Alooo! Un nuevo fanfic para ustedes de mí :333 éste, a diferencia de "Sólo contigo" sí es yaoi, así es que si no les gusta, no están obligados a leer. Eeeemmm por ahora sólo les tengo una advertencia y es que hay ooc, aunque no es mucho :)

Shingeki no kyojin y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Hajime todopoderoso Isayama sempai (L)

-¡Sargento! ¡Sargento, por favor! – Gritó suplicando - ¡Quédese conmigo, Sargento! – las lágrimas lo ahogaban y apenas podía respirar, pero necesitaba hablarle, decirle lo que siempre quiso - ¡Sargento! Usted me lo prometió, ¿Lo recuerda? – habló con urgencia

Rivaille tosió, botando un poco de sangre en el proceso. Entreabrió los ojos y lo miró – Eren, yo… - tosió un poco más – No siento mis piernas – dijo

Eren intentó ignorar el hecho de que Rivaille ya no tenía piernas – ¡Usted me prometió que viviríamos juntos cuando volviéramos de ésta expedición! – recordó en un sollozo

Rivaille esbozó una pequeña sonrisa – G…Gracias – dijo con algo de dificultad

-¿Por qué? – preguntó

-Por siempre sonreírme – jadeó, con un dolor inmenso en el abdomen, en donde una enorme herida sangraba

-¡No sargento! ¡No haga eso! – Pidió - ¡No se despida, sargento! – frotó su mejilla con la del sargento, desesperado, como si eso fuese a devolverle la vida que estaba perdiendo en ese momento

-Te amo, mocoso – fue lo que pudo decir en su último aliento

-¿Sargento? – lo miró, como si fuera mentira que ya no respiraba - ¡Sargento Levi! – Gritó una vez que lo comprobó - ¡No se vaya! ¡Sargento! Yo… - de repente, su voz se apagó – Yo también lo amo, sargento… - susurró, mientras lo apegaba aún más a su cuerpo.

Despertó algo asustado y con una angustia enorme en el pecho. Llevaba días soñando lo mismo. ¿Sargento? El jamás si quiera había considerado la idea de entrar al ejército. ¿Por qué se soñaba con un sargento? Bueno, no es que fuera solo que soñaba con un sargento. Era la muerte del mismo.

Eran apenas las seis de la mañana. No tenía que levantarse hasta dentro de dos horas, aun así, un paseo no le haría nada mal. Se puso de pie con una sensación extraña en el pecho. Era como… un cosquilleo, como si algo muy importante fuera a ocurrir.

Se dio una ducha caliente, casi ahogándose con el vapor que emanaba del agua. Cuando terminó de asearse, puso su cabeza bajo el chorro caliente y, de golpe, cortó el agua caliente, dejando que un chorro de agua fría le inundara los sentidos. Apretó los dientes por el repentino cambio de temperatura.

Necesitaba refrescar su cabeza, esa sensación aún no se le pasaba. Además, estaba mezclada con angustia, se sentía triste, melancólico. Suspiró antes de salir debajo del chorro de agua y apagarlo por completo.

Tomó una toalla y se secó con endemoniada tranquilidad. Se sentía perezoso. Envolvió su cuerpo de la cintura para abajo con la toalla y caminó hacia su habitación para comenzar a vestirse.

Aprovecharía de dar un paseo antes de ir a la universidad. Ya iba en su último año, así es que no tenía muchas clases. Se vistió con unos pantalones de color beige, algo holgado. Una camiseta blanca y un sweater azul, sin abrochar. Unas zapatillas negras y su típico bolso con un cuaderno dentro, que utilizaba para tomar apuntes.

Caminó por el pequeño apartamento hasta la salida y cerró con llave. Apenas y estaba amaneciendo. Era el típico sol destructivo de las siete de la mañana. Su paso era lento, tranquilo. Seguía sintiéndose extraño. ¿Qué pasaba con él?

Hacía días que se sentía raro, pero precisamente aquel día, era peor que los demás días. Aquel día, el sueño había sido un poco más claro. Nunca escuchaba el por qué ese sargento le daba las gracias, ni tampoco lo que le decía antes de morir. Pero ésta vez sí lo había hecho.

¿Qué pasaba con él? ¡Ambos eran hombres! ¿Es que acaso su subconsciente le estaba diciendo que era un maldito homosexual? No, a él le gustaban las mujeres. ¿Verdad? Su corazón comenzó a latir más fuerte. ¿Qué pasaba con esas taquicardias? Se estaba cansando. Seguramente, debía ser el estrés de la tesis y la práctica profesional que estaba haciendo.

Siempre le gustaron los niños pequeños. Se llevaba bien con ellos. Tal vez era su forma de ser o su alma de niño. No importaba. Siempre quiso ser maestro en un jardín infantil. Y ya no le faltaba nada para que eso pasara. Bueno, al menos profesionalmente, con su cartón en mano. Porque ya había estado haciendo su práctica profesional en un jardín de alto prestigio.

Sí, porque a pesar de que en clases fuera un vago, que durmiera, o no le parara la lengua, le iba realmente bien. Era su vocación, por lo que todas las materias se le hacían fáciles y no tenía mucha necesidad de estudiar. Por ello, estaba en uno de los mejores jardines infantiles. Y su contrato estaba esperando a que se graduara para ser firmado.

Prácticamente, tenía su futuro asegurado. Aun así ¿Por qué no podía ser feliz? ¿Por qué siempre tenía la sensación de que algo faltaba en su vida?

Tan inmerso iba en sus pensamientos, que solo sintió el pequeño empujón y algo cayendo al suelo. Miró al suelo y se encontró con un montón de papeles y un portafolio. Se agachó y comenzó a recoger los papeles.

-Lo lamento – amontonó unos pocos y alcanzó a leer "Doctor". Aunque no le tomó importancia

-Fíjate por donde vas, mocoso – la voz se le hacía conocida. ¿Dónde la había escuchado antes?

-De verdad lo… - pero no pudo seguir hablando una vez que levantó la mirada y esos penetrantes ojos lo miraron fijo. Fue como si de repente el mundo bajo sus pies desapareciera – siento – terminó, en un hilillo de voz

Le dio los papeles, que el mayor guardó en su portafolio, algo molesto. Su cara le sonaba demasiado. Muchísimo, como si fueran amigos o algo más de toda la vida. –Nos… - se arrepintió al instante, pero la mirada penetrante del hombre volvió a posarse sobre él. Entonces, reunió el valor necesario - ¿Nos conocemos de algún lado? – una risita nerviosa se le escapó de los labios

El hombre negó con la cabeza – No lo creo, evito hacer amistad con mocosos – lo molestó

El más joven y alto sonrió, enseñando su perfecta dentadura - ¿Está seguro? – Insistió - ¿Cuál es su nombre? – preguntó

-¿Debería darle mi nombre a un desconocido? – no lo admitiría jamás, pero el chico le agradaba, lo… tranquilizaba

-Me llamo Eren Jeager – sonrió – ya no soy un desconocido

Él rodó los ojos y sonrió levemente – Lance Rivaille – respondió con tono solemne

-Estoy seguro que nos hemos visto en otro lado – insistió

-Intenta recordarlo el resto de tu vida, mocoso. Tengo que irme a trabajar – hizo un ademan para despedirse y se fue. Dejando a Eren con la palabra en la boca.

Rivaille… ese nombre… le sonaba de algún lado, también su cara. ¿Quién era él? ¿Dónde lo había conocido? Y… ¿Por qué se sentía feliz? Bah, daba igual… Rivaille… Rivaille… Levi… ¿Qué? Tenía sentido pero… no, tenía que ser una coincidencia.

Lanzó su portafolio al escritorio con fuerza. ¿Por qué se había ido tan rápido? Tal vez, si se hubiese quedado charlando un poco más con aquel mocoso, le hubiera sacado el número de teléfono. Suspiró ¿Para qué querría el número? No lo iba a llamar, no sería amigo de aquel mocoso.

Aunque, no quería precisamente ser su amigo. ¡Basta! No iba a ceder a las insinuaciones de la estúpida de Hanji, él no era un enano marica al que le gustaran los hombres altos. Y aunque ese chico era bastante alto… ¡No! Él no era homosexual, las cosas que Hanji le decía, no cambiarían su orientación sexual… ¡Jamás!

Se puso su bata blanca y revisó los ficheros de sus pacientes. Sería otra ardua jornada laboral. Presionó el botón para hablar por alto parlante y llamó al primero de la lista. Un niño calvo ingresó a la habitación.

Estaba pálido y se veía agotado.

-Veamos, Connie – habló con cuidado, ya que aquel chico parecía que se rompería con solo hablarle - ¿Cómo te has sentido desde la última sesión de quimioterapia? – preguntó mientras examinaba los ojos del chico y chequeaba su temperatura

-Sigo sintiéndome cansado – contestó en un hilillo de voz

-Ya veo, tendrás que realizarte unos análisis. Veremos si la quimioterapia está dando el resultado que queremos – explicó

-¿Y qué pasa si no es así? – preguntó

-Si no es así… entonces intentaremos con otro tratamiento –

-Doctor… Voy a… ¿Morir? – y ahí venía, la pregunta que todos hacían

Rivaille desvió la mirada, no podía mantenerla con nadie, no cuando hacían tal pregunta. ¿Cómo le dices a un niño que está muriendo lentamente? ¿Cómo le dices que tiene cincuenta por ciento de probabilidades de no salir adelante?

Entonces, carraspeó y se dio la media vuelta para escribir qué análisis debía realizarse – No pienses en eso, Connie – animó – Si lo haces, no podrás ponerte bien – le dio el papel a la madre del chico - ¿Lo ha estado llevando al psicólogo, verdad? –

Claro, cada paciente con cáncer debía seguir un tratamiento paralelo con un psicólogo, al igual que su familia cercana. Así, al menos… podrían aprender a vivir con aquella enfermedad.

Despidió a la mujer y a su hijo y tomó asiento en su escritorio. Odiaba su trabajo por un lado, sobre todo en casos como en los de Connie, donde, el cáncer había sido detectado de forma tardía.

Había decidido especializarse en oncología para poder ayudar a gente con ésta enfermedad. Había salvado muchísimas vidas, pero había perdido otras muchísimas más. Se sentía impotente en aquellos casos, en los que no podía hacer mucho. Volvió a suspirar antes de volver a presionar el botón y llamar al segundo paciente del día.

Caminó por el amplio pasillo para entrar a aquella puerta, sentía una urgencia tremenda por entrar ahí. Al abrirla, se encontró con la figura de un hombre de baja estatura y que, a pesar de ser delgado, se notaba lo fuerte que era.

-Sargento Levi, ¿Me mando a llamar? – entró a la habitación a paso lento, luego de cerrar la puerta

-Mañana es el día de la expedición – dijo sin voltear – Quiero que me prometas algo, mocoso

-Lo que quiera – se paró tras él, cerca, aunque guardando el metro cuadrado

-Cuando volvamos… - el hombre vaciló un poco, luego tomó aire y se volteó para encararlo – Vivamos juntos – terminó

El chico sonrió feliz – Es una promesa, Sargento – terminó de decir para abrazar al pequeño hombre frente a él.

-No puedes romper la promesa, mocoso - se apegó aún más al pecho del castaño

-Usted también debe prometerlo –

-Lo prometo. Solo asegúrate de volver con vida – ordenó en tono suave

Él asintió, feliz. Se sentía tan cálido abrazarle, tan reconfortante… inspiró todo el aire que pudo, para grabar el aroma de aquella persona. No lo olvidaría jamás, estaba seguro. Entonces, el cuerpo entre sus brazos desapareció y todo se volvió negro.

-¡Eren! – escuchó la voz de Mikasa llamarlo. Abrió los ojos de manera perezosa ¿En qué momento se había dormido?

-¿Mikasa? – se refregó un ojo para despertar mejor

-La clase acabó, ¿No has dormido bien últimamente? – preguntó preocupada

-Ah, no importa – desperezó el cuerpo estirándose

-¿Vamos a comer con los demás? –

-No tengo hambre, gracias – soltó una risita nerviosa – Creo que iré a la biblioteca a repasar unas cosas –

-Tampoco has desayunado, ¿Estás enfermo? – recordó

Eren se encogió de hombros – No tengo apetito, es todo – se puso de pie – Saluda a todos de mi parte – con una mano se despidió mientras caminó fuera del salón.

Otra vez soñando con aquel sargento, aunque ahora… el rostro de la persona, era claro. Muy claro, era… idéntico al hombre con el que había chocado aquella mañana. No, tenía que ser coincidencia, una loca similitud. Es todo. Debía ser, también, porque se había pasado la mayor parte de la mañana pensando en él.

Es que… tenía la impresión de conocerlo, y no era una impresión así no más. Era algo diferente, muy diferente. Además, la sonrisa no podía borrársela del rostro, si le hubiese contado a cualquiera, se habrían reído de él por lo estúpido e ilógico que sonaba todo eso.

Su turno en la cafetería comenzaba a las seis y terminaba a las once. Eran apenas las nueve. Estaba agotado, tenía demasiado sueño. No importaba si se acostaba a dormir a las ocho de la noche y se levantara a las una de la tarde, seguía estando tan cansado como siempre.

Bueno, no siempre fue así, si no que, últimamente estaba agotado. Lo asimilaba al estrés de final de carrera. Ya saben, la tesis, la práctica profesional, todo eso. En fin, la jornada estaba lenta. No había mucha clientela, lo que lo ponía aún más perezoso. Suspiró y fue entonces, cuando escuchó la campanita que anunciaba a un cliente ingresando al café.

Dirigió su mirada y por un momento se quedó estático al ver a aquella persona ahí. Era coincidencia ¿No? Sí, tenía que serlo. Aunque él jamás había ido antes ahí pero… de todas formas, debía ser coincidencia.

Vio a Armin acercarse al hombre, pero lo detuvo – Yo iré – comentó sonriente. Armin asintió yendo a la cocina, a buscar otros pedidos y él se dirigió a la mesa en la que se encontraba el pelinegro – Bienvenido – saludó, mientras le entregaba la carta - ¿Le ha ido bien en su trabajo, Rivaille? –

El hombre alzó la mirada, fijando su vista en el rostro del mesero que fue a atenderlo - ¿Y tú eres? – alzó ambas cejas

-¿Enserio no me recuerda? – se decepcionó un poco, apenas había sido aquella mañana y él no había dejado de pensar en cuando se encontraron

-Ah, el mocoso despistado de ésta mañana – sonrió burlón, molestándolo

Eren soltó una pequeña risa – Sí, ese soy yo – luego carraspeó - ¿Qué va a pedir? –

Él ojeó la carta un poco y la dejó sobre la mesa – Un café cappuccino, con una tarta de chocolate – pidió

-Entendido – habló Eren una vez terminó de escribir en la pequeña libretita - ¿Algo más en lo que pueda ayudarle? – preguntó cortés, como siempre

-¿Puedo? – preguntó, enseñándole una cajetilla de cigarrillos de buena marca

-Puede – asintió – le traeré un cenicero – hizo una pequeña reverencia y fue a buscar dicho objeto y a decir en la cocina el pedido del pelinegro. Regresó al poco rato con el cenicero, un individual y un vaso con agua, cortesía de la casa. - ¿Va a necesitar algo más? –

-Sí – asintió y tomó aire mientras se acomodaba en el asiento – Mi café y mi tarta – respondió serio

Eren soltó otra risita –Enseguida, señor – hizo otra pequeña reverencia y fue a la cocina

Armin se acercó a él con disimulo - ¿Quién es él, Eren? – Preguntó - ¿Le conoces?

-Algo así – contestó - ¿Pasa algo malo? –

-Te… ha estado observando durante un tiempo, le… ¿Le debes algo? –

-No te preocupes, Armin – negó levemente – No pasa nada - sonrió

Tomó la bandeja con el pedido de Rivaille y lo llevó a su mesa.

-Aquí está su pedido – sonrió - ¿Necesita algo más?

El pelinegro frunció los labios, pensando en su respuesta. Finalmente, tomó aire para hablar – Supongo que no – negó con la cabeza

Eren hizo una pequeña reverencia – Que lo disfrute entonces. Si necesita algo más, no dude en llamarme – ofreció

Rivaille tomó su taza de café para darle un sorbo - ¿Debería tener tu número, entonces? – preguntó por lo bajo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Para qué quería el número del mocoso? Lo quería, sí. Se estuvo martirizando todo el día por no haberlo conseguido antes. Y ahora, cuando caminaba a casa, había visto al mocoso trabajando en aquel café. No dudó en entrar, así es que ahora… no podía dudar con lo del número.

-Si es lo que necesita, puedo dárselo – respondió divertido. Para ser sincero, planeaba dárselo en alguna servilleta después de todo.

-¿Se te permite fraternizar con clientes? – alzó ambas cejas, burlón

-No realmente – soltó una risita nerviosa y se pasó una mano por el pelo – pero si nadie se entera, no pasará nada – le guiñó un ojo, sonriente

-¿Intentas coquetear conmigo?- oh, sí. Se estaba divirtiendo. El chico era tan transparente que podía ver lo que pensaba y… realmente le gustaba

-Puede ser – respondió enseñando su perfecta dentadura

-¡Vaya! Ni siquiera intentas disimularlo. ¿Qué pasa si quiero poner un reclamo? – alzó una ceja

-¿Lo haría? Y… ¿Cuál sería su reclamo? –

-Que un chico está acechándome – contestó

-Disculpe, Rivaille… ¿No fue usted el que pidió mi número? –

El pelinegro soltó una risita, enseñando su perfecta dentadura y la sonrisa más… embobadora que Eren jamás hubo visto en su vida, atrapado. –Está bien, no habrá reclamo – desistió

-Entonces… ¿Va a necesitar algo más? –

-Está bien, no necesito nada – negó con una mano

Asiente, escribiendo algo en su pequeña libreta y entregándole el papel al pelinegro. – Disfrute su comida, señor – sonrió - ¡Ah! ¿Usted no me dará su número? – alzó una ceja

-Te llamaré luego – le guiñó un ojo, coqueto

Eren soltó una risita divertido. Él realmente… era fascinante. Esperaba que le llamara pronto, conocerle sería… una aventura fantástica.

Espero que les haya gustado éste capítulo :333 ah! La actualización de éste fanfic será cada sábado, excepto por hoy, ya que es domingo xD y la actualización de "Sólo contigo" seguirán los martes.

Muchas gracias por leer!

Bless!

Jani-chan :)