Nunca será Steve's
Parado en medio del comedor del restaurante. A horas de abrir, el McDanno's como había insistido Kamekona que debía llamarse el negocio se encontraba listo para su inauguración. Lo que había comenzado por ser un sueño para la jubilación era una realidad sobre la que construir un futuro sólido para los dos.
No quería ser protagonista de un informe en el que sus hijos tuviera que leer porqué, cómo y cuándo le habían perdido. Ni que el otro lo protagonizara también. No sería ni hoy ni mañana y probablemente pasarían unos cuantos años hasta que sintieran que la unidad volvía a estar consolidada y la dejaran en manos de Tani, Lou y Junior, pero su destino no sería morir en un tiroteo ni en una explosión.
No, su destino sería envejecer al lado del castaño recriminándole que con 85 años se siguiera levantando a las 5 de la mañana para ir a nadar ignorando sus dolores de artritis y que en cualquier instante le provocaría un infarto el miedo de no volverle a ver. Pero es que no se imaginaba una vida sin poder amarle. Pese a quien pese, sean cuales sean las condiciones era imposible no verse a su lado.
Danny giró sobre sí mismo contemplando el lugar. Sintiendo la ilusión de un proyecto hecho realidad, sintiendo el triunfo de una meta alcanzada. Y sonrió ampliamente cuando notó los brazos de Steve entorno a su cuello y cómo le atraía hacia él.
No ha podido quedar mejor. - le habló al oído. Asintió levemente. - Aunque debiera haberse llamado Steve's. - soltó un bufido y aprovechó la cercanía para pellizcarle con fuerza. - ¡Ouch! ¡Oye!
Ya te he dicho que no quiero que vuelvas a mencionar ese nombre.
Pero es el mío…
Ni siquiera recuerdas porqué me dijiste que querías llamarlo así, ¿verdad? - el antiguo SEAL se quedó en silencio intentando traer a la memoria lo que dijo momentos antes de que estallase la bomba sucia. - Porque sería tu legado, una forma de que tu nombre estuviese presente cuando ya no te encontrases entre nosotros. - Danny tragó saliva. - ¡¿Cómo, demonios, iba a poder venir a trabajar todos los días viendo en todos los lados un
nombre que habla del día que ya no estarás conmigo?! – suspiró pesadamente. - ¿Cómo no has podido ni caer en la cuenta? - se separó de él con gesto firme y se dirigió a la cocina intentando encontrar un momento para poder volver a coger las riendas de lo que estaba sintiendo. El tarugo ese a veces era imposible. Apoyó las manos sobre la encimera y las cerró en sendos puños. No tardó en volver a oír sus pasos.
Danno… - tuvo que morderse los labios. Un policía de Jersey no llora, se dijo. Un sueño cumplido como el de ese negocio no se merecía bautizarse con sus lágrimas. Pero le costaba respirar. Y es que desde el día de aquella explosión, desde el momento en que meses después perdieron el miedo a explorar lo que sentían el uno por el otro, desde que le dijo que sí estaba afectado por la radiación comenzó la cuenta atrás hacia el día en que le
perdería. Hacia el día en el que él no podría hacer nada más que verle marchar.
Y sus malditos ataques de pánico. Aquellos que había luchado tanto por ocultar a su pareja, a su familia, a sus amigos emergiendo como un géiser en plena erupción. No era un cobarde pero que terror tenía a perderle.
¿Danno… - notó ese temblor en su voz. - cariño, qué… - y de nuevo sus brazos en torno suyo. - Amor, lo siento. Sabes cómo soy. Que no me doy cuenta de ese tipo de cosas.
Nunca piensas en lo que dejas atrás, Steve. - volvió a tener que coger aire. - Me temo que eso no va a cambiar nunca.
Sí lo pienso. No puedo no pensar en eso. - Le notó besarle la coronilla. - Respira, Danno, respira conmigo. Guarda silencio y respira conmigo. - volvió a besarle. - Estoy aquí para ayudarte… siempre.
Ni el uno ni el otro eran dados a muestras de afecto públicas. Las guardaban para ellos. Y aunque no rehuían besarse o cogerse las manos o permanecer lo más unidos posible cuando estaban juntos (aunque la mayor parte de las veces ni se percatasen de los gestos) sí que procuraban ser
comedidos y discretos.
En la soledad del lugar mientras Steve le acunaba comprendió, de nuevo superando su propia testarudez, que mostrarle cuánto le amaba no debería ser nunca algo de lo que avergonzarse. Ni en público ni en privado. Alzó las manos para capturar sus muñecas y ceñir más el abrazo.
Te quiero. - le besó los dedos. - No te vayas nunca.
Jamás...
Y así permanecieron durante lo que bien podría haber sido una eternidad. En silencio. Sosteniéndose el uno al otro.
