Blanco hueso oculto bajo la marchita piel, arrugada y amoratada. Apenas un boceto del dibujo que diez años antes había presentado. El clavel que habitaba en sus labios había palidecido mientras el brillo de los ojos se opacaba. No eran, sino los despojos que custodiaban la grandeza de quien había sido marcada por el paso del tiempo.
El kazekage apartó la mirada y reprimió una arcada. Sentía arder en la garganta el grito que se negaba a dejar salir. Sus ojos acostumbrados al sol se dejaron deslumbrar por los rayos derritiéndose en dolorosas lágrimas. No queda rastro de su fuerza ni de su vigor. Ahí de pie, mientas observaba el macabro espectáculo, volvió a ser el niño que alguna vez fue.
A su espalda una voz le llamo con dulzura y por un instante la duda asomó en sus angustiadas facciones. A varios pasos su hermano aún no era testigo de la desesperante visión y debía seguir siendo así. La arena se movió guiada por su invisible voluntad y cubrió con delicadeza los restos de quien una vez llamo hermana.
-Quémalo.- Ordeno a su acompañante en un susurró.- Quémalo hasta que no quede nada.
Ardientes y rojizas flamas recorrieron las entrañas del mar de arena dispuestas a cumplir su cometido, dejando a su paso cenizas y cristales. Tocando una dulce melodía compuesta por el crujir de los astillados huesos y los ahogados gemidos de una alma destrozada.
-Gaara, ¿Qué ha pasado?
Giro despacio su cuerpo, temiendo que el leve temblor delatara lo sucedido. Pero al encontrarse de pie contra él supo que la máscara que cubría su rostro no presentaba la más mínima imperfección.
-Nada.-Sentenció con innecesaria fuerza.- Algunas tumbas han sufrido daños, pero son solo lápidas. Las repararemos pronto.
-¿La de Temari?- Un susurro apenas perceptible y a la vez tan natural que casi le hizo sentirse culpable.
-Esta intacta, pero la de al lado ha sufrido grandes daños.- La mentira fluyo tan natural entre sus labios que por un instante temió confundirla con la verdad. -No era una visión agradable para un familiar; así que he pedido que incineren el cuerpo para poder arreglarlo antes de que se percaten.
Kankuro le dedicó una tímida sonrisa y se alejo a paso lento dispuesto a seguir con sus quehaceres. Un escalofrío recorrió su columna vertebral mientras observaba con atención el ataúd que destrozado le desafiaba a devolverle la mirada. Madera caoba de joven cerezo forrada de terciopelo púrpura. El lugar perfecto para que descansara una princesa toda la eternidad. Lástima que esta habría decido ser tan breve.
Se mordió el labio y acepto la mentira. No podía hacer otra cosa. Él solo era un cobarde que había dejado que su pequeño hermano cargara con el peso de aquella horrible visión. Porque cuando le informo de la zona que revisaría no fue capaz de reprocharle aquella acción y ofrecerse en su lugar. Por eso ahora le tocaba de nuevo callar indigno de despedirse por segunda vez de quien había jurado proteger.
Gaara observo la espalda de su hermano y suspiro aliviado. No había nada que hacer entre los restos de aquel osario. Solo esperar, hasta que las llamas devorarán cada parte de aquel ser que desde otro mundo parecía burlarse de los vivos con una sonrisa perenne tatuada en los labios.
Y es que Temari siempre había sido así. Un jinete del viento cuya indómita alma se negaba a dejarse encerrar entre aquellos finos granos de broncínea arena. Y Gaara sonrió, cuado la liberó de su abrazo y la vio de nuevo cabalgar entre las corrientes de aire que su espíritu había convocado.
