¿Y cómo vino la idea?, todo empezó cuando regresé del centro de la ciudad donde vivo y me conecto para hablar con mi Metal Bro y sale el tema de la sexología… y como los dos andamos con la chispa saintseyesca… dos más dos son cuatro xD
Agradecimientos a él por ser el causante, a Akio que fue el primero en escuchar tal perversidad, y a Suigin Walker que como siempre, es mi cómplice de paridas.
Aquí una pequeña reseña de cómo sucedieron las cosas…
Saint Seiya no me pertenece, pero las ideas son puramente mías muajajajaja.
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—Athena… ¿de verdad está segura de esto?
—¿Hum?, ¿por qué la duda Shion? —la diosa de la Sabiduría está en su trono, el mismo asiento que en ocasiones el mismo Patriarca ocupa. Nota que el rostro de él es un manojo de nervios bien disimulado, pero ella puede ver lo que hay detrás de la máscara. Saori sonríe medio divertida, medio despreocupada. —Tú fuiste quien puso mayor preocupación por el asunto en primer lugar.
—¡Lo sé! —intenta modular la voz, pero esta le traiciona revelando alteración—se que esos… —carraspea—quiero decir, ellos, les vendría bien algo de orientación además de un serio análisis, por no decir uno que otro buen correctivo… ¡¿Pero por qué de todos tiene que ser…?
—Porque ella es la mejor —responde corta y precisa, aprovecha de dar un sorbo a su té de tizana, mezcla que le ayuda a relajar su sabia (sí como no) mente. Esos días en el Santuario aunque tranquilos, han estado llenos de accidentes de los cuales prefiere no recordar, aunque irremediablemente se le viene a la cabeza la imagen de su retrato como Diosa de la Guerra adulterado hasta hacerle parecer más una payasa hawaiana… —Y lo sabes.
Ante eso el Patriarca no tiene nada que objetar, le consta que esa persona es profesional, entre otras cosas. Justamente por esas cosas terribles suposiciones asaltan su mente con un sinfín de posibles situaciones, en las que ninguna baja del índice de catástrofe masiva.
Sabe que la culpa de eso lo tienen ellos, que se lo han buscado al jugar con la paciencia de su so querida diosa que por más benevolente y todos esos adjetivos que la hacen la partidaria número uno de la humanidad, sigue siendo capaz de urdir una venganza digna de un olímpico.
O mejor dicho, digna de una mujer indignada.
—¿Vendrá al Santuario?
—Por favor, no la haría viajar hasta aquí, ni hablar de las escaleras que tendría que cruzar —niega con la cabeza—además, ya mucho le pido al apartar uno de sus días libres para recibirlos a todos.
—¿Entonces ellos viajarían a…?
—Sí, así es —da otro sorbo a su tacita—viajarán a San Francisco.
Las caras de los santos dorados de la orden de Athena, protectores de la humanidad, caballeros más fuertes sobre la tierra, héroes en batalla que volvieron del Hades para servir a su divinidad (se puede decir que a fuerzas), y nobles guerreros capaces de dar su vida infinidades de veces sin dudarlo… se iluminaron como antorchas instante después de recibir la noticia estando todos reunidos en la sala papal. No pueden creerse que su (tacaña, tirana, dictadora, trol, y pare de contar) diosa finalmente decida premiarles tantos años de fidelidad, es el oasis al final del desierto en el que perdieron las esperanzas después de conocerla.
—¡Esto es un sueño!, ¡Tiene que ser un sueño! —jubiloso, Milo se pellizca el antebrazo—¡no es un sueño!
— ¡De verdad iremos a San Francisco! —Aioria que no contiene la emoción salta con el escorpión agarrándose de las manos, igual que niñas de kínder.
—Debo empacar mi cámara… ¡no todos los días visito una de las ciudades más cosmopolititas! —Aldebarán tiembla de emoción.
—¡YA-HAAA!, ¡Nos vamos a San Francisco! —celebran los gemelos bailando la tarantela.
—Ni en el Hades imaginé que esto podría ser posible… —Aioros es de esos que no creen tanta bondad sea cierta.
—Los milagros existen para nosotros, definitivamente —su compadre Shura palmea su hombro, limpiándose una escurridiza lagrimilla de dramática alegría.
—No conozco nada de San Francisco… seguro que los juguetes de ahí le gustarán a Kiki —murmura Mu al recordar los comerciales en su nuevo televisor del sinfín de chucherías que su pequeño aprendiz se antojaba.
—Piensa un poco en ti mismo chico —aconseja Dohko paternal, aún en su cuerpo joven—debe estar lleno de lugares interesantes. Ya sabes lo que dicen de las grandes ciudades…
—Seguro es una ciudad ruidosa… —a Shaka no le entusiasma la idea.
—Yo sí que la he visitado —afirma Afrodita—las tiendas son fabulosas, ni hablar de la variedad de ropa, cosméticos...
—Le tengo ganas a la hamburguesa americana desde hace un par de años —añade Máscara Mortal.
—Pero si la semana pasada las comimos cuando llevamos a Kiki a Burger Kings de la ciudad.
—Hablo de una hamburguesa americana HECHA en América, por manos americanas, ¿me copias?
—Creo que no han dejado terminar a la señorita Athena —Camus interrumpe sin contemplación alguna sus fantasías—aún no menciona la razón de este viaje tan repentino.
Shion y Saori ven las cabezas bajando ante la futura decepción, claro, nada podía ser tan perfecto en la vida, menos para ellos que más de un dios deseaba sus cabezas en la pared de su palacio.
—Gracias Camus —agradece Saori que sonríe a pesar del notorio pesimismo—, se irán mañana temprano por la mañana, para que tengan tiempo de llegar, descansar, y mirar un poco de la ciudad —esa consideración resultaba más sospechosa todavía, e instaba remotamente al miedo colectivo—para que al día siguiente asistan en óptimas condiciones a la consulta que les he preparado a cada uno.
—¿Consulta? —repiten todos a coro.
—Sí —Saori asiente, contiene las ganas de morderse el labio porque eso delataría que disfruta del momento, Shion tras ella casi puede leerle el pensamiento y se estremece—todos ustedes tienen programada una consulta el mismo día con una sexóloga.
El silencio se instala y las caras de los santos no tienen precio para Saori. A más de uno se le asoma un tic nervioso –movimiento compulsivo de las cejas, comisuras, párpados, dedos-. Shaka, Mu y Aioria no pueden estar más rojos. Los demás se miran preguntándose mentalmente que hicieron de malo en sus vidas pasadas para merecer eso. Hasta que por fin logran conseguir algo de compostura, o por lo menos uno lo hace.
—Disculpe… señorita Athena… ¿ha dicho sexóloga? —Saga se restriega un dedo en la oreja, deseando que haya sido la cera y su falta de sueño que le juega malas pasadas.
—Sí Saga, eso dije.
—¿Vamos a follar todos con una desconocida?
—No Milo, esto no es una película porno —reprende Camus.
—¡¿Entonces por qué diablos tenemos que ir a contarle nuestra intimidad?
—Hay Madre Santa… yo sabía que hoy no tenía que levantarme de la cama...
—Ni yo —codea Mu a su mejor amigo, más nervioso que un pavo en día de Acción de Gracias.
—… olvidé que dejé algo en mi templo, ya regre…
—¡Ni se te ocurra huir por la derecha Shaka! —Aioria lo sujeta junto con Shura—si morimos, moriremos juntos, ¿no fue eso lo que acordamos en el Muro de los Lamentos?
—¡Yo prefiero mil veces el Muro de los Lamentos a tener que deshonrarme de esta forma!, ¡Buda merece respeto! —se revuelve en los brazos de ellos.
—Además, nadie va a morir gato —opina Máscara—¿qué puede hacernos?, ¿violarnos?
—Ustedes sí que no tienen idea de que es un sexólogo… —Shion comienza a lamentar no haberse preocupado por formar más concienzudamente a esa manada de críos.
—Debiste educarles mejor al respecto Shion —Dohko da por sentado que si fuera él esos jovencitos estarían más informados.
—Sabemos lo que es un sexólogo —refuta Milo—ellos estudian sobre sexo —la idea de sacar provecho a esa visita comienza a serle muy tentadora, solo de imaginar semejante fuente de sabiduría.
—A nivel psicológico, científico y médico —corrije Shion—aunque sus pequeñas cabecitas no den para comprenderlo, la interacción sexual humana es compleja, basta, y requiere de un arduo estudio ya que infiere grandemente en el ámbito social…
—¿Qué tanta ciencia tiene coger? —Camus hace el favor de zapearlo para dejar que Athena o Shion continúen, pues no les conviene hacerla molestar en esa situación.
—Gracias de nuevo Camus —Shion carraspea, esta situación es más difícil de lo que imaginó—pasado mañana estarán los trece en ese consultorio, enviaremos compañía extra para asegurarnos de que no escapen.
—¿Pasaremos todos el mismo día? —Kanon no imaginaba cosa más exasperante que estar sentado horas en una sala para esperar una terapia sobre sexo.
—Sí, ella es un contacto mío, una querida amiga —claro, pensaban todos, solo su diosa podría tener en su poder a gente tan perversa…—hace no mucho que ha obtenido el doctorado, pero ha estado trabajando en el campo desde hace varios años y es reconocida a nivel mundial. De las mejores.
—Esto sí que me empieza a gustar.
—Cállate Milo —ordena Shion severo.
—Y ha hecho espacio en su apretada agenda para atenderlos a todos ustedes el mismo día, así que más les vale no hacerle perder el tiempo —Saori dirige una de esas miradas, y en ese tono que recuerdan porqué representa a la Diosa de la Guerra—¿estamos?
No les quedó más remedio que obedecer, bueno, no es que desde el inicio tuvieran elección. Era mejor eso a estar en el Cocitos.
Así nuestros queridos santos pasaron sus horas nocturnas empacando y haciéndose toda clase de ideas sobre la cita con la sexóloga. No tenían ni idea de la clase de persona que sería, aunque Milo insistía en que debía ser de esas mujeres de exagerados atributos que usaban las "consultas" y la oficina para dar terapias prácticas. Aunque no lo crean, muchos esperaban que el escorpión solo estuviera fantaseando y nada de eso fuera verdad.
El viaje transcurre sin mayores contratiempos, sus acompañantes, por no decir escoltas y vigilantes no son otros que el grupito de santos de bronce y uno de plata, el discípulo de Shaka que por nada del mundo se perdería asistir a la consulta de su supuestamente casto maestro. La llegada al hotel hizo que finalmente cada quien buscara entrar en ambiente de inmediato, tirar las maletas, comer, y descansar, después de tantas horas de avión pocas son las ganas de recorrer las calles de San Francisco, eso quedaría para lo que les restara del traumático día de mañana.
Día que llegó en menos de un parpadeo, como ordenó Saori, los trece caballeros de oro asistidos por los de rango inferior estaban puntuales después del desayuno. El consultorio se situaba en un viejo edificio de ladrillo con siete plantas contando la azotea, en una avenida céntrica pero igual de descuidada. Adentro difería un poco del exterior, las baldosas terracota marmoleada, las paredes claras con cinta floral, y los cuadros que señalaban alguno que otro paisaje, así como ilustraciones educativas, le daban más el aspecto de ser una casa de reposo.
Es Saga quien se dirige a la recepcionista para preguntar por la persona con la que los trece hombres tienen esa consulta obligada.
—La doctora Stewart está en la quinta planta, en el ala de sexología —les indica con la mano las escaleras—les aconsejo que se den prisa, recibe bastante gente todos los días y hoy era uno que tenía libre… si no los ve llegar a tiempo es capaz de fugarse.
—Oh, eso sería una pena —Saga finge lamentarse, daba igual porque si no pasaban por ese karma ahora su jefecita les aplicaría una peor de seguro.
Animó al resto del grupo a subir las escaleras. El quinto piso el área de sexología difería notoriamente de la planta principal, o mejor dicho, de todos los pisos anteriores. Las paredes estaban pintadas de rosa viejo pálido, las baldosas eran blancas dando la impresión de ser más espacioso, los cuadros enmarcaban dibujos o mensajes relacionados con el sexo seguro y las enfermedades venéreas. Todo era más fresco. Milo sofocó una risa al echar un vistazo al que hablaba sobre el preservativo más popular del mercado.
Buscaron en las puertas el rótulo que señalara el nombre de la susodicha sexóloga, hasta llegar a un rellano donde había varios sillones blancos, una televisión elevada en un soporte al techo, inclinada en el ángulo adecuado para verla desde abajo, una mesita con revistas sobre la materia en cuestión. Por último estaba un sujeto rubio de lentes de pasta y peinado de casco que paseaba los ojos descaradamente por cada uno de los caballeros, Afrodita jura haber visto que ese secretario se relamía los labios, y hace una mueca desaprobatoria ante las fachas de este: un pantalón minúsculo que deja ver unas andróginas piernas depiladas y una ajustada camisa negra de fibra lanosa con los bordes del cuello y las mangas forrados en plumillas negras, ni hablar de las botas de cuero cortas con ese tacón de muerte.
—Tenemos cita con la doctora Stewart —repite Saga a quien parece el asistente, él único valiente del grupo—¿Cuánto demorará en hacernos pasar?
El secretario deja que los lentes se deslicen por el puente de la nariz mientras estudia con sus ojos verdes a ese perfecto ejemplar masculino. Sonríe de un lado.
—En breve, llegan a tiempo bomboncitos~ —Saga y sus compañeros se estremecen con el tonito amanerado del sujeto, especialmente Saga que ve como agita sus pestañas provocativamente—, ahora debe estar por despachar a un paciente que le quedó pendiente y será toda para ustedes. Claro, ella los recibirá de en uno, y yo me quedo con el resto para que no se aburran mientras esperan.
—G-gracias —espantado pero aparentando normalidad, va a sentarse junto a su gemelo—me he llevado el susto del día…
—Y eso que todavía no entramos con ella.
—Ese bichito, no me gusta cómo me está mirando —se queja Afrodita.
—No es de extrañar Afro, ni que fuera la primera vez.
—Que no sea la primera vez no quita que deje de ser desagradable —reprocha a Máscara.
—Yo no te miraba a ti querida~ —corrige el secretario con la cabeza reposando en sus manos enlazadas, apoyadas en la madera de su escritorio—sino a esa belleza rubia que tienes al lado.
Shaka traga saliva con dificultad y se estremece, tuerce los labios en una mueca incómoda y su ceño se arruga cuando escucha a su discípulo reírse por lo bajo. Afrodita tiene una cara similar, pero mucho más enojada por el adjetivo "querida".
El teléfono del secretario afeminado suena, atiende con un ademán grácil, habla en monosílabos y corta. Se complace de ver cuanta atención tiene de tan apetitoso público que han estado pendiente de ese instante, esperando.
—¿Mu? —llama y el aludido se presenta escondiendo su timidez y sinfín de inseguridades tras su comportamiento pasivo—lindo, ya es tu turno, la consulta acaba de terminar.
Justo después de decir eso la puerta del consultorio con el rótulo de "Dra. Stewart" se abre y va saliendo de él un hombre obeso, algo bajito y velludo, con pintas de gondolero. Todavía sostenía su conversación con la doctora.
—Una última pregunta… yo anoche eyaculé sobre el rostro de dos chicas, ¿no quedarán embarazadas por eso verdad?
—Desde luego que no —esa es la voz de la doctora, serena y profesional, a Milo se le antoja hasta sensual—a menos que tuvieran caras de vagina.
—¡Gracias doctora!, me quitó una responsabilidad de encima.
—Para eso estamos… —el hombre se va mucho más aliviado y el resto al escuchar semejante retazo de conversación se cuestionan si las preguntas en ese consultorio siempre eran así de…— ¿Mu de Aries? —anuncia la voz femenina sacándole de su meditación—pase adelante por favor.
—La primera víctima.
—Deja ya Máscara —riñe Saga—vamos hombre, ve el lado positivo, serás el primero en salir de eso.
—Ánimo Mu —apoya Aldebarán—que el cosmos esté contigo.
Eso no hace otra cosa que ponerlo más nervioso de lo que está, ¡si apena habló de intimidad con su maestro en su juventud!, ¿cómo iba a hacerlo de nuevo frente a alguien que no conocía?
—Vamos chico, no tengo todo el día —la voz insiste y Mu ve sus pies obedecer al cruento destino que le espera.
A él y a todos, atrás se escucha la melodía de Sweet Dreams de Eurythmics empezar. El secretario decide adornar el momento con eso.
Los labios de la doctora se ensanchan al ver su primera víctima del día. Se iba a divertir un montón.
