Disclaimer: Los personajes que aquí se presentan, excepto Evelyn Bann, no me pertenecen y no pretendo lucrar con este relato. Gorillaz es una creación de Jamie Hewlett y Damon Albarn.
Bien, antes de empezar quiero aclarar que esta historia no entra en la oficial de Eve. Es una idea de Blinking Pigs/Julia y yo solamente escribo lo que (su desesperación de fan) me pide.
—Creo que debería seguir con mi violín— se decía cada tanto mientras pinchaba las cuerdas de la guitarra y fallaba miserablemente, sentada al borde de su cama. No había fastidio en su voz, sólo una paciente resignación y una sonrisa suave en su rostro. Después de todo lo que había pasado en su vida, no iba a dejar que un instrumento la venciera.
Sin embargo, no era tragedia lo que pensaba. Se planteaba a sí misma que tal vez fuera verdad eso de que la nostalgia era más productiva que la alegría, pues ella desbordaba de felicidad y no acertaba una puta nota.
Absorta en su propio mundo Evelyn siguió tocando, la sonrisa aún tensando sus labios. No hacía mucho que había vuelto a Kong, la banda se había reunido luego de casi cuatro años y todavía le costaba creerlo.
Los chicos no habían cambiado casi nada, pero Noodle… ¡realmente le costaba reconocerla!
Estaba enorme, radiante y hermosa, y la asombraba lo mucho que había mejorado su inglés. No sólo eso, sino que se había vuelto una increíble compositora: cuando los llamó a todos para reunirse en la mansión y decirles que ya tenía las canciones para el nuevo disco, Evelyn apenas pudo ahogar un grito de euforia que le quemaba la garganta.
En cierto punto, a ella y a Russel les daba un poco de tristeza que ya no fuera aquella adorable pequeña que no entendía una palabra, pero se notaba que conservaba su misma energía.
Dejó la guitarra a un lado y se inclinó para apoyar los codos en sus piernas. El que sí estaba igual era Murdoc, siempre bebiendo, "celebrando" cualquier cosa que pasaba. Sin embargo, pensaba, si fuera de otra forma quizá perdería la gracia.
Rió levemente con la idea de que todas sus fans irían a buscar a 2D.
Sabía bien que no era sólo su descontrol lo que volvía locas a las chicas, su talento musical también movía montañas, pero ellas parecían ilusionarse con creer que podrían cambiarlo. "Mi amor lo hará dejar de beber", "cuando yo esté con él no será violento", "ya no querrá tener sexo con otras y me hará el amor todas las noches".
Estúpidas. Si había alguien que lo conocía mejor que nadie, ésa era Evelyn, y sabía tanto como para decirles a todas esas tontas que Murdoc Niccals jamás cambiaría, que se conformaran con que abriera su bragueta y no se entusiasmaran con su corazón.
Se puso de pie con un suspiro, necesitaba tomar algo antes de seguir con los ejercicios que su "hermana pequeña" le había dejado para aprender a tocar guitarra. Necesitaba hacer algo nuevo y participar más en la banda, no se quería limitar al violín.
Estaba saliendo del cuarto cuando oyó que alguien la llamaba. Al voltear para ver quién lo había hecho se dijo "hablando de Roma…"
—Hola, Muds— sonrió. Vio que llevaba en sus manos un par de cervezas y sonreía mostrando todos sus filosos dientes. Lo miró interrogante, pero no dijo nada.
—Hey, linda— la saludó caminando hacia ella—. Me di cuenta de que me olvidé de algo muy importante.
— ¿De qué?
—No hemos brindado porque volviste— respondió, la joven rió y negó con la cabeza mirando al suelo. Cualquier excusa…
—Todos hemos vuelto— apuntó ella con una ceja alzada. Él chasqueó la lengua.
—Pero tú regresas de la muerte, con lo que estuviste haciendo estos años…
—Claro, porque tú no estuviste en la cárcel de México.
—Calla, que te pueden oír— susurró como si en verdad quisiera guardar el secreto, cosa que hizo reír a los dos: el mundo entero tenía claro que aquel hombre hacía gala de su mala fama, de nada se avergonzaba—. ¿Qué dices, me acompañas?
Evelyn vio con un toque de aprehensión la botella que su compañero le tendía. Dudó, ¿por qué no? De todos modos había salido para buscar una bebida, un trago no le vendría mal.
Tomó la cerveza y se sentó en el suelo, apoyando su espalda contra la pared lo miró en una muda invitación para sentarse con ella. El satanista sonrió y así lo hizo.
— ¿Tienes abridor?
—Siempre— contestó, y sacó las llaves de su bolsillo. Ella no entendió al principio para qué, pero luego se fijó en el llavero metalizado de cocodrilo y pensó que debería comprarse uno así.
—Ahora me doy cuenta de que sirve para eso— comentó viendo la tapa de su botella caer a un lado.
—Es como los condones: infaltable— rió mientras hacía lo mismo con su cerveza. Eve no pudo evitar estar de acuerdo, y lo demostró haciendo un leve gesto con la cabeza, mirando al suelo. Se preguntó qué más sería infaltable para aquel hombre y una enorme lista imaginaria se desenrolló frente a sus ojos. ¿Una correa para perro?
"Eso me da muchas ideas" pensó antes de tomar un largo trago de su bebida; "… y muchos buenos recuerdos."
— ¿Por qué sonríes?— preguntó el bajista. Ella dio un ligero saltito de sorpresa, signo de que la habían sacado de su ensoñación.
—Pensaba en las veces en que te debió haber faltado un condón— respondió tranquilamente. Al girarse, sus ojos verdes tenían una chispa de picardía que le contagió la sonrisa a Murdoc.
— ¿Y a ti?— dijo luego de un momento, pero la joven no contestó de inmediato, sino que abrió la boca y luego la cerró, como si hubiera descubierto que las palabras de repente se habían acobardado debajo de su lengua. Desvió la mirada unos segundos, y cuando parecía que el satanista se quedaba con la victoria, contestó:
—En esos momentos fui a buscar alguna chica que no me tuviera miedo.
Él se le quedó viendo. "Touché" pensó Niccals, y verlo mudo hizo que Evelyn soltara una carcajada de satisfacción.
—No me lo esperaba de ti, Bann— comentó, todavía sorprendido, y volvió a apoyarse contra la pared. La provocadora imagen de su violinista tocando a otra mujer, tal vez más joven que ella, siguió bailando tras sus párpados cerrados mientras bebía cerveza. Dejó la botella casi a la mitad intentando ignorar que parte de su sangre comenzaba a bajar con una velocidad que lo mareaba.
—Lo dices como si fuera terrible santurrona— sonrió, el pico de la bebida contra sus labios. Era apenas el segundo trago y ya empezaba a sentir el calor concentrado en sus mejillas.
—No, eso nunca— replicó él—. No me olvido de cómo te vestías a los diecisiete— el mareo empeoró. Murdoc no pudo evitar soltar en leve jadeo entre el calor y su imaginación, tuvo que flexionar las piernas y apoyarse en sus rodillas para que Eve no notara nada.
—Russel me perseguía siempre con un abrigo— rió. ¡Ah, qué tiempos! Cómo le divertía cuando el baterista le repetía una y mil veces aquel discurso de "piensa en Noodle, ella aprende de ti, bla, bla, bla, ponte algo más discreto, bla, bla, bla…". No era que estuviera equivocado, pero son cosas de la edad—. A ti te gustaba.
Agregó con voz suave. Esa simple oración, esa forma de decirla, hicieron que el bajista girara su cabeza tan rápidamente que su cuello quedó resentido. ¡Oh, esa mirada! El mundo se tambaleó a su alrededor por esos ojos oscuros, llenos de orgullo y lo que parecía ser deseo. Lo había descubierto.
"Me encantaba" pensó en decir, "no podrías contar las veces que soñé con tus faldas." ¿Cuánto tiempo habría estado provocándolo a propósito y él como idiota pidiéndole compañía a sus manos?
En su mente revolvió sus respuestas para ver si había alguna apropiada, y justo cuando creyó que había encontrado una, el brillito de deseo se convirtió en otra cosa que Niccals no pudo definir. Sin embargo, no le interesaba hacerlo, y menos viendo que se acercaba a su rostro; el pasillo a sus espaldas se veía borroso.
— ¿-entes bien…?— oyó que le decía una voz familiar y lejana.
Sintió el tacto tibio en su mejilla y cerró los ojos, dejándose llevar, quiso ignorar todo lo que pudiera sacarlo de aquel extraño pero pacífico momento.
—Hey, Murdoc— lo llamó la misma voz, más clara. El calor en su cara se volvió un golpe leve que lo hizo reaccionar.
— ¿Qué, qué sucede?— preguntó desorientado a la nada. Sus ojos buscaron la fuente del sonido y se encontró con el ojo que Evelyn no tapaba con su cabello.
— ¿Te sientes bien?—repitió ella. Viéndola de cerca pudo distinguir el sentimiento en sus pupilas y sonrió: preocupación.
—Claro que sí, amor— respondió guiñándole un ojo—. Sólo pensaba.
— ¿En qué?
—En tus diecisiete años— dijo muy tranquilo—, y en cómo hacer para que siempre te falten los condones.
Evelyn se alejó con un suspiro y una vez más bebió un sorbo de su botella haciéndose la que no había escuchado. Sin embargo, Murdoc ensanchó su sonrisa al notar el vano disimulo con que la joven bajaba la cabeza y alisaba su pelo, intentando ocultar el sonrojo en sus mejillas.
Siguieron charlando durante un buen rato, más o menos una hora, fácil. Increíblemente aún les quedaba un poco de cerveza, pero estaban tan entretenidos que no les interesaba tomarla.
El satanista había logrado dominar el mareo, salvo por algunos momentos en que simplemente se quedaba en blanco y hacía sospechar a la chica. Llegó un punto en que no pudo más y le preguntó:
—Murdoc, ¿por quién más estuviste brindando hoy?
Eso sí lo tomó por sorpresa, pero respondió con sinceridad.
—Pues por todos…— dijo encogiéndose de hombros— creo que también por Cortez.
— ¿Tú sólo?
— ¿Eh…?
Resignada y después de un poco de forcejeo, Evelyn lo hizo entrar a su cuarto junto con ella: lo último que quería era tener que arrastrarlo desmayado por todo Kong hasta el estacionamiento, prefería que se quedara en su habitación. Sin embargo, muy pronto consideró sacarlo a patadas cuando comenzó a criticarle las pocas cosas desordenadas.
—Ahí viene el diablo a hablarme de pecados— respondió ella sin más.
—Yo no dejo mis partituras tiradas por ahí— comentó el otro al tiempo que levantaba del suelo un par de hojas escritas. Apenas tuvo unos segundos para verlas cuando la violinista se las quitó de las manos con brusquedad.
—Suficiente con que te dejo entrar a mi cuarto, no mires lo que compongo.
— ¿Y tú desde cuándo compones?
—Desde que se me vino una melodía a la cabeza en medio de una orgía— respondió de espaldas a él mientras guardaba las partituras cuidadosamente en su escritorio—. Tuve que salir de todo ese lío en el momento para escribirla y que no se me fuera— agregó quitándole importancia al asunto.
Por supuesto que aquello no era verdad. En realidad había empezado a componer en las primeras noches lejos de la banda, necesitada de volcar toda su melancolía de alguna forma. Sabía que los quejidos de su violín haciendo eco en las paredes del descuidado departamento donde se había hospedado, no se le borrarían jamás.
Murdoc no siguió preguntando, sólo se dejó caer en la cama con los brazos detrás de la cabeza. Se quedó pensando, ¿cuántas veces le habría mentido como ahora? ¿Qué querría ocultarle? Se le hacía muy fácil distinguir las mentiras y las verdades de Evelyn, pero incluso así la joven seguía siendo un misterio para el bajista. Mejor así: no quería gente boba o plana en la banda.
El colchón de repente se hundió. Instintivamente sus músculos se tensaron en alerta y su compañera apareció sentada a su lado, mirándolo con atención y una ligera sonrisa. Parecía saber algo que no pensaba decirle.
— ¿Qué estás mirando?— le preguntó, curioso.
—Que estás a punto de desmayarte— rió. ¿Qué tenía eso de gracioso? ¿Cómo podía saberlo?
—Y tú estás loca— replicó, y se enderezó con algo de esfuerzo para sentarse.
—Han pasado años— comentó la chica de cabello castaño casi burlonamente, apoyándose en sus brazos hacia atrás—, pero aún recuerdo que cuando estabas borracho, antes de perder el conocimiento entrabas en una especie de trance y todo te importaba un carajo.
Murdoc quiso rebatir. Lo hubiera hecho de no ser porque así se estaba sintiendo exactamente. Rayos, ni siquiera le interesaba lo que había dicho.
— ¿Y qué hago antes de desmayarme?— cuestionó, tenía muchas ganas de probarla. Tal vez pudiera atraparla en algún error y recriminarle lo poco que lo conocía.
—Haces algo alocado que dices que recordarás a la mañana siguiente— respondió Eve—. Aunque no importa qué sea, jamás puedes recordarlo.
—Tendrás que ayudarme con lo que haré hoy.
— ¿Ya sabes qué harás?
—No— contestó, pensativo—. ¿A qué te atreves, Evelyn?
Eso sí dejó a la violinista sin palabras. Intentó formular alguna respuesta ingeniosa, pero le fue imposible. Era muy complicado a veces dar contestaciones que estuvieran al nivel del bajista, con algún tonto que sabía no volvería a ver en su vida, era mucho más sencillo.
Al final sólo sonrió, soberbia.
—A todo— dijo simplemente. "Seguro va a decir que salgamos a joder a alguien en la calle aprovechando que es de noche" se le ocurrió, mas lo que vino después fue muy distinto a lo que había imaginado:
La suave presión de sus dedos en su mentón la hicieron mirarlo expectante, y no pudo hacer más que cerrar los ojos cuando su pulgar se deslizó lentamente sobre sus labios. El sólo toque le hizo recordar aquel momento idéntico años atrás cuando se dio cuenta de que ya no podría mirar a Niccals como un colega.
—Qué difícil— comenzó a decir él— contar a la gente que debes haber besado. Hasta marcas tienes— comentó, y su dedo pasó a acariciar el contorno de su boca, húmeda de alcohol y su sabor. La voz y el aliento del satanista se mezclaban en un susurro cada vez que hablaba.
Abriendo los ojos nuevamente, Eve sintió que el mundo se le daba vuelta, no sabía bien si era por la cerveza o por las sensaciones, tan distantes y placenteras al mismo tiempo, que provocaban que se le erizaran los vellos de la nuca.
— ¿Te gusta pensarlo?— preguntó. Detrás de sus pestañas, en el ojo que no estaba tapado, se vislumbraba un ligero brillo de deseo que Murdoc ignoró olímpicamente.
—No— respondió, cortante, su mirada fija en los labios entreabiertos de su compañera—. Me has tenido siempre en frente de ti y te conformaste con idiotas aspirantes a actores porno. Pero no te preocupes, lo entiendo.
— ¿Qué entiendes?— cuestionó la joven, e hizo a un lado el rostro para zafarse de los dedos que la sostenían. El otro sonrió.
—Que no te atrevieras, claro. Pocas vienen a mí antes de que yo vaya a ellas porque me tienen miedo. No las culpo.
—Tú no me intimidas.
—Así y todo, jamás has hecho nada— replicó. Por dentro sonreía al ver el ceño de ella ligeramente fruncido—. Siempre me he preg…
No pudo terminar la frase. En ese instante Evelyn había tirado de su camiseta y atraído hacia sí para sellar sus labios con los de él. Por supuesto que un movimiento así lo tomó por sorpresa, sin embargo correspondió el beso con gusto, con satisfacción de que su objetivo se hubiera cumplido. Diablos, tuvo que sostenerse de los brazos de Eve por el vuelco que había dado su estómago al contacto: aun peor que en el pasillo.
Así se quedaron durante algunos eternos segundos, apenas moviendo las bocas y resistiendo el deseo por enredar sus lenguas, que serpenteaban ansiosas tras los dientes. Disimuladamente Murdoc deslizó una mano hasta la espalda de ella para atraerla hacia sí, pero maldijo en su fuero interno cuando la sintió separándose. No se atrevió a abrir los ojos. Podía percibir el aliento chocando contra su piel todavía, así que no se pudo haber alejado más que un par de centímetros.
—Con que no me atrevía…— oyó que jadeaba, había un toque de sorna y triunfo por allí escondido— si no lo hice antes fue porque siempre estabas con alguna otra.
—Me importa un soberano bledo por qué no lo hiciste antes— respondió el satanista, para luego volver a besarla con la urgencia que le había nacido en el pecho y en los pantalones. Casi con violencia saboreó el fuerte gusto a cerveza de su boca, y ella, sorprendida, no se quedó atrás en hacer lo mismo. Tal vez no se fuera a desmayar después de todo, eso la animaba.
Ambos se abrazaron fuertemente, sentían que había una enorme distancia entre ellos y se necesitaban más cerca, incluso cuando parecían estar a punto de fundirse en un solo cuerpo. La violinista volvió a separarse y comenzó a besar el cuello de su compañero, quien sólo se dejó hacer echando la cabeza hacia atrás. Las manos pequeñas, temblorosas, metiéndose bajo su camisa lo hicieron jadear; había llegado a un punto en donde apenas era consciente de lo que pasaba, de con quién estaba y por qué, sólo percibía el placer y los temblores que le recorrían la espalda con cada beso. Todo aquello hizo que perdiera el equilibro y cayera hacia un lado en el colchón, aún abrazando aquel fino cuerpo entre sus brazos.
Podía sentir el calor, las curvas delicadas, pero quería más y la tela de la ropa se lo impedía, maldita fuera. Sacó de su camino a la blusa, odiosa pero de tacto suave, y su mano fue a parar a uno de los pequeños montículos que salían de su pecho. El cuerpo, la mujer, soltó un gemido que a Murdoc se le hizo delicioso.
Evelyn se retorcía de gusto bajo su peso, entre caricias se las arregló para quitarle la remera a Niccals. Seguía con los ojos cerrados y eso la extrañaba, pero no dijo nada.
Acarició su pelo y él siguió su mano, como fascinado por ella. Eve utilizó esa docilidad para guiarlo nuevamente hasta sus labios, mas no le correspondió esta vez, sólo estaba quieto, esperando.
—Murdoc— lo llamó, a él le pareció un eco lejano—, Murdoc, ¿qué pasa?
—Yo…
Él no dijo nada más, pero entreabrió los ojos un momento y luego volvió a cerrarlos como si los párpados le pesaran toneladas. Se aferró a la tibieza del cuerpo que había estado sosteniendo y apoyó la frente en uno de los hombros de la joven; algo andaba mal, lo sabía.
Y terminó confirmándolo cuando el bajista dejó de moverse.
No podía tener tanta mala leche. Mira que se había acostado con hombres borrachos, pero ninguno se le había dormido en la mitad del acto. Aquello era una incompetencia de parte de él y patada en los huevos para su orgullo.
Tratando de contener la furia y la frustración, Eve empujó a Murdoc hasta que se lo sacó de encima. Estaba profundamente dormido. Pensó que pudo haberle gritado con todas sus fuerzas y ni así se habría despertado el muy hijo de puta. Sin embargo, ahora estaba ahí y debería dormir en su cama, no quedaba otra.
La idea de gritarle era tentadora, con un poco de suerte podría escuchar todas sus puteadas en sueños.
Toda la rabia por su orgullo herido se transformó mientras lo desvestía, usando un cuidado que no merecía, para acostarlo. Se transformó en tristeza y desilusión, odiaba pensar que la había encontrado aburrida o que de repente no valía para su deseo. Ella, que desde sus dieciséis le había estado teniendo ganas, que desde entonces se había esforzado por llamar su atención, de un instante a otro todo se iba al tacho de basura.
Recordó las veces que había imaginado un momento así y los ojos se le humedecieron. Recordó su ilusión de que fuera algo que ambos disfrutaran con la confianza de mucho tiempo compartido, e incluso en aquel momento, mareados por el alcohol puro de la "White Light", le había parecido que lo estaban haciendo.
Descartó que fuera por la cerveza que se había dormido. Luego de tantas borracheras, Murdoc Niccals sabía cómo mantenerse consciente, así que no podía ser por eso.
Le sacó las botas y el pantalón, no quedaba rastro de la erección de hacía unos minutos. Eso la deprimió todavía más, ya ni en sueños la querría como su fantasía.
Lo acomodó y lo tapó con las sábanas cual si fuera su niño o su amor, pero trató de alejarse lo más posible de su lado cuando ella misma se metió a la cama. La mañana siguiente sería incómoda, por lo que sólo cerró los ojos, esperando que la cerveza le pegara lo suficiente como para no recordar aquella noche.
