Bienvenidos a la primera parte de las crónicas de Maeve Murphy. La aventura de la piedra filosofal con otro enfoque más interesante (para ls que amamos a Severus Snape, por lo menos). Para más información, suelto el rollo en mi perfil. También os recomendaría leer primero "Antes de la eternidad helada"; no es imprescindible pero me haría ilusión
Habrá lenguaje soez cuando a algún personaje le parezca apropiado y alusiones/situaciones sexuales explícitas ma non troppo: si no es tu rollo, deja de leer. La historia se va a ir desarrollando con lo que a mí me parece un tempo realista: si eres impaciente, deja de leer. Los bloques en cursiva significarán un flashback : si eres de los que se hacen batiburrillo viendo Lost, deja de leer
¿Qué más? Ah, por supuesto: nada de lo que reconozcáis es mío sino de la sra. J. K. Rowlings. Yo no gano dinero con esto, sólo paso un buen rato. Lo único que me pertenece es Maeve Murphy y os dejo jugar con ella, si queréis. Toda traición al canon es, en principio, intencionada. Mea culpa.
Espero que os guste.
CAPÍTULO I: UN ESPANTOSO ERROR
AGOSTO DE 1991
Debía de haberse quedado dormida poco después de Perth y por la cálida paz que la inundaba cuando el interventor la despertó cerca de Ardgay estuvo segura de haber soñado con su familia. Con el abuelo Declan principalmente, pero también estaban todos los demás: papá, mamá, la abuela Dearbhla, el tío Niall, el tío Murtagh, la tía Iona, sus primos Fionn, Colm y Connor. Era el día de San Patricio y estaban en la tradicional comida campestre en la colina de Knockfierna, cerca del castillo del clan en Ballingarry. Recordaba ese día con tanta claridad como si hubiera sido ayer: fue la primera vez que vio un augurey. La sensación de haber vuelto a tener por unos momentos siete años y estar aupada en los hombros del abuelo para ver bien el nido de espinos era de una belleza sobrecogedora y a la vez sedante. Le había costado muchos años pero por fin podía invocar el recuerdo de sus seres amados sin sentir el dolor como una comadreja royéndole las entrañas.
Maeve se estiró en su asiento y recogió su discman y el libro que venía leyendo durante el tedioso viaje en tren desde King´s Cross: "La vida secreta de las Criaturas del Agua", por Marcus Mildberg. Su equipaje se reducía a una vieja y muy baqueteada bolsa de deporte con ropa de emergencia y artículos de aseo, habiendo enviado ya el grueso de sus pertenencias a su nuevo hogar vía expreso extraordinario.
-Si necesita algo, mi compañero de la estación la atenderá encantado –le dijo el interventor, claramente preocupado a la vista del andén de Ardgay absolutamente desierto.
La historia de mi vida, pensó Maeve con ironía. Puedo haber estado cinco años en Karisoke estudiando gorilas que podrían destrozar a un hombre adulto sin esfuerzo, lidiando con furtivos cuya filosofía es "primero dispara, luego pregunta" y en medio de unas tensiones tribales y políticas del carajo… Pero el mundo civilizado sólo ve una chica pequeñita con ojos de cervatillo indefenso. Suspirando, estrechó la mano del interventor.
-Mi amigo vendrá enseguida a buscarme. No me importa esperar un rato; hace una noche deliciosa.
La temperatura era tan agradable que Maeve no necesitó ponerse encima el jersey. El cielo estaba despejado y las luces de la cercana villa eran tenues, permitiendo contemplar las constelaciones en toda su gloria. Maeve no recordaba que el clima de las Highlands fuera tan benigno ni siquiera en lo mejor del verano. Pensó que era como si el castillo le estuviera dando un agradable recibimiento. Mucho más agradable del que me darán algunos de sus ocupantes, se dijo con sarcasmo y una no tan pequeña punzada de nervios.
No sabía cuánto tiempo había pasado sola y en silencio en el andén de Ardgay cuando oyó el estruendo de lo que bien podría haber sido un tanque. Como por arte de magia, el sonido la llevó de inmediato al patio trasero de la casa de la tía Frances, en Doneraille. A la cara atónita y escandalizada de la bondadosa solterona cuando vio que lo que Albus Dumbledore entendía por "medio de transporte seguro" era una enorme moto voladora… y que la escolta de su virginal sobrina-nieta consistía en un joven guapo como un príncipe y arrogante como un demonio.
Una pequeña punzada de dolor borró la sonrisa de los labios de Maeve. El recuerdo de lo que Sirius Black había hecho se infiltraba en todas sus memorias de él, pudriéndolas. Aún hoy una pequeña parte de sí se negaba a creer que los hubiera traicionado así a todos. Había sido un golpe demasiado duro. La última puntilla a una infancia muerta prematuramente a golpe de desgracias.
Pero allí estaba la conocida y querida mole de Rubeus Hagrid devolviéndola de golpe al presente al aparecer en el andén. Al contrario que el clima, Hagrid era exactamente igual que como lo recordaba: descomunal, desaliñado, peludo y con la emotividad de un cachorrillo.
-Mi querida Maeve…- suspiró entre sollozos mientras amenazaba partirla en dos con un abrazo. Luego se secó los ojos con su manaza sucia de hollín – No podía creérmelo cuando el Director dijo que volverías este curso… ¡Y como profesora, nada menos! Siempre dije que eras una chavala lista, con o sin varita. Déjame que te vea, niña. Vaaaya... pareces una mujer.
Hagrid lo había dicho como si fuera algo impensable. Pero Maeve no se sorprendió. Se trataba de Hagrid, el que había tenido una acromántula como mascota y se refería a ella como "mi pequeña". A los ojos de Hagrid, sus criaturitas nunca crecían.
-He cumplido veintiocho años, Hagrid, ¿qué debería parecer? –replicó, divertida
-Se te ve tan mayor… Y saludable, con buen color. Eso de vivir con los monos te ha sentado bien, niña.
-Simios –le corrigió Maeve co el aire cansado del que ha tenido que hacerlo muchas veces.
-¿Perdón?
-Simios. Los gorilas son simios, no monos, chico.
-¿No es lo mismo?
-¿Es lo mismo un hada que un duende de Cornualles?
Hagrid pareció sopesar este argumento, uno que claramente podía entender.
-Supongo que no. Me tienes que contar cosas de esos gorilas.
-Son unos seres increíbles –aseguró Maeve con vehemencia y una evidente nota de nostalgia y anhelo en su voz.
-Deben de serlo cuando una chica lista como tú les ha dedicado tanto tiempo. Doctora en Zoología por Oxford –dijo Hagrid, paladeando las palabras como si fueran algo exótico e importantísimo. Probablemente porque para él lo eran, razonó Maeve. –Todos nos sentimos muy orgullosos de ti cuando el Director nos lo contó, ¿sabes?
-¿Todos?
Si Hagrid percibió la leve nota de incredulidad e ironía en la voz de Maeve, nada dijo.
-Nosotros. La gente de Hogwarts, quiero decir. Los profesores y yo. ¡Incluso el señor Filch, aunque no te lo creas!
Maeve soltó una carcajada. La idea del siniestro celador de Hogwarts orgulloso de algo que no fuera su gata la Sra. Norris era, en efecto, increíble. Pero al fin y al cabo el que una squib como él obtuviera el título de Doctora y el reconocimiento de una gran institución académica –aunque fuera en el mundo muggle- debía de ser lo bastante confortante como para conmover al ogro.
-Vamos. Quizá aún lleguemos a tiempo para la cena. Y si no, apuesto a que los elfos estarán encantados de servirte en la cocina un banquete digno de una Doctora. Por cierto, tu mascota llegó ayer, casi al tiempo que tu equipaje. Qué pajarito tan encantador.
Las cejas de Maeve dibujaron dos acusados arcos y sus ojos se desorbitaron de sorpresa. Al final no pudo mantener la compostura y se echó a reír de buena gana. A Saighead podían aplicársele muchos adjetivos: majestuoso, imponente, fiero, implacable, letal… Sólo a alguien con una debilidad patológica por los animales se le ocurriría calificar a un halcón peregrino de un metro de envergadura, pico despiadado y garras como cuchillos de "pajarito encantador". Alguien como Hagrid. O como ella misma, para qué negarlo.
-Es un chico listo, mi Saighead. Sabía que encontraría bien el camino.
Tras una pequeña discusión sobre quién cargaría con la bolsa de Maeve –al final ella tuvo que desistir primero y permitir que él se la llevara- ambos abandonaron la pequeña estación y se encaminaron hacia un bosquecillo que crecía a las afueras del pueblo. Maeve sintió su estómago retorcerse en un nudo a la vista de la motocicleta. Vivir en las Montañas Virunga había suavizado un poco su miedo a las alturas pero la idea de volar seguía siendo inquietante. Sobre todo la idea de volar en eso.
-¿Es… segura?
-Tan segura como cuando la conducía el joven Sirius, niña.
Y se supone que eso tiene que darme confianza, se dijo Maeve, espeluznada. Una vez que Sirius le había preguntado –con su encantadora pero atroz arrogancia- por qué estaba tan segura de que nunca ycuandodigonuncaesnunca se enamoraría de alguien como él, Maeve le había contestado que haber tenido que subir a ese cacharro del demonio el día que lo conoció y probar de primera mano lo que él entendía por "conducción responsable" habían destruido todo su potencial como interés romántico. Lo había dicho en broma –los verdaderos motivos eran otros y los tenía muy claros- pero no descartaba que mucho de su falta de química con Sirius Black radicara en aquel viaje infernal con el que aún tenía pesadillas.
-Me quedo mucho más tranquila- le aseguró a Hagrid, tratando de no gemir de angustia.
Hagrid le tendió un casco que le venía grande y se ladeaba continuamente e insistió en que se pusiera la chaqueta –A la altitud a la que vamos a volar hará frío, le advirtió, provocándole escalofríos- Maeve, que llevaba años considerándose atea en general, se descubrió persignándose a escondidas y rezando entre dientes. Lo habría hecho cuatro veces en la última década, siempre inconscientemente y siempre en situaciones de peligro mortal. Por lo visto, seis años en un colegio católico habían hecho de ella una atea bastante extraña. Se habría reído de si misma de no estar tan horrorizada por el inminente despegue.
Un minuto más tarde, con otro estruendo de motores y ruedas sobre grava, la motocicleta saltaba de los tranquilos y desiertos campos de Ardgay al cielo estrellado de las Highlands. Maeve, cuyos brazos no abarcaban ni la mitad de la inmensa cintura de Hagrid, se agarró a la tela de su chaqueta como si le fuera la vida en ello. Qué demonios. Le iba la vida en ello. Estaba volando a unos dos mil pies de altura sobre el suelo en una maldita moto encantada conducida por el hijo de un mago y una giganta. ¡Dios mío, debo de haberme vuelto completamente loca!
Llevaba semanas preguntándose si aceptar la oferta de Dumbledore no habría sido un espantoso error pero ahora lo tenía claro: lo era.
Un par de meses atrás, el día que leyó su tesis doctoral en Oxford, tenía una vida estupenda al alcance de la mano. Un puesto fijo en la Fundación Fossey, donde había desarrollado su doctorado. Vía libre para continuar con su alabado estudio sobre patrones de transmisión de conductas instrumentales en entornos endogámicos. La posibilidad de pasar el resto de su vida en una tierra que amaba estudiando unas criaturas que le fascinaban más que cualquier ser mágico. Un futuro suyo, ganado a base de su esfuerzo, cimentado en sus logros. Y ninguna gana de volver a un mundo mágico al que ya nada la ligaba. En dónde no le quedaban familiares. En el que nunca podría aspirar a ser más que la ayudante de un profesor obsoleto o la celadora del colegio en el que otros niños, más bendecidos por la magia y la genética, se labraban una carrera. En el que había hecho amigos, cierto, buenos amigos, pero ninguno tan importante como para plantearse aceptar por él unas expectativas tan mediocres. Y donde el único que había importado de veras…
Sí, esto era un espantoso, espantoso error. Era zoóloga. Primatóloga. Los gorilas eran su pasión y África su lugar en el mundo: África, Ruanda, las cumbres brumosas de Virunga donde la realidad era peligrosa y dura pero tangible y los vehículos circulaban a ras de tierra. Y sin embargo estaba sobrevolando en moto los campos de Escocia en dirección Noroeste, rumbo a un colegio mágico donde estaba tan fuera de lugar como un marinero borracho en un convento.
-Es el único lugar en el que puedo mantenerte a salvo –había insistido Dumbledore ante su reticencia- Si se confirma lo que tememos, si es cierto que Voldemort está vivo reuniendo fuerzas en Europa del Este para hallar la forma de volver, sabes que te buscará. Y si piensas que esconderte en África le impedirá encontrarte y rematar lo que dejó a medias es que le subestimas peligrosamente. Voldemort no olvida ni perdona. Y odia dejar cabos sueltos.
Maeve no fue consciente de estar tamborileando con la cucharilla contra su taza de café hasta advertir la expresión divertida de Dumbledore. Se enderezó en su silla y miró a su alrededor. Estaban en una cafetería de la ciudad universitaria, donde el peculiar aspecto de Dumbledore podía pasar por el de un hippy trasnochado que enseñara Filosofía Comparada o Bellas Artes. De hecho así le solía llamar su amiga Tess, "tu padrino el hippy". Era mediodía y el ambiente bullía tan animado como de costumbre. Estudiantes, profesores, batiburrillo de risas y conversaciones, gente portando maletines, ojeando libros, rebuscando en carpetas y mochilas llenas a reventar, discusiones sobre tal o cual problema de Física garabateado en una servilleta de papel, Shakespeare o Proust diseccionados entre bocado y bocado de sandwich de queso. Su mundo, pensó Maeve. Uno en el que no era una rara y lastimosa excepción, uno en el que podía fundirse sin problemas. El mundo que le había abierto los brazos, no una sino dos veces, cuando más lo necesitaba. Si Dumbledore pensaba que iba a renunciar a aquello sólo porque se rumoreara el retorno del imbécil de Riddle…
-¿Te suena de algo "Sin amo, sin temor, sin límites", Albus? –le preguntó, y Dumbledore asintió, con esa sonrisa benévola y omnisciente tan típica de él- Puedo haber nacido sin la magia legendaria de los Murphy de Ballingarry, pero llevo el lema del clan grabado a fuego en los genes. No voy a esconderme de Riddle y mucho menos en Hogwarts. Ya tuve que aceptar una vez la caridad de una sociedad que me veía como una tara, pero entonces era una cría sin recursos y ahora no lo soy. Tengo estudios. Tengo un futuro, un buen futuro. Tengo…
-No se trató de caridad sino de asilo político. Seguro que entiendes la diferencia –replicó Dumbledore.
-Mientras fui menor de edad para las leyes mágicas y pude estar a salvo con una pariente muggle, anciana y pobre a nadie se le ocurrió que necesitara "asilo político". Sólo cuando ya no quedó otro remedio se me hizo el "grandísimo favor" de dejarme quedar en Hogwarts. Yo lo llamaría caridad, y de la mala, pero tú llámalo como quieras. Entonces no tuve alternativa, Albus, pero las cosas han cambiado. No voy a dejar mi carrera para volver a ser la moza de cuadras de Silvanus Kettleburn. No llevo estudiando y trabajando nueve años para eso.
-Volverías como profesora.
Por un momento Maeve estuvo segura de que a causa del ruido de la máquina de café le había oído mal. Parpadeó perpleja unas cuantas veces antes de ser capaz de vocalizar:
-¿Perdona?
-Profesora titular de Cuidado de Criaturas Mágicas. Silvanus se ha retirado.
-¿Profesora titular? ¿EN HOGWARTS? –Maeve se dio cuenta de que había levantado la voz y carraspeó, incómoda- Tienes que estar de broma.
-Estás perfectamente cualificada. Tienes un título superior y un notable prestigio académico.
-Entre los muggles. Sabes que eso no tiene valor en el mundo mágico –resopló la joven.
-Nadie sabe más que tú de criaturas mágicas: aprendiste del mejor, ¿no es cierto? Es una lástima que todo ese conocimiento quede sin transmitirse. Declan no lo habría querido.
Maeve se tensó. No permitiría a Dumbledore invocar el recuerdo de su abuelo para ablandarla.
-Mi abuelo me enseñó algunas cosas de niña, ¿y qué? Los dragones y los duendes ya no son mi principal interés. Te recuerdo que soy primatóloga. Estudio a los gorilas.
-Me consta que no has perdido la oportunidad de investigar la fauna mágica de África Central en tu tiempo libre. Al menos, eso decías en tus cartas.
-¡Basta, Albus! Esto es totalmente ridículo. No puedo enseñar en Hogwarts y lo sabes.
-Puedes y lo harás.
-¡Soy una squib, por el amor de Dios!
Dumbledore se limitó a encogerse de hombros, como si ella sólo acabara de hacer notar que no era muy alta o que tenía los ojos verdes.
-No es como si tuvieras que enseñar Transfiguración o Encantamientos. No hace falta ser un gran mago o bruja para saber cómo cuidar una criatura mágica. Hagrid y Filch son buenos ejemplos de ello. Tú fuiste el mejor ejemplo de ello mientras estuviste con nosotros. Silvanus estaba absolutamente impresionado contigo, decía que jamás había visto a nadie con tanto talento.
-Vale, bien, lo que tú digas –Maeve volvió a resoplar para apartarse un mechón de pelo de la cara- ¿De veras, Albus, DE VERAS crees que el Consejo de Dirección de Hogwarts consentiría algo así? Dejar a una squib recoger la mierda de los thestrals, bueno, pero ¿dejarle enseñar a las nuevas generaciones de magos y brujas de Gran Bretaña? Cristo bendito, Albus, ni siquiera tú puedes ser tan entusiasta como para creer que…
-El Consejo de Dirección de Hogwarts ya lo ha aceptado. No voy a engañarte diciendo que fue una decisión unánime y que no hubo voces fuertemente discordantes, pero se votó y se decidió a tu favor –Dumbledore alargó una de sus manos para tomar la de Maeve, poniendo fin a su nervioso repiquetear de cucharilla- Los magos no somos tan ignorantes como para desdeñar el prestigio de Oxford, ¿sabes? Y tampoco hay tantos expertos en la asignatura; no es un campo que muchos encuentren gratificante. El puesto es tuyo si lo aceptas. Y te ruego encarecidamente que lo aceptes, niña. Tu vida puede depender de ello. No puedo garantizar tu seguridad fuera de Hogwarts.
Maeve le miró un buen rato conteniendo el aliento, incapaz de tragar la saliva a través del molesto nudo que se había formado en su esófago. No podía creerse lo que estaba ocurriendo. Su mundo perfecto se estaba poniendo patas arriba y todo lo que Dumbledore hacía era sonreír benévolamente y lucir aquel adorable centelleo en sus ojos, como si no supiera que ella se estaba desgarrando por dentro.
-No puedo volver –fue su respuesta queda y firme
-¿No te seduce ni un poco la idea de ser el primer squib en enseñar en toda la historia de Hogwarts? Es la clase de reto que debería resultarte irresistible ¿Cuál es el problema, Maeve?
"No le nombres. No te atrevas a nombrarle. No te atrevas a nombrarle"
-¿Se trata de Severus? –soltó Dumbledore al fin, tan casualmente que Maeve supo que no había en ello la menor casualidad- ¿Tan mal se portó contigo que te arriesgarías a ser cazada por Voldemort antes que volver a verle?
Maeve intentó no estremecerse al oír su nombre. Puso en ello todas sus fuerzas y lo logró, tal vez porque estaba preparada, viendo venir esto desde el principio de la conversación. Intuía que Dumbledore recurriría incluso a remover el recuerdo de Severus Snape, como había hecho con el de su abuelo, con tal de convencerla. Cuando se trataba del sacrosanto Bien Mayor el viejo no se detenía ante nada. Se aclaró discretamente la voz, que sentía rasposa y dura contra su garganta súbitamente seca.
-Lo que sucediera entre Severus y yo es una cuestión privada que no voy a discutir contigo –advirtió, mortalmente seria- Y en todo caso, sucedió hace ¿qué, diez años?
-Nueve –corrigió Dumbledore.
-Lo que sea –Maeve odió con todas sus fuerzas la tranquilidad de Dumbledore, tan distinta de su repentina incomodidad- ¿Me crees tan… infantil y frívola? ¿Crees que renunciaría a un magnífico trabajo por… por un… llamémoslo "desencuentro" que ocurrió hace una eternidad? Pensé que me tenías en mejor estima, Albus. Mírame. Soy una mujer adulta. Vivo hace cinco años en una región peligrosísima de África y me han encañonado un par de veces con un AK-47 y llegué a trabar cierta amistad con un macho adulto de gorila que pesaba 215 kilos y te podría haber partido en dos de un golpe, chico –tragó saliva antes de exponer el punto al que quería llegar, odiándose por encontrar tan difícil soltar una pequeña mentira- Es obvio que no tengo miedo de Severus Snape.
La expresión en el rostro de Dumbledore fue de triunfo, de reconocimiento, como si fuera exactamente lo que esperaba oír. Y Maeve comprendió un poco demasiado tarde que se había equivocado al contrariar el ideario de los Murphy, que se enorgullecían de ir siempre de frente.
-Entonces, querida, sigo sin ver cual es el problema –repuso el mago, con dulzura y sólo un poco de juguetona ironía- ¿Me lo explicas con otra taza de este café tan delicioso?
El maldito liante. Le había tendido la más obvia de las trampas y ella había caído como una jodida imbécil. Dumbledore había apelado al orgullo de Maeve, en el que reconocía la herencia de su viejo y obstinado amigo Declan, y la jugada le había salido redonda. Queriendo negar su mayor razón para no volver a Hogwarts Maeve se había quedado sin más razones. El trabajo era un sueño casi a la altura de su proyecto en Karisoke. Ser la primera squib en enseñar en un colegio mágico era, en efecto, la clase de reto a la que un Murphy -sin amo, sin temor y, sobre todo, sin límites- no podía resistirse. Y veía, aunque los negara, los motivos por las que estaría más segura en Hogwarts… Admitido eso y orgullosamente desmentido que la idea de volver a ver a Severus Snape la aterrorizara, se quedó sin argumentos con los que rebatir a Dumbledore. Y sin saber muy bien cómo se había visto firmando su contrato, iniciando su carrera docente unos treinta años antes de lo planeado y en el último lugar donde se hubiera imaginado dando clases.
Por negar sus miedos se dirigía ahora de cabeza hacia ellos surcando el cielo de las Highlands. La idea le dio ganas de tirarse en marcha, a ver si así se abría su dura y estúpida cabezota contra una roca y aprendía de una vez.
-¿Tienes los ojos abiertos, niña? –bramó de pronto la voz de Hagrid, sacándola de su trance de autoflagelación- ¡Mira! ¡Estamos llegando a casa!
Asomando la cabeza por el costado de Hagrid Maeve distinguió, en la lejanía y muchos pies por debajo de ellos, la negra inmensidad del lago, la oscura masa del Bosque Prohibido, la orgullosa mole milenaria de Hogwarts con sus cientos de ventanas iluminadas similares a ojos que otearan la oscuridad. El santuario de la magia británica.
Un espantoso, espantoso error, se repitió.
Pero no pudo evitar que una pequeña, pequeñísima parte de sí vibrara de nostalgia y alegría, bañada por la inequívoca sensación de estar, en efecto, llegando a casa.
Intentaré publicar un capítulo cada semana, más o menos. Que sepáis que las críticas me animan a seguir. Besos.
