Disclaimer: Nada me pertenece, excepto ideas.
Era 1954, una época bastante agitada. Revolucionada con los nuevos descubrimientos de la era y con la tecnología de punta, en ese instante. El hombre tenía la mente, en un lugar muy alto y le costaba entender que la burocracia y las guerras, le jugaban muy de cerca. Estaba ilusionado, con los nuevos adelantos.
Y la época de las novedades, avanzaba también en la mente de los civiles. Todo tenía que ser nuevo, todo tenía que estar a la altura de las circunstancias. La tecnología que avanzaba y los nuevos modelos de vida, tenían que ser implementados.
Tenían que ser probados. Eso traería satisfacción personal. Avance en las metas de los padres de familia.
Los haría ser mejores.
Mientras charlaban un par de hombres, con cigarrillos y pipas, uno de ellos miraba el lugar. Estaba terriblemente aburrido. Las noticias en la radio, ya no le interesaban, ya no le causaban mucha empatía.
Se dejó caer en una silla alta y miró a sus compañeros. Hablaban de sandeces, los pocos casos que ocurrían en la población, ya no les daba un trabajo estable.
Pero para él, no trabajar, no significaba nada malo. Significaba bienestar.
- No sé, cómo puedes estar allí, sentado y tranquilo- dijo uno de ellos y el primero, suspiró lánguidamente. Casi ni se notaba su existencia.
Alzó la cabeza y miró el decorado de su oficina. Enormes telarañas y un tapizado muy viejo, del siglo pasado. Estaba lleno de libros hasta donde podía ver y suspirando, notó que la mayoría ya estaban arcaicos y llenos de polvo. La puerta era de madera de cedro y el pomo, era lo único que brillaba. El escritorio estaba cojo y las gavetas tenían una única llave. Que solo él poseía. Una de ellas estaba trabada y solo se abría con un truco que él conocía. Tenía un mini bar, con bebidas añejas, pero que aún sabían muy bien.
Mientras más antigua la reconciliación, como el vino, mejor sabía. A veces.
- Tengo mis motivos.
- ¡No hay ni un solo caso! La agencia se viene abajo, sin ninguna contribución especial. La sociedad ya no nos mantiene, prefiere dar su dinero a algo que tenga sentido. Los casos son resueltos por policías comunes.
No dijo nada y con una sonrisa escueta, como si de parálisis facial se tratara, se levantó y tomó su saco negro.
- Creo que tengo que irme.
- ¿A qué? ¿A un bar? Ni esposa tienes. No tienes hijos.
- La vida no es solo ir a divertirse. Dispénsame, pero mis servicios son requeridos en otro lugar- dijo él y simplemente cerró la puerta, dejando a oscuras, el lugar que se mantenía iluminado con una vela.
A oscuras iban a quedarse.
Suspirando, miró su auto negro, modelo del año pasado. Por más novedades que miraba, no abandonaba la costumbre de no creer en ellas. Su auto nunca lo abandonaba y no esperaba cambiarlo. Se sentó allí, dentro y miró la densa neblina.
Estaba empañando sus vidrios. Salió del mismo y comenzó a limpiarlos, con mucha paciencia. Luego de terminar, simplemente se subió una vez más y meditó.
Cierto, no estaba casado. No tenía hijos, no tenía más que unos pocos amigos que solo, estaban interesados.
Pero eso no le importaba. Tenía su libertad y no necesitaba más que eso. Con una sonrisa suave, miró el camino.
Otro día más, a casa.
Conducir por esas calles a media noche y lleno de neblina, bien podía parecer, una película de terror. Sin embargo, él no solía acobardarse.
El camino era igual, de día o de noche. Encendió las luces altas y simplemente, continuó meditando en silencio, escuchando la radio y preguntándose si habría alguna novedad, que acabara c0n esa vida en blanco y negro.
Pues, mientras conducía, su radio se apagó. Intuyó que se había quedado sin señal y le dio un suave golpe. Al no encenderse más, simplemente continuó en lo suyo. Al pasar por una curva cerrada, observó un auto que estaba volcado y sacó su cabeza para mirar.
Quizá alguien necesitaba ayuda. Volvió a mirar hacia adelante, pero frente a él había una mujer. Tuvo que girar y detenerse. Cosa nada útil, en una curva cerrada. Su auto se descontroló. No tuvo idea de sí y su cabeza, dio con el volante.
No supo nada más.
Curiosamente, mientras estaba en la nada o algo parecido, algo tocó su hombro. Algo insistía en que despertara. Su mente no sentía, solo una punzada en el centro. Algo que ardía y que le hacía parpadear.
Estaba confundido. ¿Estaba muerto? ¿Dónde estaba?
El toque se volvió insistente y con violencia, despertó. Miró a una mujer con el rostro ensangrentado y una mirada de preocupación. Retrocedió, pero ella movió las manos, en señal de que no le haría daño. Se llevó una mano a la frente, le dolía y notó, que sangraba.
- ¡Señor, por favor...! ¡Ayúdeme!
- ¿Quién...? ¿Quién...Es usted?- le dijo, buscando entre sus cosas, un pañuelo. Se lo entregó y la mujer, se limpió las heridas, rápidamente.
- ¡Mi auto se ha volcado! ¡Algo me persigue! ¡Por favor...!- dijo. Su voz ahogada, lo escandalizó.
- ¿Cómo...?
- Logré escapar antes de que se volcara mi auto... ¡Por favor, señor yo...!
La mujer no continuó, su voz se extinguió en un suspiro y se vino abajo. La sostuvo con sus manos, antes de que cayera al suelo. Sus rizados cabellos castaños, estaban manchados de sangre y su perfilado rostro, angelical, estaba en iguales condiciones. Se bajó del auto, con su cuerpo y abrió la puerta trasera.
La dejó descansar en el asiento trasero y simplemente, miró lo que había pasado. Su auto se incendiaba y estaba a pocos metros.
Caminó hacia el, con mucho cuidado, con el pañuelo sobre la cara, para no aspirar el humo. Lentamente, se acercó, cuidando de no hacerlo demasiado. Podía explotar y entonces, las cosas terminarían mal.
No había nada que rescatar, estaba todo calcinado.
Aunque, algo brillaba en uno de los asientos, que no se había calcinado. Con mucho cuidado, se subió las mangas e intentó meter la mano. Sin éxito, estaba muy caliente. Lo intentó una vez más y tomó el objeto. Estaba muy caliente, así que lo soltó.
Era una cruz de metal, en un largo rosario.
