Este fic participa en el Reto Especial: Amigo Invisible del foro Grandes Juegos Mágicos

Querida Pianist; tus peticiones me encantaron. Y creo que ahí estuvo el problema; me gustaron tanto que tuve muchas ideas, muchos borradores que al final acabaron en nada. En fin, este es el resultado que he podido salvar de tanto borra y tachón. Y sí, no está completado. Pero al menos estas tres viñetas cumplirán con el AI; y ya cuando acabe el reto subiré lo que falta por simple gusto. (Porque estoy en el pueblo y no sabes lo costoso que es encontrar algo de WIFI)

BUEENO, espero que, al menos, lo disfrutes tanto como a mí escribirlo.

PD: Le dedico estas viñetas también a Catt, porque es Sabertooth y ella es Catt (dah)

ooOOoo

Una maldición murió enterrada por un montón inexpugnable de papeles y cartas. Nuevos arrebatos de ira, más papeles volando, la luna casi llena en el firmamento estrellado, burlándose de él y del tiempo que llevaba haciendo eso.

Intentándolo, más bien.

Sting se agarró un mechón de rubio pelo, claramente harto, y tiró de él como si la respuesta a esas condenadas cuentas acabara brotando entre tirón y tirón.

—¿Qué se supone que estás haciendo?

Alzó la mirada. Intentó sonreír de forma socarrona, la misma sonrisa que siempre esbozaba para él. Acabó haciendo una mueca horrible, por lo visto.

—¿Estás estreñido? —increpó, apoyándose en el marco de la puerta.

—Vete a la mierda.

—¿Quieres que te haga una infusión para que puedas cagar y también tú te vayas a la mierda?

Sonrió sin darse cuenta. Ni enfadarse podía.

—Rogue...

—O puede que sea mejor que llame a la señorita para que te lance un buen golpe de esos relaja—anos.

—Cállate ya.

Se intentó concentrar en los papeles, de verdad que le puso ganas. Pero era inevitable. La sombra de la sonrisa, aún en sus labios, y la mirada peligrosa que irremediablemente le dirigía hacia su amigo, le provocaban sensaciones difíciles de obviar.

No ayudó que Rogue cerrara la puerta y se acercara, lentamente, con parsimonia. Que le rodeara, evaluándolo, deshaciéndolo con esos ojos henchidos en sangre que siempre le provocaban escalofríos.

—Para. No puedo concentrarme.

—¿Y para qué necesitas concentrarte, exactamente? —Sting hondeó un papel como si fuera una bandera. Facturas. Casi se le descojonó en la cara—. Rufus te ha dado una patada en el culo, ¿eh?

Como única respuesta el bufido de Sting. Rogue se sentó en el escritorio, muy cerca de él. Disfrutó de cómo se tensaba por eso.

—Ya. Ja, ja. Muy gracioso. Bastante tengo con los cambios hormonales de Rufus como para que ahora me toques tú las narices. Piérdete, ¿quieres?

Pero no se movió. No. Ni un ápice siquiera. Sting resopló y lo miró de nuevo. Rogue jamás se acostumbraría a esos ojos tan claros, como agua helada pero al mismo tiempo apetecible. Adictiva, envenenada.

Tuvo que girarse para no abalanzarse sobre él. Y es que aún no estaba seguro de nada de lo que "el—cielo—sabría—qué" tenía con Sting. Apenas habían sido unas cuantas noches de sexo desenfrenado contra algún mueble. Y eso se supone que no era raro en el gremio. No por nada eran el gremio más abierto en esos temas, y las relaciones abiertas y de tendencia homosexual era el pan del día. No, ese no era el problema.

Tampoco se podía decir que no hubiera disfrutado enormemente con Sting encima de él, demostrándole que el placer no se alcanzaba sólo metiendo la polla en un húmedo agujero.

Nada de eso, el problema estaba en Sting mismo. Todo el mundo sabía que el maestro del gremio no sabía tener una relación fiel; prácticamente todo el mundo había pasado por su cama. Y no era tanto que eso le produjera mayor problema a Rogue, él también había tenido sus experiencias. Aunque Sting era el primer hombre, eso era cierto.

—Mira, Rufus se ha marchado detrás de Orga y seguramente estén follando como conejos ahora mismo, así que no tengo muchas ganas de que te quedes aquí y resaltes mi incuestionable incapacidad matemática.

—Oh —soltó ¿Celoso?, quiso preguntarle. Pero se contuvo. Era curioso lo avergonzado que Sting parecía volverse cerca de él. El Sting que se paseaba medio desnudo por el salón y le importaba una mierda todo apenas aparecía cuando estaban solos. Y no estaba seguro de que eso le disgustase del todo.

Se acercó más, extendió una mano hacia el papel que sostenía su compañero. Sus dedos se encontraron, estaban calientes, eran firmes y algo rugosos. No le miró cuando le arrebató la hoja y se la acercó, observando los cálculos.

Exhaló un resoplido socarrón.

—Te has liado tú solo.

Sting sólo gruñó.

Fue entonces cuando se agachó, quedando cerca, muy cerca de él. Tanto, que la respiración del rubio movía levemente sus cabellos.

—Mira, aquí has sumado mal. Y estas fracciones no son correctas —afirmó, señalándole los errores.

Sting volvió a gruñir. Pero no de la forma que lo había hecho antes. Había sido un sonido gutural, apremiante. Peligroso. Rogue se volvió a mirarle, y en sus ojos encontró la confirmación a sus sospechas. Prácticamente gritaban: "Como no te vayas me voy a echar sobre ti y no podrás caminar en días"

No pudo sino sonreír, y Sting saltó sobre él. Los papeles volaron como un remolino de tinta, desparramándose aquí y allá. El escritorio bamboleó unos segundos, casi precipitándose debido al impulso.

El gemido de sorpresa murió en los labios del moreno cuando Sting lo besó. Cuando su lengua lo arrolló sin tregua, forzándole a permitirle la entrada a su boca. Se permitió entrecerrar los ojos mientras buscaba algo que agarrar. El respingón trasero de Sting fue el mejor objetivo. El aludido volvió a gruñir sobre su boca, apartándose un poco. Apenas quedaba rastro en aquellos ojos del iris azul. Rogue sintió un escalofrío.

Sin dejar de mirarle, Sting marcó un camino de suaves mordiscos hasta su cuello, hasta su nuez, y hasta donde los músculos del torso comenzaban a aparecer. Un murmullo incoherente hizo que Sting sonriera. Volvió a ascender.

—Mira que venir a provocarme —siseó.

—Pues déjame decirte que eres francamente fácil de provocar —Sting se relamió los labios por respuesta—. Y lo estabas pidiendo a gritos.

—¿Quién estaba pidiendo a gritos qué? —increpó. Su mano viajó más abajo, hasta encontrar una obertura que lo llevara a esa zona. El miembro prácticamente respondió a su tacto. Rogue cerró los ojos unos segundos, apretando la mandíbula.

Cuando sus bocas volvieron a encontrarse Rogue no pudo sino sentir como las caricias de Sting aumentaban su velocidad, haciendo que un sensación burbujeara en su pecho. Sus labios boquearon, intentando encontrar aire entre beso y beso.

Se arqueó al sentir al rubio bajar por su pecho, acercándose peligrosamente a su zona más sensible. Sintió la tentación de mirarle, y encontrarse a Sting besando su bajo vientre entre sonrisas socarronas le provocó que él también sonriera.

—Tramposo —logró susurrar antes de que él descendiera más y dejara de sentir nada que no fuera la húmeda atención que recibía su miembro. Se agarró irremediablemente de su pelo.

Entonces escuchó, o creyó escuchar, la puerta del despacho abriéndose, para cerrarse de un leve portazo al segundo.

—¿Alguien ha... Entrado? —farfulló.

Sting le miró, el cabello alborotado y los ojos vidriosos.

—¿Eh?

Los labios hinchados. El calor emanando de todo su cuerpo. Rogue se incorporó hasta sentarse, tirando de él para que quedara sentado a horcajadas sobre su regazo.

—Nada —afirmó, atacando su cuello. Roncos suspiros se entremezclaron con su nombre. Y entonces pensó que estaría bien que fuera siempre así.

Él deshaciéndose en los brazos de Sting.

Sting susurrando su nombre, sólo el suyo.

Que cenar cada noche el mismo plato puede que no fuera tan malo.

Pero él era Sting. Y sus hábiles labios no sabían ser leales, y sus gélidos ojos miraban a más de uno. Era Sting.

Y eso, de alguna forma, le aterraba.