La luz de las farolas tintineaba en medio de la noche desdibujando los pequeños ladrillos que organizadamente formaban el suelo de aquella plaza en donde estaba teniendo lugar una lucha entre un dios sin templo y un ayakashi. El joven agarro firmemente su katana y con un ágil y breve movimiento se colocó encima de la cabeza de aquel ser, que rezongaba y escupía un líquido viscoso y amarillento por la boca, señal del agotamiento y el daño que le habían causado. Unos ojos brillantes y azules ceniza se posaron en la bestia para apto seguido clavarle la espada en el cráneo atravesando de arriba abajo a este. Momentos después una luz se proyectaba formando unos símbolos en el aire, señal de que el demonio había abandonado ese mundo.

-¿¡Por qué tienes que utilizarme de una manera tan poco elegante!?- La katana del chico se había transformado en un joven con una melena rubia desaliñada y unos ojos marrones claros como el ocaso.- Siempre eres el mismo Yato, no tienes cuidado conmigo. Que no te sorprenda si algún día decido abandonarte a tu suerte.

-Venga Yukine, deja de quejarte tanto, lo importante es que hemos cumplido la misión y hemos ayudado a esa gente, que era lo que tú querías al fin y al cabo ¿no?

-¿Cómo puedes ser tan relajado? A veces me pregunto si realmente te importa lo que me pase.

Este último comentario molesto al Dios, quien hizo una mueca en señal de desaprobación. Cogió al chico por el brazo e inició la marcha hacia el templo que él y su compañero habitaban, un templo que muy a pesar de Yato no le pertenecía. Unas tripas se empiezan a oír de fondo. Yukine se sonroja avergonzado.

-¡No lo puedo evitar! Ese ayakashi me ha dejado agotado.

Yato automáticamente y con un movimiento mecánico saca de la nada un trozo de pescado que había sido asado con anterioridad pero que en ese momento ya estaba frío, y seguramente pasado.

-¡Estás loco si piensas que me voy a comer eso! No debería de haberme quedado contigo. La próxima vez le diré a Hiyori que me deje quedarme en su casa otra vez, no soporto tener que aguantar este tipo de vida sin un sitio donde dormir y sin casi nada que comer.

Si algo caracteriza a Yukine es la facilidad que tiene para decir lo que piensa sin pararse a pensar en cómo puede llegar a afectar a los demás sus comentarios. Esta vez la verdad de Yukine no provocó ningún intento de discurso por parte de Yato, si no que este se quedó mirando en silencio a la nada hasta que sin decir nada se teletransportó a saber a qué lugar dejando a Yukine con una sensación amarga en la boca por haber dicho demasiado, y no haberse disculpado en el momento justo. Ahora sentía la punzada de culpabilidad que le oprimía el pecho. Yato había estado a punto de morir en una ocasión por él, y sin embargo era incapaz de tener un comportamiento acorde a lo que realmente sentía por su benefactor.

Yato.

En medio de las luces flotantes propias de la vida nocturna en la ciudad, una sombra se mueve entre edificios dando saltos y deteniéndose en la punta de un poste de luz. Pacientemente se sienta de cuclillas y sus ojos felinos deciden perderse en la vista del paisaje urbano. Cogía el aire gélido de la noche, saboreaba su temperatura y lo soltaba en forma de suspiro. Entonces cerraba los ojos y se ponía a tararear una canción olvidada, de la época de muerte, cuando los niños creían que los peligros se alejarían cantando esa canción. A pesar de que sabían que no era así. Conservaban una esperanza inútil en medio del caos de la ambición, la sangre y el odio. Ahora él se encontraba en ese poste de luz, en medio de todo y de ninguna parte, recordando una canción en la que no cree con la esperanza de encontrar una solución razonable al dilema emocional que tiene con su compañero.

Muy a su pesar, Yukine estaba en lo cierto, y es que una vida tan precaria no era la adecuada por un chico de su edad. Tenía que encontrarle un alojamiento y encargarse de que estuviese bien alimentado. No podía descuidar a su compañera de esa forma, no era lo propio. La punzada de decepción sobre sí mismo comenzaba a crecer a medida que se daban cuenta cuán obsoletas estaban sus opciones al respecto.

La noche paso lentamente mientras ambos, dios y shinki, paseaban sus pensamientos por los últimos momentos que habían pasado juntos, El más joven arrepintiéndose de su vanidad y exceso de orgullo, el dios de la calamidad deseando ser más competente para su compañero.