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AZKABAN


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— Black... Sirius Black.

— Ministro— contestó, apenas vocalizando en un grave susurro, un hombre de barba negra y dentadura estropeada. Pareciera que no hubiese empleado la voz en mucho tiempo.

El hombre de capa negra y bombín verde se había detenido frente a él, justo al lado opuesto de la celda. Se acomodó el periódico debajo del brazo para sostener mejor la varita y así iluminar el desaliñado aspecto del preso que tenía delante.

—Espero que te estén alimentando bien, cada año te veo más delgado— Observó Cornelius Fudge, el actual Ministro de Magia.

El preso giró sus dos grandes y hundidos ojos grises para escudriñar al hombre de la elegante capa, no sabía si aquél intentaba ser amable o pretendía burlarse de él. Fudge carraspeó incómodo.

—No soy muy adepto a la especialidad del chef de este sitio—Contestó —, aunque admito que tiene mejor sazón que el de mi madre.

Tras aquel intento de broma el ministro se relajó y enarcó una media risa —Veo que este lugar no te ha quitado el sentido del humor, Black.

"El sentido del humor" Repitió mentalmente. Era posiblemente el último retazo sobreviviente de lo que en un pasado fue él, ese Sirius Black, un extraordinario animago alegre y socarrón, el brillante alumno de labia ávida, el cabecilla espontáneo y ocurrente, y aquél rebelde incorregible de su herencia pura. Ese sujeto no existía, ese Black había muerto junto con James Potter; Ahora solo quedaba una eterna sombra cautiva en Azkaban. Para cualquiera habría sido más misericordioso sumirse en un abismo de demencia y olvidarse tanto de muertos como de vivos, junto con toda esa serie de infortunios que lo llevaron a terminar en esa situación. Pero Azkaban le negaba tal privilegio. Sus recuerdos junto con su cordura se mantenían tan frescos como el primer día.

—¿Qué lo trae por estos rumbos Ministro?—Preguntó el recluso.

—La inspección anual a la prisión.

—¿Ha pasado un año?— Se preguntó en voz alta, hacía tiempo que había perdido toda noción del mismo. No tardó en darse cuenta de que cumplía doce años. Doce años desde la caída de Voldemort, doce años desde la muerte de James... doce años apartado del mundo y cuatro mil trescientas ochenta noches atormentado por los más siniestros deseos de venganza. —El tiempo vuela cuando te diviertes—Bufó con ironía.

—Dicen los más veteranos que con cada año Azkaban se torna más... —El señor Fudge suspiró al echar un vistazo a la celda del prisionero —...tolerable.

Los párpados del preso se cerraron a media asta, inclinó ligeramente la nuca, descansando su cuello y dotándolo de un aspecto entre cansado y altivo.

—Si es que se logra acostumbrarse a los Dementores—Señaló apuntando con la mirada ese ente negro, harapiento y cadavérico que se sostenía en el aire, volando por encima de ellos, apenas manteniéndose a raya gracias a las hileras de plata que la escolta de aurores del ministro arrojaban de sus varitas.

—Aparentemente, Black, has estado lidiando con ellos mejor que otros presos—Adivinó inquieto y algo intimidado el ministro de magia, no había advertido la cercanía de aquél dementor. Alzó las cejas —No te quito más tiempo, Black—Manifestó titubeante marcando el fin de la conversación —Hasta el próximo año.

—Ministro...— Sirius llamó antes de que el del bombín verde redoblara el paso. Cornelius le atendió con la mirada. —¿A terminado de leer el periódico? —Preguntó señalando con sus huesudas manos el ejemplar del profeta que se encontraba bajo el brazo de Fudge. —Echo de menos los crucigramas del reverso.

—Supongo que no tienes prohibido resolver un par de acertijos—Consideró el ministro sacando los pergaminos del brazo y posteriormente extendiéndolos al sujeto detrás de los barrotes.

—Gracias— Asentó el prisionero con educación tomando el pergamino.

Observó al ministro hasta que este cruzó la puerta al final del pasillo seguido de su escolta que constaba de un secretario y un par de aurores.

Se acomodó en un puñado de ladrillos que fungían como asiento, desdobló las hojas y al primer vistazo reparó en aquél titular de letras gordas y grandes:

"FUNCIONARIO DEL MINISTERIO DE MAGIA RECIBE EL GRAN PREMIO"

El título se acompañaba de una fotografía dónde una muy numerosa y pintoresca familia de magos saludaba desde las pirámides de Egipto. Se dio una relamida en los dedos para pasar a la siguiente página, pero abruptamente algo había captado su atención.

En el centro del cuadro, justo entre una señora rechoncha y un hombre alto y calvo, se encontraba un chico de no más de 13 años, larguirucho y pecoso, en cuyo hombro se erguía una familiar criatura rolliza y grisácea, de dientes salidos y cola pelona.

De haber tenido un espejo seguramente se habría percatado de que había perdido tanto la movilidad como el color de su rostro.

— Peter.—Murmuró en un seco y perplejo aliento.