Primeramente, ¡Hola de nuevo! Vengo después de muuuucho tiempo de estar atascada entre la universidad, mi vida personal y más cosas raras que me dejaron en un bloqueo horrible de imaginación ;-; De hecho, incluso estaba llevando el dilema este desde hace buen tiempo atrás. Tengo un fic que me gusta mucho y quiero terminar antes de escribir nada más. Quienes ya me conozcan, sabrán que este es precisamente el fic del que hablo. Había tenido una larga disertación conmigo misma y si bien, "Síndrome de Estocolmo" me gustaba mucho, habían cosas que quería cuadrar mejor para que se enteraran hasta donde quería llegar con algunas pistas. Pero no lo he logrado bien y bueno, no sabía como continuar teniendo tantos vacíos en la trama :C

Así que decidí remakear el fic, espero que les agrade el estilo y todo eso, prometo capítulos largos -Todos de la misma extensión de palabras nvn/- y que avanzaré la trama lo más dinámico y rápido que pueda, pero primero reviviremos los primeros momentos del fic anterior que sirve como base para este ovo~ Así que les pido atentamente que no quieran dispararme un balazo por no continuar la trama allá, pero tiendo a ser muy... quisquillosa xD y bueno, quise hacerlo desde cero por cosas que ya les dije. Así que bueno, sin decir nada más, espero que les guste esto, lo hice con esfuerzo y cariño para todos los seguidores que esperaban "Síndrome de Estocolmo" y que tienen frente a sus ojos "El robo de Norrmalmstorg", que les prometo, tendrá más calidad. ¡Vamos con el primero! x3~~


Hetalia y sus personajes no me pertenecen. Toda la awesomeness es culpa de Hidekazu Himaruya.


El silencio de la habitación era palpable y agradable al mismo tiempo. Era un lugar simple, de decoración sobria, con un cactus en el ventanal, cortinas floreadas y un aroma dulce llenando toda la estancia. Aquel lugar era la habitación de Aino Väinämöinen, un sitio pacífico, tranquilo, que haría sentir paz a cualquier persona que lo visitase, tan igual a su dueña, un reflejo de su alma. De esa chica que trabajaba en una cafetería en el centro de Estocolmo y, que a sus diecinueve años de edad, tenía una vida tranquila, monótona y normal, entre estudios, trabajo y pequeñas y esporádicas salidas a pasear. A veces pasaba por la tienda de mascotas y en otras, cuando tenía vacaciones de todas sus actividades, iba a visitar a sus padres a un pequeño pueblito de Finlandia, en donde la llenaban de esa horrible comida salada que tanto le gustaba y que a la gente sueca —en general, al resto de la gente normal— le desagradaba.

Pero la dueña de casa ahora mismo no se encontraba ahí, no, en absoluto así era. Estaba en el banco de Norrmalmstorg, en medio de un alboroto surreal, que había dado un vuelco de 360 grados a su pequeña y no tan importante vida: El robo de un banco que había hecho historia, y que, sin que ella lo supiera, repetiría de nuevo la magia y maldición de la que databan los libros y las páginas de internet, como la Wikipedia.

La gente se miraba aterrorizada, sentada contra la pared, a la fuerza, custodiada por un hombre de cabello alborotado y rubio que miraba todo con una risotada alegre, mientras otro hombre rubio y corpulento, con unos ojos, de esos que dan miedo, encasquetados en unas gafas cristalinas, les iba colocando unos dispositivos raros en el cuerpo que aseguraban que nadie haría nada porque con solo presionar un botón volarían sus cuerpos en pedazos. El que hablaba en acento danés, estaba diciendo cosas de lo más raras, como que había sido muy genial la idea de salir de entre las sombras del modo más triunfal posible y que cuando el capitán de la policía se enterase, seguramente todo iba a ser de lo más guay. Claro que, nadie además de él estaba escuchando y entendiendo lo que decía, porque estaban más preocupados por sus propios miedos que por el soliloquio de un joven bobalicón que podría matarlos solo accionando la aplicación indicada en el Smartphone.

Todo había ocurrido rápido. En un momento estaba esperando su turno para pasar a la ventanilla y en otro momento, las luces se habían apagado de forma brusca. Los murmullos empezaron a oírse, hubo gente que por instinto de protección salió del banco lo más rápido que puso, pero no todos tuvieron la misma suerte, pues un potente grito, burlón como aterrador había dejado a todo mundo estático.

—¡Nadie se atreva a moverse o el edificio colapsará!

Aquella advertencia había sido suficiente y necesaria para someter a las diecinueve personas que no habían tenido la suerte de huir de ahí, Aino incluida entre ellos, porque había quedado en shock por el solo hecho de que la luz se fuera de forma tan brusca, y porque el lugar carecía de ventanas, por lo que la luz exterior no llegaba, siendo aún mediodía. La gente murmuraba bruscamente, que si un atentado terrorista, que si un asalto. No se podía saber a ciencia cierta, hasta que las luces suavemente volvieron a encenderse, mientras un hombre rubio con un celular en la mano, les mostraba un app que serviría para detonar algo en algún lugar del edificio.

Nuestra protagonista temblaba suavemente, recordando cómo entre ambos hombres habían movido a la gente hasta las paredes, primero solo con palabras, y luego sacando un dúo de metralletas que hicieron el trabajo mucho más fácil. Ya mismo era su turno de ser maniatada, e intentaba ignorar, a su lado, el lloriqueo de una chica italiana que rogaba para que no la asesinaran, que no le hicieran daño, que no quería morir siendo virgen y que tenía parientes ahí en Suecia. Ella intentó no soltar una pequeña risita por eso, de cierto modo era… chistoso. En medio de ese terror de la incertidumbre de lo que pasaría con su corta existencia, una irracional sonrisa escapó de sus labios, y entonces se dio cuenta de que el joven sueco, aquel que colocaba el collar explosivo en el cuello de sus víctimas, estaba mirándola fijamente, como si se tratara de algo extraño, irracional… raro, pero al mismo tiempo, hermoso. La finesa tembló en primera instancia, desdibujando la sonrisa casi tan rápido como vino a sus labios. Esa mirada era muy penetrante y le intimidaba, justo como la primera vez que le vio.

Sí, ella ya lo había visto al entrar al banco para cobrar su sueldo, primero mientras hacía su fila y luego, lo había visto sentado a su lado, antes de que las luces se apagaran, con el traje pulcro e inmaculado de policía, como sopesando algo seriamente en su cabeza. Aino, curiosa como cualquier chica de su edad, simplemente se quedó mirando al muchacho que, al momento de sentirse observado, le devolvió la mirada, esa mirada tan analizadora que ahora mismo le taladraba con esa silenciosa e incómoda insistencia. Esa mirada que le robaba el aliento y le hacía sentir algo pesado en el corazón, que no sabía descifrar si era miedo o gusto. O quizá ambos, no lo sabía.

—¿Por qué están haciendo esto? —Se aventuró a preguntar la finesa, con la voz temblorosa e intentando no lucir demasiado aterrorizada, aunque sin éxito. Notó como el muchacho deslizaba suavemente los dedos por su cuello para acomodarle bien el collarín, desviando los ojos hacia otro lado, para evitarle la molestia de tener que mirarlo, pero también para escudarse en el silencio para no darle una respuesta. Una vez terminado, continuó en su estoico y rudo silencio.

—Eso no es de tu incumbencia ~ —Canturreó con voz infantil el otro joven disfrazado de policía, sí, ese mismo que estaba hablando sobre lo genial que era su entrada y lo bien planeada que había sido toda esa travesía en el banco.

Y de hecho, lo había sido. Entre dos personas habían anulado toda la seguridad de uno de los bancos más seguros de Suecia. Habían burlado los sistemas electrónicos, sabían las debilidades en la seguridad, habían usado los trajes idóneos y tenían consigo tal tecnología que no se les creería hampones comunes. Ellos eran sabuesos de fino olfato que habían llegado hasta el lugar, dándoles igual si tenían que tomar como rehenes a diez o cincuenta personas. Daba lo mismo, se habían preparado de modo excepcional. Para haber tomado una sede bancaria no tan pequeña, pero tampoco tan grande, se las habían apañado muy bien. Y aunque uno de ellos parecía un idiota rematado, se notaba que tenían buen seso en el cráneo.

Aino solo pudo tragar saliva y dar un suspiro hondo, mientras miraba de reojo a la chica italiana que lloraba pegada como lapa a un jovencito menor que ella y que, sin embargo, era idéntico a ella, pues tenía un curioso rulo sobresaliéndole de la cabeza y lloraba a lágrima viva entre un mantra de "ve~" que daba entre ternura y lástima. Se sentía un poco mal por haberse reído hace un momento, aunque dudaba que alguien lo hubiese notado. Entonces fue cuando frunció el ceño y se ovilló cuidadosamente, empezando a llorar y a rogar porque eso fuera una pesadilla.

Si hubiese sabido esa mañana que iban a robar en ese banco, habría ido primero a comerse un pastel con su jefa, y habría incluso, llamado a sus padres para decirles lo mucho que los quería. Habría evitado ir, ¿Qué era un día más comiendo atún en lugar de filete? Pero no, la señorita Väinämöinen quería prepararse algo delicioso ese día y por eso tenía la urgencia de ir al banco.

—Creo que deberíamos ser más corteses y presentarnos, ¿No crees, Berwald? —Preguntó el muchacho danés a su compañero, que había colocado el último dispositivo a una niña de prominentes cejas y cabello castaño que intentaba en vano, dejar de temblar como una gelatina.

Un simple sonido, como si fuera un gruñido, salió de los labios del muchacho de anteojos, que al enderezarse pareció un oso enorme dispuesto a soltar las zarpas para comerse a sus víctimas. Aino levantó ligeramente la mirada y vio que el joven era más intimidante aún de esa forma. Aun así, se limpió las lágrimas y se obligó a ser fuerte, ¡Era hora de serlo! No podía estar todo el tiempo como una señorita delicada. Por esa razón se obligó a ver a los dos jóvenes, poniendo un poco más de atención en el hombre estoico que de alguna forma… llamaba su atención.

—Bien, yo soy Mathias, y este compañero de aquí… —Añadió, señalando al silencioso muchacho de gafas— es Berwald. —Hizo un pequeño saludo militar hacia un dúo de jóvenes rubios que les miraba con el ceño fruncido, en una expresión muy difícil de descifrar pero que, sin embargo, parecía divertir mucho al muchacho que hablaba con acento danés.

—Mientras no hagan nada extraño, garantizamos sus vidas. —Dijo al fin Berwald, quien hasta ese momento pasaría fácilmente por alguien mudo. Su voz era ruda, tosca, como si no la usara muy a menudo y por eso tuviera un tinte muy extraño. Tenía cierto "algo" en la pronunciación que hacía que algunas vocales casi no sonaran, e incluso las consonantes eran pronunciadas de manera muy enfatizada.

—¿Cuál es su concepto de extraño? —Una voz femenina resonó en la sala y todos voltearon a verla. Aino pudo verla con más claridad porque se trataba de una joven que estaba a su lado, una cajera que no se había acobardado con nada y era una de las pocas mujeres que había conservado la entereza durante el robo. Era una chica de cabello rubio platinado, ojos violáceos muy intensos y fríos, además de una complexión corporal que pasaría por frágil.

—Con extraño nos referimos a querer comunicarse con el exterior o querer planear un escape. Al primer intento podríamos presionar cualquier cosa y podríamos hacer que una parte de este lugar explote o que a alguien le explotara el cuello solo como una simple demostración~ —La respuesta de Mathias dejó temblando a los más sensibles de los rehenes, entre ellos el par de niños de cejas prominentes que estaban abrazados a un muchacho mayor, de apariencia principesca, quien les tenía bien sujetos para que no siguieran llorando o no se les ocurriera correr. Pero daba miedo no tanto por las cosas que decía, si no por la naturalidad y la expresión sonriente con la que lo decía.

—No te lo he preguntado a ti, pero supongo que es una buena respuesta. —Suspiró la joven cajera, antes de volver a mirar a la nada de forma desinteresada, porque no se había inmutado por ello. Mathias estaba impresionado, muy impresionado; esa chica era cosa de otro mundo.

Él había empezado a sonreír idiotamente, hasta que un codazo de Berwald ["delicado" y en todas las costillas] le había hecho reaccionar y toser un poco, hasta retomar el hilo de sus ideas— Así es preciosa~ entonces eso quiere decir que las vidas de ustedes las garantizan ustedes, pero también la policía~. Si el capitán Jones cumple con nuestras exigencias entonces podrían pensar en salir con vida de esta.

Aino se preguntó internamente, qué tenía que ver el capitán de policía con todo esto, pero prefirió guardarse para ella misma la pregunta. Sentía que esas personas, aunque también tenían sus razones para actuar, estaban tomando un camino malo, equivocado. Un camino con el que no se debía de jugar, especialmente cuando trataban las vidas humanas como entes desechables. Tragó saliva, mirando como los hampones se miraban entre ellos, antes de mirar a la gente y empezar a contarlas con tranquilidad, diciéndose cosas en algo que parecía ser un dialecto inentendible del germano o quizá, una lengua muerta, pero sin quitarle a nadie la vista de encima, porque cualquiera podría intentar algo. Pero habían sido tan cuidadosos que incluso habían bloqueado las señales de los móviles y el internet. Un joven de gafas y apariencia de sabelotodo lo había susurrado, de modo frustrado a un miembro del cuerpo de seguridad, un chico de cabello castaño y amable sonrisa que solo le decía que no se preocupara, que estarían bien.

La finlandesa estaba muy atenta, intentando descifrar lo que pasaba e intentando ubicarse a sí misma en tan curioso escenario, cuando de pronto, vio como una de las cajeras, aquella chica valiente que había hablado hace un momento, estaba mirándola. No pudo evitar ruborizarse porque no estaba muy acostumbrada a que le mirasen así de intenso.

—U-uhm… h-hola… —Susurró la finesa, con una tímida sonrisa, mientras la joven asentía con la cabeza. Los ojos de la más bajita se desviaron pronto hasta un lugar clave en la ropa de la muchacha y leyó bajito- Liv… Bondevik… ¿A-así te llamas? —La susodicha asintió una vez con la cabeza, aun mirándole con frialdad— Y-yo soy A-Aino Väinämöinen, m-mucho gusto~

—Curioso lugar para presentarnos. —Respondió la chica de expresión neutra, mientras asentía y estiraba un poco la mano para estrecharla con la chica finesa— ¿No tienes de casualidad, un pañuelo? Es para ella.

Aino miró con cuidado hacia donde señalaba el pulgar de su oyente y vio que se refería a la chica italiana. Asintió despacio, mientras buscaba en su bolso y sacaba un pañuelo, acercándose cuidadosamente a la jovencita italiana que seguía lloriqueando como si el mañana no existiera— U-uhm… ¿Q-quieres mi pañuelo?

—V-vee~ -Ahí estaba ese sonido curioso de nuevo. La chica sonrió con cuidado, mientras se acercaba y limpiaba el rostro de la jovencita de cabello castaño, sonriendo un poco, tanto para animarla como para darse ánimos— Vee, eres m-muy amable signorina…

—Me llamo Aino, ¿Cuál es tu nombre? —Preguntó con una sonrisilla, sin notar que el pre adolescente que estaba al lado de la italiana estaba que se pseudo babeaba tanto por ella como por Liv, que permanecía mirando seriamente a la italiana, pero un poco más apartada, claro.

—I-io sono Felicia Vargas, vee~ —Respondió la chica, componiendo una sonrisa feliz, como habiendo olvidado lo asustada que estaba— E-él es mi primo Gavino, vee~ Gavino, di ciao~

—Ciao belle ragazze, ciao~ —Murmuró el chico bobamente, cogiendo cuidadosamente la mano de la finesa y dándole un galante beso. Aunque cuando intentó hacer eso con la otra chica, ella solo lo fulminó con la mirada y eso bastó para hacerle retroceder, tragando saliva, arrancándoles un par de risitas a las chicas.

—Espero que los signori nos dejen irnos pronto, vee~ —Rió Felicia, un poquito más enérgica— Sorella volverá a casa a las seis y tenemos que tener la pasta y la pizza cocinadas para ella o de nuevo se enojará y dirá que se va a vivir con su novio para siempre y nos dejará solos de nuevo, vee~.

Liv y Aino se miraron entre ellas y no dijeron nada. Se preguntaban cómo era posible que alguien fuera tan inocente, pero bueno, prefirieron no hacer comentarios de ningún tipo para no alterar a la italiana y hacerla llorar de nuevo. Gavino, por su parte, estaba fisgoneando la estancia con la mirada, tanto por saber si había más chicas guapas, como por saber si tenían alguna posibilidad de intentar algo y salir ilesos.

Pero los delincuentes, armados hasta los dientes, parecían muy seguros de lo que estaban haciendo y hasta el momento, no parecían temerosos de la represalia de ninguno de sus rehenes. Ambos, hablando en su código, parecían serios de lo que decían y solo ellos sabían para qué necesitaban tanto rehén o tanto hincapié en que nadie hiciera nada.

—Creo que ha llegado la hora de llamarle, tarde o temprano se dará cuenta. —Musitó por lo bajo el danés, hablando de nuevo en un idioma comprensible para los presentes— Es idiota, pero no tan idiota para que sus instintos heroicos se activen ante un montón de personas en peligro y una enorme portada en los diarios y memes en el internet… —El cabello alborotado del muchacho ondeaba un poco con el ventilador, mientras el sueco pensaba, mirándole sin expresión alguna, con qué autoridad venía un idiota como su persona a llamar idiota a otro que, aunque se lo merecía, era exactamente tan idiota como él.

—Marca el teléfono entonces. Yo me encargo de las cosas aquí.

Dicho eso, Berwald empezó a mirar a la gente con mucha más aprensión que antes. Como si su mirada de cancerbero fuera suficiente para mantenerlos a todos a raya, pero sus reflejos eran bastante rápidos, así que no le costaría reducir a alguien que quisiera batirse con él, especialmente hablando de la corpulencia que ostentaba.

Afuera del banco, mientras tanto, una solitaria joven que temblaba de pies a cabeza había corrido hasta una esquina para sacar el móvil y marcar frenéticamente a un número. La chica tiritaba de tal manera que sus pechos se bamboleaban exageradamente, casi haciendo compás con sus hiperventilaciones. Escuchó el tono de espera tragándose las lágrimas, hasta que pronto recibió respuesta del otro lado.

—¿Sí sestra, sucede algo? —La voz infantil y sonriente del otro lado no se hizo esperar.

—V-Vanya… —Murmuró por fin, entre los sollozos desesperados que la consumían— El b-banco… Na-Natasha… —Tragó saliva de nuevo antes de hablar adecuadamente— H-han t-tomado el banco. P-parece q-que h-han t-tomado r-rehenes y…

Al otro lado la línea se cortó bruscamente, dejando a la jovencita temblando, apoyándose en la pared, mientras guardaba el móvil en el bolso. Sabía que la persona a la que había llamado estaba en camino a ese lugar. Pero no pudo evitar dar un vistazo al lugar, susurrando el nombre de un muchacho, que al parecer, estaba adentro con los demás. Rogaba para que todo estuviera bien, para que nadie muriera.

Ahí dentro, la plegaria era exactamente la misma.


Bien, por ahora eso es todo nvn/ Aunque antes de irme les dejaré un glosario de las palabras extranjeras usadas [por muy obvias que sean xD] para que puedan guiarse owo~~

Signorina [Italiano]: Señorita.
Io sono [Italiano]: Yo soy.
Ciao [Italiano]: Hola.
Belle ragazze [Italiano]: Lindas jovencitas.
Signori [Italiano]: Señores.
Sorella [Italiano]: Hermana.
Sestra [Ruso]: Hermana.
Vanya [Ruso]: Es un diminutivo del nombre de Ivan.
Natasha [Ruso]: Evidentemente es el diminutivo de Natalya. (?)

Y bueno, eso. Nuevamente, me alegra estar de regreso y sinceramente espero hacer un ben trabajo con este fic para poder sacarlo a flote. Les traeré continuación pronto para llegar ya a la parte donde les dejé nvn -Cosa de uno o dos capis más, teniendo en cuenta que la extensión es mayor-, pero eso sí, no esperen ver las mismas escenas que en el anterior fic, habrán cosas más... intensas, interesantes. El fic antiguo lo dejaré por mientras como base hasta que lo haya alcanzado aquí y luego lo borraré ;w;~ Me voy retirando, ¡Los quiero a todos! x3~