Los personajes son propiedad de Rumiko Takahashi.
Este capítulo puede contener vocabulario obsceno, preferible para personas maduras. No apto para cardiacos.
"Más que Apariencias"
Cap.1
Aunque bastante rural, Okinawa era considerada una ciudad en formación. Un gran castillo se alzaba en lo alto de la colina más grande de la zona, denotando la autoridad de este. A pesar de sus pocos habitantes, la aldea era bastante activa, pues no se podría negar que la zona era perfecta para practicar la agricultura y la ganadería. Con un río cerca de la villa, cascadas y manantiales, el lugar era simplemente hermoso. En sus adyacencias los pobladores vivían felices, pues su señor los mantenía muy bien. Aquel hombre era conocido como Onigumo, y era el señor de esas tierras. Sin mucho esfuerzo había conseguido ganarse el cariño de la gente, debido a su buen trato con los demás y a su amable personalidad.
Naomi Higurashi, señora de Okinawa, era una mujer excepcionalmente hermosa, de unos treinta años de edad aproximadamente. Aquella mujer, al igual que su esposo, era muy querida por los pobladores de la zona. Kagome, en cambio, era la única hija del matrimonio Higurashi, lo que la convertía en una muchacha bastante consentida. Ella estaba comprometida con el mejor partido de la aldea, pues su padre no aceptaba que otro hombre se la llevara lejos de su lado.
Todo lucía de maravilla, hasta que un día y sin previo aviso, apareció un hombre llamado Naraku, quién todo el mundo desconocía. Cubierto con un traje de mandril, su identidad había permanecido oculta. Él había retado públicamente a Onigumo a un duelo, exponiendo que quién saliera vencedor se quedaría con todo, incluyendo a Okinawa. Aunque el terrateniente aceptó, el duelo parecía no tener fin, pues ambos eran muy buenos con el manejo de la espada.
Al final, el sombrío hombre se marchó y regresó algunos meses después queriendo hablar nuevamente con Onigumo. Esta vez la audiencia fue negada y aquel hombre se enfureció tanto que le declaró la guerra a los Okinawense. Desde ese día, hizo todo lo que estaba a su alcance para derrotarlos, aunque sin ningún éxito. Sin embargo, no se podía negar que sus fuerzas habían flaqueado y si Naraku seguía atacando de la misma forma, terminarían cayendo, cosa que no podían permitirse.
Debido a aquello, y luego de agotar todos sus recursos, Onigumo se vio en la obligación de pedir ayuda a otros señores feudales. Inuno Taisho, fue quién le dio una oferta tentadora; le ofrecía otorgarle ayuda militar con la condición que Kagome se casara con su hijo. Tomar esta decisión fue un paso muy grande para todos, pero al final fue la misma muchacha quién decidió hacerlo por el bien de su pequeña ciudad.
La muchacha era demasiado mimada y siempre había soñado con un matrimonio feliz, aunque su deseo se había visto frustrado al acordar ese compromiso.
Su vestido de novia le quedaba muy bien, no podía negarlo, aunque no se sintiera como una. Ni si quiera había tenido la oportunidad de conocer a su futuro esposo, lo único que sabía de él es que era un hombre joven, al menos, hijo único de una poderosa familia de la capital.
Sentirse así debía ser ilegal, porque la tristeza que invadía su alma era muy grande. A pesar de eso, el creer que estaba haciendo lo correcto y que con ese acto salvaría sus tierras y la vida de su padre, la ayudaba a seguir adelante con toda esa farsa.
La ceremonia fue llevada a cabo al aire libre y disponían de un buen clima por lo que la elección resultaba apropiada. Todo estaba increíblemente hermoso; los adornos básicamente eran todos blancos al igual que las hermosas flores que fueron colocadas en todo el lugar.
Cuando apareció delante de todos, su corazón latió a mil por hora y sus mejillas se sonrojaron pues rápidamente todos los presentes posaron sus ojos sobre ella. Su padre apareció para sostenerle del brazo, cosa que era muy conveniente debido a su estado de conmoción. Comenzó a avanzar por el estrecho pasillo mientras la marcha nupcial invadía sus oídos. Divisó a muchos de sus conocidos, entre ella una muy amiga suya llamada Sango, aunque cuando su madre posó sus ojos en ella estuvo a punto de llorar. Finalmente miró hacia el altar, el cura y su futuro esposo. Era un hombre muy apuesto, no había ni que discutirlo. Una hermosa cabellera rubia invadía su cabeza y poseía una altura excepcional que lo hacía ver muy masculino. Su cuerpo no era demasiado delgado, parecía más bien un hombre atlético. Captó su atención de inmediato y ella pareció capturar la de él también, ya que este no apartaba sus orbes doradas de ella.
En el preciso instante en el que su padre la ofreció, pronunciando unas palabras que Kagome no escuchó debido al nerviosismo, quería salir corriendo. Se puso muy roja y cuando el joven la aceptó caballerosamente, casi se queda sin aliento. De pronto su mente comenzó a maquinar que tal vez su matrimonio no podría ser tan malo.
La Ceremonia se llevó a cabo perfectamente, hasta el momento final, cuando un aldeano llegó corriendo informando que Naraku estaba atacando en los alrededores. Kagome no podía esperar una boda perfectamente normal, así que se lo tomó muy a la ligera. Su recién adquirido esposo no tardó ni un segundo en salir en persecución del enemigo por lo que dejarla sola fue inevitable.
Sin embargo, no pudo evitar sentirse algo triste, pues su boda no era ni una pequeña parte de lo que siempre se había imaginado. Más que una celebración, parecía un velorio. Y es que cuando su esposo regresó, casi a la media noche, las cosas no cambiaron mucho. El hombre aseguró estar muy cansado por el reciente cambio de planes, y ni si quiera se dignó a verle antes de pasar a una habitación contigua y caer rendido.
Se miraba fijamente en el espejo, creyéndose una novia solo por el hecho de estar vestida como tal. Aquel vestido blanco la hacía parecer más esbelta, pues el apretado corsé a penas y la dejaba respirar; empero su tez pálida y sus ojos llorosos la hacían lucir como una mujer desgraciada más que dichosamente casada.
En el instante menos indicado entró una mujer a su habitación. Se hacía llamar Kikyo y era nada más y nada menos que la esclava personal de su esposo.
—¿Se encuentra bien? —preguntó con un aire algo seco.
Kagome tardó algo en responder:
—Sí, claro.
—No debe estar triste —sugirió la sierva—. El amo Inuyasha ha controlado toda la situación perfectamente, y él está muy acostumbrado a eso. Además, cuando salgamos de aquí podrá tenerlo sólo para usted.
El comentario de aquella mujer le pareció algo extraño y probablemente tenía pensamientos ocultos, pero no estaba pendiente de descifrarlos. Lo único que deseaba en ese momento era olvidar toda esa situación que tanto daño le estaba causando.
Continuará
N/A: He comenzado un rediseño de la historia, el concepto al igual que las escenas serán básicamente lo mismo. La diferencia radicará principalmente en la narración. De igual forma, creo que sólo modificaré hasta el capítulo siete o así.
