Enroque a Ciegas

-Un fanfic de Mirai Nikki-

Primer Arco: El Héroe

1

Carnada en el abismo

Para Yuno, mi Yuno
Mi única socio en el crimen.

―Dime… ¿eres una buena persona?

No se supone que un niño deba preguntarse eso. No se supone, que a los cinco años, un pequeño deba estar angustiado por profundos dilemas morales, la realidad de la justicia y el propósito del dolor en el mundo.

Un niño, a los cinco años, debe ser un niño y, aunque travieso, se merece saber en su corazón que es un buen niño.

Reisuke Houjou tenía cinco años el día que sus padres murieron.

A esa edad, la vida de un niño es simple y su mundo pequeño. Sus padres son todos los adultos que necesita conocer y la seguridad de su hogar todo el espacio para desenvolverse. El día que sus padres murieron, el mundo de Reisuke se rompió, revelando detrás la realidad fría, aterradora e inmisericorde del mundo real.

Un mundo donde la bondad y la justicia parecen bienes evasivos.

El sol de la tarde se ocultaba en el horizonte cuando Rei-kun y su madre salían de hacer las compras del supermercado. Un poco apresurada y estresada, la señora Houjou tenía prisa, pues había demorado más de la cuenta en sus labores diarias y el surtir la despensa le había tomado un poco más de lo previsto. Algo mínimo, más para su esposo, significaba un retraso en la hora de la cena y un desperfecto más que descubrir al regresar a casa después de la oficina.

Podía parecer asombroso como ese tipo de detalles sencillos podían venir a destrozar la precaria paz que se sostenía a duras penas en el hogar de la familia Houjou. Más de una vez, las riñas entre sus padres habían despertado al pequeño Reisuke o le habían obligado a arañar el papel con sus crayones con toda la fuerza de sus manitas para evitar concentrarse en los insultos que se dirigían mutuamente sus padres.

Él era un niño. Pero los niños saben y muchas veces entienden mucho más de lo que los adultos desean admitir. Que no dejen que su sonrisa merme, no quiere decir que no guarden todos aquellos recuerdos amargos detrás de ella.

Cargada con una bolsa llena de viandas frescas, la madre de Rei-kun rebuscó con su única mano libre en su bolso buscando el boleto del estacionamiento. Llamó a su hijo al tiempo que se giraba para poder pagar el importe necesario en el cajero automático.

Pero Reisuke, que saltaba y jugaba alegre, con sus manitas enfundadas en aquellos dos títeres de ojos de botón que le recordaban tanto a papá y a mamá, no pudo escucharla.

―Así serían papá y mamá si no pelearan tanto ―se decía haciendo que se abrazaran los muñecos al juntar sus manos ―así serian, y me dirían siempre cosas bonitas y cuidarían siempre de mí y del uno al otro…

"Eres el mejor, Rei-kun, te amamos…" decía en su mente la muñequita con la voz de su madre.

"Animo, hijo, eres tan buen niño…" le brillaban los ojos al muñeco de la otra mano al hablar con la voz de su padre, antes de juntarse con su esposa de trapo en un tierno beso.

Reisuke se detuvo a medio camino, dejando que los títeres de su mano se besaran tranquilamente, pero no reparó en que había dejado atrás a su madre, y había entrado en el estacionamiento deteniéndose en el camino de un auto en movimiento.

Su conductor, hablando distraídamente por celular, no tenía suficiente atención en el camino como para ver al jovencito parado frente a su vehículo.

No era un mal hombre, solo descuidado e inconsciente y talvez el chiquillo era muy bajito como para alcanzar a verlo por encima del cofre de su auto. Tristemente, muchas de las desgracias de nuestro mundo se originan, para bien o mal, más en la estupidez simple y llana que en la pura maldad recalcitrante.

Pero ese día, la mano del destino decidió que la vida de Reisuke no terminara ahí.

Apurado por un pie anónimo, un carrito de supermercado se deslizó a gran velocidad en dirección del auto del despistado conductor. Si la estatura bajita del niño no lo alertó, el rápido movimiento del carrito llamó de inmediato su atención obligándole a pisar el freno a fondo.

El coche rechinó sus neumáticos y la defensa impactó derribando el carrito de compras, pero se detuvo a tiempo para dejar ileso al pequeño que desconcertado pudo mirar el auto sacudirse ante la parada repentina.

―¿Pero quién demonios…? ―se preguntaba furibundo el conductor al sacar la cabeza por la ventanilla y ver caminar delante de su coche a un hombre alto, delgado, vistiendo una chaqueta y pantalones negros.

No estaba del todo seguro, pero podría apostar a que él le había arrojado el carrito de supermercado.

Estuvo a punto de bajar del vehículo enfurecido, cuando, al notar que el hombre usaba un bastón especial para invidentes comenzó a sentirse como todo un idiota, y la sensación solo empeoró al notar a la figura pequeña del niño parado a escasos centímetros frente a su auto.

El hombre ciego dio unos pasos más y al topar su bastón con el maltrecho carrito de compras se agachó, lo levantó y lo apartó del camino mientras sus sensibles oídos se llenaban con el sonido del motor y los neumáticos del automóvil del descuidado conductor echando marcha atrás y alejándose de la escena de su vergüenza.

Reisuke miró al hombre delante suyo y se quedó en silencio, en parte por la impresión de haber visto a aquel auto frenar tan de cerca en parte por el comportamiento de aquel extraño hombre:

Debía tener la edad de su padre y el cabello largo y castaño le cubría la frente hasta los ojos, que, permanentemente extraviados en una lejanía que no podían vislumbrar, parecía mirarlo todo pero en realidad no podía ver nada. Rei-kun jamás había visto a un hombre ciego y de entrada no comprendió que un par de ojos abiertos no fueran capaces de ver el sol de la tarde delante de ellos.

―Niño…

Aquel hombre tenía voz profunda, su rostro esbozaba una sonrisa pero sus ojos no bajaban a mirar a Reisuke quien lo observaba hacia arriba por ser solo un pequeño niño.

―Dime… ¿eres una buena persona?

Rei-kun abrió mucho los ojos y retrocedió un poco. No supo que responder a la pregunta de tan excéntrica persona quien, de haber usado algún tipo de disfraz colorido, le habría recordado las veces que sus padres lo llevaron a ver a aquel hombre disfrazado de Santa Claus que en los centros comerciales sentaba a los niños en sus rodillas y les preguntaba lo que deseaban tener en navidad.

El niño solo asintió con la cabeza a manera de respuesta.

Pero para los ojos ciegos de aquel hombre aquel gesto no hizo ninguna diferencia.

―Vamos, Rei-kun ―lo llamó entonces su madre, llegando hasta él y tomándolo del brazo ―si no llegamos pronto a casa tu padre se pondrá como un loco.

Madre e hijo se fueron de ahí dejando plantado en su sitio al hombre del bastón que se quedó con su rostro congelado en su mueca sonriente de ojos extraviados. Aquella sonrisa permanente fue la única respuesta que la madre del niño recibió cuando se alejó de ahí dirigiéndole un sencillo "disculpe" al ciego parado frente a su hijo y a aquel abollado carrito de supermercado, ignorando el percance del que Reisuke se había salvado.

O lo habían salvado.

La señora Houjou no lo sabía pero esa tarde la justicia había nombrado ya un ganador, porque los ganadores son justos siempre.

Las llamas anaranjadas que devorarían esa noche ferozmente los restos del vagón del tren que salió de la estación rosa del metro de ciudad Sakurami le recordaron a Reisuke las últimas luces del sol de aquella tarde reflejados en los ojos ciegos de aquel hombre.

El sonido de las sirenas de los camiones de bomberos llegando con presteza llenando el aire nocturno, sonaron para él muy parecidos al rechinar de las llantas del auto del hombre que casi lo arrolló.

La silueta enfundada en un negro y ajustado traje que lo miraba parado en el borde de la azotea le hizo pensar en aquel hombre invidente que lo había salvado. Pero aquella silueta era encorvada y sumamente extraña. Los brazos le colgaban al frente como con desgana y sobre sus hombros sostenía lo que debía de ser una cabeza enorme y perfectamente esférica.

Él les había advertido. El había tratado de salvar a papá y a mamá pero de nada había servido. ¿De qué sirve saber el futuro si no hay manera de evitarlo?

Esa tarde, después de comer, la madre de Rei-kun le habia entregado aquello que habia comprado para él en el supermercado. El niño, al verlo, rogó a su madre con tenacidad hasta que ella estuvo de acuerdo de adquirirlo como regalo: era un simple diario de dibujos de orientación cuadrada y contadas hojas en blanco. Añadió al carrito una caja de crayolas y pensó que el pasatiempo del dibujo alejaría la mente del niño de las constantes riñas en casa.

A final de cuentas, había sido un buen niño y se lo merecía.

Esa tarde, tomando el diario y yendo hacia su pequeña mesa de dibujos, Rei-kun abrió el diario y se dispuso a comenzar, pero cuál sería su sorpresa al descubrir que su diario ya estaba usado:

En la primera hoja un sencillo dibujo con crayolas que mostraba el sencillo y poco uniforme trazo de un niño bebiendo de una taza con una bandeja de galletas delante.

Debajo del dibujo escrito en la escueta caligrafía infantil rezaba: "Esta mañana en el kínder la maestra nos ha dado galletas de avena y leche de soya. ¡Me gusta mucho y quisiera beber más!"

Que sorpresa, pensó Rei-kun, el chico que ha hecho este dibujo también le gusta la leche de soya.

Vuelta a la página, un nuevo dibujo y el pequeño Reisuke comenzaba a estar muy molesto de haber tomado un diario usado en la tienda en lugar de uno nuevo. Aunque… este nuevo dibujo tenía algo bastante familiar:

De perfil un auto rojo estaba detenido mientras que la figura de un niño vistiendo de verde estaba parada delante. Detrás de él, un hombre alto y de traje negro tenía la cara sombreada en marrón representando una desarreglada melena castaña.

"Hoy por la tarde, un auto se ha detenido a nada de arroyarme. Un extraño me habló en la calle y no he sabido que contestarle."

Por si la imagen no era suficientemente expresiva los caracteres de terminado inexperto eran de por sí bastante claros… ¡al chico del diario le había sucedido lo mismo que a Reisuke esa misma tarde!

Aunque… ese traje verde y el cabello de vivo color pelirrojo del chico del dibujo parecían demasiada coincidencia. Pudiera que ser que en realidad…

Vuelta a la página…

El crayón calló de la mano del niño al ver la imagen y leer el texto.

Ya no podía haber duda. El libro, los dibujos, de alguna manera describían lo que a él le había pasado, el tercero más bien hablaba de algo que estaba aún por pasar.

―Mamá, mamá ―Rei-kun bajó las escaleras a trompicones sosteniendo el diario en sus manitas. Antes de pisar el suelo de la planta baja comenzó a escuchar los gritos de sus padres.

―No puedo creer que después de trabajar como un esclavo todo el día, todavía tenga que ir a hacerla de fontanero a casa de tu madre. ―dijo papá molesto.

―Tú lo prometiste. No fue ella quien te lo pidió y aun así te ofreciste. Estoy cansada de tener que dar la cara por ti cuando no tienes los pantalones de cumplir con tu palabra. Si no deseabas ayudarla, debiste decirlo en lugar de prometer lo que no pensabas cumplir ―respondió mamá recriminándole.

―¿Acaso no puede llamar a un fontanero?

―Es una anciana sola, comprende que no se siente tranquila de dejar entrar desconocidos a su casa.

―Pues vaya, contra la paranoia de tu madre vaya que no puedo hacer nada.

El rostro de mamá enrojeció mientras los labios le temblaban. Se levantó de la silla del comedor y tomando su bolso se dispuso a salir de la habitación.

―¿Y a dónde vas ahora?

―A su casa, si tendrá que llamar un fontanero cuando menos estaré ahí para que se sienta tranquila ―tomando las llaves del auto, se colocó los zapatos para salir. ―Vamos, Rei-kun, iremos a visitar a la abuela.

El niño estaba parado frente a la escalera y al ver a su madre de frente quiso correr a abrazarlo. Al escucharla nombrar la casa de la abuela Reisuke estalló en llanto y yendo hasta donde estaba ella se aferró a su falda como para no dejarla ir.

―¿Qué tiene ahora el niño? ―preguntó papá.

―Seguramente te ha escuchado gritar y se asustó ―lo acusó mamá acariciando la cabeza de su hijo para tranquilizarlo ―Ya, ya, Rei-kun, iremos con la abuela a comer unas galletas, ¿está bien?

El pequeño no paraba de llorar y negar desconsolado.

El llanto talvez ablandó el corazón de papá, talvez ver a su esposa decidida a no seguir fomentando discusiones que no llevaban a ningún lado le hizo recapacitar o talvez la justicia ya había decidido quienes eran los perdedores, pero deteniéndose un momento, respondió:

―De acuerdo. Voy con ustedes. Pero no moveremos el auto. Como está el precio de la gasolina resultaría más barato pagar yo mismo el sueldo del fontanero. Iremos en metro.

Y tomando su caja de herramientas, papá junto con mamá y Rei-kun abandonaron el hogar mientras el pequeño sollozaba tratando de advertirles. Su diario de dibujos se le había caído cuando mamá lo tomo de la mano, quedando abierto en la tercera página, aunque nadie lo había visto. Ahí un dibujo que parecía representar un tren del metro en llamas, sentenciaba con letras trémulas:

"Hoy en la noche hubo un accidente mientras viajábamos en metro a casa de la abuela. Papá y mamá murieron ahí."

―¿Estás seguro que deberíamos permitirle andar suelta? La novena puede ser muy peligrosa y no le debe lealtad a nadie más que a ella misma.

La pregunta flotó en el aire oscuro y desierto, elevándose hasta chocar contra un techo que tenía la apariencia de un primoroso cielo de día. Pedazos enteros de aquel firmamento se habían desprendido y mostraban detrás la oscuridad de una maquinaria descomunal, oxidada y detenida.

―Me temo que es necesario. ―respondió con serenidad, la mirada de ojos carmesí fija en la pantalla ―todo pez tiene una carnada y por mucho que me pese, este tipo de ataques al orden público son la única que tiene efecto sobre él

Y sí. Solo a él parecía pesarle. Aunque siempre cuestionándolo, en realidad Muru Muru no daba indicios de sentir realmente preocupación o pesar porque salieran afectadas personas inocentes.

―Bien bien ―sonrió ella levitando un poco para poder verlo de frente ―ya comienzas a pensar como alguien digno de sentarte en esa silla…

Alrededor de las 21:00 hrs. del día, el tren que salía de la estación de la línea rosa del metro de ciudad Sakurami se descarriló matando a todos sus pasajeros. Se desconocen aún las fallas del desperfecto.

Tristemente, la versión oficial siempre es cuestionable. Lo que en verdad sucedió, es que cerca de la salida de un túnel un artefacto explosivo detonó incendiando uno de los vagones provocando el descarrilamiento. Las autoridades no contaban con ninguna pista del responsable del atentado.

Es curioso, pues la información usualmente llega no a quienes saben buscarla, sino a los que están prestos a escuchar.

Cuando Rei-kun y sus padres subieron al metro, el chico aun sollozaba. Mamá le había comprado una paleta helada de color azul y le había asegurado muchas veces que todo estaría bien, desconcertada de escuchar que entre balbuceos su hijo le advirtiera una y otra vez que no debían subir al tren o iban a morir.

Tomaron asiento y el metro partió sin problema alguno, deslizándose sobre las vías normalmente. No había avanzado mucho cuando justo en el tramo del vagón sobre las cabezas de los padres de Reisuke, los pasajeros comenzaron a escuchar voces y pasos.

―Es el fin del camino, delincuente. ―aseveró una voz en extremo dramática, reafirmando su declaración dando un fuerte golpe sobre el techo del vagón con su pie ―no existe crimen que se escape del alcance de los oídos de la justicia.

―Yo más bien veo que las cosas pintan muy bien para mí ―contestó otra voz. No era difícil imaginar por la seguridad con que contaba que la mujer a quien pertenecía debía de estar sonriendo con malicia ―además, el escape como tal no es un crimen, por lo que dudo que hayas podido preverlo… ¿o debería decir, prescucharlo?

―Solo una infame villana como tú se atrevería a burlarse de las discapacidades de otro con tal descaro y crueldad. ¡No ganaras porque eres vil y yo soy justo y la justicia siempre gana!

Los pasajeros del tren se habían puesto de pie desconcertados, escuchando las voces que reñían acaloradamente sobre el techo del vagón como si no fueran sobre un vehículo a gran velocidad. En la distancia, la entrada del túnel se aproximaba.

―Dime pues ¿cómo piensas ganar cuando estén todos muertos? ―se mofó la mujer alzando más la voz. Se escucharon un par de pasos y lo siguiente que los pasajeros vieron fue a una chica usando un bello vestido gótico saltar a un lado del tren al tiempo que desplegaba un planeador y se alejaba volando en la brisa nocturna colina abajo.

La gente había comenzado a inquietarse. No es seguro subir al techo de un tren en movimiento y no es de buena educación gritarse acusaciones en público, sobre todo cuando estas presagian la muerte de todos. ¿Se refería a los pasajeros? ¿Podían confiar en la palabra de una mujer que salta de los trenes vestida de gothic lolita?

El nerviosismo creció como la espuma en cuestión de segundos, pero la reacción de la gente del tren no pudo ser lo suficientemente rápida. No hubo tiempo de gritar, llamar a los servicios de emergencia, discutirlo o entrar en pánico siquiera.

El vagón se oscureció al entrar al túnel al tiempo que el pesado sonido como de alguien que baja desde el techo se escuchó tras la puerta del vagón. Esta se abrió de inmediato. Una mujer dio un respingo y los pasajeros dentro del tren contuvieron la respiración.

El sujeto que acababa de entrar hacia parecer que la chica gótica del planeador se viera perfectamente normal y común en comparación. Usaba un ajustado traje negro y lo que sea que estuviera cubriéndole la cabeza lo hacía lucir como un enorme micrófono andante.

El sujeto dio un par de pasos dentro del vagón y se detuvo justo frente a Rei-kun.

―No habré perdido… ―se dijo el individuo disfrazado ―si sobrevive cuando menos uno…

Mamá abrazó a Reisuke con fuerza. Era imposible ver el rostro de aquel extraño desconocido, pero por la posición de su cabeza, debía de tener la mirada perdida en el horizonte justo cuando el vagón estaba por salir del túnel.

―Lo he cronometrado perfectamente…

El tren se sacudió con violencia con la detonación. Los pasajeros gritaron de horror conforme las llamas comenzaron a envolver y a colarse por el vagón en decimas de segundos, pero, de entre la gritería histérica, los alaridos finales de una madre resaltaron porque además de la visión aterradora de la inminente muerte, en el último segundo le habían arrebatado de los brazos a su hijo.

Las ambulancias llegaron pronto y con ellas también la policía. Era cuestión de tiempo para que descubrieran que en el último segundo la puerta se había abierto y que dos personas habían saltado fuera apenas en el momento justo, sabrían que no todos los pasajeros habían muerto en el atentado pero que solo uno de los que se había salvado había entrado en el tren como pasajero.

Era un niño que se llamaba Reisuke Houjou y tenía cinco años.

El cómo se había salvado sería un misterio durante un tiempo y aunque la policía lo interrogaría y lo haría hablar con expertos para tratar de extraer sentido de los peculiares dibujos que el pequeño hacía, la apariencia extraña del personaje que retrataba en ellos los dejaría perplejos y pensativos a todos.

Pero para el pequeño Rei-kun todo era tan simple como esto: Ese sujeto lo había salvado pero no se sentía para nada agradecido ni afortunado. Sus padres, su mundo se había perdido en esa noche y lo que le había quedado era el recuerdo imborrable del hombre vestido de traje negro, rostro cubierto y cabeza enorme y redonda que le preguntaba, ya sin dramatismo en su voz sino en un tono profundo y extrañamente familiar mientras se erguía siniestro a la luz de las llamas:

―Dime, niño… ¿eres una buena persona?