Roslin oía las risas de la gente en la sala contigua mientras trataba de ocultar su desnudez de los hombres que la rodeaban. En cualquier momento su esposo aparecería y consumarían el matrimonio. Roslin estaba llorando, no asustada por su marido, sino por lo que iba a ocurrir en breves instantes. Sabía que el plan estaba trazado desde hacia mucho tiempo, y su padre quería venganza contra Robb Stark. Tiempo atrás ella llegó a fantasear con ser conocida como La Reina En El Norte, pero luego apareció Jeyne Westerling y su Rey rompió la promesa hecha por su madre. Ahora ya no había marcha atrás y era momento de que los lobos pagaran, o eso había dicho su padre. Ella no estaba tan convencida.
Edmund apareció entonces, tan desnudo como ella, y los demás hombres entre risotadas se fueron de la habitación, dejándolos solos. Roslin contempló a su marido. Era pelirrojo, como todos los Tully y sus ojos azules y fieros la miraban. Nunca se habría imaginado casada con un hombre, pues sus planes eran otros, pero ahí estaba y no se arrepentía de la decisión de su padre. No era Robb Stark, pero Edmund era alto y fuerte y su barba enmarcaba su rostro dándole la apariencia de un hombre mas maduro.
-¿Nerviosa?-Edmund se acercaba a ella con una sonrisa tierna y sincera. Roslin sintió como las mariposas atacaban su estomago y enrojeció.
-Un poco- admitió con timidez. No sabia que debía hacer ahora, nadie la había explicado que se hacia en un encamamiento, pero supuso que por la sonrisa y la naturalidad de Edmund, él si lo sabia.
-No te preocupes, no te haré daño.-Le aseguró con voz ronca mientras paseaba su mirada por el cuerpo de la chica. Roslin descubrió lo que hacia y su corazón martilleó con fuerza al darse cuenta que Edmund la observaba con deseo, como si de verdad le gustara.
-No se que debo hacer.- Trató en vano de apartar la mirada del escrutinio de Edmund, pero falló irremediablemente. Era imposible no sentirse pequeña y descubierta ante esa mirada. Edmund ajeno a todo decidió que iba a conseguir que esa chica dejara atrás su timidez, iba a demostrarle lo que era el placer. Se acercó con cuidado a ella, y la abrazó por detrás mientras besaba su cuello. Roslin sintió los brazos de Edmund viajar por su cuerpo y se quedó quieta, expectante, sin saber que hacer. Ahogó un gemido cuando la mano de él llegó a uno de sus senos, acariciándolo con reverencia como si fuera algo delicado, y se dejó llevar. Roslin se dio la vuelta bruscamente y besó los labios de Edmund raspándose un poco con la espesa barba, abrió su boca expectante y dejó que fuera él quien aguijoneara su lengua lenta y dulcemente hasta que ella empezó a participar y poco a poco, sin dejar de besarse, ambos cayeron sobre la cama.
Con una estocada final Edmund descargó toda su semilla sobre Roslin que se encontraba debajo de él arañando con sus cortas uñas la espalda de su marido mientras una oleada de placer la recorría todo el cuerpo. Había sido la primera vez que Roslin había sentido algo así en toda su vida. Al principio, cuando el la embistió por primera vez sintió como algo se rompía en su interior y como un dolor punzante lo acompañaba, pero a medida que Edmund entraba y salía el placer fue borrando el dolor, llevando a Roslin al cielo. Edmund la abrazó cuando ambos cayeron exhaustos en la cama y ella sintió el sudor corriéndole por el rostro, pero no le importó. Su marido se durmió a su lado, cansado y feliz mientras ella le observaba. Entonces fue cuando empezaron a sonar. Las lluvias de Castamere que trajeron con si miles de gritos, todos de hombres, y uno desgarrante de mujer que hizo que a Roslin se le rompiera el corazón. Edmund a su lado seguía durmiendo, ajeno a que en el cuarto de al lado los Frey estaban asesinando a su hermana y a su sobrino. Roslin se levantó lentamente tratando de no despertarle y corrió los doseles de la cama. No quería que su marido se despertara y descubriese que ella sabía lo que había pasado, prefería esperar a la mañana siguiente. Durante algunos minutos, los gritos continuaron y Roslin supo que su boda jamás seria olvidada. Nadie olvidaría nunca la Boda Roja.
