Hola mundo!

A pesar de no ser mi primera historia, sí lo es mi primera vez en FF y estoy algo nerviosa porque jamás había publicado en otro lugar, pero como dice el dicho "quien no arriesga, nunca gana", así que ya veremos si esto me funciona.

Este es el primer capítulo de la novela más reciente que estoy escribiendo que titulé com Cadenas de la Noche. Como es un capítulo de introducción no es tan largo como quería que fuese en un pirncipio pero bueno, es el primero, es aceptable, además hay una muy buena razón para ello: quería dejar en claro principalmente uno de los puntos de partida de la historia. Creo que por ser el capítulo piloto, y por ser el que tiene la "bomba", quise que fuera así.

Está basado tanto en varias sagas (siendo la principal la Serie de Dark-Hunters de Sherrilyn Kenyon: la Diosa Autora, como la conocemos todas las Menyons), como en una parte de la vida real. Suena algo extraño pero desde que escribo siempre me ha gustado mezclar las cosas, después de todo me encanta echar a volar mi imaginación xD.

En sí, la historia puede parecer rara, pero a quienes me han leído antes les han fascinado historias antiguas y ésta no ha sido la excepción. Espero le guste a quien decida darle una oportunidad.

Buena lectura!

EIRINI (Paz, en griego).

CAPÍTULO 1. ESA FUE NUESTRA SEÑAL

"A distant voice told me: Dreams are not just to be seen..."
• Sorezore no Sora / V6

Eran casi las dos de la mañana cuando iba de camino hacia mi casa. Estaba feliz porque por fin había logrado acabar con uno de los oponentes más peligrosos a los que me había tenido que enfrentar en toda mi vida.

¿Y por qué tuve que matarlo? Simple: era un vampiro.

Desde que tengo memoria siempre he tenido que enfrentarme a toda clase de criaturas de la noche: daimons, demonios e incluso mutantes pero no había nada que detestara más que los licántropos y los vampiros.

E híbridos.

Aquellos seres repugnantes, incapaces de poder controlar la desesperación que sentían por la sangre humana, estaban siempre al asecho de cualquier humano que fuese tan tonto para caminar solo durante altas horas de la noche y aunque no me refiero precisamente a mí, ya que no soy del todo humana, tampoco pasaba desapercibida entre ellos, es más, era probable que incluso fuese mucho más tentadora que los mismos mortales.

¿Entonces qué soy? ¡Oh, créanme! A mí también me gustaría saberlo. No soy humana ni tampoco vampira, soy, cómo se dice, una especie de mezcla entre ambos linajes.

Así es: soy una hibrida.

En mi interior tengo todas las habilidades que posee un verdadero vampiro y al mismo tiempo tengo un corazón que late a mil por hora y hace que la sangre en mis venas fluya a través de mi cuerpo, pero eso no es todo, dentro de mi misma sangre llevo la mezcla de otras dos poderosas especies que la Naturaleza me regaló a temprana edad, es decir, también llevo la sangre de una sirena y la de una bruja y es gracias a esta rara combinación por lo que todas las criaturas sobrenaturales del planeta están detrás de mí.

Con el paso de los años entendí que quizás nunca encontraría las respuestas a todas aquellas preguntas que tenía sobre mí. Jamás conocí a mis padres biológicos y, a pesar de que la familia adoptiva que me crió y que está integrada nada más y nada menos que por dioses atlantes reales, obviamente con poderes sobrenaturales, estaba igual o quizás un tanto menos confundida que yo con respecto a mis habilidades anormales.

Cuando la Naturaleza me bendijo con el don de la magia pude crear una versión de mí misma siendo completamente humana, sólo así pude hacerme pasar como una chica común y corriente ante los ojos humanos aunque fuese tan sólo en el aspecto físico, sabía que los poderes psíquicos jamás desaparecerían. Lo bueno de ellos es que nadie los podía notar. De esa manera conseguí sobrevivir los años de secundaria, preparatoria y universidad.

Actualmente vivo con mis padres: Acheron Parthenopaeus y Soteria Kafieri, mis dos hermanas mayores, la primera era una demonio Caronte de nombre Xiamara o Simi, como todos solíamos llamarla de cariño. La segunda era Katra, la hija que Ash concibió con, nada más y nada menos, que la diosa griega Artemisa y mis dos hermanos menores: Sebastos Eudorus, también conocido como Sebastián o simplemente Bas y Theron Styxx. Quizás no fuesen mi familia de sangre pero, a pesar de ese gran inconveniente, ellos eran lo más parecido que tenía a una. Y no podía estar más agradecida por ello.

Residimos en la ciudad de New Orleans, ubicada dentro del estado de Louisiana en los Estados Unidos.

"New Orleans: Donde vive la Gente Feliz".

Ese era el slogan turístico de la ciudad y por los Dioses que era verdad. Pisar este territorio era como dar un paseo por una de las ciudades de la Europa más desenfadada. Bares con su tradicional música de Jazz, delicada arquitectura, viandas con delicias culinarias y paseos infinitos al margen del Río Misisipi, esos eran sólo algunos de los tantos pretextos que había para conocer esta gran ciudad de presencia imponente, naturalmente bella e intimidadora.

Por las mañanas estudio la carrera de Biología Marina, por las tardes me desempeño como cuidadora de animales y auxiliar veterinario en el Acuario de la ciudad y a veces por las noches, siempre que mis deberes de dar caza y muerte a seres repugnantes me lo permitían, asisto al famoso Bar "El Santuario" para cantar o simplemente pasar el rato con mi familia. De esa manera puedo distraerme la mayor parte del día del resto de mis tareas nocturnas. Aún sigo preguntándome quién o qué soy pero al darme cuenta que nada en mi vida cambiaría decidí que lo mejor sería abandonar por la paz toda esperanza de que pudiese saberlo algún día.

Y así lo he hecho durante los últimos nueve años.

Estuve caminando durante dos horas por las desoladas calles de la ciudad con rumbo hacia mi casa y a pesar de mi cansancio mantuve mi guardia arriba por cualquier cosa que pudiese presentarse aunque la verdad en ese momento lo que más deseaba era estar ya cobijada en mi cama y poder dormir lo que restaba de la noche, realmente me sentía muy cansada después de la dura madrugada por la que había tenido que pasar. Lo único que quería era descansar y estar en compañía de mi familia.

Cuando finalmente llegué a mi casa lo primero que hice fue irme directamente hacia mi cuarto. Era bastante tarde y era probable que mis padres ya se encontraran durmiendo, decidí que lo mejor era no tentar mi suerte y dejarlos continuar su sueño. La única cosa que consideraba buena de tener poderes era que a veces podía usarlos como escudo contra las personas y pasar desapercibida entre ellas, sin embargo, no todas eran completamente inmunes a ellos y mi padre era una de las muy pocas excepciones. Sólo por esta vez realmente deseaba que sus poderes estuvieran apagados y que no me hubiese sentido al llegar, preferiría mil veces ser mordida por un vampiro que tener que hacerle frente a él y a su muy preocupante paranoia. Con más de once mil años de edad, el soy-el-gran-dios-amo-y-señor-del-universo sufría frecuentemente ataques de paranoia si alguna de nosotras, ya fuese mi madre, Simi o yo, llegábamos después de las diez de la noche sin haberle avisado antes que tardaríamos, entonces se ponía de color azul y no precisamente era por el frío que refugiaba actualmente a la cuidad. No lo culpaba, pues ya había perdido muchas personas que había amado en el pasado pero tampoco aludía su falta de confianza para con nosotras. Pero bueno, como aquello era tan natural en él, ya estaba acostumbrada.

Al entrar en mi recámara me apresuré a cerrar la puerta con llave, dando gracias a los Dioses que nadie se diera cuenta que había llegado tarde. Me puse el pijama para meterme en la cama y una vez dentro dejé que mi cansancio se apoderara de mí y me obligara a dormir para reponer mis fuerzas.

Lo único bueno de tener visiones tanto del pasado como del futuro era que al menos éstas me mantenían siempre alerta de cualquier cosa que pudiese llegar a ocurrir durante las noches y gracias a eso podía estar un paso delante de cualquier criatura que me asechara, sin embargo, había veces en las que estas visiones eran un poco más especiales ya que me mostraban situaciones que requerían demás atención de mi parte y la de esa noche no fue la excepción.

No sé cómo debería describirla, incluso dudaba que existiesen palabras adecuadas para hacerlo pero aquella visión era totalmente diferente a cualquier otra. Era como si me demostrara que algo bueno podía ocurrir y que después de todo era posible que la felicidad pudiese estar presente en mi vida. Entonces, en lo profundo de mi ser, se encendió una llama de esperanza, no de muy grandes dimensiones pero al menos tenía la seguridad de que estaba ahí y que era real.

Era de noche.

La Luna se alzaba sobre el cielo lleno de estrellas brillantes que iluminaban la ciudad mientras caminaba a paso lento por la solitaria St. Ann Street. El frío soplaba contra mi cuerpo y hacía volar mi cabello alrededor de mi rostro con suavidad. La brisa se sentía muy bien después de la noche que acababa de tener.

De camino a casa decidí llegar a un pequeño restaurant llamado Moon Wok con toda la intención de entrar y disfrutar un rico plato de comida china. No había podido probar bocado desde que había iniciado mis actividades nocturnas y con mucha razón estaba famélica.

Una vez fuera y con mi estómago saciado, reanudé mi camino calle abajo rumbo a mi casa. Estaba ansiosa de llegar y hacer las paces con la almohada. Por alguna razón me sentía más cansada que de costumbre, como si hubiese pasado noches enteras sin dormir y lo que más necesitaba ahora era cerrar mis ojos y olvidarme por completo del mundo por unas cuantas horas. Por lo menos el resto de la noche prometía ser tranquila y silenciosa, siempre y cuando estuviera lejos de la hermosa y turística Bourbon Street. Ese lugar sí que era un tremendo caos. Uno de los más grandes pero en definitiva uno de los más grandiosos que pudiesen existir en la Tierra. Así era New Orleans, apta para todo público.

Tan pronto como me fui acercando al último bloque antes de llegar a mi hogar una sensación, como una corriente eléctrica familiar y al mismo tiempo fuera de lo común, recorrió mi cuerpo y me hizo girar sobre mis talones, fue entonces cuando a lo lejos identifiqué un grupo de personas que caminaban en dirección contraria riendo y chocando botellas de cerveza en una especie de celebración que prometía continuar tanto como fuese posible. ¡Queridos Dioses! ¡Quien como ellos! ¡Esa era diversión pura! ¡Todo en exceso y nada con medida!

Minutos después me di cuenta de lo que estaba haciendo: otra vez había dejado que mi debilidad por una vida normal como la de aquellas personas se apoderara de mí y debido a eso estuve a punto de perder de vista al otro grupo de cuatro sujetos rubios y no con menos de 1.80 metros de estatura que iban detrás de los ya notoriamente borrachos pero felices turistas. ¡Perfecto! Ahora era mi deber salvar a esas personas, con poco sentido común que no aguantaron hasta estar en un lugar seguro y privado para festejar lo que fuese que estuviesen festejando, de las garras de los hambrientos daimons que planeaban darse un festín con sus exquisitas e inocentes almas. Vaya nochecita. Y yo que pensaba que ya había tenido suficiente por un día. ¡Joder! ¿Dónde coño se habían metido esta vez todos los Dark Hunters? Sin duda tendría que reportarle inmediatamente esto a mi padre, después de todo era divertido molestar de vez en cuando a los queridos ángeles obscuros de la Diosa Artemisa, sobre todo cuando ellos también me hacían enfadar a mí. ¡Demonios! Definitivamente necesitaba encontrar urgentemente un nuevo pasatiempo. Una semana más así y me volvería más loca de lo que seguramente ya debía estar.

Suspiré profundamente antes de regresar sobre mis pasos. Realmente deseaba que aquella amenaza fuese la última de la noche. ¡Dioses! Lo que daría por unas vacaciones. Después de que acabara con aquellos daimons entonces les dejaría el resto del trabajo a los verdaderos responsables de la situación.

Comencé a seguir a ambos grupos hasta que los humanos llegaron al Bourbon Pub & Parade y una vez que entraron los daimons se apresuraron a seguirlos. No fue hasta que los perdí por completo de vista que me obligué a, literalmente, correr tras ellos. Me planté frente a la puerta y en un abrir y cerrar de ojos la abrí para enfrentar, lo que yo esperaba, fuese la última ronda de esa noche.

Tuve que hace un esfuerzo comunal por aguantar la respiración al entrar. Por todos los Dioses, ese lugar olía peor que las medias sucias de mi padre y mis hermanos después de una semana sin lavar. Si había algo que detestara más que eso era el olor a cigarro y cerveza mezclados. Por un momento creí que vomitaría el pollo agridulce que recién acababa de comer. Definitivamente el Pub & Parade no era lo mío.

Apresuré mi paso lo más que pude con toda la intención de terminar rápido mi trabajo. No tenía la menor intención de dejar que la horrorosa mezcla de olores se impregnara en la chaqueta de cuero que me había regalo mi padre durante mi cumpleaños pasado. Y aunque en ese momento era una de mis principales preocupaciones no se comparaba en nada al regaño que me esperaba en casa si no llegaba en exactamente cinco minutos contando a partir de ese instante.

¡Maldición! Ahora sí que necesitaba cuanto antes a los Dark Hunters.

Cuando finalmente visualicé al grupo de humanos en un rincón del pub me dispuse a ir a su encuentro. No tenía ni la más mínima idea de cómo haría para poder unirme a su celebración sin levantar sospechas así que opté por la única salida que me quedaba: encontrar rápidamente a los daimons y matarlos en justamente cuatro minutos. Ya era suficiente dolor de cabeza el tener que proteger a humanos borrachos como para aguantar el sermón que seguramente el Dios Atlante ya debería estar preparando para mi llegada. Eran esos momentos en los que realmente tenía deseos de conocer a las tres famosas Destinos Griegas y plantarles un golpe a media cara a cada una en eterno agradecimiento por la vida que llevaba. Que bella imagen sería esa.

Encontré a los daimons a dos mesas de los humanos esperando el momento indicado para atacar. Comenzaron a moverse elegantemente entre las personas que bailaban alrededor del lugar quienes en lugar de divertirse más bien parecían que estaban a punto de caer al suelo en cualquier momento. No podía creer lo bien que se me daba aparecer siempre en los peores lugares y los peores momentos del oficio. ¡Bravo por mí!

Entonces dos de los daimons comenzaron el ataque. Tan pronto como alcanzaron al primer humano corrí hacia ellos tomándolos del cuello mientras los aplastaba contra la pared, obligándolos a soltar a su asustadiza presa. Ambos me gruñeron mostrándome sus largos incisivos que los hacían bien parecidos con los vampiros. La diferencia era que, al contrario de la cultura popular, un daimon era un "vampiro" que comía las almas de los humanos, en este caso la sangre quedaba como plato de segunda mesa y ellos tenían la libertad de decidir si ingerirla o no. Al menos tenía que darles algo de crédito: cazarlos no era tan asqueroso como a los verdaderos vampiros y a los hombres lobo, cuando morían explotaban en un polvo dorado que desaparecía segundos después.

En ese momento otro daimon del grupo se apresuró hacia mí con la intención de morderme. Como pude solté a uno de los que estaba asfixiando y rápidamente me giré para lanzar al que todavía traía sujeto por el cuello contra el nuevo. El choque de los cuerpos fue como el de dos truenos en medio de una tormenta. Para ese entonces las personas que habían estado divirtiéndose minutos antes de toda la acción ya se encontraban corriendo por sus vidas y saliendo del Pub a toda velocidad. Bien. Un problema menos.

Una vez que me cercioré de que ya no había nadie cerca me volví nuevamente hacia los cuatro daimons quienes, con una postura lista para atacar, me miraban con fastidio y ganas de tomar venganza por su comida perdida. Sin duda yo era todo menos una de sus personas favoritas. Aunque no era como si me importara mucho.

Justo en el instante cuando los cuatro vinieron por mí elevé mi mano derecha a la altura de mi hombro y cuando pronuncié la palabra griega "Págos", éstos se congelaron en sus lugares. Era en esas situaciones que realmente amaba ser una bruja.

Ahora que los tenía a mi merced me acerqué a ellos dando largos pasos para acortar la distancia que nos separaba. ¡Diablos! Lo qué daría por poderlos matar sin tener que tocarlos pero las personas en el infierno también quieren agua fría, lástima que no se puede tener todo en la vida… Y ni en la muerte.

Al llegar donde se encontraba el más cercano a mí saqué una Daga Atlante, cortesía de mi Padre, y la clavé justo en el corazón del daimon, segundos después se convirtió en polvo dorado que desapareció tan pronto como las almas que habían estado atrapadas se liberaron. Los tres restantes solamente pudieron ver como su compañero se convirtió en cenizas, lo bueno del hechizo Págos era que también les quitaba la capacidad de emitir sonidos y era un alivio no tener que escucharlos gritar. Ya tenía suficientes dolores de cabeza como para agregar uno más.

Di tres pasos a mi izquierda y apuñalé al segundo, nuevamente, un puñado de cenizas doradas apareció y desapareció sin dejar rastro. Sí, no cabía la menor duda que exterminar daimons era una tarea de corto tiempo, aun así tuve que volver a checar el reloj en mi muñeca izquierda para confirmar la hora. ¡Maldición! ¡Tenía solamente dos minutos para terminar mi trabajo y llegar a casa! La verdad es que no entendía como podía cargar aquella suerte.

Tan pronto como regresé a la realidad y dejé de maldecir mi condenada suerte me volví a apresurar sobre el tercer daimon, quien me miraba con sus ojos oscuros pidiendo clemencia. Algo que, por obvias razones, no estaba en mi naturaleza otorgarle. Al menos no lo haría con ninguna de esas criaturas.

Me acerqué velozmente hacia él y cuando la distancia entre ambos era de escasos treinta centímetros estiré mi mano y volví a clavar la Daga en su pecho. De un segundo a otro desapareció dejando, por muy poco tiempo a la vista, una estela dorada. Suspiré con una sonrisa de oreja a oreja. ¡Genial! Tres menos, faltaba uno.

Luego de mi última victoria, regresé sobre mis pasos para encarar al último daimon del grupo. Éste tenía el miedo plasmado en sus ojos. Realmente estaba haciendo un gran esfuerzo por luchar contra el hechizo que había lanzado para mantenerlos quietos en sus lugares y escapar de mis garras cuanto antes. Por un momento sentí lastima por él y por los tres que ya había asesinado. Me detuve a pensar por un momento y ese fue quizás el peor error que cometí durante la noche. Me sumergí tan profundo en mis pensamientos sobre lo dura, complicada y triste que era la corta vida de estos seres que no me di cuenta cuando el demonio logró escapar del Págos y corrió con todas sus fuerzas hacia la puerta del Pub. Por un momento vi como se tambaleó cuando tropezó con el escalón principal del local haciéndolo que casi cayera de boca sobre el piso de madera, sin embargo amortiguó la caída colocando ambas manos contra el suelo y se repuso con facilidad, inmediatamente después salió como alma que llevaba el diablo.

Maldije en voz alta. ¿Cómo rayos había logrado destruir uno de los hechizos atlantes más poderosos? Entonces recordé mi terrible momento de debilidad al pensar en el tipo de vida que los de su especie llevaban. Volví a maldecir pero esta vez a mí misma. ¿Por qué demonios había dejado que mis emociones me dominaran en momentos tan importantes como esos? Eso era simplemente imperdonable e intolerable y juré que jamás volvería a pasar. No importaba realmente lo mal que los Apólitas (lo que era un daimon antes de convertirse al lado oscuro) se sintieran por morir lenta y dolorosamente cuando cumplían los veintisiete años, no iba a dejarlos vivir cuando ellos mismos no hacían otra cosa que no fuese matar gente inocente. Esa era, lamentablemente, su situación y no podía permitirme sentir nostalgia cuando, en lugar de morir, esta raza maldita por el Dios Apolo prefería continuar su vida robando las almas de los humanos. Al igual que los Dark Hunters, quienes eran los guerreros oscuros que la Diosa Artemisa había creado para mantener al margen a los daimons y que al mismo tiempo eran entrenados por mi Padre, Acheron, yo también había jurado, aunque no oficialmente como ellos, proteger a la raza humana de las constantes e interminables amenazas que acarreaba consigo la noche y el mundo paranormal.

Era la historia de mi vida.

En cuanto recobré mi cordura, me abalancé hacia a la salida del bar e inmediatamente después vi al daimon desaparecer por un callejón. ¡Ah no! Eso no lo iba a permitir. Si el daimon creía que podía verme la cara de tonta entonces no sabía el terrible error que estaba cometiendo. No lograría escapar de mí sin que le diera antes pelea. No estaba en mi naturaleza darme por vencida.

Antes de usar mi as bajo la manga primero me aseguré de que ningún humano estuviera lo suficientemente cerca del perímetro para poder ver mi siguiente movimiento. Una vez que lo hice, esbocé una sonrisa ajena a la situación y, sin pensarlo dos veces, me lancé sobre el aire moviéndome a la velocidad inhumana que, gracias a mi parte vampiro, era capaz de utilizar. Tan pronto como doblé la esquina del callejón visualicé al daimon que, con algo de torpeza, intentaba trepar por una malla de acero en su vano intento de seguir huyendo.

Me precipité hacia él mientras hacía crecer mis uñas hasta convertirlas en garras. Al colisionar con su cuerpo ambos caímos hacia el suelo, pero gracias a mi posición anterior logré mantenerme firme sobre el demonio utilizándolo como amortiguador. Al llegar finalmente al pavimento lo sujeté fuertemente por su nuca y lo azoté contra la malla para evitar que hiciera algún movimiento. Inmediatamente después le di la vuelta tomándolo nuevamente por el cuello y con lo que me encontré me dejó paralizada: era su rostro. Estaba totalmente asustado por la situación y en sus ojos, negros como la noche, pude ver un ligero rastro de arrepentimiento y confusión. ¿Qué rayos estaba pasando con los daimons de ahora?

"No me mates, por favor" articuló con mucha dificultad debido a mi fuerte agarre.

"Tú no pensabas en las vidas de los humanos que estuviste a punto de atacar, ¿por qué debería yo considerar la tuya?" le pregunté con un severo tono de voz que por unos minutos lo obligó a encogerse del pánico.

"Yo no quería, es mi naturaleza" respondió con sinceridad. Y no lo dudaba. Yo, mejor que nadie, entendía esa parte de su trágica existencia.

"Te entiendo, pero entenderás que no puedo dejarte ir, eres un constante peligro para los humanos… y ellos no comprenden nada de este mundo" le dije mientas cerraba mis ojos. No podía dejar de sentir lástima por la criatura. Yo misma, aunque no fuese la mera situación, también sufría por lo que era y no podía evitarlo. Había veces en las que mis demonios internos luchaban arduamente por salir y en muy pocas de todas esas veces estuve a punto de arrojar la toalla y abrazar el destino para el que había nacido: ser una maldita sanguijuela que no podía resistir las ganas de probar aquello de lo que siempre había huido, la sangre.

Maldije para mis adentros. No, no importaba lo mucho que quisiera dejar de pelear cada batalla interna y someterme a lo inevitable. Jamás lo haría. No había manera que permitiera que ese instinto asesino tomara el control de mí. Mi instinto humano siempre había persistido y ganado sobre éste y eso, aún en las peores circunstancias, me demostraba que podía ser una persona racional con la suficiente capacidad de tomar mis propias decisiones y controlar mi yo interior.

Así era yo, la humana que desafiaba y perseveraba sobre la vampira.

Y eso sin mencionar que la bruja en mí también ayudaba mucho en el control de mis emociones. Sin mi humanidad, y por supuesto el apoyo incondicional de mi familia, seguramente, años atrás, hubiese terminando igual o peor que el daimon que estaba a punto de condenar en esos momentos.

Abrí nuevamente mis ojos para poder observar a mi víctima. Fue un gran error. Rápidamente desvié mi mirada de la de él. Sinceramente no me sentía lo suficientemente valiente para matarlo, después de todo no era completamente su culpa.

A pesar de todas las veces que mi Padre me había contado aquella historia aún se me dificultaba entender como era posible que un Dios, tan ambicioso y vanidoso como lo era Apolo, se hubiese dejado llevar por su rabia y hubiese condenado a su propia raza, los Apólitas, a una vida maldita como aquella hace once mil años. Nadie debería morir lenta y dolorosamente a sus escasos veintisiete años. Era una total aberración.

En ese momento no pude pensar en otra cosa que no fuese en pena y tristeza. Quería ayudar al daimon pero no había forma de hacerlo. Si lo dejaba libre su instinto terminaría dominándolo y seguiría atacando a los humanos y debido a eso era un cincuenta por ciento que volviésemos a cruzar nuestros caminos y otra vez tendría sobre mis hombros la terrible carga de tener que acabar con él, el otro cincuenta era que se encontrara con cualquiera de los Dark Hunters y éstos terminarían el trabajo que, sin duda, debería hacer yo en ese mismo instante.

Suspiré profundamente. No había otra opción. Tenía que acabar tanto con su sufrimiento como con el mío. Con un movimiento rápido tomé la Daga del cinturón de mi pantalón y la apunté hacia su pecho, en el preciso lugar donde cada uno de los daimons tenían una especie de marca por la que absorbían las almas y era su símbolo de muerte.

"Perdóname" le susurré al oído mientras clavaba el helado filo del arma en su piel, la cual, segundos después, literalmente se esfumó convirtiéndose en polvo. Durante el proceso hice un gran esfuerzo por no llorar. No podía darme el lujo de mostrar debilidad aun en los momentos de mi propia victoria. Jamás había pensando en mí misma como una asesina pero debido a las terribles circunstancias en las que me había tocado nacer y vivir me tuve que forzar a defender a la humanidad de lo que nadie me había defendido a mí. Claro, tenía a mis padres y a mis hermanos, pero ellos no conocían los sentimientos y las frustraciones que se habían sembrado en mí durante los pocos años que tenía de vida.

Volví a suspirar, esta vez, más relajada.

Lancé un pequeño gemido de dolor cuando sentí un dolor en la parte alta de mi espalda. Al parecer tanta tensión había generado que mis tendones se contrajeran provocándome dolores musculares. No había duda de que aquella había sido una noche muy peculiar y agotadora. Ahora más que nunca necesitaba regresar a mi casa. Con un movimiento involuntario, como quien no quiere la cosa, levanté mi mano izquierda y miré el reloj. Entonces lancé un sonoro bufido al aire. Era obvio que, sin importar todos mis inútiles esfuerzos por evitarlo, no iba a librarme del regaño de mi Padre después de todo. Sonreí sarcásticamente ante lo injusto de la situación. Nadie debería ser castigado por cumplir con su trabajo. Pero evidentemente mi caso siempre resultaba ser la excepción a la regla.

Apenas hice el intento de emprender mi camino de regreso a casa cuando de repente, un sutil pero notorio movimiento en las sombras me hizo girar sobre mis talones. En cuestión de segundos dejé de ser completamente humana y me transformé en vampiro: mis uñas volvieron a crecer hasta que adoptaron el doble del largo de mis dedos y se tornaron negras, mi cuerpo se volvió más liviano para poderlo mover con agilidad, un color rojo sangre se apoderó de mis ojos, mis oídos se agudizaron y dos largos e indisimulables colmillos brotaron de mi dentadura sin el menor temor de ser vistos.

Rápidamente conjuré una túnica negra sobre mí y me coloqué la capucha sin titubeos. La mejor arma que tenía en ese momento era perderme con el negro de la noche.

Lentamente fui girando en mi lugar para obtener una vista panorámica del lugar, sin embargo, el callejón se encontraba sumido en un silencio que por unos momentos creí que me calaría los tímpanos. Nada parecía fuera de lugar.

Hice acopio de todas mis fuerzas por recuperar la calma y poder irme de ahí. Mi trabajo estaba hecho y no tenía caso seguir en donde obviamente ya no pasaba nada. Poco a poco mis rasgos vampíricos fueron abandonando mi exterior, lo único que conservé al final fue la túnica. Al menos eso me ayudaría a pasar desapercibida.

Emprendí camino hacia la esquina del lugar y justo cuando la alcancé vi nuevamente una sombra por el rabillo del ojo. Tomé una gran bocanada de aire y sin pensarlo dos veces di media vuelta y me lancé hacia el cuerpo que esta vez había logrado identificar.

Mi primer razonamiento fue tomar el cuello de la nueva criatura y pegarla contra la pared, después de todo era de esa forma como ejercía control sobre todo, me encantaba apresar a quien quiera que tuviese la desdicha de atravesarse en mi camino. Y peor les iba si les tocaba enfrentarme cuando cargaba mi fatídico mal humor. Lamentablemente para mi nueva víctima no me encontraba precisamente en mi mejor momento. La verdad era que el regaño que sin duda aguardaba por mí me hacía perder los estribos y no estaba tomando en cuenta si "ese" alguien salía o no herido durante mi momento obscuro.

Cuando alcancé al sujeto me sorprendió que no pudiese hacer mi movimiento como lo había planeado. Se movió tan rápido que no logré prever el sitio donde se había vuelto a esconder. Eso me descolocó por completo y me hizo sentir superada, lo cual no me gustó para nada.

Volví a esconderme entre las sombras y sólo cuando vi otro movimiento de su parte me apresuré hacia él. Tomando en cuenta que mi ataque anterior no le había hecho nada opté por algo más primitivo: choqué contra su cuerpo y ambos fuimos lanzados en direcciones opuestas. Tan pronto como toqué el frío pavimento me repuse y lo enfrenté. Lo que vi a continuación me dejó completamente congelada: era un chico, o más bien un hombre. Era alto y notablemente bien formado, a pesar de estar vestido totalmente de negro, los músculos de su espalda, sus brazos y su pecho me lo hicieron saber. También noté que sus piernas estaban muy bien torneadas, sin duda era el resultado de duro entrenamiento. Subí la mirada por su torso, su cuello y me detuve un momento en sus labios, los cuales parecían estar hechos para una larga e intensa noche de besos. Continué subiendo hasta que de repente me encontré con sus ojos… unos hermosos ojos de color azul claro que, aun en plena oscuridad, la luz de la luna lograba acentuar en la distancia y me miraban con cierto recelo e intriga. Después de unos minutos desvié mi vista para posarla sobre su cabeza, la cual estaba cubierta por una no tan larga melena oscura y desordenada que lo único que lograba era darle un aire mucho más sexy y misterioso al tipo. Lo que más me llamó la atención fueron los pequeños y lacios mechones que enmarcaban su rostro y resaltaban sus finos rasgos masculinos.

Por un momento creí que desfallecería ahí mismo. Su mirada era tan intensa que, sólo por segundos, sentí que me desnudaba por dentro. Jamás había visto a alguien como él.

Sentí una punzada de curiosidad por saber más. Quería preguntarle tantas cosas como fuera posible y desenmascarar su misterioso semblante que sólo conseguía ponerme en una situación incómoda. ¿Cómo era posible que me sintiera así de atraída a alguien que ni siquiera conocía? La sola pregunta me puso la piel de gallina. Tenía que salir de ahí cuanto antes, era eso o someterme al irrefrenable deseo que no tenía idea de donde había salido.

No supe cuando fue que mi respiración se volvió irregular y agitada. De repente entendí que estar cerca de ese chico solamente me traería problemas. Odiaba estar experimentando aquellas emociones encontradas. Automáticamente me sentí totalmente sacada involuntariamente de mi zona de confort, como si él me hubiese tomado en sus brazos y me hubiese alejado de ella. Aquello simplemente no podía ser. Tenía que recuperar mi cordura cuanto antes, o al menos lo poco que quedara de ella. No podía pensar claramente con tantas ideas corriendo por mi cabeza. ¿Quién demonios era él? ¿Quién se creía que era para manipularme de esa forma? Nada tenía sentido. Lo mejor era salir de ahí mientras aún tuviera cabeza para pensar.

Después de verlo detenidamente y viceversa, sonrió.

Aquel gesto sólo logró volver a hacerme perder la razón. ¿Qué me estaba pasando? No entendía cómo era posible que yo, quien jamás se había inmutado por alguien así antes, pudiese estar perdiendo el control de sí misma sin una maldita razón.

"¿Quién eres?" solté casi inaudiblemente pero no me importó. Tenía que romper de alguna forma con el insoportable silencio que no había hecho otra cosa más que tensar la situación.

El volvió a sonreír. Y justo cuando iba a responder todo se volvió negro.

Entonces desperté.