas aún más grandes autoras ^^


-Artemisa...- jadeó el guardia.

-Eso es...- lo urgió Artemisa, con la misma agitación en sus pulmones.

Su cuerpo estaba ya sudoroso tras una primera ronda anterior a aquella, pero dudaba que la capitana de la guardia echara mucho de menos a su segundo al mando. Ella sola se las arreglaría estupendamente en el entrenamiento rutinario.

-Artemisa.- su nombre escapó en el mismo suspiro de alivio que llegó cuando ambos alcanzaron el éxtasis, mientras él se aferraba a su esbelta cintura con fuerza.

La princesa de Silfos rió al dejarse caer en el colchón, satisfecha.

-Has mejorado bastante desde la primera vez que hicimos esto.- hizo notar, tanteando la mesita de noche en busca de la botellita del líquido morado que la prevendría de dar el primer bastardo al trono incluso antes de haber subido a él.

Su compañero de cama número... Su compañero de cama de aquella vez rió un poco, pasándose las manos por el pelo. Sí, la princesa solía tener ese efecto en los hombres que pasaban por su colchón.

-Gracias...- aceptó el cumplido con una sonrisita de «sigo procesando la sesión de hoy», mientras se incorporaba para empezar a buscar su ropa.

Artemisa bebió aquella botella de sabor indescriptiblemente horrible de un solo trago. Igual que el alcohol. Sólo que aquello no daba resaca. Lástima.

-La camisa está junto a la puerta.- le indicó, levantándose y desperezándose como una gata.- Los pantalones ya los buscas tú.- añadió, con una de sus medias sonrisas.

Sacó otro vestido del armario y comenzó a hacer malabares con el corsé para volver a ajustarlo a su cuerpo, intentando ahorrarse el llamar a un sirviente para ello. Aún tenía que reponerse de dos rondas de descontrol, si volvía con otra no le daría tiempo a salir a la taberna antes de que el sol se pusiera. La contribución a las tabernas del reino era esencial, por supuesto. No podía fallar un día o la economía se derrumbaría... era una excusa válida, sí.

-¿Precisa de algo más, alteza?- le preguntó... ¿Govan? ¿Gallibert? Alguien que empezaba por G, apartándole el pelo y dejando un camino de besos de su nuca a su yugular.

-No por hoy. Pero mañana no voy a decirte que no.- sonrió ella. Quizá al día siguiente hasta se acordara de su nombre.- Puedes retirarte. Ya llegas tarde al entrenamiento rutinario.

Con aquello, el guardia no tardó ni dos segundos en retomar la noción del tiempo, maldiciendo por lo bajo. Recogió sus cosas en tiempo récord y salió por la puerta como alma que lleva el diablo, dejando a la princesa de Silfos lidiando con el corsé plácidamente.

Lo ató bien fuerte y se aseguró de que sus atributos femeninos quedaran en buen lugar una vez se puso el vestido rojo. Adoraba aquel vestido casi tanto como se adoraba a sí misma.
...Bueno, vale, no tanto.

Es decir, era una mujer escultural de ojos azules y pelo marrón, más fuerte que la mayoría de hombres que se metían en su camino y con un manejo de la espada superior al que ellos jamás podrían tener. ¿Por qué no iba a adorarse?
En cuanto subiera al trono, el resto de Silfos la adoraría aún más, incluso.
Se moría de ganas.


-Alteza, un tal... Lord Kenan. Solicita audiencia con su madre, pero la reina está reunida con sus consejeros. ¿Debo decirle que vuelva en otro momento?- casi la asaltó un criado, cuando ya casi había alcanzado la puerta.

-Eh... sí. Dile que lamento muchísimo que no podamos atenderle ahora... pero yo ahora mismo me marchaba a ejercer mis deberes reales en la ciudad.- respondió Artemisa, solemne, sin detener sus pasos.

¿Que de veras lo lamentaba? No. Ni un poco.

Es decir, no le importaban las audiencias por la mañana, cuando acudía a ellas a la derecha de su madre y escuchaba a las damas y campesinas quejarse de si les faltaba agua, de si los alimentos se habían encarecido, de si otra noble se había tirado a su hijo... formaba parte de su rutina. ¿Pero por la tarde? Nuh-huh. Tenía una cita con una buena jarra del mejor alcohol de su taberna habitual.

La recibieron con su jarra lista en su mesa habitual, y le lanzó una moneda de oro a la dueña del local, guiñándole el ojo. Ella sí que sabía complacer a su princesa.

Perdió la cuenta de las rondas que había tomado tras la quinta, entre risas con la herrera y la vendedora de sedas, pero poco le importaba. Las noches en Duan estaban siempre cargadas de diversión para quien supiera encontrarla... y ella sabía. Eso demostraba el trasero firme del camarero que le rellenó la jarra que tenía entre manos.
No le sonaba su cara... ni su trasero. Podía ser o bien por lo borracha que había acabado otras veces o porque de verdad era nuevo ahí. De cualquier modo... sí, el muchacho estaba más que potable.

Por la sonrisa que le dedicó al pasar de nuevo por su lado, sus dientes no estaban muy podridos. Así que debía ser algún hijo de una familia que al menos podía permitirse el comer bien y lavarse de cuando en cuando.

Probablemente muchos hermanos de los que hacerse cargo junto a sus padres y por eso trabajaba allí. Artemisa ya había conocido muchos casos como el suyo. Claro que el alcohol en sangre hacía que le diera bastante igual de donde venían a la hora de yacer con ellos. Ella se divertía. Ellos se divertían. Todos salían ganando.


La princesa se adecentó un poco el pelo antes de salir del callejón, con la misma sonrisa que había tenido aquella tarde tras su "sesión de relajación" con aquel guardia cuyo nombre aún no recordaba. Y con más de seis vasos de alcohol encima, menos memoria podría hacer.

No es que le importara demasiado.

-¡Gran servicio tenéis!- rió, a modo de despedida del camarero de la taberna. ¿Raleigh? ¿Ronan? ...Bah. Él.

Casi trastabilló con sus propios pies, pero aquello sólo le hizo más gracia cuando consiguió estabilizarse. Emprender el camino al castillo de nuevo fue toda una aventura.
Y todavía más entrar sin hacer ruido.

¿Que tirar un par de candelabros era hacer ruido? Para nada. Si total, estaban apagados.

-Majestad, hay que comprobar que es cierto...- se oyó la voz desde la puerta entreabierta de los aposentos de su madre, y Artemisa no pudo resistirse a escuchar. Si no hubieran querido que alguien escuchara, habrían cerrado bien.

-...Es cierto...- la voz de Bryden de Silfos se notaba cargada de preocupación.- Que una emisaria salga esta misma noche acompañada de una pintora. Quiero un retrato de ella.

Artemisa se apartó de la puerta y se escondió tras el primer tapiz que vio, nada más oír el primer paso hacia su posición.
¿Un retrato de quién? ...Bah, seguramente no sería nadie importante. Ni siquiera estaba segura de si había oído "retrato" o "recargo". El alcohol le estaría jugando una mala pasada.. sí. Eso sería.

Prefirió irse a la cama sin darle más vueltas, en cuanto la costa estuvo despejada para llegar a sus aposentos. Después de todo, al día siguiente debía volver a ejercer sus deberes y acudir a más audiencias de campesinas quejicosas. Con o sin resaca.

...Con ella.