Disclaimer: los personajes y el potterverso pertenecen a JotaKá Rowling.
Copyright: el potterverso sorgexpandido a la magia hispana y sus correspondientes personajes son míooooooos
Nota Introductoria: Este fic es continuación del capítulo Tiempos Revueltos, de UmU. Los antecedentes sobre la turbulenta relación de sus protagonistas están ahí y en el capítulo El Mago, la Cazamagos y la Periodista, también del mismo fic, además de dispersos por mis historias.
Capítulo 1
Londres, febrero de 1971
Aunque casi todos los presentes las vestían, no había ninguna otra como aquella. Y eso se hizo patente desde que su portador hizo entrada en el atrio de la venerable sede de la Most Extraordinary Society of Potioneers, un local solemne y de solera donde los hubiera en la Inglaterra mágica.
A cada paso, numerosas cabezas se giraban al ritmo marcado por la ágil figura envuelta en la elegante capa española. Aquellas capas eran hermosas, con aquellos cuellos a la caja y aquellos cortes que recordaban un capote de torero. Atractivas. Envolventes. Y viriles. La metáfora por excelencia del Spanish Matador. O del Spanish Warlock en aquel caso. Esta capa en cuestión desprendía aún más evocaciones taurinas pues era negra zaína, con un forro de color verde oliva que le daba un toque atrevido. Era una capa hecha de la mejor lana de oveja merina de la meseta castellana, larga hasta los pies y adornada con broches de plata en los que figuraban lechuzas, todas muy semejantes pero ninguna exactamente igual a otra.
Si digna de admiración era la capa no lo era menos el mago que la portaba. Era un hombre insultantemente joven para tratarse de un extranjero invitado en aquel foro tan exigente con los que no eran británicos. Y sin embargo se estaba volviendo un habitual, de manera que hubo aquí y allá manos y voces que se acercaron a saludar durante la recepción que siguió a la conferencia. Era un hombre alto, muy alto, mas de metro ochenta y cinco, con la tez pálida, unos penetrantes ojos grises, largas y atractivas patillas y un cabello espeso y lacio muy moreno cortado con largo flequillo de manera anodinamente conservadora en aquel salón en el que la mayoría de los hombres lucían largas melenas sueltas o recogidas en coletas o trencitas, aunque de dónde él venía se consideraba rabiosamente moderno y ye-yé. Cuando el mago se despojó de su capa dejando a la vista un atuendo de lo mas muggle, varias brujas y algún que otro mago no pudieron evitar suspirar.
Bajo aquel capote tan latino el mago llevaba pantalones de tweed en un tono tostado ligeramente mas oscuro que el jersey de cuello vuelto sobre el que lucía una americana de cuadros en tonos verde olivo y tostados. Un atuendo que sin ceñirse a su cuerpo no ocultaba que además de alto, era un sujeto con una atractiva figura marcada por los hombros anchos y la cintura estrecha.
-¡Ah! ¡Querido amigo! Estoy encantado de que haya podido venir…- La voz precedió al mago que a base de zigzaguear y pedir disculpas al personal se hizo hueco hasta acercarse con una facilidad pasmosa para su volumen y su edad. Su rasgo mas sobresaliente era su poblado mostacho. Además, vestía una elegante chaqueta de terciopelo verde con una corbata de cuadros escoceses a juego que no disimulaba un enorme barrigón. Un poco colorado por el esfuerzo, se pasó una mano por el cabello escaso, entre pelirrojo y canoso, para aplastarlo un poco, aunque infructuosamente.
-Profesor Slughorn.- Dijo el joven mago.- Un placer volver a encontrarme entre ustedes.- Y le tendió una mano delgada, de finos y largos dedos, quizás la parte menos viril de un físico privilegiado. Ajeno a todo aquello, el inglés la estrechó con entusiasmo.
-Pero venga, acompáñeme. Voy a presentarle a algunos de los talentos jóvenes procedentes de las últimas generaciones de nuestro colegio. No es por presumir, pero todos han sido alumnos de mi Casa… Permita… Permítame que le presente... – Y el profesor tiró del español hasta un corrillo donde cuatro jóvenes magos esperaban - Esta encantadora y poderosa bruja es Bellatrix Black. José Ignacio Pizarro, un invitado español.
-Encantado.- El joven mago inclinó la cabeza levemente a la par que sonreía a la bruja. Era una mujer muy joven y atractiva, alta y delgada y vestida con una elegante túnica de color gris oscuro. Tenía el pelo negro largo y lacio y bajo unos párpados caídos se escondían unos ojos muy oscuros. El mago tuvo la sensación de que era una persona salida de otra época. Ella, por su parte, se dedicó a lanzarle miradas de desdén.
- Rodolphus Lestrange…- El profesor, ajeno a aquel diálogo mudo, señaló a un hombre tan alto como el español, con el pelo negro peinado hacia atrás en ligera melena que le caía por los hombros y una elegante perilla.
-¿Cómo está?- El joven se abstrajo de pensar en la bruja por unos instantes, concentrándose en el siguiente. Era un hombre atractivo, aunque de expresión hosca, que respondió con un sonido gutural que el otro interpretó como un "bien".
- Lucius Malfoy…- Para su sorpresa, ahí estaba el casi albino que había intentado ligar con su prima unas semanas atrás en el pub que servía para enlazar el Londres muggle del mágico.
-Un placer tenerle entre nosotros…- Murmuró Malfoy curvando ligeramente los labios en una sonrisa que tenía muy poco de natural.
-Y una auténtica genio de las pociones, como usted. Ven aquí Eileen, no te intentes escabullir. Esta es Eileen Snape…
-Prince...- Murmuró la bruja de manera casi inaudible.
-Encantado.- Repitió el español tendiéndole la mano. Curiosamente, aquella bruja enjuta y vestida de negro como si estuviera de luto que llevaba el pelo desarreglado y un tanto grasiento fue la única que no titubeó antes de estrecharle la mano.
-Entiendo que se dedica a las pociones, señor Pizarro…- Murmuró la bruja. Y Unos ojos negros como carbones se clavaron en los ojos grises del otro.
-En efecto. Trabajo en una empresa familiar. – Contestó con aplomo en mago español.
-Entonces le interesará mucho este homenaje a Hesper Starky, la primera bruja que ha estudiado la influencia de la luna en la fabricación de pociones…- Murmuró la otra bruja, la que vestía elegantemente. Era la primera vez que la oía hablar y le pareció que su voz presentaba matices de sarcasmo.
-He venido como invitado, y por tanto no deseo polemizar sobre los logros de la señorita Starky en relación con la influencia de las fases de la luna.
-No seas modesto, José Ignacio.- Exclamó el profesor.- Todo el que sabe un poco de pociones a nivel europeo conoce vuestro trabajo. Hace cuarenta años su abuela fundó una fábrica de pociones espagiritas. Y como bien sabrán, la Espagirya deriva de la alquimia. Y la alquimia tiene tiempos astronómicos precisos.
-Fascinante.- Murmuró la bruja con aquel tonillo perdonavidas.- Sería la primera bruja de la familia, supongo.
-La primera dedicada a la alquimia. – Aclaró el mago. La bruja soltó una especie de risa despectiva que no pasó desapercibida al profesor.
-Su padre es el famoso historiador mágico Carlos Pizarro.- Dijo Slughorn con toda intención.
-Bathilda Bagshold es la mas famosa historiadora mágica viva.- Insistió la bruja altiva ante la mirada divertida del mago albino, la desconcertada del moreno de la perilla y la inescrutable de la bruja del pelo grasiento.
-El profesor Slughorn se refiere al continente, claro está. Y además, si me permite, señorita Black, como hijo no puedo ser parcial.- Contestó el mago español ya un poco picado.
-Es usted arrogante.- Dijo la bruja alzando una ceja.
-Tal vez. Si lo soy, me viene de familia. Mi madre dice que mi padre lo era de joven. Y uno de sus antepasados, que también fue tachado de tal, le echó una maldición al cabello de una bruja que le había dado calabazas y se lo convirtió en serpientes.
-Yo no lo habría tolerado.
-Ella tampoco. Pero la venganza le salió por el mango de la varita y acabó casada con él. Felizmente, según cuentan las crónicas familiares. Tuvieron diez hijos.
-¡Qué hermosura! ¿Y cuándo fue eso, si puede saberse? ¿Hace cincuenta años?
-Hace mil cien años. El era un hispano descendiente de romanos y ella provenía de una antigua familia visigoda de armas y varitas tomar.
-¿No tiene ninguna sangre muggle?
-No en siglos. ¿Por qué?
Bellatrix esbozó una ligera sonrisa y lo tomó del brazo como si lo conociera de toda la vida, en un cambio radical de maneras que no pareció sorprender al albino aunque el sorprendido español creyó ver cierta frustración en los ojos del otro.
-Y dime, si eres de sangre tan pura ¿Por qué vas vestido como un completo muggle? – Susurró ella con una melosería que nadie le hubiera imaginado capaz de poseer. El mago alzó una ceja y sonrió de medio lado, con cierto sarcasmo perdonavidas. No se le escapaba el cambio de trato, aunque hablaran en inglés.
-Quizá para llamar la atención de las mujeres más interesantes...
El mago español era joven y un poco cretino. Le gustaba atontar a las mujeres y tenerlas comiendo de su mano, aunque en su fuero interno reconocía que no se había enamorado nunca. O casi. Solo había respetado a tres, que eran sus primas. Bueno, realmente a dos. A sus dos primas mayores. Por turnos, había estado enamorado de las dos, de la mayor cuando él tenía once años, y de la segunda cuando tenía trece. Ahora se decía que fueron tonterías de chaval y se reía de lo patético que debía resultar. Pero la tercera era harina de otro costal. Con esa no tendría nada que ver ni aunque fuera la única mujer sobre la tierra. Y no porque fuera fea, porque era guapa como las otras. Simple y llanamente, eran incompatibles. Como agua y aceite.
Ajena a sus divagaciones, Bellatrix Black sonrió complacida por el comentario mientras Rodolphus Lestrange apretaba los dientes.
-Yo le he visto antes.- Dijo de repente Lucius Malfoy.- En el Caldero Chorreante, el mes pasado. Acompañado de una bruja vestida… vestida del mismo estilo. Una que estuvo en noviembre en las conferencias del Profeta. Tal vez tu te acuerdes, Rodolphus.
-Eso lo lleva mi hermano Roger.- Murmuró Lestrange.- Como todo lo del periódico.
-Un antepasado suyo fundó el Profeta.- Explicó Lucius.
-Hace mucho de eso…- Intervino Lestrange, como si no quisiera que se hablara de ello.
-Una mujer interesante ¿Es su novia?
-Lucius, por favor, no seas grosero con nuestro invitado.
-No es nuestro invitado, Bella. Es el invitado de la Sociedad. Y no creo que sea grosero interesarse por alguien que los dos conocemos.
-Si que lo es. Y yo se a quién le interesaría saberlo…
-Bella…
-No, no se preocupe. Era mi prima. – Contestó el interrogado, incómodo. Mira por dónde, sin comerlo ni beberlo esa prima precisamente no lo abandonaba ni en una conversación tan extraña entre aquella gente. Era como un boomerang.
-Un pariente. Ya decía yo que había un aire de familia. ¿Una prima muy cercana? – Insistió Malfoy.
-Prima hermana.
-Ya… ¿Con un pedigree similar al suyo?
-Curiosamente, si.
-¿Curiosamente?
-En efecto. Su madre rivaliza profesionalmente con mi padre desde que tenían dieciocho años, aunque ella está especializada en antropología histórica.
-Lucius se refiere a si entre sus historias de familia las hay tan sugerentes como en la tuya.
-Eso y mas. – Dijo el mago recordando unas cuantas historias de familia, unas compartidas y otras no.
-Su prima es una mujer hermosa. Como un caldero de chocolate… - Murmuró el albino tomando un pastelillo de una bandeja.
El mago español no se sintió cómodo con el comentario, aunque no podía precisar por qué exactamente. Quizás porque le pareció que consideraba a su prima como un comestible.
-Tal vez. Pero le advierto que por dentro es como ese caldero. Puro whisky de fuego.- Exclamó sin saber muy bien por qué debía advertirle.
-Me gusta el whisky de fuego.- Y dicho aquello Lucius Malfoy engulló de un bocado el pastelillo relleno de licor sin el menor aspaviento.
-¿Qué es eso que se oye?
Desde un extremo del salón se escuchaba un murmullo creciente a la vez que el resto de los asistentes se iban callando. Malfoy se tomó su tiempo para saborear el caldero de chocolate relleno de whisky de fuego y después se empinó ligeramente oteando hacia el foco del revuelo.
- Se trata de Mulpepper...- Murmuró con un tono de voz totalmente neutro.- Está encarándose con Jiggers.
Mientras el mago inglés buscaba con la vista algún otro camarero, el español se puso de puntillas para ver mejor lo que estaba ocurriendo. Los asistentes habían abierto un corrillo en torno a un hombrecillo bajo y calvo y con el pelo revuelto que llevaba una capa de invierno mal puesta y vociferaba como un energúmeno a un tipo alto y delgado que lo miraba como si fuera un escarabajo.
-¡Y entérate bien, Jiggers! ¡Enteraos todos! No me iré del negocio por las buenas!
Y con aquellas palabras tan amenazadoras el mago bajito se dio media vuelta y salió como una tromba del lugar. Los demás asistentes, pasado el momento de conmoción, volvieron a sus charlas, a sus corrillos y a sus copas y calderos rellenos como si nada hubiera pasado.
Mulpepper salió a un Londres cubierto por una espesa lluvia. Se colocó la capucha de la capa con tanto genio que se la dejó torcida y corrió por el callejón Diagon camino de su establecimiento comercial.
Al mismo tiempo, a bastantes millas de allí, una muchacha corría bajo la cortina de agua que caía sorteando charcos y viandantes. Temía llegar tarde y caerse a partes iguales, y además estaba nerviosa. Por eso había olvidado en la residencia de estudiantes el paraguas y contaba tan solo con la capucha de la trenka que de puro empapada ya le calaba el pelo largo y un poco ondulado. Por fin vislumbró el edificio al que se dirigía y apretó el paso. Subió la escalinata saltando los escalones de tres en tres y corrió por el interior de los pasillos hasta llegar al aula, un recinto con forma de anfiteatro. Una vez en la puerta, suspiró aliviada. Había llegado antes de que el profesor hiciera acto de presencia. Mas tranquila, se dirigió a sentarse en su lugar habitual donde ya la esperaban los compañeros de siempre. Se dejó caer en la silla y respiró profundamente intentando recuperar el resuello. El profesor tenía especialmente enfilados a los extranjeros, pero Ana se había librado en principio por su aspecto físico, que no era precisamente la imagen que allí tenían de una española. Ella no era baja, ni morena, ni de ojazos negros negrísimos. No se parecía a ninguna modelo pintada por Julio Romero de Torres, ni a la Lola Flores, ni a la Sarita Montiel. Ella era alta y delgada, con el pelo castaño claro tirando a rubio y los ojos de un marrón verdoso y una tez demasiado pálida para un latino. Cuando el profesor intentó leer su apellido, Vilamaior, soltó algo que sonaba mas bien a Bollywood y le costó asignar aquel nombre a aquella cara. Pero finalmente lo hizo y cuando concluyó que efectivamente tenía una alumna que procedía de una dictadura que encajaba malamente en la Europa Occidental de las democracias y las Comunidades Europeas, no perdió ocasión para ponerla en evidencia ante la clase a la menor oportunidad. Por eso Ana no quería llegar tarde, para no darle mas motivos para hacerla destacar en medio de la clase.
-¿Habéis visto el Mail? – Dijo un chico rubio con una sonrisa. Ante la tardanza del profesor había pasado a sentarse sobre el pupitre con las piernas cruzadas. Sobre las mismas tenía desplegado un ejemplar del periódico.
-¿Qué pasa con ese tabloide? – Preguntó Karen, una chica pelirroja y larguirucha que se sentaba junto a la española.
-Pues que saca una noticia sobre el vuelco de un autobús de dos pisos en Grosvenor Avenue.
-Un accidente, vamos.- Dijo la chica.- ¿Y qué tiene de particular?
-Lo gracioso es la explicación de las autoridades. Lo achacan a un "fenómeno meteorológico focalizado".
-¿Cómo?
-Un tornado mini. Mirad, si hasta ponen una foto.
Las dos chicas giraron la cabeza para contemplar una fotografía en blanco y negro que mostraba el autobús de lado.
-¡Eso es un borrón de tinta! – Exclamó Karen.
-O un manchón del revelado.- Añadió el chico con sorna.
Los dos chavales rieron bromeando sobre lo que realmente debía haber ocurrido. La española, en cambio, palideció. Aquello no era un manchón. Ni un fenómeno meteorológico extraño. Aquello era un mago montado en su escoba. Lo sabía ella bien. Y ya estaba pensando en la excusa para contar a sus amigos muggles y largarse de allí cuando entró el profesor. Ana suspiró desolada. Ahora tendría que aguantarse y soportar una clase de Hacienda Pública en inglés impartida por un Lecturer envarado y con toga que la miraba como si fuera una becaria procedente de un país tercermundista.
