Disclaimer: J.K. Rowling es la dueña de estos personajes, yo sólo los pongo juntos porque mi corazón lo pide, sin fines de lucro.
¡Hola! Qué emoción tener otra historia Hansy para ustedes. Espero que lo disfruten.
Las marcas de mi princesa...
Capítulo 1
—¡He dicho que no, Draco! —grité y seguí removiendo la sustancia pálido rosa del caldero.
—¡No puedes pasarte la vida entera encerrada en tu casa y tampoco en este laboratorio! —gritó de vuelta, apagando la lumbre del caldero donde estaba trabajando y tomando mi mano, haciéndome girar hacia él.
—¡Suéltame, Malfoy, o no respondo! —amenacé.
Lo vi respirar con fuerzas, pero sin soltarme, a pesar de que yo jalaba mis manos, pues sus dedos se habían cerrado entorno a mis muñecas, provocando que soltara aquel removedor de madera. Tenía las mejillas tensas y los ojos brillantes y molestos, terriblemente molestos, como pocas veces lo veía. Nos quedamos varios segundos mirándonos a los ojos y sabía que ninguno de los dos iba a ceder, ni yo aceptando lo que proponía ni él retractándose y olvidando lo que había propuesto.
—Suéltame —repetí una vez más, bajando el tono de mi voz, con más amenaza y odio que antes.
—Sólo quiero saber por qué —dijo, soltándome bruscamente.
Me giré de nuevo hacia la poción olvidada, prendiendo el fuego y empezando a revolver, esperando que no se hubiera arruinado por su culpa. La poción era un simple ungüento para las picaduras de erizos venenosos, nada complicada de realizar, pero si muy tedioso para iniciarla de nuevo. Y la verdad, es que lo único que deseaba era irme a casa, encerrarme como él bien decía, quitarme los zapatos que parecían querer matarme por estar tantas horas de pie y si era posible, comer un poco de pasta y abrir una botella de un buen vino, y comer mucho chocolate semiamargo, o ponerle helado de zarzamora al vino, eso estaría mejor y ya se me estaba haciendo agua la boca. Ver una película de terror tampoco estaría mal, para eso había aislado completamente la magia de aquella habitación, pues les había encontrado el gustillo a esas cosas muggles y la época lo ameritaba.
—¡No me ignores, Pansy! —lo escuché reclamar, mientras yo fantaseaba con mi esplendida noche, larga, muy larga noche pues mañana no trabajaría y podía estar despierta ignorando al mundo entero.
—Lo hare hasta que dejes de decir estupideces, cariño —dije sin mirarlo, moviendo mi mano contrario a las manecillas del reloj, contando cada giro que hacía.
—Estupidez es querer encerrarte en tus mejores años, pareces una mujer anciana y amargada, no sales, no hablas con nadie, con suerte me diriges la palabra si estamos aquí e ignoras las invitaciones de mi madre y mi esposa —reclamó.
Apreté los labios con rabia, sabía que en algún momento me lo reclamaría, que algún día me echaría en cara mi actitud hacia él y hacia los demás, que se cansaría de su compañera callada y huraña, pero no podía ser de otra manera. Llevábamos dos años trabajando juntos, algo por lo que siempre le agradecería, aunque no supiera expresarlo, de verdad que gracias a él podía mantenerme casi parecido a como mis padres me tenían acostumbrada, además, no tenía que convivir y verme con nadie y eso era lo mejor, con Draco dando siempre la cara ante los compradores de estas pociones.
No, no era lo mismo que antes, pero era cómodo y estaba segura de que podía vivir para siempre de este modo. Vale, que en vez de tener diez elfos pendientes de mis caprichos como cuando era niña, ahora sólo tenía a una vieja elfina que adoraba a mi madre y por eso se quedó conmigo a pesar de que le había dado su libertad; que en vez de comprarme vestidos preciosos, compraba túnicas gruesas y resistentes a la salpicadura de pociones o al fuego; que en vez de comprar joyas que luego me aburrían, ahora solo contaba con una cadena de mi madre y con un broche que guardaba con celo por pertenecer a mi abuela y nunca los usaba, y todo lo demás lo vendí para comprarme aquel departamento de gran tamaño en el quinto piso de un edificio muy moderno en el centro de Londres Muggle, todo con tal de no estar cerca de los que una vez me conocieron. Viajando solo de chimenea a chimenea para llegar aquí y volver a encerrarme. Pensaba con burla e ironía que era como una versión femenina de Severus Snape.
—¿Mis mejores años, Malfoy? —pregunté con odio, mirándolo apenas de reojo.
—Sí, tus mejores años. Eres joven, apenas alcanza los veintitrés, pero insistes en comportarte como una anciana huraña. Antes no eras así…
—¡Sí, antes no era así! ¡Antes no tenía el rostro así! —grité, encarándolo por completo.
Aparté con brusquedad los mechones que siempre cubrían el lado derecho de mi rostro, donde mi piel se arrugaba por completo de un color más oscuro que el resto de mi cuerpo, desde mi pómulo hasta alcanzar mi sien, saltado apenas la comisura de mi ojo que alcancé a proteger, de lo contrario lo hubiera perdido por completo. Él tenía que ver nuevamente la razón de porque era así, aquellas marcas espantosas.
Ni siquiera podía pensar en aquellas cicatrices sin sentirme caer otra vez, sabía que estaban en mi rostro, que me habían marcado de por vida, pues nada pareció funcionar para quitarlas, a pesar de que investigué, estudié y creé pociones para desaparecerlas, perfeccionando cada invento hasta hacerlo cada vez más perfecto, pero nada funcionaba, las cicatrices de un fuego demoniaco eran imposibles de borrar y debí entenderlo y aceptarlo, así que después de un año entero de fracaso tras fracaso, de especialistas en especialistas, dejé de intentarlo.
Llevaba tres años con el rostro así, y era cierto, Draco decía la verdad al decir que yo no era así. A pesar de todo, al acabar la guerra, había continuado siendo casi feliz, aun cuando mi casa hubiese sido confiscada por el ministerio, que Blaise decidiera volver a Italia, que Theo se fuera a terminar a Durmstrang sus estudios, dejando que Draco y yo regresáramos solos a Hogwarts, pero con eso me bastaba. Draco me era suficiente para sobrevivir al colegio de nuevo y lo hicimos, por un año más estuvimos a salvo, odiados, repudiados, bajo miradas de asco y desdén, pero estuvimos juntos y a salvo, con ilusiones de una mejor vida, con Draco enamorado de la menor de las Greengrass, encontrando una nueva amiga en Astoria y con Millicent siempre fiel a mi lado, saliendo con chicos que poco me importaban.
Era feliz, y pensé que podía salir del hoyo donde caímos los Parkinson siendo yo la última de ellos, porque, así como Draco me bastaba, también yo me bastaba para salir adelante, sin padres, sin nada más que mi ingenio y una fortuna reducida al mínimo, pero lo lograría, seguía teniendo el mundo en mis manos y lo manejaba a mi antojo, pues seguía siendo la maldita princesa de Slytherin, la perfecta sangrepura. Era hermosa, poderosa, fuerte, inteligente, y nada volvería a poder conmigo.
Pero debí saber que eso no me salvaría siempre, que el odio de mis compañeros de colegio era un juego de niños, que la gente allá afuera era peor, monstruos que nos llamaban monstruos, verdugos hablando de honor, justicia y libertad, seres malvados vestidos en tiernas pieles de corderos. No iban a perdonar, no iban a olvidar, y buscarían venganza en el peldaño más débil de aquella guerra que no fue nuestra, donde fuimos simples peones obedeciendo a un ser al que ni ellos solos se quisieron enfrentar, mandando a uno de nuestra edad para vencerlo.
Aquel día, aquel maldito día que mi vida cambió y se arruinó, fue porque Draco y yo habíamos salido a comprar un regalo para Astoria por su segundo aniversario, pues el rubio no se conformaba con simples flores y chocolates para ella, y tampoco es como si se mereciera solo eso, Pansy, eran sus palabras y yo reía con burla por verlo de esa manera, tan estúpidamente cursi. Buscamos el regalo perfecto en cada tienda que nos dejaban pasar, encontrando en una joyería un hermoso collar con una sencilla estrella de oro blanco. Después de comprarlo, caminamos por el sendero de piedras que llevaban a un pequeño parque de árboles de naranjas por capricho mío, siempre me había gustado ese sitio y eran pocas las veces que podíamos salir a pasear. Disfrutábamos del fresco aroma, de los colores de las naranjas, y hasta decidí recoger una del suelo, limpiarla y pelarla con un pase de mi varita, para comerme la dulce pulpa, de la cual le di a Draco a pesar de que me había mirado reprobatoriamente.
Hablábamos, bromeábamos y reíamos, hasta que nos cortaron el paso cuatro hombres y dos mujeres, todos con túnicas largas y negras, que cubrían de igual modo las cabezas, por un instante había pensado que eran mortífagos, hasta que miré los brazos libres de marcas. Eran de los buenos, de los que se hacían llamar así. Draco y yo dimos un paso hacia atrás, sosteniendo la varita por dentro de la túnica, pues ya varias veces habíamos cometido el error de sacarla y apuntar, y entonces los atacantes se volvían víctimas, gritando, pidiendo auxilio y los aurores llegaban, le daban un puñetazo a Draco sin preguntar nada y a mí me jalaban del cabello, y entonces Draco volvía a ser golpeado por querer defenderme y entonces le pedía a él que lo dejara por la paz, que yo igual podía aguantar un golpe, retando a aquellos desgraciados que se escudaban detrás de un horrible uniforme rojo, que nos sometían, que nos quitaban más oro y nos mandaban a casa con miles amenazas de una noche en calabozos.
Así que nos preparábamos mentalmente, vigilando cada movimiento o gesto de los otros, y no sacamos las varitas hasta que ellos lo hicieran primero y lanzaran el primer hechizo, aun así, era probable que nosotros resultásemos los malos, pero siempre nos defenderíamos.
El ataque no tardó en llegar, así como el escudo de Draco cubriéndonos al completo. Espalda con espalda fuimos protegiéndonos, esperando el mínimo margen para activar el traslador a la mansión Malfoy, pero ellos no pretendían que estuviéramos así. Poco a poco, entre ataques, nos separaron, hasta el punto de que sólo podía ver la cara de Draco perlada de sudor y su mano alzada, mirándome por momentos, mientras yo me defendía de aquellos dos hombres y una mujer por demás enfurecidos, que no nos daban tregua.
Grité con desesperación cuando escuché como uno de los que atacaban a Draco lanzaba un Fiendfyre que rodeó a mi amigo al completo y alcanzó un árbol rápidamente. No quería mandar ninguna maldición porque sabía que las consecuencias serían terribles, así que, entre hechizos desagradables, como desaparecer los huesos, hacerlos vomitar u obliviates para dejarlos fuera de combate, me abrí paso hasta llegar hasta él, pensando en cómo detener ese fuego y poder salvar a Draco. No podía perder a mi hermano, no podía hacerlo, no cuando la vida de Draco parecía por fin ir bien, cuando tenía una chica esperándolo y una madre que lo amaba. Además, si yo lo perdía me quedaría sin nadie ya.
Pensé en cada hechizo que sabía, rebusqué en mi mente como detenerlo, viendo la serpiente que se había formado, intentando cazarlo, era imposible detenerlo, pero yo podía hacerlo, Draco también podía, pero lo nervios me tenían traicionada. Y todo fue peor cuando sentí a alguien tomarme por el cuello, jalándome de los cabellos con fuerzas, empujándome a donde iniciaban las llamas.
—¡La bruja también será quemada! ¡Quemada como todos los sangrepuras como tú, que en su nacimiento y creación del mundo como tanto presumen, murieron a manos de los seres que ahora desprecian! —gritó alguien y risas y coros de afirmación se prolongaron.
—¡No!
Fui aventada a ese fuego, pero del otro lado, Draco, escuchando quizás lo que pretendían hacer, abrió una brecha para que yo pasara sin quemarme, pero no fue suficiente, el fuego logró tocarme los codos cuando me cubrí la cara, perdiendo mi varita inmediatamente, y grité de dolor cuando sentí el maldito ardor en mi rostro, sabiendo que, a pesar de protegerme, el fuego me había tocado. Me tiré al suelo herida, mientras escuchaba el grito de Draco deteniendo todo.
—¡Fiendlocked! —el fuego dejó de rugir, lo había logrado, pero demasiado tarde.
Lo último que recuerdo es su voz lejana pidiéndome que no me durmiera, mientras varios hechizos caían sobre la mitad de mi cara, refrescando o tal vez entumeciendo la herida para que no me matara de dolor. Más voces llenaron mi subconsciente, más hechizos volaron en aquel parque de naranjas y entonces dejé de ver la luz y de sentir el olor dulce, todo olía a cenizas y la oscuridad me envolvió.
Desperté tres días después, eso fue lo que me dijeron, y miré la blanca habitación donde estaba con mi único ojo descubierto. Sentía el cuerpo pesado y doloroso, e intentaba saber dónde estaba, cuando una voz fuerte me habló, pero no pude enfocarla rápidamente, hasta que aquel sujeto, de seguro un medimago, se percató que no podía verlo por estar a mi lado derecho, donde sentía gruesas gasas cubriéndome. Se puso de mi otro lado y empecé a moverme desesperada al ver quien era.
—¡Draco! ¡Draco! ¡Draco! —grité, con la voz rasposa, así que no se escuchó tan alto como pretendía y necesitaba.
Aquellos ojos verdes me miraron preocupados al parecer y con una mueca casi dolorosa en el rostro, pero yo me sentiría tranquila hasta que aquel ser se largara. Tenía miedo, lo recuerdos del ataque me bombardeaban la cabeza y había sido un grupo de su bando, tal vez no cercano, pero habían sido del lado de los supuestos buenos vengándose de los malos sangrepuras. Y habían usado un fuego demoniaco, intentando quemarnos vivos a los dos.
¡Claro que tenía miedo!
—Cálmate, por favor, Parkinson, si sigues así las heridas te dolerán más —pidió, intentando acercarse.
—¡Draco! ¡Draco! —grité una última vez y esta vez sí se escuchó mi voz, y la puerta se abrió de inmediato, y Draco por fin entró. Corrió hasta mí y se sentó a mi lado.
—¡¿Qué le hiciste, Potter?! —gritó en su contra, mirándolo con el mismo resentimiento que ya conocía en él.
—Nada, no le hice nada, se puso a gritar porque sí.
Una mirada más letal por parte de esos ojos grises, antes de girarse a verme.
—Tranquila, Pansy, estás herida, no puedes moverte, así que quédate quieta, por favor —dijo tomándome de los hombros para que me acostara de nuevo.
—Cómo quieres que este tranquila si lo primero que veo al despertar es a Potter. Tú sabes que fue uno de ellos, fue uno de los buenos quienes nos atacaron —empecé a llorar e intenté levantarme otra vez.
—Él no fue —escuché decir a Draco con fuerza.
—No me importa si fue él o no, no lo quiero cerca —expliqué.
—Potter es tu medimago, o al menos el pasante de quien te atiende. Él no te atacó ¿bien? —me volvió a decir, mientras me volvía a recostar.
—Así es, yo sólo vine a revisarte y…
—¡No me importa! ¡Quiero a Theo, trae a Theo, Draco, no dejare que él me revise ni nada, no lo quiero cerca! —grité de nuevo y tuve que hacer una enorme respiración al terminar, pues lo había dicho todo de corrido.
El aire se me empezó a escapar de los pulmones, y empecé a llorar, y supe de inmediato que estaba a punto de hiperventilar y aquella cosa cubriéndome la cara me estaba empezando a picar de una espantosa manera. Me llevé los dedos a la cara, intentando quitarla, pero dos pares de mano me detuvieron.
—Respira, por favor, Pansy, y quédate quieta —ordenó Draco.
—¡Me arde! ¡Esto duele, maldita sea! ¡Y no dejes que me toque! —grité otra vez— ¡Y quiero a Theo, Theo está aquí y lo quiero! —exigí.
Sabía que Theo estaba estudiando para ser medimago y estaba en prácticas, también sabía por él que Potter había decidido estudiar lo mismo, quizás ya estaba harto de los hechizos, de atacar y defenderse había dicho una vez Theo, y ahora sólo prefería curar a las personas. Pero yo no quería que me atendiera, él me odiaba y no sabía cómo era posible que Draco había permitido que se quedara a solas conmigo en la habitación, con un pase libre para aplicarme una eutanasia sin testigos y como era el maldito héroe nadie se lo reprocharía.
—Pansy, por favor, cálmate.
—Cómo dejaste que este Potter aquí, pudo haberme matado —le dije.
—Sigo aquí, Parkinson, y soy un medimago, jamás dañaría a mis pacientes —contestó Potter, mirándome ya con enojo.
—Bien, pero no serás quien me revise, quiero a Theo —pedí.
—Theo está con otro sanador y no podrá…
—¡Theo! ¡Theo! ¡Draco, trae a Theo ahora! —grité, callando a Potter.
—No es necesario, ya estoy aquí —dijo mi amigo entrando a la habitación.
—¡Theo! —exclamé, extendiendo los brazos hacia él.
—Tus gritos se escuchan por toda el ala, Pansy —dijo él con regaño, acercándose y yo lo abracé con fuerzas, pues no dejaría que se fuera.
—No dejes que Potter me toqué, él me matara, lo sé —le dije.
—No exageres…
—Fue uno de ellos… —sollocé y me acosté, intentando quitarme aquellas malditas vendas que me picaban como el infierno, haciendo que empezara a enloquecer. Nuevamente varias manos me detuvieron.
—No fue uno de nosotros, Parkinson…
—No te preocupes, Potter, yo la atenderé de ahora en adelante —dijo Theo cortando su diatriba.
—Pero…
—Lo autorizó mi jefe, le dije que ella es mi mejor amiga y que ni yo o Malfoy permitiríamos que alguien más la atendiera. No fue fácil, pero lo conseguí —dijo como si nada, mirándolo con reto.
—Como sea —suspiró él y se dio la vuelta para salir de ahí.
Después de eso, Theo revisó mis heridas, quitando por fin aquellas vendas, pero me arrepentí al instante, pues al quitarla dolió y ardió cuando el aire frío de la habitación me dio en la cara. Pude sentir como si tuviera húmedo, arrugado y estirado en esa parte, y quise tocarme, pero Theo no lo permitió. Limpió aquella herida y la de mis brazos, así como colocó una crema y lanzó hechizos a mi cuerpo. Me dejé sin quejarme, aunque le repetí hasta el cansancio la horrible sensación que sentía en el rostro, al igual que el dolor empezaba a hacerse presente. Sabía que estaba quemada, que el fuego me había tocado y que, aunque intenté que eso no me enloqueciera, sabía que habría cicatrices horribles que curar. Quería, pero al mismo tiempo me negaba a ver mi cara. Todo estuvo bien en la revisión, hasta que Theo pretendió hablar con Draco a solas.
—No. A solas ustedes dos, no —dije y ellos me miraron con molestia—Vas a hablar de mí delante de mí, Theo, ahora dime que es lo que pasa, sé bien que es por esta quemada —ordené, con aquella voz que nunca me contradecían.
Se miraron entre ellos antes de acercarse de nuevo. Draco se sentó a mi lado y asintió con la cabeza hacia Theo, que se había quedado de pie. Vi a Theo pasarse una mano por el cabello y luego por la cara, como si estuviera muy agotado, hasta que cuadro de nuevo los hombros, mirándome con determinación.
—Pansy, lo que te atacó fue un fuego demoniaco…
—Eso lo sé, no podía detenerlo, no sabía cómo… —respondí con culpa.
—Lo sé, yo intenté abrir una brecha para que pasaras sin dañarte, pero eso apenas te dio segundos para no consumirte —dijo Draco, tomando mi mano y apretando mis dedos con fuerzas— Estás a salvo, eso es lo que importa y…
—Theo —interrumpí aquel discurso que no nos llevaría a ningún lado, sintiendo como se me cerraba la garganta y mi ojo bueno se llenaba de lágrimas.
—Las quemaduras son graves, gracias a tu velocidad para protegerte, pudiste aminorar el agravio, y aunque la piel de tus codos tendrá marcas que apenas se verán, no puedo decir lo mismo de tu rostro…
Empecé a llorar, comprendiendo lo que quería decir. Había quedado desfigurada para siempre. No me había cubierto a tiempo, gracias a que aquellos que me empujaron, me habían sostenido de los brazos, soltándome apenas para no quemarse ellos. Sí, lo había sentido, había sentido el fuego rozándome el lado derecho, pues había girado el rostro antes de protegerme, mientras aquella diminuta brecha hecha por Draco me permitía pasar.
—Pansy, por favor, Pansy, cálmate, hare todo lo que este en mis manos para sanarte, ¿bien? No me rendiré, nunca lo haré, luchare hasta dejarte como nueva, tan hermosa como siempre —escuché la voz de Theo y sentí su mano cubriendo la mía.
—Yo investigare y lo ayudare para lograrlo, Pansy —dijo Draco, besando mi otra mano.
Sólo pude llorar, llorar tanto, como nunca pensé que podría hacerlo. No entendiendo porque me había pasado esto, porqué a mí. ¿Tan mala había sido? ¿Me lo merecía? No entendía.
Pasé casi tres meses en San Mungo, siendo revisada siempre por Theo y su Sanador en jefe, también por un especialista en quemaduras mágicas, y, para mi disgusto y desconcierto, Potter hizo nuevamente aparición. No pude protestar otra vez ni gritar que no lo quería cerca, pues era el residente del especialista. Así que estuve muchas veces bajo los ojos evaluadores de Potter, negándome siempre a verlo a los ojos, pues de seguro encontraría en ellos satisfacción al verme de esta manera, de esta horrible manera, desgraciada de por vida.
Porque sí, porque quién no se burlaría de la chica que se creía la más guapa del colegio, presumiendo siempre de su apariencia, sabiéndose deseada y admirada, también envidiada por como lucía. Era hermosa, la más hermosa de todas, lo sabía y muchos lo confirmaban, hasta mis amigos coincidían con eso, porque ni Weasley con su exótico cabello rojo me ganaba, porque ni Lovegood con su rostro de muñeca podría superarme, ni Daphne con su apariencia de princesa legendaria me alcanzaría. Había sido vanidosa desde mi nacimiento, había nacido para resaltar, para llamar la atención, para que todo el mundo volteara siempre a verme, para ser lo que todas querrían ser. Era la chica más hermosa, las más deseada, la declarada princesa de Slytherin. La chica idolatrada, inalcanzable, perfecta.
Hermosamente perfecta, eso era, eso fui.
Ya no, ya no más…
Y ahora, ahora ya no era nada de eso. Era una chica horrible, con apariencia horrible y una vida horrible a la vista de todos, aunque yo trataba de que no fuera así, que eso no me perturbara o me derrumbara a diario. Pues al inicio, casi muero de depresión, por negarme a comer o dormir.
Me negué a verme en el espejo por meses, no quería hacerlo y caer por siempre en mi nueva realidad, pero en algún momento sucedió, Draco y Theo me presionaron para hacerlo, para que viera por mí misma las marcas y supiera que no eran tan terrible como pensaba, que pudo ser peor, que pude haber perdido completamente la piel y los huesos y el ojo, que pude haber quedado mutilada, desfigurada, o muerta, que pude haber muerto por unos segundos más, pero había sobrevivido y no viviría para siempre de esta manera.
—Estás viva, eso es lo que importa, Pansy —decía Draco casi siempre cuando me veía odiarme enfrente del espejo.
A veces lo miraba como si no hubiera entendido lo que dijo, otras veces fingía no haberlo escuchado y muchas veces más, gritaba que eso no me importaba, que hubiera preferido morir que lucir de esta manera. Y eso lo enfurecía a él, mirándome con resentimiento y dejaba de hablarme, nunca me trató con compasión, quizá al inicio sí, pero luego entendió que lo peor para mí sería que me tuvieran lástima. Pero Draco siguió ahí, a pesar de mi silencio, de mi odio y mi rencor hacia mí misma y hacia el mundo, siempre estuvo ahí, luchando por mí y para mí, al igual que Astoria y Narcissa, a quienes apenas miraba, y Millicent, mi preciosa Millicent simplemente se quedaba callada, se sentaba a mi lado y me traía postres, entendiendo que lo menos quería era hablar, y a pesar de que me negaba a responder, siempre escuchaba lo que tuviera que decir.
No soportaba la lástima de los demás, ver como todos ahora parecían ser más normales que yo. Y yo no pude devolverle el favor a Draco, ni agradecérselo. Es más, había faltado a su boda hace seis meses, no quería que nadie me viera de esta manera y aunque la ceremonia había sido pequeña a comparación de lo que siempre su familia había pensado, con pocos invitados, no me atreví a ir: aunque Theo trató de convencerme, y Blaise regresó de Italia para regañarme, aunque Millicent casi me suplicó y Draco dijo que jamás me lo perdonaría, pero ¿cómo poder hacerlo con este rostro? Nadie lo entendía, nadie lo entendió.
Sí, todo había ido de mal a peor respecto a las heridas, Draco, Theo y Blaise habían buscado a muchos especialistas de manera privada, no sólo en Inglaterra, sino en todo el continente, pero todos decían lo mismo, eran imposibles de desaparecer las marcas, y con cada una de esas respuestas, yo me destruía más, así que dejé de intentarlo y asumí por completo esto, este espantoso rostro que ahora se había instalado en mí. Así que apenas me liberé del hospital y de los especialistas, me conseguí ese apartamento y me encerré en él, hasta que Draco nuevamente hizo aparición, pues sabía que, si por mí fuera me quedaría para siempre encerrada, con la propuesta de que colaborara con él en su laboratorio, que ganara y luchara por mi propia vida. No es que fuera una experta en pociones como él, pero no era mala, era diestra y perfeccionaste, así que no tuve ninguna dificultad. Terminé trabajando en un lugar que nunca imaginé, y otra diminuta esperanza igual había nacido, al creer que podía crear algo para borrar las marcas de mi rostro o desvanecerlas un poco.
También esa esperanza murió.
—Pansy, por favor —el llamado de Draco me regresó a la realidad, por un instante me había perdido de nuevo entre los recuerdos del accidente, la consecuencia que también podría ser llamada karma y las palabras de cada Sanador que me revisó— Sigues siendo tú, tan bella, tan hermosa y perfecta que siempre.
—No tienes que decirlo por lástima o compromiso, Draco, sé como luzco, me veo al espejo todos los días, así que no finjas que no ves lo desagradable en mí —hice una mueca y me tragué el nudo de la garganta.
—No es lástima, es la verdad —suspiró con fuerzas, y entonces lo sentí, aquellos brazos me rodearon por completo, a pesar de que empujé y me retorcí para que me soltara— Pansy, por favor, ya no te encierres, ya no te hundas más, ya no sé que hacer para que salgas adelante y ahora me arrepiento de haberte ofrecido este trabajo donde la pasas encerrada, porque has hecho de esto tu calabozo personal, tu celda y tu vida, y tú mereces más, más de lo que pretendes darte.
—Cómo no eres tú el que está marcado —dije y lo empujé con fuerzas.
—Te juro que todos los días al verte desearía haber sido yo, porque fue mi culpa, Pansy, era a mí a quien deseaban matar, era de mi familia que deseaban vengarse, eso lo dijeron cuando los atraparon, tú sólo fuiste un daño colateral, una victima que no merecía esto. Perdóname, Pansy, sabes que daría mi vida para que nada de esto hubiera pasado —dijo con vehemencia, con una seguridad abrumadora, que me hizo saber que decía la verdad.
—No digas eso…
—Me culpas, ¿verdad, Pansy?
—¡Por supuesto que no! —casi grité y negué con la cabeza, antes de mirarlo a los ojos— No te culpo de nada, Draco, a veces igual pienso que esto fue parte de una venganza, de mi karma por siempre creerme más que las demás, ¿bien? Lo merezco si lo quieres ver así. Además, yo no cambiaría nada, jamás me hubiera perdonado perderte o que te pasara lo mismo —dije y lo abracé de vuelta.
Nos quedamos así abrazados, hasta que la puerta se abrió y por ella entró Astoria, quien al vernos sonrió y se acercó a pasos ligeros, moviendo de un lado a otro la varita, despejando el espacio y limpiando el aire, pues ella no soportaba el olor de los vapores de las pociones. Draco y yo reímos y ella hizo una mueca, sabiendo que nos burlábamos de ella.
—¿Qué? No porque ustedes puedan respirar sin vomitar aquí, significa que todos podemos —se defendió y reímos más fuerte.
—Hola, mi amor —dijo Draco, soltándome y besándola en los labios.
—Hola. ¿Ya la convenciste? —preguntó y yo negué con la cabeza, por supuesto que su esposa estaba detrás de lo que pedía, nada podía negarle a ella.
—Sí te refieres a que casi fui maldecido, pues sí, pero no, no ha aceptado —dijo Draco, mirándome de nuevo con enojo.
—No iré, así que ya pueden irse olvidando de eso.
—Pero, Pansy, vamos —pidió aquella mujer con su mejor cara de inocencia, para luego sonreír perversamente. No sabía de donde sacaba Draco que su esposa era un ángel, que ni siquiera debió estar en Slytherin, si ella tenía toda la esencia de una serpiente bien curtida— No querrás que hable con Narcissa, ¿verdad?
Apreté los labios otra vez con enojo y giré de nuevo hacia la poción. Ambos sabían que le tenía un gran respeto y admiración a la madre de Draco, quien, dicho sea de paso, siempre se había comportado como una madre para mí y al igual que una, era tan permisiva y exigente como una para conmigo, hasta ella había llegado al punto de regañarme por mi comportamiento tan errático de los meses siguientes del accidente. No podía decirle que no a ella, no sin recibir un regaño monumental y un discurso que me haría aceptar de todos modos.
—Pansy —llamó de nuevo Astoria— Es solo una fiesta y es casa de Theo y Daphne —giré a verla y ella me tomó de las manos— Es una fiesta de disfraces y aunque Draco y yo te hemos repetido tantas veces que no debes avergonzarte de lo que pasó, puedes usar algo para cubrirte si no quieres que los demás te vean —terminó de decir con suavidad.
—No lo sé. Hace mucho que no voy a una fiesta, nadie me ha visto en meses y no quiero que hablen de mí —suspiré con cansancio y frustración, porque lo que más quería evitar eran las habladurías sobre mi rostro. Me solté de sus manos, y con mi varita empecé a vaciar aquel ungüento en diferentes frascos.
—Es lo genial de las fiestas de disfraces, es que por una noche dejas de ser tú, aunque insisto, no tienes nada de qué avergonzarte. Si te vieras realmente en un espejo, te darías cuenta de que sigues tan preciosa como siempre. Además, tienes de aquí hasta el sábado para decidirlo.
—Eso me deja con solo un día, Astoria, hoy es viernes —repliqué y ella sonrió.
—Lo sé.
—No tengo ningún disfraz —intenté librarme de eso.
—También lo sé, así que ya tengo algo para ti —argumentó con alegría.
—¿Sabías que iba a aceptar? —elevé una ceja con disgusto.
—Claro que no, pero era mejor estar preparada. Te lo mostrare el sábado cuando vengas a arreglarte conmigo —guiñó un ojo y sonrió más grande.
—Esta bien, serpientes manipuladoras, pero que nadie se entere, ¿de acuerdo? Nadie debe saber que estaré ahí —advertí y ellos asintieron— Y que mi disfraz tenga una máscara.
—Hecho —me ofreció la mano Astoria, la estreché y ella volvió a sonreír con victoria— Sabia que tú no lo lograrías, Draco —se burló después.
—Claro —masculló con molestia y caminó a la salida, dignamente. Reí al verlo de ese modo, pareciendo a cuando dejaba con la palabra en la boca a alguien en el colegio— Ahora explícale que no solo es una fiesta, sino tres, cariño —contestó con venganza, antes de salir y cerrar la puerta.
—¡¿Qué?! —grité.
—¡Cobarde! —gritó Astoria.
Me crucé de brazos y esperé la respuesta de aquella bruja. Ella soló sonrió con inocencia y me miró con una mirada de borrego a medio morir.
—Sí me matas se lo diré a Narcissa.
—¡Ay, cállate!
Hola. De nuevo por aquí con un nuevo fic. Sí, lo sé, sé que no he avanzado con La promesa, pero es que esta idea no me dejaba dormir y sentía que no dejaría avanzar con nada.
Espero que les haya gustado. Ah, otra cosa, este fic solo contará con 4 capítulo, y concluirá el 31 de octubre. Se supone que debí subirlo el miércoles, para que sea uno por semana hasta esa fecha, pero aun no estaba listo para salir del horno.
Gracias por leer.
Bye. Cascabelita
