Disclaimer: La leyenda de Zelda y todos sus elementos son propiedad del señor Miyamoto, nada me pertenece y prometo darle un uso decente a todo lo que tome prestado. Con permiso de los fans, voy a sacarme unos cuantos datos históricos y personajes de la manga, pero de eso se trata escribir un fic, ¿no? No hay explicaciones para no quitarle la gracia a la historia, ya se irá explicando sola.
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Capítulo 1 — El héroe antes del Héroe
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Durante los años en que la paz de Hyrule comenzó a tambalearse bajo la presión del mal que se iba introduciendo por sus fronteras, medio siglo antes de que el verdadero mal se instalara en su corazón, en nombre del rey, se hizo un llamamiento a las armas. Algunos de los que se presentaron mostraban capacidades sobresalientes en el arte de la lucha y fueron escogidos para ser entrenados a un nivel superior.
Fue por aquel entonces cuando los pocos sheikah que se mantenían fieles a la familia real se separaron definitivamente de su pueblo y precisamente uno de ellos resultó ser el más destacado de los soldados que conformaron aquel grupo de élite. Su nombre era Nilk.
En diversas misiones, tanto de represión como de defensa, aquel guerrero nato demostró su gran valor y destreza por lo que, tras una meteórica y brillante carrera de victorias y ascensos, le fue ofrecido el mando del ejército. Sin embargo, lo rechazó, manteniéndose únicamente como capitán de su compañía, pues no se consideraba merecedor de mayor distinción. En su conciencia pesaba el recuerdo de sus orígenes, su raza estaba ahora en el bando opuesto, a punto de provocar una guerra civil junto a los demás pueblos de Hyrule.
A cambio del alto nombramiento que declinó aceptar, le otorgaron un derecho de compensación para premiar su lealtad y dedicación. Eligió al mejor corcel de los que se entrenaban en las cuadras del castillo, un palomino de pelaje cobrizo intenso cuyas crines, cola y patas eran blancas, y una punta de lanza, también de color blanco, pintada sobre el hocico. Lo llamó Tasllion.
Con el tiempo, en parte tal vez por el aura taciturna y romántica que le envolvía, pero sobre todo debido a su honorabilidad en el combate y la misericordia que mostraba hacia sus enemigos, se convirtió en un héroe popular. La historia del valiente capitán que, al mando de un grupo de orgullosos guerreros, defendía las aldeas de los saqueadores sin derramar sangre y mantenía a los enemigos tras las fronteras por el temor que les inspiraba se extendió por el reino y muchos le aclamaban casi con tanto entusiasmo como al mismo rey.
Las diferencias entre las razas que habitaban Hyrule se fueron haciendo cada vez mayores, pero los confiados consejeros del trono no consideraron necesario aumentar el número de soldados ni advirtieron que al tratar de cubrir tantos puntos conflictivos, segregaban el ejército en grupos reducidos de entre los que cada vez llegaban mas heridos graves y menos soldados.
Durante una seria revuelta al noreste del reino, llegaron informes de fuertes enfrentamientos con los sheikah que habitaban aquella zona y, finalmente, Nilk y sus hombres se vieron en la obligación de acudir como apoyo. Durante el trayecto, el joven sentía en su interior algo que nunca antes había experimentado al ir a la batalla: miedo. No temía al dolor ni a la muerte y confiaba en sus hombres, pero le horrorizaba pensar en cruzar la espada con los de su propia raza, pues podría darse el caso de tener que matar a un antiguo compañero de juegos, tal vez el padre de uno de ellos, quizás un hijo.
Con el corazón a punto de estallarle, llegó por fin a su ciudad natal y, al encontrarla convertida en un campo de batalla, se sintió desfallecer. Después de reunir el valor necesario se internó en la lucha con brazo firme y comenzó a desarmar y tumbar a sus enemigos, protegiéndolos del filo de su espada y de los cascos del bravo Tasllion. Con cada uno de sus sentidos puestos en los duelos ajenos, sufrió numerosas heridas y su energía se debilitaba con el enorme esfuerzo que suponía tratar de preservar la vida del enemigo por encima de la suya propia.
En el momento más crudo de la batalla reconoció a un amigo de la infancia, sumido en una pelea encarnizada contra uno de sus mejores subordinados. De fuerza y habilidad igualadas, ambos combatientes llegaban ya al límite de sus fuerzas. El ojo experimentado de Nilk registró que el siguiente y último movimiento llevaría a un empate mortal en el que cada espada atravesaría el cuerpo del oponente, y eso no lo podía permitir.
Rápido a pesar de las innumerables heridas y desesperado por impedir que muriesen hombres de gran valía en una guerra casi fratricida, saltó entre los contrincantes para evitar el desenlace fatal. El sonido de las espadas hundiéndose en la carne y atravesando el hueso, un profundo gemido y los gritos ahogados de un amigo y un fiel soldado, la lucha cesó y se extendió el silencio, como si un viento de muerte hubiese apagado el fragor de la batalla.
Todos los hombres de alrededor, obedeciendo a una orden sin voz, dejaron caer sus armas y todos los ojos se clavaron en la figura arrodillada pero aun orgullosa del capitán. Sólo los dos que empuñaban las espadas hundidas en su cuerpo, reaccionaron por fin al salir del trance, dándose cuenta de lo que habían hecho y retirando sendas hojas. El sheikah se apresuró a detener la hemorragia con sus propias manos mientras el hylian desgarraba jirones de su capa. Poco a poco, los soldados se fueron retirando para formar fuera de la ciudad y las mujeres sheikah, que habían salido cuando se hizo el silencio, comenzaron a atender a los heridos de uno y otro bando, calladas figuras portadoras de alivio tras la tormenta.
A medida que recuperaba la consciencia, sentía el dolor recorriéndole el cuerpo, ardiendo en cada herida. Nilk se apoyó en los brazos del soldado y el sheikah que, sin resistencia, obedecieron la orden que conformaban las únicas palabras que pronunció:
—Traed mi caballo.
Le ayudaron a montar y permitieron que partiera en silencio, después de lo cual, el hylian se hizo cargo de la compañía que aguardaba fuera, viendo pasar a Tasllion cargando a su capitán al borde del desmayo. Montura y jinete se fueron alejando hacia ninguna parte bajo el sol moribundo, que iba dejando tras de sí sangrientos jirones de nubes sobre el horizonte dorado.
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