Iría ahí, a la parada del autobús en el que todas esas veces se fueron juntos a casa, hablando de cualquier tema sin importancia, con un extremo de los auriculares en el oído de él, y el otro en el propio, oyendo una de esas canciones que ambos disfrutaban. Muy cerca, hombro con hombro, cabeza con cabeza, sonriendo. Sintió nostalgia, abrumadora e indescriptible. Por un momento se arrepintió de haber borrado todas esas canciones de su reproductor, pero oírlas en este momento, en el que su corazón gritaba con latidos, cuanto anhelaba el pasado, hubiera sido fatal. Era extraño. Deberían ser sólo recuerdos sin importancia, ahora ya no sabía si dolían, o recordarlos le hacía inmensamente feliz. Iría ahí, y cerraría los ojos. Cerraría los ojos y los oídos al mundo entero, para que en su mente se formarmara aquella imagen, y estuviera él, esperándolo como siempre. Para que el sonido que escuchara fuera el de aquella canción, el de esa voz, que tanto detestaba. Parte de él, realmente deseaba verlo ahí. Quería que al llegar estuviera sentado en la banca de la parada, esperando impaciente con una cara de fastidio, pero un brillo de alegría oculto que era como si le estuviera sonriendo, llevara el uniforme, el mismo peinado de antes. Realmente, eso era lo que deseaba. Porque se había atrevido a admitir que extrañaba a Saruhiko, como simplemente no se podía decir, ni siquiera pensar. Pero extrañaba a ese Saruhiko. No al bastardo traidor que le aterraba, con esa mirada y sonrisa desquiciadas, no a ese idiota, que si de por sí de aburría con facilidad, ahora odiaba la vida por completo, no a ese odioso que no hacía otra cosa que joder... Así que, con la excusa, de "al de antes" se atrevía a abandonar la mitad de su orgullo...
Seguramente, al llegar la banca estaría vacía. Seguramente si había alguien, no le hablaría siquiera, porque no sería Saru. Saru ya no existía para él... Simplemente se había desvanecido. ¿Por qué sentía esa opresión? Como si parte de él deseara, que el actual estuviera tan cerca como el del pasado...
La gente pasaba, sin darle importancia, sus rostros parecían en blanco, como si sólo fueran muñecos irreales... Y ahí, sentado, estaba un muchacho alto, de diecinueve años, cabello oscuro, ojos azules, uniforme azul del Scepter 4 y gafas negras de marco grueso. Su corazón se paró.
—Llegas tarde... Muy tarde —dijo, con una media sonrisa llena de cinismo, la mirada cubierta por el flequillo, y la voz suave, tratando de sonar burlona, pero temblaba, frágil, dolida, rencorosa... Entonces pudo distinguir, que gotas plateadas de agua resbalaban desde sus ojos por sus tersas mejillas...
En ese momento se halló a sí mismo con el corazón siendo estrujado, sin poder contener las lágrimas. Porque esas simples palabras le dijeron que... Saruhiko siempre había estado ahí... Y el que se había desvanecido, no era el de cabellos oscuros.
Era él.
