MASQUERADE
PARTE I
El frío del invierno no apacigua ni mengua un solo grado como aquella vez, cada año todo se repite y es igual, nada cambia. Todo y todos son los mismos que ríen y disfrutan de la estación a la cual llaman "de unión familiar"; irónicamente no siento lo mismo pese a tanto bullicio que lo único que logra es molestarme. ¿Es posible que sea distinto al resto? Sí, así debe ser, porque sigo siendo el mismo, el mismo que no olvida ni perdona; el mismo que cada año vive y revive lo feliz y lo amargo; un recuerdo que se hace profundo en mi memoria sin perderse jamás, que lastima con más fuerza en cada nevada. El doble sentido del sentimiento que me haría subir a la luna y al mismo tiempo me hace caer al infierno, un sentimiento que se ha quedado dormido demasiados años, como el vino que con el peso del tiempo se hace añejo y dulce, exquisito al paladar; que conquista a todos porque simplemente es catalogado como el mejor cuanto más viejo sea. ¿Pero qué es éste en esencia?, no es más que unas uvas maltratadas y cruelmente estripadas para darle el gusto perfecto al paladar más fino que pueda pagarlo.
Cada vez que subo al escenario siento la verdadera esencia de mí, no sólo para dar vida a un personaje en el que intento dar lo mejor, sino para hacer algo que ha sido desde siempre mi segundo gran amor, mi segunda pasión. ¿Pero en qué me he convertido al final sin darme cuenta?, en un vulgar vino añejado que pueden tener sólo aquellos dispuestos a pagar por él, como pretende Robert usarme una vez más, para darle gusto al selecto grupo de millonarios y acaudalados hombres de negocios.
—¿Terry, me estás escuchando?, parece que llevo más de media hora hablando y lo único que he conseguido, es que memorices cada línea de la pintura que se encuentra detrás de mí —Habló con su característica y grave voz, Robert Hathaway; director de la compañía Stratford, recostado sobre la base de su escritorio observando directamente al que por varios años, ha sido su actor protagónico.
—Sí. He escuchado cada palabra que has dicho y mi respuesta sigue siendo. ¡No! —respondió de forma molesta y tajante, desde la silla en que se encuentra sentado, Terence Graham. El primer actor de la compañía, interrumpiendo así la fila innumerable de pensamientos que habían estado acaparando su tiempo y harto de la conversación que por días venían discutiendo el mismo tema.
—Sé que para ti esto, es un fastidio y que…
—Efectivamente, esa es la palabra correcta "fastidio" y debo agregar que es lo más sensato que has dicho desde hace más de media hora, Robert —afirmó el actor, llevándose la mano a la barbilla y dispuesto a no seguir escuchando la misma conversación de los últimos tres días. Se puso de pie con la intención de repetir su fuga como tres conversaciones antes.
—Vamos Terry, cada año es el mismo problema contigo. Me pones en aprietos al negarte a asistir a las cenas de gala que nos invitan, pero éste año es más complicado —Intentó Robert, detenerlo antes que llegara a la puerta—. Sabes que en otras ocasiones te lo he permitido aunque inconforme, pero ésta vez no puedo hacerlo, estoy más que comprometido; ésta vez es el Gobernador quién lo ha pedido y no puedo negarme tú lo sabes; él ha sido más que claro, ha sido muy explícito al expresar que desea que tú te encuentres presente junto al resto del elenco principal. Si no quieres creerme, pregúntale a Eleanor, te dirá lo mismo, incluso de ella he sabido que también su director la ha comprometido, porque así lo han solicitado —Robert, se encontraba desesperado y tuvo que jugarse su mejor carta, Eleanor Baker.
Al escuchar el nombre de su madre, Terry no pudo evitar detenerse y volverse para juzgar él mismo que no estaba siendo engañado. Su vasta experiencia en el escenario le han dado la facultad de poder identificar cuando alguien le miente, y pese a ser Robert un gran actor, no ha sido la excepción de poder analizarlo.
—¿Dices que a Eleanor también la han obligado?, ella no me ha mencionado nada —Escéptico aún, trataba de no rendirse y pescar a Robert en la mentira.
—Si quieres puedes llamar y preguntarle tú mismo —dijo el director, tomando el auricular del teléfono de su oficina.
La astucia del actor no le permitía errores, por lo que se acercó y marcó el número de la casa de su madre y después de unos minutos, colgó.
—Así que todo es cierto, también a Eleanor le han obligado —afirmó Terry, sentado en la esquina del escritorio del director mirándolo fijamente—. Y se puede saber ¿por qué tanta insistencia de ese hombre?
—En verdad aunque quisiera aclarártelo no puedo, a mí no me han dicho mayor cosa que lo que te he dicho a ti, incluso James, el director de Eleanor tampoco lo sabe. Lo único que se nos ha dicho es que es un acto de caridad el que se llevará a cabo y que cuantas más personalidades asistan, se podrá lograr recolectar mayor cantidad de recursos para ayudar, no estoy seguro si orfanatos o asilos para ancianos, ya sabes una actividad filantrópica —aclaró Robert, con sinceridad. Tal como lo había mencionado, era todo lo que sabían, y el Gobernador era un hombre con muchas influencias que podía ayudar o destrozar por completo a una compañía.
Después de unos minutos de analizar al director, se levantó de donde estaba y sin decir más se dirigió de nuevo a la puerta para salir.
—Terry, por favor —Robert, trató de llamarlo a la cordura antes de que se fuera.
—Mañana te daré mi respuesta, finalmente todavía falta poco más de una semana, así que no veo por qué no puedo tomarme un poco más de tiempo para pensarlo —Le indicó sin ninguna preocupación o presión, antes de abrir la puerta y salir de la habitación.
—¡Terry, por favor, espero que tú respuesta de mañana sea un enorme y gran, sí! —Exclamó a gritos para que lo escuchara, Robert.
En verdad Hathaway deseaba que Terry no se negara como lo había hecho en todas las galas a las que eran invitados a asistir cada año. Desde que se había hecho cargo del cuidado de Susanna Marlowe la prometida que jamás llegó a ser esposa, él se tomaba esa situación como la excusa perfecta para negarse a cualquier invitación que recibía la compañía. Pero era de todos sabido que ya se habían cumplido dos años de la muerte de ella y él seguía con la misma negativa. Sin embargo, a un Gobernador no se lo podía decir que no, como él había tratado de excusarlo en otras actividades, así que ésta vez, en verdad debía presionarlo al punto en el que no se pudiera negar, en caso de que su respuesta al día siguiente fuera un rotundo ¡no!
¡Qué hastío! —Pensaba Terry—, mientras salía del teatro directo a su apartamento, su refugio; luego de dos horas de esperar, que ni un alma quedara fuera y lo interrumpiera en su agradable y solitario regreso a casa. Al inicio fue todo un reto tomar de nueva cuenta las riendas de su vida para gozar de la libertad que por años se le privó, después de la muerte de Susanna y el haber vivido en obligación en una casa que no era la suya y que nunca lo fue.
"Susanna", pensó mirando al cielo. Consciente que quizás no era precisamente el lugar dónde ella se encontrará. No después de haberlo obligado a vivir a su lado, eso era algo que jamás podría perdonarle, pese a que siempre vivió agradecido de que le hubiese salvado la vida.
Qué difícil había sido acompañarla todos aquellos años en que de forma sumisa, no había podido liberarse del compromiso que contrajo con ella por el condenado accidente y el deber que le pesaba tanto. Sin siquiera haberlo deseado se había echado encima una carga tan pesada de la cual pensó que nunca se liberaría y de alguna forma, también la mala reputación que ambos lograron al convivir en la misma casa sin estar casados; claro que nadie sabía que no era más que una relación de hermanos la que siempre llevaron. Era tan joven e inexperto que ni siquiera había podido pensar en alguna solución, nada; hasta que la misma entrometida y rebelde chica rubia, que había invitado a Nueva York, la había tomado por él; sin darle oportunidad de negarse o de él reaccionar a su pronta huida. Si de algo podía estar seguro después de esos años, es que tanto él como ella, fueron un par de cobardes inexpertos que sólo tomaron el camino más corto y aparentemente más fácil.
"Fácil", si claro, cualquiera pensaría que era lo más fácil —Torció el gesto en señal de molestia—. Fácil para quién, para ella o para mí —Ironizó sin dejar de sentir el calor de la melancolía y la añoranza que corre fresco aún por sus venas por ella—. Dos años hace ya y nada de ti, en las ilusiones que viven en mi mente y el recuerdo que guarda mi corazón, todo se enfrió al comprobar que ya ni siquiera soy un recuerdo para ti —Suspiró profundamente, se compuso el sombrero y el abrigo, y elevó más la bufanda por encima de su nariz para evitar el aire frío que corría por sus pulmones que no alcanzaban a darle el calor que necesitaba sentir.
Sin querer pensar en nada más que ver todo el manto de nieve que cubría las calles, prosiguió su largo camino a casa, hasta que la añoranza de nuevo lo alcanzó y lo invadió con los viejos recuerdos. Una semana, una semana más y sería el último día del año de 1,925.
En una noche como esa, no sé si fue el Destino o fue la casualidad que llegaste a mi vida —Inició de nuevo con los recuerdos que lo atormentaban, pero que en un acto de dulce castigo le gustaba traerlos a su mente, ahora con la libertad de que nadie los podía opacar—. Una noche de año nuevo, después de una mala experiencia con mi madre, tenías que llegar tú para hacerme olvidar el desprecio que sufrí de parte de Eleanor, sino fuera por ese carácter tan propio de ti y de tus múltiples pecas danzando por toda tú cara y que con orgullo las defendías —Sonrió suspirando con ternura—, quizás habría terminado en el fondo del mar, sin que nadie jamás hubiera sabido que fue de mí. Eso sí era que a alguien le importaba que yo desapareciera, en aquel entonces siempre creí que a todos les daba lo mismo y que serían más felices si jamás hubiera nacido. Para ellos solo representaba un problema o una vergüenza que ocultar, sólo fue hasta que te conocí que empecé a creer que podía haber alguien a quien si le importara aunque fuera un poco. Tú risa contagiosa y esa alegría de vivir tú propia vida, sin que tú orfandad fuera un obstáculo en lograr lo que quisieras alcanzar; eso me hizo avergonzarme de mi pobreza de espíritu combatiente, aunque siempre me creí un alma libre, la verdad es que estaba atado a mi padre y su dinero. Sólo por ti y por nadie más que por ti, pude darme cuenta que podía alcanzar algo más que ser el hijo bastardo del Duque de Granchester y de la gran actriz de Broadway, Eleanor Baker. Sí, fue entonces que me di cuenta que yo podía lograr algo más que ser la sombra de ellos, que podía ser yo mismo y alcanzar lo que deseara por esfuerzo propio. Aunque el acto malvado de Eliza no es algo de lo que pueda sentirme muy feliz, ya que eso me robó tiempo contigo en el colegio y el que yo fuera mayor y tú también, eso habría cambiado muchas cosas y hecho la diferencia de lo que sucedió después. Al final, eso precipitó la independencia de mi padre y el ponerme aprueba de lo que pudiera lograr sin su ayuda. Hay cosas que ya no puedo cambiar y lo único positivo de todo lo malo, es haber alcanzado mis logros sin ayuda de nadie, a un precio muy alto no lo puedo negar, es lo único que lamento.
Sin darse cuenta había llegado a su apartamento, uno distinto de aquel pequeñito donde creyó que sus sueños podían hacerse realidad, lástima que al final solo había quedado en eso, en "sueños".
Por la mañana después de una noche de muchos recuerdos y pensamientos, su actitud era renovada y diferente, la luz de una idea había brillado en su mente después de darle muchas vueltas a la cama y varias tazas de té por la madrugada. Las evidentes ojeras no pasaron desapercibidas por nadie, pero como era habitual en todos, nadie preguntó nada; él único que se acercó a él al llegar, fue un joven de unos dieciséis años que fungía como el mensajero.
—Señor Graham, disculpe que lo moleste. El señor Hathaway me dijo que en cuanto llegara le pidiera que fuera a su oficina —dijo el jovenzuelo, con la voz temblorosa y las piernas también, esperando la mala reacción del actor.
Para su sorpresa y la de todos los presentes, Terence le brindó una pequeña sonrisa inclinándose para agradecerle y con una suave palmada en su espalda se despidió de él; dirigiéndose al pasillo que conducía a la oficina del director. Los presentes no salían del asombro de su actitud y el jovenzuelo nervioso y sudoroso, sacó su pañuelo para limpiar las gotas que humedecían su corta cabellera.
Al llegar y encontrarse frente a la puerta de la oficina de Robert, Terence respiró profundo y sin tocar abrió la puerta para encontrarse al director acompañado por su secretaria revisando unos papeles.
—Buen día, Robert —Saludó desde la entrada, Terry—. Sin haber dado más que unos cuantos pasos en la entrada, me han dicho que quieres hablar conmigo y aquí estoy, ¿ahora dime para qué soy bueno? —Robert, levantó la vista sorprendido al no haberlo escuchado entrar y al mismo tiempo pudo observar de alguna manera, una actitud diferente en su castaño actor. La secretaría por el contrario no pudo evitar un comentario.
—Buenos días, señor Graham. Permítame decirle que hoy se ve usted muy diferente —Le habló con voz melosa. Para Terry fue algo a lo que no le dio importancia, pues ya estaba más que acostumbrado a eso; para Robert no fue lo mismo, no le agradaba ese tipo de coqueteos entre sus empleados, siempre les exigía profesionalismo. Sabía que Terry no era del tipo de hombre que lo disfrutara y lo permitiera, además, suficiente había sido lo acontecido con Susanna y lo que su apreciado pupilo había vivido en esos años de condena. Por lo que intervino de inmediato.
—Por favor Gladys, puedes dejarnos solos —Lo dijo en un tono muy serio que a la joven de cabello negro y ojos castaños, le pareció más un regaño que una indicación. No dijo nada más y de inmediato abandonó la oficina dejándolos solos—. Efectivamente, Terry —Siguió con la iniciada conversación—. Pedí que en cuanto llegaras te avisaran que vinieras a mi oficina y como no deseo andar con más rodeos, quiero que me des tú respuesta, ¿qué decidiste?
Por unos segundos el castaño actor no dijo nada, caminó otros pasos hasta llegar y quedar de frente al director que sentado lo observaba con mucha atención, y por qué no, con nerviosismo, casi podía adivinar la respuesta en el rostro sin expresión del actor que lo veía de frente, muy directo como queriendo intimidarlo.
—Tengo una condición —dijo Terry, después de angustiosos segundos para Robert.
—¿Una condición? —Repitió el director, se dejó caer en el respaldo de su silla y se llevó la mano a la boca para morderse la uña del pulgar sin dejar de observarlo con mucha atención.
"Una condición", resonaba en la cabeza de Robert. "Rayos, qué tipo de condición puede ser y qué tan complicada para que la impongas", seguía pensando tratando de adivinar.
—Así que con una condición, dirás que sí —Lo inquirió con los ojos entrecerrados—. ¿Y cuál es esa condición? —Preguntó cruzando los brazos.
—Antes que te la diga tienes que prometer que vas a cumplirla, de lo contrario no te la diré y tampoco asistiré —Negó con la cabeza encogiéndose de hombros.
—¿Y si no está en mis manos cumplirla? —Lo cuestionó sin abandonar la pose de intriga.
—No creo que te sea difícil conseguirlo. Es más, creo que el Gobernador hasta te agradecerá la sugerencia, eso si en verdad sus intenciones son de cumplir con una actividad filantrópica que recaude mucho dinero —Aseguró el castaño, sonriendo con algo de descaro—. ¿Entonces?
—Está bien —Suspiró el director—. Espero no arrepentirme después, te prometo que haré todo lo posible por cumplir con tú condición —El castaño, no satisfecho con su respuesta, negó con la cabeza—. ¡Está bien! —Robert, apretó los dientes de fastidio, sabía que Terry nunca aceptaba respuestas a medias—. Tendré que partirme el alma para que el Gobernador acepte tú condición, ¡claro! sin delatarme que estas condicionándolo para asistir.
—Eso está mucho mejor, Robert —Terry, sonrió muy satisfecho—. Está bien, voy a asistir como quiere el Gobernador, y ésta… es mi petición y condición...
…
En Chicago la mansión Ardley, era un circo de algarabía y risas por donde quiera que alguien caminara en la planta baja. Después de la celebración del 25 en el hogar de Pony, donde Candy había pasado junto a sus queridas madres; varios niños la acompañaron a la Ciudad de Chicago y junto a otros, corrían de un lado hacia otro escondiéndose donde pudieran, saliendo y entrando por la puerta del jardín. Algunos adultos intentaban llevar una conversación más o menos normal, en medio del griterío sentados en una de las mesas del jardín.
—Si la tía abuela estuviera, estoy seguro que ya habrían acabado con sus nervios —dijo una joven de cabello negro, piel muy blanca y ojos azules.
—Si la tía estuviera en la mansión, seguramente ya llevaría al menos unas diez tazas de té de tilo y por lo menos la misma cantidad de calmantes —Rio con ganas un hombre alto, de cabello rubio, ojos celestes gentiles, a quien el resto acompañó en sus risas.
—Si la tía abuela estuviera aquí, estoy seguro que ya se habría desmayado —Se burló un hombre joven de cabello castaño claro, casi rubio y ojos avellana.
—Si la tía abuela estuviera, ya nos habría echado a todos —dijo con una brillante sonrisa una joven rubia.
—Bueno, estoy segura que si la tía estuviera, a quien habría echado es a mí y me cerraría las puertas con diez mil candados —dijo otra joven, con actitud despreocupada y un pequeño guiño de ojos.
—Sí la tía abuela estuviera, estoy segura que ya habría puesto orden y a ustedes —Los señaló, interrumpiendo—, ya les habría llamado la atención y a esos chiquillos ya los hubiera mandado a callar —agregó y se retiró en medio de niños que corrían por todos lados y casi la terminan botando al salir.
—Vaya, creo que nunca cambiará por más que la vida la trate mal —Se lamentó la joven de cabellos de oro—. ¿Y Neal, alguien sabe dónde está? —preguntó con verdadero interés.
—Seguramente en su habitación, ahogándose más en alcohol como el inútil y despreciable que es —respondió el hombre joven.
—Archie —Lo llamó a la reflexión, el rubio caballero—. Sé que tú y él no han logrado superar sus diferencias, pero al menos intenta llevarte bien estos días que estarán aquí.
—Es imposible llevarse bien con ese i…
—¡Archie!, por favor, recuerda que hay niños —Lo regañó la pelinegra.
—Lo siento, sólo expreso mi sentir —respondió Archie, cruzando la pierna y dándole un sorbo a su vaso de whiskey.
—¿Por qué se llevan tan mal con él? —preguntó una joven rubia de ojos azules.
—No es sólo con él querida, también Eliza es una pesadilla para todos; pero sabes bien que mi tía los quiere y no lo podemos cambiar, así que es por eso que los debemos soportar —Rio resignado, el rubio Patriarca.
—Bueno, creo que va llegando la hora que me retire y me lleve a los chicos del orfanato, Albert —Comentó la rubia de cabello dorado, levantándose de su lugar.
—Tienes razón, lo mejor será que se vayan aún de día —Le concedió, el rubio mayor—. Me adelanté un poco y hablé con Georges para que los lleven. Pero antes que te vayas, hay algo que tengo que decirles a todos.
—No tío, por favor. No me digas que otra vez la tía abuela quiere que pasemos todos juntos el año nuevo con los Lagan —Se quejó Archie, dejando el vaso sobre la mesa.
—No, te equivocas, Archie. Aunque ya sabes que esa es la tradición, pero lo que voy a decirles no tiene nada que ver con mi tía y mucho menos con los Lagan. Es algo estrictamente entre el círculo en el que nos encontramos ahora —dijo Albert, mirando a quienes se encontraban sentados a la mesa—. En realidad es algo que está más enfocado en una persona, y esa persona eres tú, Candy —agregó ante el asombro del resto.
—¿Yo? —preguntó ella, muy intrigada y sorprendida.
—Sí, Candy, justamente tú —Del bolsillo de su saco, Albert sacó un sobre de regular tamaño y al abrirlo una cartulina que semejaba una invitación salió—. Este sobre lo recibí hace tres días personalmente por un mensajero especial, y viene dirigido específicamente a la heredera de la familia Ardley, o sea tú —Señaló a la rubia que aún no salía del asombro y lo veía con los ojos muy abiertos sin poder expresar palabra—. Y después se dirigen a mí —Rio Albert, con más gracia—. Parece que de pronto la heredera llama más la atención que el mismísimo padre —Volvió a sonreír—. Viene directamente de Nueva York y…
—¡De Nueva York! —Exclamaron Archie y Annie al unísono, poniéndose de pie e interrumpiendo al rubio. Candy se quedó helado y más muda.
—Sí, de Nueva York —afirmó el rubio, con la misma gracia—, y explícitamente de la oficina del Gobernador.
—Del… Gobernador… del Gobernador dices tío —replicó Archie, todavía con asombro.
—¿Por qué les causa tanto impacto esa invitación, Albert? —Lo inquirió su esposa, Marie Anne, la rubia de ojos azules—. Tú tienes muchas relaciones comerciales con personas importantes, no veo por qué les sorprende tanto que de pronto quieran invitarte a ti y a Candy a… —Frunció el ceño—. ¿A qué es que los invitan?
—Bien, yo creo que sería mejor que fuera la invitada principal la que leyera la invitación, sino es mucha molestia, Candy —comentó Albert, sonriendo divertido—. ¿Crees que puedas hacerlo?
La rubia se tomó unos segundos más para relajarse y Albert le extendió la tarjeta, era claro que él ya la había leído antes y todo se lo estaba reservando para ese momento, y así poder observar la actitud de su pequeña rubia. Finalmente ella tomó la invitación y con voz temblorosa empezó su lectura:
LA OFICINA DEL GOBERNADOR POR EL ESTADO DE NUEVA YORK
Tiene el placer de hacerle la más cordial invitación a la señorita Candice Ardley, al señor William A. Ardley y su señora esposa. Así como a otros miembros de la familia, para participar en el baile de gala de fin de año, el cual tendrá como temática una Mascarada, con la finalidad de recaudar fondos para contribuir a actividades altruistas y filantrópicas. Donaciones que se harán a hogares de ancianos y orfanatos.
Esperamos contar con su honorable presencia, así como del resto de los miembros de la familia.
La actividad será realizada en el salón de baile del edificio que ocupa la alcaldía, y dará inicio a las 8:00 horas del día 31 de diciembre de 1,925.
Asistencia para 6 personas.
Todavía bastante desconcertada, ella levantó la vista y se topó con el rostro sonriente de Albert, con la mirada parecía que le pedía que le explicara algo que él no sabía cómo hacerlo.
—No lo sé pequeña, sólo sé que nos han invitado a un baile que no podemos rechazar; por esa razón, le he pedido anticipado a Georges que lleve a los niños al hogar de Pony; si tú quieres puedes acompañarlos. Pero debes volver para que tengas el tiempo suficiente de escoger lo que llevarás al viaje.
—Pero, no entiendo, por qué el Gobernador me ha enviado esa invitación, yo no lo conozco —Candy, no salía del asombro, del aturdimiento y menos comprendía la situación. No obstante, no era sólo eso lo que le molestaba. La actividad era en Nueva York, una ciudad que se prometió muchos atrás, no volver nunca.
—No me mires buscando una explicación porque en verdad no lo sé —Albert, se quedó meditando unos segundos tratando de recordar algo—. Quizás en alguna de las actividades a las que me has acompañado, alguien nos lo presentó, y le simpatizaste, la verdad es que no lo recuerdo. También puede ser que se haya enterado que eres una persona muy bondadosa y que haces actividades altruistas en Chicago —Concluyó.
—Candy —Habló Annie, después de permanecer en silencio—. Recuerdas cuando hicimos la cena para ayudar a los afectados por la fiebre de la Gran Guerra —La rubia se volvió hacia su amiga y asintió en silencio para afirmar—. Quizás así se enteró sobre lo que haces para recolectar fondos en diferentes obras.
—Puede ser, pero Annie, eso fue hace muchos años, no creo que alguien lo recuerde aún —Indicó ella, llevándose la mano a la mejilla de forma pensativa.
—Pero no es la única que has hecho, Candy —Afirmó Marie Anne.
—Bueno, no importa cómo haya sido —Interrumpió, Albert—, lo cierto es que hemos sido invitados y no podemos negarnos a ir.
—Pues lo siento, pero yo no voy y tú Annie tampoco —Negó Archie, sin derecho a objetar a la pelinegra.
—Pues yo lo siento más, Archie. Pero tú y Annie si van y eso es una orden —Se impuso el Patriarca muy serio.
—Tranquilo cariño —dijo Marie Anne, tomando a su esposo del brazo—. Creo que una actividad tan bonita como esa no es motivo para una discusión. Si nos han invitado, eso habla muy bien de la familia. Además, seguro será emocionante participar y sobre todo por la temática, una Mascarada, ya puedo imaginar lo mucho que nos divertiremos.
—La verdad es que yo no sé si quiera ir —dijo Candy, todavía insegura—. Tengo muchas cosas que hacer en el hogar. Además, Albert siempre pasamos el Año Nuevo en Lakewood.
—Bueno un año que no lo hagamos, no creo que sea motivo para que la familia se desintegre ¿o sí? —Sonrió el rubio—. Además, como dice Marie Anne, estoy seguro que vamos a divertirnos, no creo que alguno de ustedes prefiera quedarse a compartir con los Lagan la fiesta de Año Nuevo —Soltó una carcajada de diversión, mientras veía a los demás hacer una expresión de desagrado. A la vez debía pensar como haría para excusarlos a todos sin que la tía armara tremendo zafarrancho de indignación. Bueno, eso ya lo arreglaría, después de todo él es el Patriarca y su palabra siempre era ley.
Pocos minutos después sin discutir más el asunto y de común acuerdo, los cinco decidieron que era mejor ir a tener que quedarse. Georges se apareció anunciando que los diez pequeñitos del hogar de Pony estaban listos para partir de regreso; mientras que el único hijo de Albert y Marie Anne, lloraba desconsolado al verlos ir con su tía Candy y los dos niños de Archie y Annie, le hacían compañía en el llanto.
Candy les prometió que volvería al día siguiente y que en otra ocasión serían ellos los que irían a visitarlos. Con esa promesa terminó por subirse al vehículo, con la mano se despedía de todos con una sonrisa fingida sin poder dejar de pensar en esa incomoda invitación y el tener que viajar a Nueva York. Pocas cosas la ponían nerviosa en su actual edad, y una de éstas era precisamente todo lo que tuviera que ver con esa ciudad y una persona en especial que desde hacía muchos años vivía allí. No era algo que le agradara el considerar ese viaje, por mucho tiempo se había hecho a la idea de que todo el pasado había quedado en eso, en el pasado. Cómo debería tomar esa nueva prueba que el Destino le ponía, era algo que ignoraba y que sabía no la dejaría en paz. Esa noche fue de completo insomnio como hacía mucho tiempo no le sucedía. No quería conversarlo con nadie y justo cuando estaba por hablar para apoyar a Archie en su negativa de asistir, Albert se había impuesto como el cabeza de la familia, imponiendo la orden en que todos debían ir.
Al día siguiente muy de mañana ella y Georges volvieron a la Ciudad de Chicago, una emocionada Marie Anne, la esperaba y una mal disimulada emocionada Annie, también. Sólo le permitieron descansar un par de horas por el largo viaje y luego las tres se dirigieron a las tiendas para comprar todo cuanto necesitaran, acompañadas por un muy molesto Archie que no terminaba de aceptar. En medio de su entusiasmo, no tomaron en cuenta la presencia de su mal querida, malhumorada y amargada prima Eliza, quien al enterarse del viaje escuchando detrás de la puerta como era su habitual mala costumbre, le pidió al Patriarca que también la llevara. Albert se negó aduciendo que ella no había sido invitada y que sería de pésimo gusto que se apareciera sin la apropiada invitación.
Muy molesta la pelirroja salió de la oficina del banco, donde había ido a buscar al rubio, despotricando toda serie de insultos en contra de su eterna rubia rival. Asegurando que toda su mala suerte se debía precisamente a la huérfana que todo le había robado en la vida, inclusive al que fuera a convertirse en su esposo. Eliza nunca comprendería que su único prometido, no llegó a casarse con ella porque se dio cuenta de la clase de mujer egoísta, malvada y vengativa que era; al ver como en una ocasión previo a la boda, se había dirigido a la dulce Candy con tanta maldad y despotismo que no había podido soportar el mal trato y terminó interviniendo en favor de la rubia. Algo que Eliza jamás le perdonaría a Candy, había jurado y perjurado que si ella no era feliz porque le había robado al novio una vez más, tampoco lo sería la huérfana miserable y de eso se había encargado muy bien, al haber caído en sus manos algo que nunca debió tener.
…..
En la estación de Chicago, el movimiento de pasajeros era toda una locura. Viajeros iban y venían de todas partes, tres días antes de la fecha de la invitación, los integrantes de la familia Ardley caminaban por el andén mientras que empleados de la estación llevaban su equipaje hacia el compartimiento preferencial que ocuparían todos.
—A mí me parece que vamos con mucho tiempo de anticipación —Se quejó Candy.
—¿Tres días antes te parece muy anticipado, pequeña? —La inquirió Albert, sin evitar sonreír por la queja.
—Si me preguntarán a mí, diría lo mismo que al principio de ésta locura. ¡No quiero ir —agregó Archie, a quien no había forma de convencerlo.
—Si querido, pero nadie te preguntó, así que no opines —respondió Annie, muy sonriente y evidentemente muy feliz de poder hacer el viaje.
—Pues si me preguntan a mí —añadió Marie Anne—, me uno a la emoción y alegría de Annie, creo que éste viaje será de mucha diversión y algo muy positivo saldrá de éste, ¿no les parece?
Aparte de Annie y Albert que sonrieron afirmando, el resto no expresó palabra alguna. Archie decidió adelantarse y Candy simplemente siguió caminando al lado de Albert, que la llevaba del brazo izquierdo casi arrastrándola mientras con el otro su esposa apoyaba su mano caminando y sonriendo.
Nueva York —Pensaba Candy, mientras veía como se alejaban de la ciudad—, por qué alguien como el Gobernador de esa ciudad podría invitarme a una cena de gala. No lo comprendo, no lo conozco, no tenemos como familia ninguna relación con él y lo que es peor, un baile tan extraño. Ni siquiera pude ver realmente lo que Annie y Marie Anne escogieron para mí, por qué Albert nos estará obligando a ir, ni Archie ni yo queríamos —Mientras pensaba, fruncía el ceño y el rubio suspicaz no pudo evitar interrumpirla.
—¿Por qué vas tan pensativa, Candy? —La voz de Albert, atrajo su atención y levantó la vista—. Espero que no vayas pensando en alguna travesura o maldad que quieras hacerme.
—Qué dices, Albert. Ya no soy una chiquilla, además a ti jamás podría hacerte una maldad.
—Eso me tranquiliza —Uffff sonrió el rubio, fingiendo secarse la frente de sudor—, pero aún no me has dicho el disfraz que escogiste para el baile.
—Yo quería usar el de Red Riding Hood pero…
—¡Qué!, Red Riding Hood, por favor Candy, ya no tienes seis años, de dónde sacas esa idea —Rio a carcajadas, Albert.
—¿Qué, cuál es el problema?, a mí me gusta mucho, además, lo uso muy seguido cuando les leo cuentos a los niños en el hogar de Pony —explicó ella.
—Eso está bien para los niños, Candy —comentó Annie, sonriendo—. Pero iremos a un baile formal y del Gobernador, no puedes llegar vestida como una niña.
—No sabes querido —Intervino Marie Anne, también sonriendo—, lo que costó quitárselo a Candy. ¡Ah!, pero entre Annie y yo le hemos escogido uno sorpresa que estoy segura que se le verá muy bien, y será del agrado de muchos —aseguró la rubia esposa del Patriarca, entusiasmada.
—Sólo espero que ustedes dos —señaló Archie—, no quieran vender la imagen de Candy como siempre lo hacen en todas las actividades a las que asistimos.
Tanto Annie como Marie Anne, se esmeraban siempre en el arreglo de Candy cada vez que asistían a alguna actividad, con la esperanza de que surgieran pretendientes para la rubia; quién al final siempre terminaba rechazando. Ninguna de las dos estaban conformes con que una belleza como la de la pecosa rubia, se marchitara sola cuidando niños que no fueran los de ella.
Mientras los demás continuaban en la conversación sobre los atuendos que lucirían cada uno, Candy rememoraba viejos acontecimientos:
Una noche helada de invierno nos despidió en aquel hospital, Susanna y su promesa de hacerlo feliz por ambas entregándole su vida y su amor; la decisión que tomé por ambos para no hacerlo sufrir, él me dejó marchar sin oponerse porque sabía que era lo mejor. Ella ha muerto y él continuó su vida en el teatro, si alguna vez creí que me buscaría estaba equivocada, aunque ella ya no esté, estoy segura que durante el tiempo que vivieron juntos logró conquistar su corazón y yo me quedé sin nada, muerta para siempre de sus pensamientos.
¿Qué he hecho con mi vida?, cuidar de los niños del hogar ha sido mi mayor alegría, confieso que alguna vez esperé que volviera; ahora me pregunto ¿para qué?, para consolarlo porque la mujer que lo amaba y él amaba murió, para verlo sufrir porque ella ya no está. Mil veces es mejor vivir ignorando y pensándolo imposible, a mentirme por creer que mi recuerdo sigue presente en su vida. La idea de ir a Nueva York después de tantos años no ha sido de mi agrado, aunque si lo pienso bien, creo que es lo mejor, es la única forma que tengo de por fin liberarme de ese fantasma que me acompaña. Archie y Annie se casaron y ahora tienen dos hermosos niños, Patty vive en Florida y a su manera es feliz. Al menos ella no tuvo que llorar por un vivo que no pudo ser suyo. Incluso Albert, quién iba a decir que el siempre viajero terminaría formando su propia familia con Marie Anne y ahora yo tenga un lindo hermanito de cuatro años. El tiempo ha pasado y solo ha dejado esqueletos de los recuerdos de tiempos pasados que deben ser sepultados, lo único que espero de la vida, es poder seguir sirviendo a los demás con el mismo cariño, amor y entusiasmo que hasta ahora lo he hecho.
Luego de su larga y pesada línea de pensamientos, cayó en un sueño profundo hasta que una voz la despertó con delicadeza, anunciando que el viaje había culminado y la Ciudad de Nueva York le daba la bienvenida una vez más, después de varios años.
Juntos se dirigieron al Plaza el hotel donde siempre se alojaba la familia y poder descansar del largo viaje.
Horas previas a la Cena de Gala del 31 de diciembre
—Candy, Candy —Llamaba Annie, a la puerta de la habitación—. Qué haces ábreme la puerta, si no te apuras no estarás lista a tiempo.
—Ya voy, sólo me pongo algo encima —La rubia, tomó una bata y se encaminó a la puerta.
—Como lo imaginaba, sabía que todavía estarías en fachas, Candy —Regañó Annie—. Por suerte en pocos minutos viene Marie Anne para ayudarnos.
—Annie, estas preciosa —dijo Candy, observándola mejor luego del regaño—. ¿Qué ha dicho Archie de tú disfraz? —preguntó la rubia, muy interesada y admirando a su amiga.
—No ha dicho gran cosa, ya sabes que todavía sigue molesto porque no quería venir —respondió la pelinegra, sin darle mucha importancia a los caprichos de su esposo.
—Es una lástima, te ves preciosa, Annie —Intervino después de entrar sin tocar, Marie Anne.
—Y tú Marie Anne, también estás lindísima —expresó Candy, igual de sorprendida.
—William ha dicho que me veo realmente como una Hada —dijo la rubia de ojos azules, muy sonriente y algo ruborizada—. Pero tú no te quedarás atrás Candy, eso te lo puedo asegurar —añadió—. Manos a la obra Annie, de lo contrario ésta Diosa no estará lista.
—¿Diosa? —preguntó Candy.
Sin que ninguna de las dos mujeres se detuviera a escucharla o a responderle, empezaron la transformación de la rubia pecosa que por momentos trataba de librarse de ambas. En ocasiones interrumpía haciendo preguntas que seguían sin respuesta hasta que por fin se encontraba lista la musa que las había inspirado. Satisfechas de su trabajo ambas observaban de diferentes ángulos todo el disfraz y arreglo de Candy; que al inicio se había asustado al ver que su vestidura consistía en varios lienzos de organza y chiffon blanco con cintas doradas que iban desde la parte baja de su busto hasta la mitad de la cadera para sostener los lienzos de tela que se ajustaban en esa parte de su cuerpo, para luego caer en una falda más amplia con aberturas en ambas piernas. Lo más sorprendente era el escote frontal y trasero que conformaba el estilo griego. Candy no sabía cómo habían hecho para sostener la tela sin que esta se cayera y la dejara con todo al descubierto. El complemento era el peinado hecho de trenzas de diferentes formas y largos que formaban una corona, donde los rizos caían enlazados por los listones dorados sobre uno de sus hombros. Y por último la máscara obligatoria que todos debían llevar. Las chicas se encontraban comentando los disfraces sin que Candy pudiera verse al espejo, cuando a la puerta se escucharon dos toques, señal que los cabaleros habían llegado por ellas. Marie Anne se anticipó a abrirles y dejarles pasar, ambos caballeros dieron unos pasos al interior.
—Es hora de irnos, así que espero que ya estén lis… —Albert, abrió los ojos de asombro sin poder continuar con lo que deseaba decirles.
—¿Pe… pe… pero qué diablos le han hecho a Candy? —preguntó Archie, tan sorprendido como su tío.
—¡Verdad que se ve hermosa! —exclamó Marie Anne, muy satisfecha de lo que habían hecho.
—¿De quién se supone que va vestida? —preguntó el rubio, todavía sorprendido.
—¡Ay por favor!, de quién va a ser —dijo Annie, muy sonriente—. Pues de la Diosa Afrodita.
—¿La Diosa del Amor? —La inquirió, Archie.
—Sí, verdad que se ve estupenda, será la sensación —replicó Marie Anne.
—¿Qué pasa? —preguntó Candy, preocupada—. ¿Es que no me queda bien el disfraz?, ni siquiera me han dejado verme al espejo.
—Ah… y… será mejor que ni lo hagas, Candy —Sonrió Albert, todavía sorprendido y divertido—. Te ves preciosa pequeña, no pareces tú.
—¿Cómo dices eso tío?, no pensarás dejarla sal… —Pero Archie, fue interrumpido una vez más.
—Cállate Archie —habló Albert—, sino vas a decir algo bueno, es mejor que te calles. Candy se ve preciosa y las chicas han hecho un gran trabajo en arreglarla. Ya es hora de que nos vayamos sino queremos llegar tarde, aunque supongo que ese traje tendrá algo así como, ¿una capa? —preguntó el Patriarca. Imaginaba el revuelo que causaría la rubia si la veían salir así del hotel.
—Por supuesto, querido —dijo Marie Anne, sonriendo al pensar en los celos protectores de Albert y más en los de Archie—. Annie, todavía faltan los zapatos —Le recordó.
De una caja la pelinegra sacó unas sandalias con tiras que llegaban arriba de la rodilla, Archie al ver las aberturas del vestido y hasta donde llegaban, pensó que se iba a desmayar de la impresión.
—¿Pero has visto hasta dónde llegan esas aberturas del disfraz de Candy, tío? —Lo inquirió el sobrino, indignado hablándole muy cerca del oído, al ver como las piernas de su rubia querida quedaban expuestas hasta la mitad del muslo.
—No, no lo he visto y tú tampoco debieras hacerlo —Lo reprendió, Albert. Luego lo tomó de la oreja y con disimulo lo llevó a un rincón alejado de donde las chicas estaban colocándole las sandalias—. Escucha Archie, con tus comentarios solo creas inseguridad en Candy, déjala tranquila, que no entiendes que ya no es una niña a la que debemos cuidar. Ella desde hace mucho tiempo se convirtió en una mujer, y en una muy hermosa. Pero no ha sido ni libre ni capaz de expresarlo porque no se lo hemos permitido, siempre la estamos abrumando con tantos cuidados. Tú te casaste y formaste una familia, yo hice lo mismo, pero y Candy, ¿acaso crees que ella merece quedarse sola?
—Pero tío, si lo hemos hecho es porque la queremos y no deseamos que nada malo le suceda —Se quejó Archie, soltándose del agarre de la oreja.
—Sí y está bien, pero ya basta de eso. Debemos dejarla ser ella misma y recorrer su propio camino. Como tú te casaste y formaste una familia con Annie, yo también lo hice; pero Candy, te lo vuelvo a preguntar, ¿merece quedarse sola?
En verdad Archie se quedó pensando en lo dicho por su tío. Candy siempre les mostraba su único rostro y era el de una chica solitaria y aparentemente feliz con su vida y satisfecha de lo que hacía. ¿Pero era acaso que en verdad era tan feliz como pretendía dejarles ver, o escondía algo muy profundo a todos? Los pensamientos de Archie se detuvieron cuando las chicas anunciaron que todas estaban listas. Ni una sola palabra más salió del joven ojos avellana que no fuera para adular lo hermosa que su prima se veía, reconociendo que estaba en lo correcto.
Las bromas y las risas empezaron a fluir en la conversación mientras caminaban hacia la salida del hotel, Albert lo hacía con la finalidad de calmar los nervios de Candy que al ser observada por muchos en el vestíbulo, se sentía intimidada con ese llamativo traje. Más de uno los observaba con sus peculiares disfraces y con mucha atención. El rubio había escogido uno de león, su esposa era un Hada para complementar la pareja; Annie se había disfrazado de Princesa y Archie por no romper el encanto de Príncipe. Y Candy iba avasalladora con el despampanante disfraz de la Diosa Afrodita que sus muy queridas amigas habían seleccionado para ella, la inseguridad la hizo presa con cada paso que dio al salir de la habitación. Pero al calor de las risas y bromas de los demás, los nervios fueron disminuyendo hasta entrar al vehículo que los llevaría a la Cena de Gala.
….
Daban las ocho y treinta de la noche y el salón parecía que no daba más para tantos invitados, se había armado una tarima especial para las presentaciones y la actividad que se llevaría posteriormente cuando todos los nombres del listado se hubiesen hecho presentes. Los miembros de las compañías de teatro que fueron invitados, ya habían sido presentados sin revelar sus nombres, siendo ellos quienes atrajeran a muchos de los presentes a esa fiesta tan especial. Eran muy pocas las personalidades que aún faltaban, cuando abriéndose camino por la puerta principal, un grupo de cinco personas hizo su aparición atrayendo la atención de los más cercanos. Como era de esperarse nadie se conocía en el lugar puesto que era obligatorio usar máscaras que ocultaban la identidad de quienes la portaban. Sin embargo, un desesperado invitado atento de cuanta persona entraba al lugar y escondido detrás de uno de los pilares del salón, valiéndose de los adornos navideños y largos cortinajes con muérdagos colgantes, fue aproximándose hacia el área donde se entregaban los abrigos y al escuchar el nombre que daba la persona responsable de la ficha, no pudo más que sonreír de satisfacción y emoción. Veía cumplida la primera parte de su plan y si todo salía como lo pensado, muy pronto estaría de frente a la persona que se había atrevido a ignorarlo y seguro también a olvidarlo. Quería escuchar de sus propios labios el rechazo, para así por fin poder continuar su vida, aunque ésta fuera una vida de miserable resignación.
—Deja la capa también, Candy —Sugirió Annie, al ver que la rubia había entregado únicamente el abrigo y pretendía envolverse en la capa como si de una frazada se tratara.
—Pero Annie, es que tengo frío —Se excusó la rubia, sabiendo que todo era mentira, aunque en realidad si estaba temblando pero no era precisamente por el clima, las mejillas las tenía encendidas.
—No seas ridícula, Candy. Hace tanto calor con tanta gente, que podríamos hornear un pavo —Bromeó la pelinegra, soltando una carcajada y a ella se sumó Marie Anne.
—Bueno si no hay remedio —Candy, hizo una mueca de resignación—, está bien, me la quito —dijo sacándose la capa que cubría gran parte de su cuerpo, dejando al descubierto el despampanante traje blanco estilo griego que llevaba luciendo su escultural figura.
Con ambos escotes que desafiaban las leyes de la gravedad al mantenerse sujetos por las bandas doradas a la altura de los hombros que le daban mayor realce, el color blanco de la piel de Candy se perdía en el blanco de la tela que hasta la cadera se ceñía como una segunda piel. Si ella se hubiese visto en el espejo como tantas veces lo pidió hacer, seguramente jamás se lo habría dejado poner.
Los ojos masculinos de quienes se encontraban cerca no dejaban de admirar a la Diosa Afrodita que al dar el primer paso, el corte de su vestido a la altura de medio muslo se abrió para dejar ver una de sus torneadas piernas adornadas con las cintas doradas de sus sandalias. Con el siguiente paso hizo que a muchos se les cortara la respiración y que Archie casi quisiera tirarle encima la capa de príncipe que llevaba puesta. Mientras que Albert sonreía divertido al observar los celos protectores de su sobrino y la natural inocencia de Candy al vestir una prenda tan llamativa y atractiva a los ojos de muchos hombres que por allí se encontraban. Para el rubio, era la noche de Candy y no la restringiría más que para salvarla de algún tipo abusivo o pervertido que quisiera aprovecharse. Las chicas estaban felices con lo que habían conseguido con la rubia pecosa y ambas estaban seguras que esa noche, ella encontraría por fin al hombre de su vida.
Debido a la multitud que se aglomeró al paso de los recién llegados, los ojos azulverdoso de un famoso actor de Broadway, no pudieron apreciar el espectáculo que daba Afrodita con cada paso, la rubia despampanante que avanzaba hacia uno de los costados donde se encontraba el área de las bebidas rodeada de los integrantes de su familia.
Al llegar al lugar, se encontraron con otras personas con quienes sólo se saludaron con gestos y palabras amistosas, por desconocer sus identidades. Después de unos quince minutos de encontrarse en el lugar degustando de una bebida, una persona vestida como el Rey Arturo, subió al entarimado para dar inicio a las actividades de la festividad.
—Buenas noches a todos los asistentes —dijo el hombre llevándose la mano al rostro para quitarse la máscara—. Sé que ésta actividad consiste en ocultar nuestras identidades, pero en mi caso haremos una excepción por ser el anfitrión. Como Gobernador del estado de Nueva York, quiero agradecer a todos los asistentes por haber aceptado la invitación especial y hacerse presentes en la festividad de Fin de Año que celebramos con una Mascarada. Una idea muy original que se le ha ocurrido a una personalidad muy reconocida de la ciudad y que me ha pedido estrictamente que mantenga el anonimato de su nombre el cual revelaremos al filo de la media noche. Algunos de ustedes posiblemente ya se han reconocido por ser miembros ilustres de nuestra Sociedad Neoyorkina; sin embargo, éste año también contamos con la presencia de algunos de los miembros de una familia muy importante, reconocida y distinguida de la Sociedad de Chicago, a quienes posteriormente podrán conocer —El hombre se tomó unos segundos para recibir de mano de una persona, una hoja de papel con algo escrito—. Tal como se encuentran programadas las actividades y siguiendo con el protocolo, daremos inicio a la primera después de un par de bailes para animar la celebración; la cual consiste en la rifa de diez cenas patrocinadas por el Hotel Waldorf Astoria, la suma que se recolecte será repartida para el sostenimiento de cinco hogares para ancianos —Los aplausos no se hicieron esperar por la concurrencia y el hombre prosiguió con el calendario.
—Como segunda actividad, tenemos un concurso de baile, para el cual deberán inscribirse las parejas por un valor de 500 dólares y como premio recibirán un reconocimiento de la Ciudad de Nueva York, esperamos que se inscriban muchas y podrán hacerlo en la mesa que se encuentra cerca del área de bebidas al finalizar mi intervención. Lo recaudado irá a una fundación para encontrar la cura de algunas enfermedades.
Nuevamente el salón se llenó de bullicio y de aplausos entusiastas por participar en dicha actividad. Al concluir y volver de nuevo el silencio, el Gobernador continuó con la última del listado y quizás las más complicada.
—Y para el final de lo programado, hemos dejado la mejor de las actividades —dijo muy sonriente—. La cual consiste en una subasta mixta —Todos quedaron en silencio sin comprender plenamente—. Permítanme les explico, delegados especiales se han tomado el tiempo para seleccionar entre todos los invitados, a damas y caballeros a quienes se les pedirá que permitan ser subastados, otorgando como premio un baile al ganador de cada subasta y aproximándose a la media noche deberán concederle a su pareja un beso en la mano —La última parte del anuncio causó revuelo en los invitados, principalmente en aquellos que eran solteros y veían a las que consideraban serían las chicas seleccionadas para dicha actividad—. Algo que debo dejar en claro, es que quienes participen en las dos primeras actividades, no podrán hacerlo en la tercera, también que todos los que participen en la subasta deberán ser solteros, tanto los que sean subastados como los que hagan sus pujas —Un murmullo de desagrado se escuchó por parte de varios caballeros y de algunas damas—. Espero que todo haya quedado muy claro, no me resta más que decirles: ¡Que empiecen las actividades y que se diviertan mucho! —añadió el Gobernador, y poniéndose la máscara de nuevo en el rostro, bajó del entarimado para dirigirse al área donde se encontraban el grupo que habían identificado como proveniente de la Ciudad de Chicago por uno de sus asistentes.
—Buenas noches —dijo el Gobernador, a espaldas del Patriarca de la familia Ardley, al escuchar la voz todos se giraron para quedar de frente a la persona que los estaba saludando—. Disculpen si no elevo más la voz, pero tratando de seguir con la actividad, no deseo por anticipado revelar sus identidades. Pero es mi deber venir a saludarles y agradecerles por su presencia —El hombre extendió su mano al Patriarca inicialmente quien se presentó con su nombre, extendiéndole la mano, de tal forma uno a uno se fueron presentando hasta llegar a la figura principal, "la heredera de los Ardley"—. Señorita —Saludó el Gobernador, tomándole la mano enguantada y sonriéndole con educación y una pequeña reverencia—. Es un placer conocerle, he escuchado muchas cosas de usted y espero que nos honre al ser parte de una de las actividades de ésta noche —añadió sin poder dejar de apreciar la hermosa figura y seductora que representaba la Diosa Afrodita.
—Buenas noches, señor Gobernador —Saludó ella, también con un tono bajo de voz aproximándose a él un poco, sólo un poco—. Ha sido un gusto para nosotros el que nos haya invitado como familia, además, no sé qué le habrán dicho de mí, espero que sean cosas buenas —Sonrió y los ojos verdes de la dama brillaron como centellas a los ojos del Gobernador a través de la máscara a pesar de la tenue luz.
—Puedo asegurarle que han sido únicamente cosas agradables y muy buenas, he sabido que es una mujer a la que le gusta mucho ayudar a los demás y por esa razón, me he permitido solicitar que participe en la subasta que se hará como último acto de la noche.
La sugerencia le cayó como balde de agua fría a Candy que no se esperaba ni en sueños participar en dicha actividad, había pensado pedirle a Albert o a Archie que se apuntarán para lo del baile, pero la subasta, eso estaba a otro nivel, al cual ella no quería subir por nada del mundo.
—En verdad espero que no se niegue —Suplicó el Gobernador, al percibir que la invitación no había sido recibida con mucho entusiasmo—. Piense que es para ayudar a varios orfanatos de la ciudad —Con eso fue más que suficiente para que Candy se derritiera y no lo pensara más.
—Está bien, acepto señor Gobernador —afirmó con una sonrisa, aunque sufriendo.
—Gracias señorita, en verdad que esos niños le agradecerán en grande su participación —Le sonrió el hombre satisfecho—. Y ahora si me permiten —Se dirigió a todos—. Los dejo para que sigan disfrutando de la noche y pedir que dé inicio la primera actividad, con su permiso —Y con una reverencia el hombre se despidió y se alejó.
—Candy, ¿estas segura que fue bueno que aceptaras participar en la actividad de la subasta? —Se apuró Archie, preguntar más preocupado que ella.
—Archie, deja en paz a Candy —Lo regañó Annie—. ¿Qué puede sucederle?, se hará frente a todos, así que no veo cuál es el problema. Mejor invítame a bailar —agregó y lo tomó del brazo para llevarlo a la pista de baile que había dado inicio con un vals muy suave.
—No le hagas caso a Archie, Candy —dijo Albert, al ver que la rubia se veía insegura—. Tú sólo diviértete ésta noche, ya te lo dije. No creo que prefieras estar en Lakewood disfrutando con los queridos primos Lagan que estar acá —Rio a carcajadas Albert y luego Candy también. Por supuesto que cualquier lugar era mejor que estar con los Lagan y la tía abuela.
—Tienes razón, nunca había asistido a una actividad como ésta y me siento muy extraña, principalmente porque puedo sentir que tengo muchos ojos encima y no sé si es mi imaginación, o en verdad me están mirando —dijo ella, girándose para toparse con varias rostros que se giraron de inmediato en cuanto ella se volteó.
—Es tú imaginación, Candy —dijo Marie Anne, sonriente—. Te aseguro que nadie te está mirando, tal vez admirando, pero no mirando —Un juego de palabras que dejó más que confundida a Candy, que ya lo estaba bastante—. William, cariño, porque no llevas a Candy a bailar antes que empiece la rifa —Sugirió la rubia de ojos azules.
—¡Por supuesto que no, Hada de los Bosques —Se negó la Diosa Afrodita—. Ve tú con tú león, yo no creo que pueda bailar con estos zapatos —dijo mostrando las sandalias de tacón que estilizaban sus lindas piernas, las cuales dejó ver al mostrar el calzado.
—¿Estás segura? —preguntó el Hada y ella asintió de afirmación—. Sabes Candy —dijo la rubia ojiazul, hablándole muy cerca y sonriendo con ternura por la inocentada de su cuñada—. Es mejor que no muestres tus zapatos, de lo contrario creo que muchos podrían sufrir un ataque al corazón.
—¿Por qué? —preguntó ella, sin poder comprender las risas de ambos.
—Tú sólo no los muestres, Candy —Le dijo Albert, al oído mientras continuaba sonriendo. La rubia se encogió de hombros y sin comprender, los vio alejarse muy divertidos.
No había pasado ni un minuto cuando varios caballeros se acercaron a la rubia como lobos hambrientos. No muy lejos de ella se encontraba una dama vestida con un elegante vestido negro de lentejuelas y pedrería colgante hasta la pantorrilla, mascara del mismo color, peluca de cabello negro corto adornada con diadema de plumas —Estilo flapper(1)—, junto a ella se encontraba un hombre bastante alto de cabello oscuro corto engomado y peinado hacia atrás, con un frac negro, camisa negra, corbatín rojo y una capa que le llegaba hasta los talones y la infaltable máscara de igual color que todo el atuendo.
—Parece que la Diosa Afrodita ha flechado a varios y tendrás mucha competencia —dijo una joven con sonrisa perversa que se acercaba y que iba disfrazada de bailarina de Can Can.
—No molestes —respondió el hombre vestido de negro, sin apartar la vista de la joven que era asediada por los caballeros a una distancia considerable.
—Cariño, no quisiera acrecentar la provocación de la bailarina, pero si presionaste tanto para ésta actividad. Creo que debes aprovechar el momento, tal vez no vuelva a estar sola como ahora —mencionó la flapper, sin tomar en cuenta la jauría que asediaba a la Diosa Afrodita.
—Así es Drácula —dijo la bailarina, fingiendo hablar muy seria—, si no te apuras, te dejarán sin víctima ésta noche. Además, ¿no te parece que ese cuello tan blanco, fino y sedoso, se ve muy apetitoso como para clavarle tus colmillos? —Lo pinchó provocándolo.
—¡Karen! —exclamaron al unísono sus acompañantes.
—¿Qué?, no sé por qué se espantan —dijo la bailarina, con mucha desfachatez y un ademán—. Les aseguro que esos hombres a su alrededor estarían más que dispuestos a ser ellos los primeros en hacerlo —Drácula, le clavó la mirada de molestia y le mostró los incisivos, y de paso los colmillos falsos—. Además —Se dirigió al vampiro—, te aseguro que no fue nada agradable que Robert y tú me utilizaran para ir a la oficina del Gobernador y convencerlo con mis encantos, que tú idea de una Mascarada ayudaría a recolectar más fondos para sus obras. También que invitara a una familia poderosa de Chicago de la cual tuve que darle todos los datos que tú y Robert investigaron sobre ellos, asegurarle que la heredera de esa familia era toda una belleza y que en la subasta sería todo un éxito, sin siquiera haberla visto antes y comprobar que fuera cierto. Por suerte, Candy en verdad se ha convertido en una belleza muy seductora y con ese disfraz, tiene más que embobados y asegurado una buena cantidad de prospectos de matrimonio de los cuales su familia estará muy orgullosa. Sin contar que por lo visto el Gobernador ha quedado más que encantado con ella. ¡Aaay! —dijo la bailarina llevándose la mano a la frente en forma dramática—, hiere mis sentimientos ese viejo panzón —añadió soltando ruidosas carcajadas.
—¡Cállate!, no ves que estas llamando mucho la atención —La regañó el vampiro.
—Lo siento, pero me hace mucha gracia y mejor te apuras Drácula, porque por ahí —dijo señalando con su dedito el lugar al que se refería—, veo que viene Patrick Alleng, el sobrino del Gobernador, y ese seguro que si le clava los colmillos y algo más —Volvió a soltarse en carcajadas al ver la ira en los ojos del vampiro—. Apúrate Drácula —Lo empujó para animarlo y provocarlo más—, o te dejará sin víctima ¡ese traidor!
—¿Cómo sabes que es él y por qué le dices traidor? —preguntó la flapper, antes que el vampiro saliera al auxilio de la indefensa Afrodita.
—Porque me dijo que vendría disfrazado de Robin Hood, el muy idiota. Y ahora pretende coquetear con Afrodita, ¡es un infiel! —dijo la bailarina, apretando los dientes—. Por favor Dracu, si toca a tú Diosa, te autorizo que le pegues hasta que lo mates.
—¡No le des malas ideas! —La regañó, la flapper. Y ella sólo soltó una nueva carcajada.
Mientras ambas veían avanzar con pasos largos a un alto Vampiro esquivando con dificultad a las personas que se atravesaban por su camino intentando atraer su atención, dirigiéndose hacia donde se encontraba rodeada la Diosa Afrodita, y Robin Hood aproximándose cada vez más a ella dispuesto a espantar a los enemigos.
…Continuará… ...siguiente capítulo final….
Hola!
Este mini mini fic consta de 2 capítulos, como pudieron leerlo antes, fue una invitación de Canulita Peach, para conmemorar la fecha en que se conocieron nuestros personajes favoritos espero que sea de su agrado.
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FELIZ AÑO NUEVO 2,019... QUE SEA LLENO DE BENDICIONES PARA TODOS!
ABRAZOS DE OSO PARA TODOS
PS. Siempre las debidas disculpas por los errores no pude editarlo.
31-12-19
