Hola... ¿me recuerdan?
oh, bueno, ya sé que seguro me odian. Supongo. No lo sé. Quizá no me recuerden... en fin. Estoy obsesionada con un musical llamado "Roméo et Juliette" (es en francés) y por alguna razón rara pensé en ésta pareja (quizá porque llevo días leyendo fics de Aoshika October, se las recomiendo) total, salió esto. Como llevo mucho sin escribir, sepa dios si les guste, pero haré mi mejor esfuerzo.
Gracias a Nefertari Queen por si mi Beta en este fic, creo que sin ella no tendría ni pies ni cabeza la historia.
Disclaimer.-Nada me pertenece. Ni los personajes, ni la música.
Ah, les sugiero poner la música del musical de fondo. Para este capítulo es la primera canción, llamada "Vérone"
1
Verona
Vous êtes à Vérone, la belle Vérone
La ville où tout le monde se déteste
On voudrait partir mais on reste
Ici c'est pas l'amour qui est roi
Ici deux familles font la loi
Pas besoin de choisir ton camp
On l'a fait pour toi y a longtemps
Estas en Verona, la bella Verona
La ciudad en donde todo el mundo se detesta
Uno desearía irse, pero se queda
Aquí no hay amor de reyes
Aquí dos familias hacen las leyes
No hay necesidad de elegir bando
Lo han hecho por ti hace tiempo
(Verone "Verona" de Rómeo et Juliette)
Rodeada entre hermosas y altas montañas, que a la vez funcionaban como protección, se encontraba Verona, una ciudad de lo más curiosa en todo el mundo. Las montañas y bosques la aislaban considerablemente, por lo tanto, al interior había otras reglas. Las más importantes eran las que regían la convivencia entre las dos criaturas más poderosas de Verona: los humanos y los pookas.
Verona se encontraba en una pradera grande, rica y mágica. Los pookas habitaron ahí durante milenios, hasta que llegó un grupo humano algunos siglos atrás. Al inicio convivieron bien y se ayudaban mutuamente, creando así una ciudad grande, próspera y hermosa (de ahí que su nombre fuese "Verona" que significaba "verdadera") pero en las últimas décadas, había muchas tensiones.
La ciudad era gobernada por un Gran Jefe, elegido de manera unánime entre los líderes de las familias más importantes. Desde hace veinte años, el Gran Jefe de Verona era Nicolás St. North (llamado North, o Nick, por sus amigos) él y su esposa Toothiana St. North lideraban la ciudad de la manera más neutral posible, y su misión más importante, era buscar la paz.
Durante años las calles de Verona estaban siendo asoladas por la desgracia, las matanzas, y el odio. Un conflicto nacido en dos de las familias más grandes y respetadas en toda la ciudad, la familia Overland y la familia Bunnymund. Sólo los mayores recordaban por qué surgió la hostilidad entre ellos, los más jóvenes se limitaban a seguir las costumbres de desprecio. Por más que Nick o Tooth se esmeraban en limar las asperezas, ambas familias seguían peleadas, y lo peor era que las amistades de las dos familias apoyaban de tal modo la causa que habían dividido a casi toda la ciudad.
Según las leyes de Verona, ante un crimen, pookas y humanos eran juzgados bajo la misma severidad. Pero sin crímenes ni acusaciones de por medio, cada grupo era libre de realizar sus propias tradiciones y normas. Eso complicaba más la situación, porque las ofensas podían realizarse de forma descarada, y sin crímenes físicos, los medios para hacer justicia se reducían. Se había pensado en cambiar las leyes, pero en medio de tanta tensión, eso no se veía prudente.
Entre los humanos, las familias más poderosas y ricas eran los Overland, los Black, los St. North y los Anderman. Entre los pookas, los clanes más respetados y fuertes eran los Bunnymund, los Azilmend, los Correlbel y los Flowemund. Los líderes de todas esas familias habían sido convocados por Nick en una fría mañana de marzo, y la tensión era palpable en el aire.
Nick los miraba desde su asiento principal en la mesa del consejo y no entendía por qué había tanta enemistad entre ellos. Todos se veían nobles, y como los conocía bien, sabía que eran buenas personas ¿por qué no podían dejar el pasado atrás?
—Supongo que todos saben muy bien por qué los he convocado—dijo Nick—La razón es la misma que hace años: deben detenerse estas hostilidades.
—Gran Jefe, escucho su petición—dijo el líder de los Azilmend—Y entiendo las razones que lo motivan. Pero usted también debe comprender nuestras razones.
—¡No hay nada que entender!—gritó el patriarca de los Anderman—No hay ya razones. Estoy de acuerdo con nuestro Gran Jefe, esto ha llegado demasiado lejos.—miró de soslayo al líder Overland y al Bunnymund—Tenemos que dejar de cobrarnos víctimas inocentes por desprecios ajenos.
Todos endurecieron las mandíbulas, pero no dijeron nada más. Dos días antes, un enfrentamiento entre dos grupos rivales causó la muerte de un hijo de Anderman. Nadie presentó cargos, y misteriosamente nadie supo quién lo hizo, por lo tanto, el caso no procedió y no se pudo impartir justicia. Pero todos sabían que el hijo mayor de los Bunnymund estuvo en ese enfrentamiento, y algo debió hacer al respecto.
—A pesar del disgusto de tener que convivir en esta mesa con personas que no considero amigos—tomó la palabra el líder Overland—Respeto el llamado del Gran Jefe, y también su misiva. De mi parte prometo que no consentiré más enfrentamientos de forma directa.
—¡Eso es poco!
—No se debe consentir nada.
—¿Y qué hay del jefe pooka?
—¡Tenemos que redimirnos!
—¡Silencio!—todos callaron cuando Nick gritó, harto de la situación. A su lado, Tooth frunció los labios, sabiendo que su marido no tendría ya más consideraciones—No me importa ya escuchar sus promesas o acuerdos, de nada han servido en los últimos años. Aunque me duele, he tomado una decisión.
Todos los líderes le miraron a la expectativa, Nick respiró hondo, armándose de valor para afrontar las consecuencias de su orden.
—Overland—el aludido asintió—Bunnymund—el pooka asintió—Ustedes han sido la causa central de casi todas nuestras desgracias. A partir del día de hoy, no cuentan más con mi perdón. Ni ustedes, ni nadie de su familia.
Tooth se mantuvo erguida por puro milagro, los demás, expresaron rostros de total horror ¡las dos familias más grandes, castigadas sin misericordia! Ni Overland ni Bunnymund expresaron miedo, o pidieron algún nuevo acuerdo, se limitaron a asentir en resignación ante los designios del Gran Jefe. En el fondo, ambos patriarcas sabían que sólo era cuestión de tiempo para que sus enfrentamientos se salieran de control.
—Gran Jefe, pero…
Nick miró de tal forma al líder Correlbel que éste debió guardar silencio, había querido abogar por los Bunnymund; su hermana era la esposa del líder Bunnymund, y por ella desearía que sus sobrinos gozaran de misericordia. Pero la mirada de Nick era inflexible, nada lo haría ya cambiar de opinión.
—Quedados en claro lo que acabo de decir, les doy mi permiso para retirarse. Tengan buen día.
Los líderes se pusieron de pie y se fueron marchando de poco en poco, todavía atónicos por la decisión del Gran Jefe, pero conscientes de las causas que lo obligaron a tomar tal resolución. Algunos más aprovecharon para reiterarle su pésame al señor Anderman, el único que estaba muy satisfecho con la decisión de Nick.
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La casa de los Bunnymund estaba a las afueras de la ciudad, cerca de un arroyo, y tenía el jardín más grande de toda Verona. Había sido construida para tener acceso directo al bosque, porque los pookas adoraban la naturaleza y pasar tiempo al aire libre. Era una mansión digna, bella, y de espacios amplios, pues sus miembros solían ser numerosos.
El señor Bunnymund, a pesar del orgullo mostrado en la reunión, llegó a su casa cabizbajo. Cuando las puertas se abrieron delante de él, pudo escuchar las risas de los niños y verlos corretearse en el pasillo central, en dirección al jardín. Como todos los infantes, reían y jugaban seguros del amor de sus padres, del compañerismo de sus hermanos, confiados en su futuro ¿qué iban a comprender ellos que ahora, sin la misericordia del Gran Jefe, estaban más expuestos que los venados a la intemperie?
Aún así no se quejaba, sabía porque Nick había tomado esa decisión. Sus manos se apretaron formando dos puños, y anduvo en paso firme hasta los escalones, subiendo para salir al corredor expuesto que daba acceso a la pequeña plaza de armas, donde sus hijos mayores solían entrenar. Pudo verlos a todos, pero sólo dos captaron su atención: Anturio y Aster.
Ambos estaban practicando un combate con la espada, y sus hermanos los miraban a distancia, animándolos a mejorar. Anturio era el mayor de todos sus hijos, tenía ya 25 años, aún así, Aster de sólo 21 años siempre fue el mejor en el combate. Se las ingenió en ese rato para desarmar a su hermano y colocarle la punta de la espada de madera sobre el cuello, causando risas y aplausos en los demás.
—¡Bien, hecho, Aster!—dijo Ulex—Impecable como siempre.
—Anturio siempre se desespera después de que le bloquee tres ataques—respondió Aster sonriente—Por eso es fácil ganarle.
—No seas jactancioso—repuso Anturio, algo molesto—Ya verás cómo un día de estos te gano…
—Sueña con eso, hermano.
Antes de que pudieran entrenar algo más, el señor Bunnymund se aclaró la garganta y llamó a sus hijos a coro gritando un "¡Muchachos!" que tensó a los chicos, haciéndolos voltear hacia él. Los miró de uno en uno, a sus cinco hijos mayores:
Anturio, de 25 años, ojos verdes y cabello oscuro. Ulex y Tojo, gemelos de 23 años, ojos azules, cabello oscuro. Sac, de 22 años, ojos azules y cabello claro. Y Aster, de 21 años, ojos verdes y cabello claro. Eran fuertes, inteligentes, capaces… e imprudentes.
—Anturio, da un paso al frente—ordenó el señor Bunnymund, y su hijo obedeció—Hace dos días, participaste en un enfrentamiento que costó la vida de un hijo de Anderman.—expuso el hecho de forma natural, aún así, su hijo se molestó.
—¡El mocoso Overland empezó todo, padre, debes creerme!—respondió.
—Eso…
—Ahí estaba, el sobrino de Overland, provocándonos, ¿qué se supone que iba a hacer? El chico Anderman estaba con él, pero no lo busqué a él. Sin embargo, el Overland escapó cuando saqué la espada, y nos dejó a todos peleando sin notarlo. No supe en qué momento el chico Anderman fue herido, y luego…
—¡Basta!—gritó el señor Bunnymund en tono firme—¡No me importan ya tus excusas! Tú redada mató al muchacho Anderman, ¿lo niegas?
—Pero el Overland…
—¡¿Lo niegas?!
Anturio bajó el rostro, molesto.
—No, padre.
—Tu imprudencia nos ha costado muy caro, vengo precisamente de ver al Gran Jefe.
—Yo no lo maté, padre, yo…
—¡Calla! No importa ya eso. Hemos llegado muy lejos en nuestros enfrentamientos contra los Overland, y por eso, el Gran Jefe nos ha retirado su favor.
Aster y Sac miraron a Anturio con el ceño fruncido, los demás, solamente bajaron los ojos. Desde que tenían memoria había conflicto peleado contra los Overland, pero cada quien experimentaba ese odio heredado de manera distinta.
—No puede quitarnos su favor—dijo Aster—¡Nosotros somos los Bunnymund! Nuestro linaje es…
—¡Ha sido corrompido por rabietas, peleas y matanzas!—concluyó el señor, haciendo callar a todos sus hijos—No abogué por ustedes, y no pienso hacerlo. Estoy de acuerdo con el Gran Jefe en que esta situación ya es insostenible.
Esperó unos segundos, y cuando notó que ninguno de los hijos iba a decir algo, continuó hablando.
—Seguimos siendo los Bunnymund, seguimos siendo respetados, y ya es hora de que hagamos honor a nuestro nombre. A cualquier ofensa que cometamos, no tendremos ya misericordia de nadie, y eso deben tenerlo en claro. A partir del día de hoy, los días de ofensas han terminado ¿quedó claro?
—Si, padre—murmuraron todos, en diferentes tonos.
El señor Bunnymund asintió y se fue por el corredor hacia los jardines, donde sabía que estaban sus hijos menores. La vida fue buena con él bendiciéndole con diez hijos, cinco ya mayores, cinco aún jóvenes. Su esposa estaba en el jardín, cuidándoles a distancia y observando sus juegos. Cuando lo miró acercarse, su esposa le dedicó una sonrisa y caminó hacia él, besándole la mejilla cuando lo tuvo enfrente.
—¿Cómo te ha ido?
—No muy bien.
—Supongo que el señor Anderman debe seguir de luto, me encargaré de mandarle algún detalle a su esposa—ella era una pooka amable, dulce, y amada por todos en Verona debido a su carácter bondadoso—¿Le mandaste mis respetos, esposo mío?
Le sonrió con tristeza; a veces sentía que no merecía a su esposa, y no entendía cómo se las ingenió para enamorarla.
—Claro que sí, pero el asunto es más grave. El Gran Jefe nos ha retirado su perdón, a nosotros y a los Overland.
—¿Enserio?—vio su rostro palidecer y sus ojos humedecerse en tristeza—Pero… nuestros hijos… ¡esposo mío! ¿qué haremos? ¿qué harán ellos?—miró de soslayo a los menores, que jugaban a distancia—No me apuran los menores, aún son pequeños para meterse en problemas. Pero los mayores son temperamentales e imprudentes.
—Lo sé. Vengo de hablar con ellos, de advertirles, pero sé que no me escucharán tan pronto. Mañana retomaré la charla con ellos, de uno en uno. Si puedes ayudarme con esto lo agradeceré, esposa mía.
—No necesitas pedírmelo, de sobra lo haré.
El señor Bunnymund miró a su esposa a los ojos, ella tenía una mirada verde, que la mayoría de sus hijos heredaron. Él adoraba eso, porque era como ver un poco de su esposa en sus hijos, y la amaba tanto, que le permitía recordar la enorme dicha de haber tenido descendencia con el amor de su vida.
—Nos esperan días difíciles, amor mío. Dame un beso, ocupo fuerzas.
Ella se alzó y le besó los labios con ternura, pero en vez de alejarse, se acercó a su oído, y agregó:
—Te daré otros más en la noche, y hablaremos con más calma de cómo cuidarlos, esposo mío. Nuestro amor nos deberá ayudar.
Él besó la frente de ella, y después, ambos se acercaron a sus hijos menores para que viéndolos divertirse y escuchando sus risas, pudieran olvidarse de la pena un par de horas.
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La enorme mansión de los Overland era uno de los edificios más lujosos y presuntuosos en toda Verona, ubicada sólo a dos cuadras de la plaza principal, sus imponentes torres, celosías, balcones y fachadas la volvían centro de atención de todas las miradas. Nadie ignoraba la belleza del recinto, como tampoco nadie ignoraba la riqueza y fuerza de sus habitantes. Y más importante aún, nadie ignoraba el frío de la tristeza que llevaban años cargando esos preciosos corredores.
Terminada la junta, el señor Overland regresó a su casa convertido en una furia. Aunque sabía que la situación era difícil, y tenía el orgullo de mantener su porte frente al Gran Jefe, eso no le quitaba molestia e indignación ¡perder el perdón de Nick St. North, conocido por todos como una de las personas más pacientes de Verona! Eso era demasiado.
Entró a su mansión y, como siempre desde que era niño, por un momento lo acobijó la dulce sensación de ser protegido por esas paredes preciosamente decoradas, pero la emoción duró poco. Anduvo rápido y veloz por el pasillo, donde su esposa le esperaba, ella al verlo molesto temió lo peor.
—Esposo mío ¿qué ha pasado? ¿por qué tu molestia?—la ignoró y pasó de largo, así que ella lo fue siguiendo cada vez más consternada—¡Háblame, señor! ¿qué ocurre?
Sabía que si le respondía algo, se desquitaría con ella, y solamente una persona merecía su enojo. Llegó a la biblioteca y entró de golpe, la puerta hizo un ruido espantoso cuando pegó contra el muro, e hizo que los dos muchachos en los sillones, con libros en sus manos, se asustaran.
Por un momento el señor Overland sintió algo de compasión, pero no permitió que eso aminorara su furia. No le dedicó la más mínima mirada a su hijo, Jackson Overland, y en su lugar, miró con furia a su sobrino, Richard Hate.
—¡Tú!—lo señaló lleno de enfado—¡Tú intransigencia nos ha costado muy caro! ¡No soportaré ni una más de tus rabietas!
—¡Padre!
Richard estaba erguido, pero tenía la mirada baja, aceptando su regaño. El señor Overland miró a su hijo por un momento, y como siempre que pasaba, la pureza de su mirada consiguió calmarlo. Escuchó a su esposa gemir cerca, preocupada, ¿cómo pretendían que un hombre de buen corazón se mantuviera estricto, cuando sus seres más amados le suplicaban siempre que tuviese un poco más de paciencia?
—El Gran Jefe nos ha negado su perdón—dijo—Todo por esa maldita pelea que tú empezaste, dos días atrás, y que costó la vida del muchacho Anderman.
—¡Yo no permanecí ahí!
—Esposo, todos en Verona saben que el mayor de los Bunnymund fue el culpable de tan terrible muerte, y…
—Y ya no hay excusas, esposa mía. El Gran Jefe está harto, y entiendo por qué. A partir de hoy, no contamos más con su perdón, ni tampoco los Bunnymund.
Richard se mostró algo más tranquilo cuando supo que sus odiados enemigos tampoco gozaban de algún favor especial. Pero la situación seguía siendo delicada, y todos lo entendían.
—¿Qué haremos, esposo?
—Primero, comportarnos—y volteó a ver a Richard de manera firme—Sé muy bien cómo eres, Richard, y no toleraré más insolencias tuyas. No quiero que vuelvas a faltar el respeto a nadie en Verona, menos a los Bunnymund.
—Pero tío…
—¡Pero nada! Por tu culpa, mi hijo, mi único hijo, puede comprometer su futuro si haces una sola tontería más ¡y no pienso consentir eso! O aprender a comportarte, u olvidaré que eres mi sobrino y no volverás a poner pie en ésta casa, ¿quedó claro?
—Esposo, él…
—¡¿Quedó claro?!
Todos guardaron silencio y asintieron. El señor Overland salió de la biblioteca, su esposa abrazó a su sobrino y besó las mejillas de su hijo, luego corrió detrás de su marido, y cuando lo alcanzó, dijo:
—Debes ser más paciente con él—su voz sonaba apremiante—Tiene veinte años, es joven. Y puede componerse. Sólo tenemos que ser pacientes y…
—Hemos sido demasiado pacientes con él—detuvo su andar para mirar a su esposa fijamente—Esposa mía, sabes que le tengo cariño a Richard, pero no podemos seguir consintiendo que pase encima de nuestra autoridad de esa forma. Ya ha sido demasiado.
—Hay que comprender, esposo. Perdió a sus padres tan joven, y él…
—Richard fue cuidado, educado y hasta amado por nosotros, esposa. Nada le ha faltado. No te ciegues más, sus desaires son cada vez mayores, y nos siguen comprometiendo.
La señora Overland dejó que unas silenciosas lágrimas bajaran por sus mejillas, a lo cual su marido la abrazó. Llevaban años soportando las desgracias, y lo peor era que éstas permanecían en vez de alejarse.
Se había casado radiante de felicidad y enamorado de su hermosa esposa, y la nombró dueña y señora de la mansión más grande y bella de Verona. Fueron muy felices sus primeros años de matrimonio, cuando nació su hijo mayor Jackson, y después su hija Pippa. No había recuerdo turbio que viniera a su mente cuando evocaba aquellos primeros años de vida marital. Todo cambió cuando su hija menor cumplió los cinco años, y enfermó de fiebres.
En ese tiempo, su esposa estaba embarazada, y el médico le prohibió acercarse a la niña para impedir que se contagiara y afectara así su salud y la del bebé. Cuidaron a Pippa noche y día, pero no hubo manera de salvarla. Al fallecer la pequeña, la señora Overland casi enloquece de tristeza, y la depresión hizo que abortara. Duró en cama casi medio año, enferma física y mentalmente, la gravedad de sus heridas durante el aborto impidió que pudiera tener más hijos.
Solamente el amor hacia su hijo Jack permitió que la señora Overland comenzara a mejorar, en medio de esa recuperación, el único hermano de la señora falleció en un accidente con su carroza, dejando huérfano a su sobrino. Los Overland acogieron a Richard con los brazos abiertos, sobre todo la señora, quien miró a su sobrino como el hijo que ya no pudo tener.
Todos esos dolores habían vuelto a los Overland más inquietos e inseguros, sobre todo a la pobre señora, cuyos nervios jamás terminaron de sanar y fácilmente lloraba o se entristecía. Los doctores decían que no había cura para un alma rota, y así lo creía el señor Overland, quien hacía todo en su poder para que su mujer mantuviera las fuerzas de seguir viviendo, y darle un futuro más digno a su único hijo.
Pero la rebeldía de Richard y sus constantes peleas estaban poniéndolo en la cuerda floja, sentía que a la menor provocación, el Gran Jefe se les echaría encima, y no estaba seguro de que su esposa lo soportara. Temía por ella, más que por nadie, y rezaba que Richard tuviese un poco de compasión por su única tía, que tanto lo había amado.
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—¡No puedo creerlo!—gritó Richard—Tu padre me miró como si fuera una plaga…
—Tampoco es para tanto.
—… ¡como si to fuera el único culpable! Cuando sabemos perfectamente que todo es por culpa de los malditos Bunnymund ¡sin ellos, Verona estaría mucho mejor!
—Deberías calmarte.
—¿Cómo quieres que me calme? Mi propio tío me ha reñido por culpa de esos despreciables. Debería darles una lección… a alguno de su enorme prole, sí, a alguno de…
—¡Escúchate!—Jack se paró frente a su primo y le zarandeó los hombros, intentando hacerle reaccionar—¿No pusiste atención a mi padre? Cualquier cosa que hagas, el Gran Jefe te castigará duramente y nada podremos hacer para ayudarte.
—No es justo, no después de lo que los Bunnymund nos han hecho por años, no después de lo que ellos me hicieron a mí….
—Creo que estás pensando de más—continuó Jack—Además, no tenemos idea de que fueran ellos.
—¡Claro que fueron ellos! Muchas personas dijeron haber visto al tonto hermano de la señora Bunnymund cerca de la carroza de mis padres, cuando los encontraron muertos. Ellos debieron matarlos, ellos…
—La carroza se cayó por el mal clima, Richard. Todos así lo afirmaron. Lo demás seguro que fueron rumores y…
—¡Pero ellos…!
—Richard—Jack lo miró a los ojos fijamente—No tiene caso, ¿no lo ves? Ya no tenemos el favor del Gran Jefe. Y no podemos acusarlos para reclamar venganza, porque no hubo testigos que testificarán.
—Es fácil para ti darte por vencido—siseó Richard, alejándose de Jack—Vives con tus padres que te aman en una mansión que será tuya por derecho, no te falta nada. En cambio, yo sólo tengo recuerdos y un nombre.
—¿No contamos nosotros para ti?—dijo Jack en tono herido.
—Claro, pero no es lo mismo—lo miró, y por un instante, Jack vio todo el dolor y el odio combinados en sus ojos—Sólo… iré a caminar. Tengo que pensar.
Richard salió de la biblioteca y dejó a su primo con la molesta sensación de que algo podría salir mal. Se conocían de toda la vida, y Jack sabía muy bien que Richard cambió cuando sus padres murieron. Era normal, supuso, que la tristeza ensombreciera el carácter, pero en su primo la situación fue extraña, porque se llenó de un odio que aún hoy en día le aterraba.
El joven decidió que no podría ya concentrarse en leer, así que se fue a sus aposentos. Estaba desganado, el regaño de su padre y la discusión con su primo consiguieron bajarle todo el ánimo, así que se recostó en la cama viendo hacia un techo oscuro. Duró así sólo unos minutos, Jack nunca fue del tipo precisamente tranquilo y la tristeza no duró tanto. Se paró de un salto, dispuesto a buscar alguna diversión que lo distrajera.
Se puso una capa azul sobre los hombros y se cambió las botas por unas más finas para salir, le dijo a una criada que cenaría afuera, para que le avisara a sus padres, y después salió de la mansión dispuesto a buscar alguna diversión. Tenía 18 años, la juventud lo llamaba para ser usada, y cada vez era más frecuente que pasara las noches en fiestas, cenas y divertidas galas. Esa tarde, decidió que visitaría a unos amigos en lo que le sorprendía la noche.
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Mientras Jack buscaba sus diversiones, al otro lado de Verona, Richard buscaba venganza. El joven de 20 años llevaba demasiado tiempo ocupándose del odio y la ira, así que no encontraba consuelo en nada que fuera distinto. Era joven, hubiera podido aprender rutinas nuevas de haberlo querido, el problema era que Richard no veía nada de malo en lo que hacía, y por eso, continuaba su autodestructivo camino.
Caminó a la Plaza Verde, que se encontraba frente a la casa de los Bunnymund, en una zona mayormente habitada por pookas. Muchos paseaban cerca de la fuente, él no llamó la atención mientras caminaba y lanzaba una moneda a las aguas, deseando con todas sus fuerzas cometer su propósito. Se puso una capucha y caminó a las sombras de un árbol, desde donde veía perfectamente la casa de sus odiados enemigos.
De repente la puerta se abrió, varios minutos después, y pudo ver salir a Aster y Sac, los dos platicaban tranquilos sin que nada los preocupara. Ese era el momento, pensó Richard. Antes de dar un paso, se detuvo, porque vio que la pequeña Cala salía de la mansión saltando detrás de sus hermanos, demandando atención. Era una niña, no podía tener más de diez años, y en un instante de cordura, Richard consideró que no podía lastimarla.
Ese instante se vacilación fue lo único que necesitó Anturio, quien vio a Richard espiando a sus hermanos y no se detuvo a pensar qué estaba pasando. Desenvainó su espada, pero antes de que pudiera usarla, Richard volteó y pudo verlo. Sus miradas de odio se cruzaron, y después, sólo se oyó el filo de una hoja de metal.
Y así concluye este capítulo uno... ojalá les haya gustado. Mi intención es darle más desarrollo a Aster y Jack más adelante, ya lo irán viendo. Déjenme saber si les gustó en algún comentario. Gracias por leer.
