Buenos días. Como ya sabíais las que me tenéis en Facebook, aquí traigo una nueva y cortita historia. Mi musa no se quiere centrar solo en el tocho que estoy escribiendo sobre la gripe española, demasiado drama, y ha buscado un escape. Esta historia no es ningún crossover, está inspirada en Crepúsculo, series como Friends y Big Bang Theory, y mezclada con mi gusto por lo friki (la palabra que aquí se usa para lo mismo que geek en inglés), lo paranormal y los vampiros. He intentado hacer una historia con vampiros y humanos en tono de humor, aunque también hay algo de drama pero poco. Habrá bromas que no pillaréis si no tenéis estos gustos, pero creo que la historia se puede leer igual.
Como siempre, solo pretendo entretener, ah, y por supuesto es para mayores de 18, no hace falta preguntar por qué.
Son siete capítulos, la he escrito del tirón sin editar. Estoy editando, luego faltará el beteo, y luego reedición con el beteo, así que las actualizaciones serán como mucho cada dos semanas. Se intentará antes pero no prometo nada, primero porque mi beta y yo estamos liadas, segundo porque prefiero tardar dos semanas y daros algo más cuidado que ofreceros un churro.
Como siempre gracias mil a mi beta Ebrume que ha manchado de rojo buena parte del borrador ;) y a mi prelectora Nury por animarme. A la Meyer por dejarnos sus personajes, y a vosotras por leer.
Veréis que los dos puntos de vista están definidos por una clara separación.
¡Adelante!
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Capítulo 1
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Podía sentir la superficie llamándole, muy cerca. Hizo un último esfuerzo y con un golpe seco sus manos llenas de tierra tocaron el aire. Se impulsó al exterior y observó a su alrededor. Había mucho ruido y se escuchaban gritos y carcajadas. Estaba dentro de una pequeña sala apenas iluminada que parecía un extraño cementerio, con tumbas y cruces, y cerca de donde había emergido él un ataúd. Se frotó la cara, aún confuso después de su periodo de sueño.
«¿Qué demonios es este lugar?»
Cogió un palo que había en el suelo y se dio cuenta de que era una estaca hecha de un material ligero que él no reconocía. Se fijó en una pequeña vía en el suelo, como las de los trenes, que discurría al lado de una de las paredes de aquel extraño recinto. Se sacudió la tierra de la ropa, que estaba completamente raída, y se preguntó cuánto tiempo había dormido. De pronto le golpeó un aroma delicioso a sangre humana.
Nunca, en toda su existencia, había estado más sediento.
Un sonido de traqueteo se acercaba. Se giró al tiempo que sus colmillos emergían y abrió los ojos como platos mientras observaba una especie de vagoneta avanzando sobre la vía con una pareja de adolescentes humanas en su interior. Cuando pasaron cerca de él se abrió el ataúd a su lado y bruscamente salió de él una figura que hacía que sus propios colmillos parecieran pequeños. Las chicas soltaron una risotada.
—¡Joder, qué vampiro más realista! —exclamó una de las chicas, todavía riendo y mirándolo a él, no a la grotesca figura que había salido del ataúd.
¡Se reía de él! Aquello era extraño. Nadie habría encontrado divertido a un vampiro en la época de la que venía. Ambos se observaron mientras la vagoneta se dirigía a una puerta situada en un lateral de la sala. El vampiro tenía hambre, pero la sensación de extrañeza lo dominaba. Decidió que la situación tenía algo de divertido y sonrió a la chica.
—Sí que es realista. Casi juraría que me ha sonreído —dijo ella—. Y tenía unos buenos colmillos.
—Un buen polvo es lo que tenía, lástima que sea de plástico.
—A lo mejor era Van Helsing. Llevaba una estaca en la mano.
Y siguieron discutiendo hasta que sus voces se perdieron en la oscuridad.
Edward pensó que tenían razón, realmente tenía una buena cantidad de polvo encima. Se escondió al percibir que se acercaba una nueva vagoneta, empezando a tener una leve idea de dónde estaba. Cuando se sumió en el sueño, en 1912, ya existían atracciones de feria como aquella. Miró al maniquí que había salido del ataúd mientras el mecanismo lo volvía a empujar a su interior, preparándolo para la siguiente víctima.
«¿En qué año estoy?».
Salió detrás de la vagoneta y descubrió un túnel y, en un lateral, una puerta que rezaba «salida de emergencia». La abrió, seguro de que su instinto lo habría despertado de noche, y miró alrededor antes de salir. En efecto, el Sol se había puesto, y por aquella zona la feria estaba escasamente iluminada. La atracción debía de estar en la periferia del recinto, un pequeño parque de atracciones como los de su época, montado quizá por alguna ocasión especial. Lo rodeaba una zona boscosa y más allá de esta lo impresionó la enorme altura de los edificios a su alrededor, todos iluminados de una forma tan espectacular que apenas se podían ver las estrellas. La noche no tenía nada de oscura en aquella época.
—Increíble. ¿Esto es Seattle? —musitó.
Tampoco era silenciosa. Más allá del ruidoso recinto de la feria, oía también sonidos extraños que le recordaban a los motores de los automóviles de su época. Pero si era así, ¡debía de haber una multitud de ellos!
Su garganta seca y dolorida reclamó su atención. Decidió buscar alimento fuera de aquel parque, en alguna zona oscura, si es que encontraba alguna.
Se alejó de la feria y se adentró entre las sombras de la ciudad. Había mucha gente por la calle a pesar de ser de noche, vestidos con extraños ropajes y hablando una mezcla de idiomas entre los que destacaba el inglés. En el aire se mezclaban olores de todo tipo, pero destacaba el del humo que salía de todos aquellos automóviles, que circulaban a velocidad asombrosa. Cuando él se había dormido lo que apestaba las calles era el tufo a boñiga de caballo y a falta de higiene. No sabía decir si esto era mejor.
Se adentró en una zona menos transitada y mucho menos iluminada. Observó a un hombre salir de una especie de pub. Vestía de una forma que le pareció aún más extraña que la del resto de humanos, todo de negro con una capa, y llevaba un casco con máscara bajo el brazo. Edward tuvo la fuerte sensación de que debía acercarse a él. Lo sentía, por fin. Su instinto había despertado, el que lo llevaría hacia ella, hacia su mujer, su destino.
—Joder, cómo agobia este puto casco. Hasta que no llegue a la fiesta no me lo pondré —murmuró el hombre rascándose la cabeza.
«Menudo lenguaje», se dijo el vampiro, pensando si las capas volvían a estar de moda. El vampiro falso del ataúd también llevaba una.
—Buenas noches, caballero —le dijo al hombre mientras se le acercaba—. ¿Sería tan amable de decirme en qué año del Señor estamos?
—Supongo que en 2070 porque me he vuelto lo suficientemente viejo como para que me hablen de usted. —Parecía tener problemas para enfocar la mirada y Edward pudo oler que había bebido—. Vaya, qué disfraz de vampiro más cutre. Aunque los colmillos están bien —concedió—. Y pega más con Halloween.
«¡Halloween! He despertado en Halloween.»
—Cutre. —El vampiro anotó la nueva palabra mentalmente, al igual que el comentario sobre hablar de usted—. ¿Qué quiere decir cutre?
—Algo penoso. Como tu disfraz, tío.
—Tío —repitió Edward frunciendo el ceño—. ¿Le parece que somos familia?
El joven lo miró con recelo.
—Oye, tío, eres muy raro. Si vas puesto yo paso.
El vampiro lo miró mientras intentaba descifrar lo que acababa de oír. Decidió no preguntar nada más, tenía demasiada sed como para pensar con claridad. El joven comenzó a caminar y pasó por su lado, pero él le tomó del brazo y lo detuvo.
—¿En qué año estamos? —Empleó su voz persuasiva, la que formaba parte de la hipnosis que los vampiros podían ejercer en los humanos.
—En 2017.
—¡2017! —Había dormido más de cien años. Alice había predicho que cuando despertara de su largo sueño encontraría a su pareja. Pero no le dijo que pasaría tanto tiempo. Tendría que ponerse al día de muchas cosas. Necesitaba hablar con su familia. Pero en aquel momento lo que más necesitaba era alimentarse—. Bien, señor…
—Eric.
—Eric. Usted y yo vamos a ir a un sitio más tranquilo. No tema, no voy a hacerle daño. Solo voy a pedirle prestada parte de su sangre… y su ropa. Después se marchará a casa y descansará toda la noche como un alma bendita.
El joven asintió y ambos desaparecieron en la oscuridad de la noche.
ºXº
—Joder, Bella, ¡nos has fallado!
—¡De ninguna manera iba a vestirme de Leia prisionera! Ni hablar, ni pagándome. ¡Antes me disfrazo de Jabba!
—Te tocó cuando lo echamos a suertes.
—Sé que hicisteis trampa, Mike, no me vengas con esas ahora —se defendió la joven, cruzándose de brazos.
—Dejadla en paz, también está preciosa de Leia de «La guerra de las galaxias».
—Hacerle la pelota no te ha servido ni te servirá jamás, Jake —bufó Mike.
—Vamos, Jake, Mike, dejadla en paz. Hicisteis trampa solo para poder ver a Bella en bikini. —Angela miró a su amiga—. Siempre estás guapa, aunque es verdad que deberías llevar lentes de contacto más a menudo.
—Ya sabes que no las tolero muchas horas seguidas, Angela. Tú también estás estupenda de Amidala, y tu disfraz de Kenobi es perfecto, Ben. —La joven se tocó los rodetes que llevaba a ambos lados de la cabeza—. Creo que preferiría ir disfrazada de C3PO. O de soldado de asalto. —Levantó una ceja y miró a sus amigos—. Qué casualidad que os haya tocado ese disfraz a los dos, chicos. ¡Con lo guapos que habríais quedado con el bikini de Leia!
—No hice trampas, solo le eché una mano a la suerte —masculló Mike como si hablara para sí—. Vamos, tíos, que empezará la fiesta sin nosotros. Tenemos que hacer nuestra entrada triunfal.
ºXº
Eric le había explicado que iba a acudir a una fiesta disfrazado de un personaje llamado Darth Vader, y le había dado la dirección junto con su disfraz. Edward sabía por instinto que tenía que seguir ese camino. No tenía ni la más remota idea de quién era ese Vader pero el disfraz era de su talla. Por otra parte antes de despojarlo de su ropa y de parte de su sangre había dejado a Eric en su apartamento, así que no se le podía reprochar nada a sus modales. En cambio en aquella época eran bastante groseros.
Edward se adentró en el local donde se celebraba la fiesta y notó un terremoto interno que lo sacudió hasta los cimientos de su ser.
Ella estaba allí.
Inspiró profundamente, podía percibir su aroma entremezclado con el de la sangre humana y demás olores corporales y artificiales de aquellas personas. Las aletas se su nariz se dilataron y siguió el dulce rastro que lo guiaba hacia ella.
ºXº
Bella observaba la fiesta apartada en un rincón con un gin-tonic en la mano. Vale que era una fiesta de Halloween de temática friki pero se sentía un poco ridícula con aquellos bollos peludos sobre las orejas. Había estado bailando hasta que había notado que los moños se le iban descolgando poco a poco pero el momento definitivo de alejarse de la pista había sido el inicio de los bailes lentos. Se frotó un brazo, distraída. Casi notaba el picor en su piel al escuchar aquellas baladas. Lo romántico le daba alergia.
De pronto su corazón se aceleró y sintió… algo. Percibió un movimiento a su lado y puso los ojos en blanco. Todos sus conocidos y amigos sabían que no bailaba en pareja. ¿Por qué insistían en pedirle que lo hiciera? Por el rabillo del ojo vio un disfraz de Darth Vader y resopló. Aquel tipo no se rendía. En cada fiesta era lo mismo.
—Largo, Eric. Eres un plasta —dijo enfadada. Sabía que no solo estaba mosca por la intromisión de Eric. No comprendía qué era lo que estaba sintiendo—. ¡Ya sabes que no bailo con nadie!
—Podría hacerle bailar —dijo una voz profunda y aterciopelada.
Se le erizó el vello de los brazos. El capullo de Eric había conseguido un tono de voz que le provocaba… más cosas todavía. Más de las que quería sentir. Estaba confusa, y eso la cabreó. Y más aún cuando Darth Vader se puso frente a ella y tendió una mano con un reverencia galante y anticuada.
Inesperadamente todo su cuerpo pareció activarse contra su voluntad y luchó contra el impulso que la arrastraba hacia él.
«¿Qué coño..?».
—Escucha, Eric —espetó con el ceño fruncido y apuntándole con un dedo—, déjame en paz o tus posibilidades de ser padre se van a ver muy mermadas.
—No soy Eric. Soy su… nuevo compañero de piso. Me llamo Edward. Edward Cullen —dijo él al tiempo que le tendía la mano de nuevo. Con la mano libre se quitó el casco.
«Llévame al lado oscuro», fue el pensamiento que llenó su mente como un relámpago. Bella dejó su bebida en una mesa cercana y se quedó mirando a aquel chico más alucinada que si hubiera sido Anakin Skywalker. Edward era un joven más o menos de su edad, con el despeinado cabello de tono cobrizo, los ojos de un magnético color ámbar, rodeados de unas pestañas largas y negras. La boca tenía labios generosos y los pómulos y la mandíbula parecían esculpidos.
Ningún hombre tenía derecho a tener ese aspecto. Era injusto para todos los demás.
Para más perjuicio, el tal Edward sonreía. Aquellos labios y aquella boca conformaban la sonrisa más seductora que había visto en su vida. Parpadeó para intentar escapar de su hechizo y miró al desconocido a los ojos. Se sonrojó, de pronto consciente de lo que debía estar pensando de ella.
—Bella. Bella Swan. —Esbozó una temblorosa sonrisa—. Lo siento. Pensaba que eras otra persona.
—Me alegro de no ser él, aunque he de confesarle que me ha prestado el disfraz —murmuró Edward—. Entonces, ¿acepta bailar conmigo, señorita Swan?
—Eres un Sith muy anticuado —dijo ella. Iba a decirle que no, pero se vio tomando la mano que le ofrecía. Los largos dedos se cerraron con gentileza alrededor de los suyos y su respiración se quedó atrapada en su garganta por un momento.
«Creo que no me ha sentado bien la cena. Demasiado aceite picante en la pizza.»
Después de un par de bailes durante los cuales pisó varias veces a Edward, quien cada vez le sonreía, Bella comenzaba a sentirse inquieta. El motivo era que no se cansaba de bailar con aquel desconocido. Adoraba el suave contacto de sus manos y el roce ocasional de sus cuerpos. Adoraba su aroma.
«¿Adoro qué..?»
La canción terminó y la música cambió por completo, pasando de las baladas al rock duro.
—Cielo santo, el gramófono debe de haberse estropeado —dijo Edward alarmado. Miró a su alrededor mientras la gente de la fiesta empezaba a moverse al ritmo de la canción—. Y esta gente parece necesitar un médico, con esos extraños movimientos. —La miró muy serio—. Mi padre es médico.
Bella dio un paso atrás. Claro. Edward no podía ser tan perfecto. De hecho, ahora parecía bastante rarito. Quizá estaba como una cabra y punto. Lo mejor sería apartarse de él.
—Sí, un gramófono… esto... Oye, Edward. Gra… gracias. Me ha gustado bailar contigo. —Bella echó un vistazo a su alrededor buscando alguno de sus amigos—. Ya nos veremos, ¿vale?
—Bella, ¿qué ocurre? —preguntó él.
—¿No nos presentas? —La voz de Angela, su compañera de piso, sonó a su lado. Mierda.
—Este es Edward. Edward Cullen. Eric le ha prestado su disfraz. —Vio cómo ambos se daban la mano y, por todos los dioses, él volvía a sonreír. ¡No, no, basta! Miró a su amiga para ver si reaccionaba como ella, pero solo vio un brillo de aprobación en sus ojos.
—Encantada, Edward —dijo su amiga—. Ese disfraz de Darth Vader te queda mucho mejor que a Eric. ¿Cómo es que él no está aquí?
—No podía venir. Una gripe estomacal, creo.
—Le hizo un gran favor al disfraz. Y también le hizo un favor a Bella, porque es la primera vez que la veo bailar con alguien. —Le guiñó un ojo—. Aunque creo que necesitas un podólogo con urgencia.
Ambos siguieron charlando un rato, o más bien era su amiga quien lo hacía. Él la escuchaba como absorbiendo todo lo que le estaba contando. A Bella le daba la sensación de que estaba tomando nota de todo lo que Angela le estaba contando. Era extraño. Sacudió la cabeza y desechó esas ideas. Miró su reloj. Ahora que había desconectado del extraño influjo de Edward deseaba irse lo más rápido posible. Le dio un codazo disimulado a Angela, pero esta continuaba embelesada.
—Tengo que irme.
—¿Sola? —intervino él.
—No —espetó, algo molesta porque fuera él quien había respondido—. Voy a llamar a un taxi.
—Eso es sola.
—Pues entonces sola.
—No puedes.
—¿Que no puedo…? —Lo miró incrédula—¿De qué vas?
Él se echó un vistazo a sí mismo y luego parpadeó unos instantes como si intentara descifrar lo que ella había dicho.
—De… ¿Darth Vader?
Ella no supo si reírse de su aspecto de estar perdido o enfadarse porque un extraño se metiera en su vida.
Un extraño que, de alguna manera que no podía descifrar, no lo parecía.
—No vas a decirme lo que puedo o no puedo hacer, «lord Vader» —respondió con el ceño fruncido—. Adiós. —Miró a Angela—. Te veo en casa.
ºXº
Edward suspiró mirando cómo Bella cogía su abrigo, su bolso y desaparecía por la puerta del local. Recordó las fuertes personalidades de Rosalie, Alice y Esme, y pensó que Bella iba a ser una buena vampira… cuando la convenciera de que era su destino.
—Ve tras ella —terció Angela—. Como dice mi madre: corazón cobarde no conquista damas ni ciudades. Conozco a Bella desde la guardería, y es la primera vez en la vida que la veo bailar. Ni siquiera lo hace en nuestra casa, créeme.
No hizo falta que lo dijera dos veces.
Edward atrapó a Bella mientras entraba en el taxi y se coló dentro tras ella.
—¿Se puede saber qué coño haces? —exclamó la joven.
—¿Siempre eres tan malhablada?
—Perdóneme vuesa merced. Solo soy una simple plebeya. Y ahora baja del taxi.
—Eres de todo menos simple, Bella. Y solo quiero acompañarte.
—No sabes nada de mí. Y quiero ir sola.
—Tan solo voy a acompañarte hasta la puerta de tu casa. Después me marcharé en este mismo taxi.
—¿Se deciden o qué? —dijo el taxista.
La joven soltó un bufido de rendición.
—¡Está bien!
—Gracias. —Él inclinó la cabeza y ella puso los ojos en blanco.
Bella le dio su dirección al taxista mientras Edward estudiaba su rostro. Los moños que llevaba a ambos lados de la cabeza le colgaban, el maquillaje de sus pestañas había manchado de negro la piel de alrededor y tenía los ojos enrojecidos de cansancio. Su aspecto era, aún así, adorable. Era preciosa. Tenía unos bellos iris oscuros como el café, la piel del rostro pálida y de aspecto suave, y unos labios llenos que él se moría por probar.
La joven percibió su inspección y giró el rostro para mirar por la ventanilla del vehículo. Edward sonrió para sí e hizo lo mismo. No paraba de sorprenderse de la velocidad a la que iban los automóviles, y de la inmensa cantidad de ellos. En su breve charla con la amiga de Bella había detectado infinidad de cambios en el mundo, la mitad de veces ni entendía de qué le estaba hablando. Tendría que ir a la biblioteca local en cuanto la abrieran.
—Cuéntame cosas de ti —pidió él tras unos minutos de silencio.
—No tengo nada que contar. Mi vida es muy aburrida. —Siguió mirando la ventanilla, obviamente intentando ignorarle.
—Ah. Bien.
Y ambos se quedaron en silencio de nuevo.
—Creo que me estás prejuzgando —volvió a hablar él.
Ella se viró bruscamente y le clavó sus ojos oscuros.
—No es eso.
—¿Siempre dices que no a todo? —arqueó las cejas, burlón.
—N… Depende —dijo ella escondiendo una sonrisa. Lo miró en silencio un momento—. Pero sí tienes razón. Te estoy prejuzgando. Escucha, eres muy guapo y todo eso, pero no quiero que pienses que por eso y por haber bailado contigo quiero pasar la noche juntos. No sé cómo eres —dijo mirándole de hito en hito como si intentara adivinarlo— pero no serías el primero ni el último que malinterpreta un gesto amable.
Él miró hacia abajo y tomó su mano. El taxi estaba frenando. Sonrió levemente y se llevó la suave piel a los labios, inhalando con fruición al tiempo que cerraba los párpados. Notó que ella se estremecía.
—No esperaba en absoluto que pasaras la noche conmigo —dijo Edward volviendo a mirarla—. Tan solo me gustaría volver a verte. Por favor.
—No, no, citas no, Edward. No quiero tomar un café contigo, ni cenar contigo, ni nada de eso.
—Entonces, sin citas. Solo librerías.
—¿Librerías?
—Sí, eso. Librerías. O bibliotecas. ¿Dónde está la biblioteca más grande de la ciudad?
—En la cuarta avenida. La biblioteca central. Tiene once pisos —dijo con orgullo.
—¡Once! —exclamó—. ¿Mañana estará abierta?
—Sí.
—¿Vendrás mañana conmigo? Me encantaría visitarla, y tengo que hacer algunas investigaciones.
Ella suspiró y no contestó.
El taxi se detuvo por fin. Ella se deshizo de su suave agarre y él lo permitió, sintiendo como si tuviera que hacer una fuerza sobrehumana. Bella se levantó la larga falda del vestido hasta las rodillas para poder sacar las piernas del taxi y él dejó escapar un jadeo. Había podido apreciar la anatomía de muchas de las chicas que circulaban por la calle y en la fiesta, había festejado internamente el fin del exagerado pudor de los humanos del siglo anterior, pero... ver las piernas de Bella era casi demasiado para su aguante.
—Adiós —le dijo ella echándole una mirada rápida.
—Espero tu respuesta —dijo Edward deteniéndola cuando iba a sacar el monedero de su bolso.
Ella apretó los labios y se dio la vuelta, echando a andar en dirección a su casa.
—Espere hasta que yo le indique —le dijo al taxista. Salió del taxi y se apoyó en la puerta mientras la observaba caminar.
—No le dirá que sí, amigo. Esta es de las duras —comentó el taxista.
—Le ruego me disculpe, pero su opinión me importa un bledo —dijo sin perder de vista a la joven. Aspiró el aire frío del exterior y supo que no había nadie alrededor. Y él tenía sed, mucha sed.
—Lo que usted diga, pero el taxímetro corre.
—No se vaya. —Edward notó el cosquilleo de los colmillos—. Tengo apetito y quiero que me lleve a un sitio para cenar.
«Cenaré con usted».
—Como quiera.
Edward vio que se encendía la luz en una de las ventanas del cuarto piso. Sonrió mientras miraba hacia arriba y veía aparecer la cara de Bella tras esa ventana. La vio retirarse y volver a aparecer al cabo de poco. Abrió la ventana y le tiró un papel arrugado.
Corrió a recogerlo.
«Mañana a las cinco de la tarde en la biblioteca, está en el número 1000 de la cuarta avenida».
Él asintió y dobló el papel antes de guardárselo en el bolsillo. Agitó la mano para despedirse de ella, que continuaba asomada a la ventana mirándolo, y se subió al taxi.
—Vamos. Definitivamente se me ha abierto el apetito.
ºXº
—No vas a salir por esta puerta. Es la primera cita que tienes en meses, pero con esas pintas… ¡No puedes pasar! —Angela se plantó ante la puerta del piso que ambas compartían con la escoba en una mano y el recogedor en la otra.
Bella soltó una carcajada.
—«Gandalf», ni tu mejor magia va a conseguir que Cenicienta se cambie de vestido.
—No importa —dijo Angela apartándose con un gesto teatral—. Creo que a ese chico le daría igual que te presentaras con una bolsa de basura adornada con tiras papel higiénico. Vi cómo te miraba. —Arqueó las cejas—. Y vi cómo le mirabas a él. No es para menos, todo hay que decirlo.
—Vale, es guapo, hasta sin las lentillas me habría dado cuenta. Pero eso no significa mucho para mí y lo sabes.
—No lo sé. No hablo tu idioma. —Angela hizo una mueca divertida y se rio cuando su amiga le sacó la lengua—. Eso es, un gesto de lo más maduro. Anda, a ver si comparte contigo su merienda de pan con chocolate. Deberías llevar trenzas —elevó las cejas varias veces—, seguro que quiere tirar de ellas.
—Angela Webber, a veces no sé cómo puedo soportarte. Anda, llama a Ben y desahógate un poco, tienes la mente sobrecalentada.—Le dio un beso en la mejilla sonriendo—. Adiós.
—Ben tiene turno de noche. Y no te espero a dormir. De hecho, voy a poner el cerrojo para que no puedas entrar y te veas obligada a pasar la noche... fuera.
Bella se alejó sin contestarle y negando con la cabeza. A pesar de sus enervantes intentos de conseguirle pareja, era su mejor amiga desde que tenían uso de razón. Ni siquiera elegir distintas carreras las había separado: ella se había decantado por la informática y su amiga por la literatura inglesa. Completaba su círculo de amigos un pequeño grupo que se conocía desde sus tiempos universitarios: Eric, profesor de física en un instituto, Ben, enfermero y novio de Angela, Mike, médico especialista en urgencias, y Jake, profesor adjunto de antropología en la misma universidad donde estudiaron. Una de las cosas que cimentaba la unión en aquel heterogéneo grupo era la cultura friki: eran todos aficionados a la fantasía y la ciencia ficción
Bella era feliz así, con su trabajo de informática en una gran empresa de Seattle, sus aficiones y sus amigos. No necesitaba complicarse la vida. No tenía ningún vacío emocional que llenar, y sus necesidades sexuales las satisfacía ella misma de forma más completa que cualquier hombre que hubiera conocido.
Aunque cuando vio a Edward Cullen plantado al pie de las escaleras que conducían a la biblioteca, vestido con una chaqueta de cuero, camiseta negra y unos vaqueros desgarrados, se planteó cómo se sentiría si en lugar del conejito rampante tuviera a aquel ejemplar de hombre entre sus piernas. La sola idea consiguió hacerle sentir ardor en las mejillas. Esbozó una sonrisa débil mientras se acercaba al joven, notando que de alguna forma extraña sus pies querían correr hacia él, como si todo su cuerpo le pidiera anular la distancia que los separaba. Aquello era tan inusual que sintió una punzada de miedo y deseó no haber acudido a la cita.
—Bella, ¿has venido corriendo? Estás sofocada. —Edward Cullen estaba frente a ella, más alto de lo que recordaba. Sus ojos color ámbar parecían relucir mientras la miraba como si no creyera que estuviera por fin allí.
Ella tampoco podía creerlo.
—No… es… —se aclaró la garganta— es que hacía calor en el autobús.
Edward asintió sin dejar de mirarla intensamente.
—No me mires así, por favor —suplicó la joven.
—¿Cómo te miro?
—Como… —buscó palabras que expresaran lo que él le hacía sentir, pero desistió. Era demasiado. Él era demasiado. No podía decirle aquello—. Nada. Solo intenta no mirarme así.
Él tomó aire y echó un poco la cabeza, que había inclinado ligeramente hacia ella, para atrás. Cerró los párpados unos segundos y los abrió.
—¿Así está mejor?
Bella contempló aquellos preciosos iris rodeados de largas y oscuras pestañas. La miraba exactamente igual.
—No. —Suspiró y negó con la cabeza, apartando la vista—. Vamos dentro.
—Ayer no llevabas gafas —oyó que decía.
—Llevaba lentillas. Por el disfraz. No habría quedado muy bien una Leia con gafas.
—Lentillas.
—Sí —lo miró de reojo— esas pequeñas lentes que se adhieren a tus ojos —bromeó con lo obvio. Para su sorpresa, Edward puso cara de haberse enterado de algo muy interesante.
«Es raro de cojones».
Subieron las escaleras y se adentraron en la biblioteca.
—¿Qué te interesa buscar exactamente? —quiso saber ella.
—Quiero buscarlo todo.
—¿Todo? —Sus cejas se elevaron—. ¿Cómo que todo?
Él tomó aire.
—Digamos que he estado un tiempo encerrado… muy centrado en mi carrera. Quiero saber qué pasa en el mundo, y que ha pasado en los últimos tiempos.
«Eso explica algunas cosas».
—¿Como cuánto tiempo has estado muy centrado en tu trabajo?
—Unos cuantos años…
—¿Y no tenías internet en casa?
De nuevo aquel gesto de estar perdido mientras sacudía la cabeza de lado a lado. ¿Pero dónde había estado trabajando aquel hombre, en la selva amazónica?
Habían ido avanzando mientras hablaban hasta que se plantaron frente a unas puertas automáticas. Edward contempló con la boca abierta cómo se abrían solas al salir una pareja de chicos con pinta de estudiantes. Se situó frente a ellas con el gesto de desorientación todavía más acentuado. Parecía que no sabía cómo abrir la puerta.
—Prueba con alohomora —bromeó ella.
—¿Qué? —parpadeó varias veces y la miró. Vale, definitivamente no era un fan de Harry Potter.
—Son puertas automáticas. Solo tienes que pisar frente a ellas y se abren. —Se sintió como si estuviera hablándole a un niño que empezaba a descubrir el mundo. O a un amish. Debería haber sido una sensación inquietante pero no podía evitar la ternura que le provocaba ayudar a aquel hombre, que por otra parte parecía tan tierno como un león despertando de su siesta. Contempló cómo él daba un paso hacia delante y sonreía mientras se abrían las puertas.
«Raro, raro, raro».
Tenía un montón de preguntas en la cabeza pero no quería hacerle ninguna, porque eso le daba a él derecho a hacérselas a ella, y eso sería intimar. No quería intimar con él. Solo estaba haciendo una buena obra, se dijo mientras recorrían los largos pasillos repletos de libros.
Hacía mucho tiempo que no pisaba una biblioteca, demasiado. Aspiró el olor familiar y con ese aire penetró en sus pulmones el aroma de Edward. A especias, madera, a algo cálido, familiar y al mismo tiempo sensual. Notó que su corazón se aceleraba y comenzó a hablar en voz baja.
—Esta es la sala de novela contemporánea, siglos XX y XXI. Más adelante están los libros de historia. Aunque te iría mejor curiosear por la Wikipedia. Espera aquí, voy al mostrador para pedir las claves para usar uno de los ordenadores.
ºXº
Edward asintió sin perder detalle de sus palabras, como siempre. Se entretuvo curioseando por la sección de novela romántica de la enorme biblioteca. Le llamaron la atención unos libros con las tapas negras, y tomó el que tenía una manzana en la portada. Descubrió que el libro trataba del amor entre un vampiro adolescente y una humana, así que se apartó a un rincón discreto y ojeó el libro a toda velocidad.
—¿Un vampiro virgen de más de cien años? Vamos, hombre —rio para sí.
—Ejem. ¿Estás leyendo Atardecer? —oyó la voz de Bella tras él.
—Sí. Es... interesante.
—¿Te interesa el tema vampiros o el tema romántico? —Ella parecía francamente divertida, pero él la miró serio.
—Ambas cosas. —Se fijó en la camiseta de la joven, donde estaban escritas las palabras: «Mira siempre el lado oscuro de la vida»—. ¿A ti te interesa el lado oscuro?
Ella se sonrojó furiosamente, lo que le picó la curiosidad.
—No es eso, es solo… —balbuceó la joven—. Ya sabes, es una broma. Se refiere a aquella canción, la de mirar el lado brillante de la vida, y a Star wars.
—No tengo ni idea de lo que me estás diciendo.
—¡En serio! —exclamó, exasperada—. Es como hablar con un niño. ¿Has estado bajo tierra o qué?
—Algo parecido. —Decidió cambiar de tema a uno que le interesaba más y era menos peligroso—. ¿Traes las claves de las que hablabas?
—Aquí están.
Durante un par de horas Edward contempló maravillado lo que era un ordenador y, mejor aún, lo que era internet. Después de enseñarle los rudimentos básicos, Bella le dejó a su entera libertad, permaneciendo a su lado y orientándolo cuando lo necesitaba. Sabía que a ella le debía de parecer un tipo de lo más extraño, pero eso ahora no importaba. El tiempo se le pasó volando en su compañía, y más aún asomado a aquella inmensa ventana al mundo, donde aprendió cosas maravillosas: la gente viajaba de un continente a otro en cuestión de horas, el hombre había pisado la luna, podías hablar por teléfono con casi cualquier lugar del planeta sin necesidad de cables. La medicina actual permitía el trasplante de órganos y tratar enfermedades como la diabetes. Las ciencias habían avanzado mucho, pero en la otra cara de la moneda estaban los jinetes del apocalipsis: había habido dos guerras mundiales y varios países seguían en guerra, existían armas capaces de matar a millones de personas en segundos, seguía habiendo miseria y hambre… Con el tiempo, la gente había perdido el interés en los monstruos de las leyendas, olvidando a vampiros, brujas y hombres lobo, relegándolos a las fiestas de disfraces y al mundo de las novelas o películas, convencida de que los verdaderos monstruos eran los propios humanos. La humanidad ya no creía en ellos.
Por un momento se permitió pensar en su familia. Los vampiros no dormían como los humanos. Se echaban un sueñecito cada varios siglos que podía durar décadas. Los que llevaban sangre del mismo vampiro eran como una familia y no tenían gran dificultad en encontrarse de nuevo tras este periodo. Era el vínculo de la sangre, y por esto mismo sabía que ellos estaban bien. Los necesitaba, los echaba de menos, pero cuando un vampiro encontraba a su pareja no podía concentrarse en otra cosa que en hacerla suya. Se centró nuevamente en Bella, sentada a su lado, tecleando y comentándole cosas que le llamaban la atención aquí y allá, seduciéndolo poco a poco sin pretenderlo. La joven no podía llegar a imaginar cuánto esfuerzo tenía que hacer para contener sus ganas de besarla. Su perfume lo poseía, todo en ella lo provocaba. ¿Sentiría Bella aquella dulce tentación, aquella atracción de forma tan intensa como él? ¿Sabía lo que era? ¿O sencillamente estaba tan asustada por lo que estaba sucediendo como a veces lo parecía?
De pronto la página que estaban consultando se desvaneció y quedó una pantalla azul en la que se avisaba que se había terminado la sesión.
—No podemos usarlo más de dos horas a menos que tengamos un permiso especial. —Bella lo miró por fin y él no escondió sus emociones. No quería asustarla más, no podía ni deseaba obligarla a nada, pero no había esperado tanto tiempo por ella para andar con timideces. Vio que parpadeaba y apartaba los ojos con rapidez—. Espero que lo hayas encontrado útil.
—Es fascinante —murmuró él con los ojos fijos en ella—. ¿Tengo que pertenecer a la biblioteca para poder usar esto?
—No, pero sería mejor, así podrías usar más tiempo el ordenador, y llevarte libros a casa. —Tomó aire bruscamente, aún evitando su mirada—. Escucha, tengo que irme.
—Está bien. Deja que te acompañe.
Ella asintió y se pusieron la chaqueta. Salieron a la calle en silencio, uno al lado de otro. Edward escuchaba el acelerado latido de su corazón. Una vez en el exterior vieron que estaba lloviendo.
—Seattle no ha cambiado —murmuró Edward—. ¿No llevas paraguas?
—No me importa mojarme un poco. El autobús está cerca. —Lo miró como si no supiera qué hacer o decir.
Edward observó el cielo.
—Espero que venga pronto, porque o conozco poco este cielo, o está a punto de caer una buena tormenta —dijo, y sin dejar de mirar hacia arriba comentó—: ¿Por qué me da la sensación de que no es que evites las citas sino que huyes de mí?
Ella miró al cielo también y parecía que iba a decir algo, pero salió corriendo en dirección a la parada. Él la siguió unos metros más atrás hasta que, llegados a la parada y cobijados bajo la solitaria marquesina, la alcanzó. Ella respiraba con dificultad, como si le faltara el aire aunque apenas había corrido, y levantó la vista cuando él se colocó frente a ella. Aspiró bruscamente y tembló cuando él le quitó las gafas.
—Están muy mojadas. No debes de ver nada con ellas —dijo con dulzura. Las secó con cuidado con el bajo de su camiseta y se las volvió a colocar—. Así está mejor. —Se inclinó hacia ella y contuvo la necesidad de abrazarla y besarla. No conocía las costumbres románticas de la época pero estaba seguro de que no era buena idea. Tenía que mantener las distancias. Le rozó apenas la mejilla con los labios y se dio la vuelta para marcharse.
—Mañana también estaré aquí, a esta hora —oyó que decía ella, tan flojito que pensó que lo había imaginado. Giró la cabeza para mirarla y la vio esbozar una sonrisa.
—Yo vendré antes —dijo él curvando los labios. Se alejó antes de que la llamada del agitado corazón de Bella lo convenciera de lo contrario.
ºXº
Cuando Bella llegó a su casa se encontró no solo a su compañera de piso sino también a sus vecinos de enfrente, que eran Mike y Jake. No era raro verlos allí cualquier tarde, comiendo palomitas y mirando alguna película, jugando con la Play o a juegos online. Lo raro aquel día era que ella no los había acompañado.
—¿Dónde estabas? Le hemos preguntado a Angela y nos ha dicho que era un secreto. Eso sólo puede significar una cosa. —Mike compuso una mueca elevando las cejas varias veces. Se suponía que pretendía ser sugerente.
—Queremos todos los detalles.
—Necesitas más compañía masculina, Jake —bufó Bella.
—Yo también quiero detalles y me considero muy macho —soltó Mike.
—¿No tenéis una casa? Al final os vamos a cobrar las palomitas. Mike, mueve el culo, estás en mi sitio —suspiró Bella mientras se dejaba caer en el extremo del sofá.
Angela se sentó en el reposabrazos del sofá observándola con atención.
—¿Ha ido mal? ¿Es un plasta, un pulpo sobón, o su aliento huele como las cloacas de Mordor?
La informática volvió a suspirar. Negó con la cabeza.
—Ha ido fatal. Y él no es nada de todo eso. —Tras un instante de silencio en el que todos la miraron con gesto implorante, murmuró—: Hemos vuelto a quedar.
Los chicos soltaron silbidos y su amiga apoyó una mano en su hombro.
—Deberías revisar tu concepto de «fatal», cariño.
—¿Ha llegado a la segunda base o no? —preguntó Mike en tono confidencial al tiempo que colocaba su mano sobre el otro hombro de Bella, quien lo miró amenazante—. Está bieeeen. —Retiró la mano y volvió a concentrarse en la pantalla del televisor—. Podéis seguir hablando, no os escuchamos. —Tomó un sorbo de la cerveza y volvió a centrarse en el juego junto con Jake.
—Vamos. —Angela hizo un gesto con la cabeza en dirección al balcón. La lluvia caía con fuerza, tal como había pronosticado Edward, pero no llegaba a mojar el suelo de la terraza. Ambas salieron y se sentaron en sendas sillas de plástico flanqueando una pequeña mesita.
Bella aspiró el aroma de la noche con los ojos cerrados. Angela esperaba mientras ella intentaba poner en orden sus pensamientos, pero era muy difícil.
—No sé qué me pasa con ese chico. Ayer puso mi mundo del revés en unos segundos. Antes de verle la cara, casi antes de oírle la voz, sentí que mi cuerpo temblaba y mi corazón latía tan fuerte que pensé que tenía algún problema de salud. —Miró a su amiga—. Me preocupé más aún porque Eric nunca me ha causado esas sensaciones y yo pensaba que era él. ¿No es extraño?
—Creo que se llama flechazo.
—¿Flechazo? —Bufó, incrédula—. No creo en el amor, y menos en los flechazos. Todo eso es pura química, ya sabes, feromonas, y ni siquiera se había acercado para que pudiera olerlo. Fue su manera de moverse… algo. —Su gesto revelaba su frustración—. Era como si lo esperara, o lo reconociera de alguna forma. —Se levantó y se acercó a la barandilla. La lluvia la salpicaba pero lo agradecía—. ¿Crees que alguien puede haber echado droga en mi bebida?
Oyó la carcajada de su amiga a sus espaldas y no pudo evitar sonreír al pensar en lo que acababa de decir. Qué absurdo.
—Bella, no te separaste de la copa, y ninguna droga te haría eso. A menos que creas en los filtros de amor.
—Y mira que es raro de narices. A ratos parece de otra época, como si hubiera estado escondido en algún sitio las últimas décadas. O a lo mejor no está bien de la cabeza. —Se giró y miró a su amiga—. ¿Y sabes lo peor de todo? Que a pesar de todo esto, le dije de volver a vernos. Yo.
—¿Tú? —Esta vez Angela pareció genuinamente sorprendida—. Vaya. Eso sí que es nuevo. Pero, ¿sabes? Quizá deberías dejarte llevar.
—Me da la sensación de que no tengo elección, como luchar contra la corriente de un río en pleno deshielo. Y eso es lo que me asusta. Esta… intensidad. Lo raro que es todo. La… falta de elección.
—Creo que empiezo a entender lo que dices. Y también que te preocupa sentirte así por alguien a quien no conoces.
—Esa es otra de las preocupaciones, sí.
—Pues conócelo.
—¿Y si me gusta demasiado?
—¿Quieres decir si el sabor del plato se corresponde con su aspecto y su olor? Entonces no veo el problema: ¡date un festín!
—Ya faltaba la metáfora culinaria.
—No puedo evitarlo, me encanta cocinar —dijo—. Escucha, Bella. Ya sé que tus padres se separaron, pero eso le pasa a mucha gente y no por eso deja de creer en el amor.
—Lo sé, lo sé. Pero siempre he pensado lo mismo, incluso desde antes del divorcio. —Suspiró con aire de derrota—. No me queda otra. Mañana acudiré a la cita. Solo espero que se comporte como un patán o apeste.
—Yo también lo espero —contestó su amiga muy seria.
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Espero que os haya gustado la lectura, si dejáis un comentario por más breve que sea diciendo qué os ha aparecido, o dudas, ideas, etc... me daréis una alegría.
Besotes y hasta la siguiente.
